A la mañana siguiente lo veía todo desde otra perspectiva, las palabras sabias de mi mejor amigo, durante la noche anterior, surtieron efecto. Él tenía razón, debía hablar con Borja y dejarle las cosas claras.
Llamé al despacho de Borja, tan pronto como me desocupé de un poco de trabajo, y entré tan pronto como él me incitó a que se me sentase.
Me gustaría poder deciros que se me pasó, que volvimos a ser amigos, que volvimos a hablar después de aquello, que al menos… aún nos hablábamos. Pero si os dijese algo de esto, os estaría mintiendo.Él no volvió a hablarme después de ese día, y yo tampoco lo hice. Ni un mensaje, ni una llamada, ni un hola cada una de las veces que nos encontramos por la calle, tan sólo éramos dos desconocidos, y ya no quedaba nada sobre el cariño que nos teníamos, o al menos, así era la teoría.Nuestro repetido error tan sólo había sido una despedida, la guinda que coronaba al pastel.Me quedó claro, tras seis meses de absoluto silencio, que todo había terminado. Pero eso no hacía que doliese menos, y por más que intentaba cerrar aquel capítulo de mi vida y encerrarlo en un cajón que nunca, ja
Cuando llegué a casa me senté sobre el sofá y me quité los zapatos, estaba exhausta, y sin ni siquiera darme cuenta, me quedé dormida, con el telediario puesto.Sobre las cuatro de la tarde, desperté sobresaltada, con Alfonso junto a mí, echándome la bronca, mientras Marta intentaba calmarle.… es que ni siquiera ha comido – se quejaba, mientras yo le sonreía, era un encanto a veces, con ese sentido protector que tenía hacia mí. Me sentía tan arropada con mis amigos, y agradecida de tenerles.Bueno, pues le preparo algo y come ahora, ¿verdad Lau? – insistió ella, asentí y me levanté del sofá, arrastrando los pies hasta llegar a la cocina, observando como mi amiga sacaba unas verduras del frigorífico y se ponía a cortarlas para su después elaboración de
Las cosas siguieron su cauce, en la discoteca. Los primos de Alfonso hicieron el cafre, sus compañeros de trabajo intentaron llevarse a alguna chica a la cama, Sonia y Salva bailaban al mismo tiempo que hablaban, algo molestos el uno con el otro, en la pista, Marta y Alfonso bailaban juntos, mientras yo me pedía mi quinta copa en el local, volviendo la vista hacia ellos. Lo cierto es que hacían buena pareja, si mi compañero no fuese tan sumamente subnormal en el tema chicas, me hubiese encantado que surgiese algo entre ellos.Sonreí, ante la mínima posibilidad de que ambos se enamorasen el uno del otro, como solía pasar en las películas o en las novelas románticas. Pero perdí la sonrisa tan pronto como miré hacia Borja, y le observé con detenimiento. Él temblaba de rabia, mirando hacia un punto de la pista. Seguí con la mirada hacia ese punto, y descub
Cuando desperté, a la mañana siguiente, Borja se había marchado. Le dejé como diez mensajes en el buzón de su teléfono y otros diez más por mensajería. Estaba preocupada por él, porque no tenía ni idea de si se había ido justo después de que me fuese a dormir, o de si había pasado la noche allí, en casa.Alfonso no había venido a dormir y Marta aún estaba encerrada en su habitación. Quizás él estaba con Alfonso, quizás era eso lo que ocurría.Marqué el teléfono de mi compañero de piso y esperé pacientemente a que alguien contestase.Estoy en el hospital, Laura, ahora no puedo hablar – me dijo, haciendo que me preocupase un poco más. ¿habría cometido aquel idiota alguna locura?¿Él está bien
Saqué el teléfono del bolso tan pronto como leí aquella nota, y comencé a llamarle, pero ni siquiera lo cogió, así que tan sólo le escribí un mensaje.Yo:“Si estabas actuando así porque pensabas que sentía algo por ti, ya puedes cortar el rollo, no siento absolutamente nada por ti, Borja. Sólo era la preocupación de una secretaria hacia su jefe, nada más. Me da igual que seas un capullo con el mundo entero, me da igual incluso si vuelves a ser un capullo conmigo, pero … deja que al menos conserve mi trabajo”Borja:“¿Estarías dispuesta a soportar un diablo de jefe sólo por conservar este trabajo? ¿Tan desesperada estás?”“Si realmente crees que puedes hacerlo, de acuerdo. Puedes conservar tu trabajo, pero
Me di la vuelta, con la intención de marcharse de su lado, pero entonces recordé que tenía las llaves de su auto, me di la vuelta, cabreada, metiendo la mano en el bolsillo de mi chaqueta, para luego sacar la llave, coger su mano, poner esta sobre ella y sonreírle con desgana.Sólo era una broma – aseguraba, mientras yo me daba la vuelta, y comenzaba a andar hacia la parada del autobús – Laura – me llamó, llegando hasta mí, agarrando mi mano para que no pudiese irme a ninguna parte. Me di la vuelta y le golpeé el rostro, con fuerza, con la mano abierta, dejándola señalada en su mejilla - ¡Joder! – se quejó, molesto de que fuese tan ruda – ¡sólo era una puta broma!¿Sabes dónde puedes meterte tus putas bromas? – Pregunté, agitada, mirando de nuevo a sus ojos, observa
Cuando fui a recogerle aquella mañana lucía distinto, como de mal humor, y no dejaba de mirar por la ventana. Tenía la camisa ladeada, y los botones mal abrochados.No digas nada – me espetó – no tienes ni idea de lo difícil que es abrocharse la camisa con una mano.Me quité el cinturón, sin previo aviso, y comencé a desabotonarle la camisa, sin maldad alguna, tan sólo con el deseo de ayudarle, pero él me detuvo cuando ya iba por el segundo botón.¿se puede saber qué haces? – me cortó, apartándome las manos de él – siento si te he dado una idea equivocada, pero no quiero acostarme contigo, Laura.Ayer no decías lo mismo – le porfié, haciendo que él se quedase quieto, observando como yo desabrochaba su camisa, sin dejar de observarle, si
Detuve el auto en la puerta de su casa, y le ayudé a bajar, para luego darle el maletín y la chaqueta, él me miró con atención dejándome algo confundida. Aquel día me tenía loca con sus miradas, no tenía ni idea de que era lo que pretendía.¿Te quedas y me cocinas algo? – preguntó, así sin más, haciéndome reír, divertida. Le miré, con reproche, haciendo que él se encogiese, antes de contestar – estoy lisiado, no puedo cocinar. Si no lo haces tú… moriré de hambre.Exagerado – le dije, para luego cerrar el coche y caminar con él hacia su casa – no creo que murieses de hambre, siempre podrías pedir algo a algún restaurante.Ambos entramos en su casa, atravesamos el enorme jardín de aquella zona residenc