Saqué el teléfono del bolso tan pronto como leí aquella nota, y comencé a llamarle, pero ni siquiera lo cogió, así que tan sólo le escribí un mensaje.
Yo:
“Si estabas actuando así porque pensabas que sentía algo por ti, ya puedes cortar el rollo, no siento absolutamente nada por ti, Borja. Sólo era la preocupación de una secretaria hacia su jefe, nada más. Me da igual que seas un capullo con el mundo entero, me da igual incluso si vuelves a ser un capullo conmigo, pero … deja que al menos conserve mi trabajo”
Borja:
“¿Estarías dispuesta a soportar un diablo de jefe sólo por conservar este trabajo? ¿Tan desesperada estás?”
“Si realmente crees que puedes hacerlo, de acuerdo. Puedes conservar tu trabajo, pero ya no puedes venir a tomarte el café a mi oficina, y olvídate de tratarme de tú”
“Dile a Marta que olvide lo del despido. Pero no te acerques demasiado a mí”
Le mandé un mensaje a Marta con la nueva decisión del jefe y me marché a casa, con una sonrisa de oreja a oreja, justo después de borrar el anuncio de infojobs. Y cuando volví al trabajo, esa misma tarde, había una batalla campal en la oficina de Borja, de nuevo la rubia tonta estaba allí, montándole el pollo, mientras él le gritaba y destrozaba todo a su paso.
A eso de las seis, apareció Manu, ante la sorpresa de todos, haciendo que Borja se olvidase de la rubia y saliese de su despacho, dejándola con la palabra en la boca y corriese hasta él.
Ambos se encerraron en el despacho, y estuvieron tanto tiempo, que tuve que volver a concertar para otro día la cita con Montse, la cual por poco no me pega al escuchar aquella noticia.
Cuando Borja llegó a nuestra área tenía los ojos hinchados de llorar, y lucía apenado. No tenía ni idea de que era lo que había ocurrido, pero era más que obvio que no lo había pasado bien. Se metió en su despacho sin tan siquiera dirigirme la palabra y luego me llamó al teléfono desde su oficina para que cancelase todas sus citas.
Estaba preocupada por él, más de lo que quería estar. Y lo único que quería hacer era prepararle un té y llevárselo a su oficina. Pero no podía hacerlo, él mismo me había dicho que debía mantener las distancias si quería conservar mi trabajo.
A las nueve y media de la noche, decidí que me marchaba a casa, a pesar de que mi horario terminó media hora antes, quise quedarme, pues aún había luz en el despacho de mi jefe. Pero ya era demasiado tarde, como para seguir allí por más tiempo.
Recogí mi mesa, apagué el ordenador y me dispuse a abandonar la oficina, pero entonces escuché algo que me preocupó aún más, él había roto algo de cristal en su oficina, pues acababa de sonar justo como eso.
Corrí hacia su despacho y abrí la puerta sin llamar, observándole en sentado en su silla, con una botella de whisky escocés hecha añicos en el suelo, y su mano derecha ensangrentada, goteando en el suelo.
Aquella herida no tenía buena pinta, parecía ser bastante profunda, en la palma de la mano. Me quité el pañuelo celeste de mi cuello, con la intención de taponar su herida, pero él apartó su mano de mi alcance tan pronto como vio mis claras intenciones.
Le miré despacio, levantando mi mano izquierda, apoyándola sobre su rostro. Tan pronto como mi piel rozó la suya, bajó el brazo que se aferraba al mío y me miró sin comprender, al mismo tiempo que yo levantaba la otra mano, sujetándole del otro lado de su hermosa cara.
Él levantó ambas manos, agarrando las mías con la intención de apartarlas de él, pero hablé antes de que lo hubiese hecho, bajando la mirada, aterrada porque él no me hiciese caso, dejándole totalmente sorprendido con mi reacción.
Agarró mis manos y las separó de él, para luego mirarme furioso.
Me miró sin comprender que era lo que estaba haciendo, al mismo tiempo que yo lo hacía algo molesta con él, por estar actuando como un adolescente malcriado.
Le agarré la mano herida, fuertemente, y enredé mi pañuelo en ella, y para mi sorpresa, aquella vez, él no me detuvo. Tan sólo quedó allí, observando como la sangre empapaba el trozo de tela.
Tiré de su mano buena, saliendo de la oficina, con el haciéndome caso, sin tan siquiera oponerse a nada. Ni siquiera cuando le monté en su auto, le quité las llaves y conduje hasta el hospital. Él tan sólo se dejó llevar, sin oponer resistencia, y por supuesto, sin decir una sola palabra durante todo el trayecto.
Le cogieron 5 puntos en la enorme raja de la mano, y luego le vendaron la zona.
Lo peor de todo aquello, es que era la mano izquierda, y él era zurdo, así que sería un problema a la hora de firmar documentos.
Esperaba en frente de la sala de curas, sentada en una de las sillas que allí había, pensando en él, en lo mucho que me había dejado acercarme aquella vez, y en lo mucho que él lucharía por alejarme tan pronto como hubiese recuperado su lucidez.
Quizás aquel era mi castigo por haber abandonado a Juan, por haber pretendido tener algo con Salva, por lo que sentía por él.
Mi jefe era un tipo complicado, no era cierto que fuese el cabrón que pretendía ser, tan sólo fingía ser así por algo, algo que aún no podía descubrir que era. Pero que, sin lugar a dudas estaba relacionado con su familia, y con ese temor a ser querido que tenía.
La puerta se abrió y el salió de allí, con la mano vendada, sentándose junto a mí, en los asientos, sin intención de marcharse a ninguna parte.
Ambos nos quedamos allí, en silencio, por algunos minutos, hasta que él habló.
Su risa invadió la sala, haciendo que volviese la vista para observarle, dándome cuenta de una cosa: su risa me hacía sentir bien. Jamás lo había pensado, pero era cierto, su risa me hacía feliz, lo cierto era que verle reír con ganas, cómo lo estaba haciendo en aquel momento, hacía que quisiese quedarme allí, mirándole y escuchándole de aquella manera.
Me di la vuelta, con la intención de marcharse de su lado, pero entonces recordé que tenía las llaves de su auto, me di la vuelta, cabreada, metiendo la mano en el bolsillo de mi chaqueta, para luego sacar la llave, coger su mano, poner esta sobre ella y sonreírle con desgana.Sólo era una broma – aseguraba, mientras yo me daba la vuelta, y comenzaba a andar hacia la parada del autobús – Laura – me llamó, llegando hasta mí, agarrando mi mano para que no pudiese irme a ninguna parte. Me di la vuelta y le golpeé el rostro, con fuerza, con la mano abierta, dejándola señalada en su mejilla - ¡Joder! – se quejó, molesto de que fuese tan ruda – ¡sólo era una puta broma!¿Sabes dónde puedes meterte tus putas bromas? – Pregunté, agitada, mirando de nuevo a sus ojos, observa
Cuando fui a recogerle aquella mañana lucía distinto, como de mal humor, y no dejaba de mirar por la ventana. Tenía la camisa ladeada, y los botones mal abrochados.No digas nada – me espetó – no tienes ni idea de lo difícil que es abrocharse la camisa con una mano.Me quité el cinturón, sin previo aviso, y comencé a desabotonarle la camisa, sin maldad alguna, tan sólo con el deseo de ayudarle, pero él me detuvo cuando ya iba por el segundo botón.¿se puede saber qué haces? – me cortó, apartándome las manos de él – siento si te he dado una idea equivocada, pero no quiero acostarme contigo, Laura.Ayer no decías lo mismo – le porfié, haciendo que él se quedase quieto, observando como yo desabrochaba su camisa, sin dejar de observarle, si
Detuve el auto en la puerta de su casa, y le ayudé a bajar, para luego darle el maletín y la chaqueta, él me miró con atención dejándome algo confundida. Aquel día me tenía loca con sus miradas, no tenía ni idea de que era lo que pretendía.¿Te quedas y me cocinas algo? – preguntó, así sin más, haciéndome reír, divertida. Le miré, con reproche, haciendo que él se encogiese, antes de contestar – estoy lisiado, no puedo cocinar. Si no lo haces tú… moriré de hambre.Exagerado – le dije, para luego cerrar el coche y caminar con él hacia su casa – no creo que murieses de hambre, siempre podrías pedir algo a algún restaurante.Ambos entramos en su casa, atravesamos el enorme jardín de aquella zona residenc
