Cuando llegué a casa me senté sobre el sofá y me quité los zapatos, estaba exhausta, y sin ni siquiera darme cuenta, me quedé dormida, con el telediario puesto.
Sobre las cuatro de la tarde, desperté sobresaltada, con Alfonso junto a mí, echándome la bronca, mientras Marta intentaba calmarle.
Alfonso llegó a la cocina, y se sentó en un taburete junto a mí, para luego observarme con detenimiento.
Rio a carcajadas al escuchar aquello, y así continuamos, de buen rollo, hasta casi las seis de la tarde.
La fiesta de su cumpleaños era a las ocho, Marta y yo preparamos la cena: sopa de verduras y ternera a la zanahoria. Además de una rica tarta de galletas y chocolate, para el cumpleañero. Y luego nos marchamos a arreglarnos.
Yo iba muy normal, con un vestido fucsia, el cabello peinado a un lado, y un maquillaje muy suave. La que iba despampanante era Marta, con un vestido amarillo, tacones altos, cabello aleonado y un ahumado en los ojos. Iba rompedora total.
Los invitados empezaron a llegar: sus compañeros de trabajo y sus primos fueron los primeros en llegar, después, llegó Salva y Sonia, gracias a dios yo estaba en la cocina, y no los vi cuando entraron, pero me los comí de lleno al llevar un poco de chacina para picar, a la mesa. Estaban haciéndose carantoñas, y eso sólo me hirió un poco más. Aun así, saqué mi mejor sonrisa, y me senté junto a Alfonso, incluso bromeé con él sobre cuál sería el regalo que Marta le había comprado.
Reí tan pronto como él aceptó en que no tenía ni idea de lo que la pelirroja le tenía preparado, provocando que Salva dejase de prestar atención a su novia y nuestras miradas se cruzasen. Era incómodo estar allí, y lo habría evitado si hubiese podido, pero era el cumpleaños de mi compañero de piso, aquel que se había convertido en un gran apoyo para mí.
El timbre sonó y me levanté de un salto, pues aquella era la excusa perfecta para marcharme por un momento del salón, y perder el contacto visual con Salva.
Al abrir la puerta Borja estaba allí, haciendo el tonto con sus gafas, obligándome a reír, divertida. Tiré de él, con confianza, hacia el interior del piso, y le di un par de golpes en el brazo, para que dejase la broma.
Mi jefe dejó de mirarme y saludó a su colega, con un choque de manos, para luego observar como yo me sentaba junto a Marta, en la mesa, y picaba un poco de queso.
La cena estuvo deliciosa, y no lo digo sólo porque Marta y yo fuésemos las que lo hubiésemos preparado todo, no, es que lo estuvo.
Luego empezamos con las copas, lo cierto es que me lo pasé realmente bien aquella noche, cosa que jamás imaginé, y menos con Salva y Sonia delante, tanto, que nos plantamos en las dos de la mañana en un periquete.
Estaba en el sofá, con los pies subidos en él, mientras echaba la cabeza sobre mi brazo, previamente apoyado en el respaldar de este, escuchando las anécdotas de Borja, sobre su último cumpleaños, en el que Manu, su hermano mayor, le había preparado una fiesta sorpresa. Ya me conocía aquella historia, pues él siempre solía contarla cuando estaba borracho, pero me encantaba la parte en la que él se ponía a bailar con una de las chicas que su hermano había invitado, y resultaba siendo la novia de este.
Me reí a carcajadas tan pronto como llegó a ese punto, y puso una de sus famosas caras de desagrado que tanto me gustaban.
Todos fuimos a buscar nuestros regalos y uno por uno fueron abiertos por el cumpleañero. Sus primos le regalaron un stereo para el salón, sus compañeros de trabajo unas botas de vestir de marca, Salva y Sonia una corbata de Calvin Klain, Marta una de sus bragas de lencería sexy firmada por ella, lo que nos hizo reír a todos, pero pocos entendían bien el regalo, sólo los que conocíamos sus continuas bromas, lo hicimos. Yo le regalé unas gafas de sol y una pulsera dedicada, y Borja le entregó el sobre.
Las cosas siguieron su cauce, en la discoteca. Los primos de Alfonso hicieron el cafre, sus compañeros de trabajo intentaron llevarse a alguna chica a la cama, