Tras mi muerte, mi mate besó mi cadáver
Tras mi muerte, mi mate besó mi cadáver
Por: Rosario Guzmán
Capítulo 1
Al ver el regalo entregado por el artesano, Cruz se acordó de mí, a quien hacía mucho tiempo que no veía.

—¿Cómo es que Clara no ha venido a molestar estos últimos días? ¿Por fin entró en razón? ¡Lo sabía! Sufrir le ha hecho aprender la lección y, por fin, dejará de ser tan arrogante.

—Alfa, parece que Luna sigue en ese pozo —dijo el súbdito que estaba a su lado, con cautela.

La mano de Cruz sobre la pluma se detuvo por un momento, antes de fingir que nada había pasado:

—Pensé que era porque por fin había aprendido a ser buena. Pero, bueno, dejémosla unos días más para que aprenda bien la lección.

—Pero lleva días sin emitir sonido alguno y el pozo desprende un hedor desagradable, ¿no quiere ir a echar un vistazo? —insistió el súbdito.

—Debe estar fingiendo para que le dejemos salir —repuso Cruz, despreocupado—. Ella es capaz de cualquier cosa con tal de lograr su objetivo, apuesto a que todas las serpientes venenosas en el pozo ya han sido devoradas por ella. Seguramente, ese es el origen del hedor.

El súbdito estaba a punto de decir algo más, pero Cruz interrumpió con impaciencia:

—Está bien… Ordenaré que la pongan en libertad antes de mi cena de cumpleaños de mañana, y la dejaré libre de culpa siempre que aprenda la lección y le pida perdón a Melinda.

Echando un vistazo a su reloj de bolsillo, Cruz mandó a callar al súbdito, que quería decir algo más, y recibió a Melinda, quien acababa de ser chequeada por el médico brujo:

—Doctor, ¿cómo está Melinda?

Apretando la moneda de oro que ella acababa de darle, el médico brujo esbozó una sonrisa, mientras Melinda tosía y se dejaba caer débilmente en los brazos de Cruz.

—Alfa, estoy mejor. No se sienta mal por lo que ha hecho Luna.

—Eres demasiado buena —repuso Cruz, mirándola, con preocupación—. Pero no te preocupes, he castigado severamente a Clara, nunca más se atreverá a meterse contigo.

Detrás de ellos, me reí en voz baja, mientras observaba sus dulces travesuras. Pero nadie se dio cuenta.

Ya no podía hacer nada con Melinda. Después de todo, yo estaba muerta.

Luego de luchar con desesperación durante diez días, ni siquiera pude tumbarme y descansar bien antes de morir, puesto que ni siquiera podía sentarme debido a la estrechez del pozo.

Como llevaba muchos días sin beber agua, el pelaje se me había ido cayendo y la piel se me había arrugado, poco a poco.

Aquellas víboras espeluznantes se desplazaban sobre mi cuerpo, mientras los gusanos y las lombrices venenosas me roían sin piedad.

Y, en el momento en que mi alma salió flotando de mi cuerpo, ni siquiera fui capaz de mirar mi cadáver.
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