Mi jefe era un idiota, y aún no podía comprender por qué no podía actuar como antes con él, por qué me empeñaba en inmiscuirme tanto en su vida privada. Él y yo no éramos absolutamente nada, y yo no estaba interesada en él de esa forma, entonces… ¿por qué me daba tanta curiosidad saber más cosas sobre él?Cogí el teléfono, sin poder quedarme dormida, y abrí la conversación que mantenía con él, para luego escribir un mensaje.Yo:“Sé que no tengo derecho a inmiscuirme en ti vida privada, pero … creo que deberías ser menos idiota con la gente que se preocupa por ti”Borja:“No, no tienes ningún derecho. No tienes ni puta idea de cómo es mi vida, Laura”Yo:<
Cuando llegué a casa Salva ya estaba allí, con una bolsa de comida china, bromeando junto a Alfonso y Marta. Era todo un alivio que Sonia no estuviese allí, pues sería incómodo si estuviese.Hablamos de muchas cosas esa noche, mientras cenábamos, sobre todo del pasado.¿No hay posibilidad de que volvamos a ser amigos? – preguntó, haciendo que mirase hacia sus ojos, sin comprender su actitud, mientras Marta se levantaba del sofá para traer otra botella de vino y Alfonso se distraía en cambiar la música – tener novia no quiere decir que…Necesito más tiempo, Salva – le dije, antes de que hubiese terminado de hablar – yo aún estoy dolida por lo que pasó.Laura…No creo que este sea el mejor momento para hablar de ello
Aquel día fue especialmente difícil, pues no sólo tenía que estar pendiente de mi trabajo, sino también del de mi jefe, pues estaba de lo más pesado con eso de que le dolía la mano para coger el teléfono, imprimir documentos, ojear los archivos, … Estaba de lo más pesado ese día.Os podéis imaginar mi enorme alegría cuando aquel horrible día terminó, pero justo como sospechaba, cuando estaba a punto de irme a casa, Borja me detuvo.Espérame – rogó, colocándose su bufanda con una sola mano, mientras sujetaba el maletín entre su costado y su otra mano, incómodo – también voy a la cena de esta noche – declaró, haciendo que comprendiese que él y Alfonso habían hecho planes.Meh, odiaba cuando cosas como aquellas ocurrían. Le ayudé con el malet
Pensé que aquello sería todo, que cada uno seguiría su rumbo después de llegar a la pista, donde nuestros amigos bailaban, pero al llegar allí nuestros amigos se habían largado, él me propuso llevarme a casa.El problema vino al llegar al taxi, montarnos en él y mirarnos, pues en ese justo instante la tensión sexual creció entre ambos.Me he quedado con ganas de más – le solté, haciendo que él sonriese, con chulería, mientras el taxi giraba hacia mi calle – ni siquiera me he…Ya estamos aquí – aseguró el taxista, haciendo que ambos le prestásemos atención. Busqué en mi bolso la cartera, pero Borja se adelantó, le pasó la tarjeta y dejó que le cargasen la cuenta a él.Pensé que Marta y Fonsi estar&ia
¡Dios! ¡Dios! ¡Dios! ¿Qué demonios había hecho? ¿Cómo podía haberme acostado con Borja (mi jefe, ese cabrón)?¡Debía haberme vuelto loca! ¡El maldito vino lo había causado! ¡Jamás volvería a beber después de aquello!Él aún dormía, podía sentirlo en su respiración, a pesar de que no podía verle, pues estaba mirando para el otro lado mientras yo le abrazaba por detrás.Levanté un poco la mano, intentando sacarla de debajo de su brazo, con la intención de levantarme con la cama, asearme y … ¡Dios! Necesitaba poner distancia entre nosotros en aquel momento, pero él no me lo permitió.Agarró mi mano, entrelazándola con la suya, y me impidió hacerlo. Él estaba despierto, eso estaba claro, pero … ¿po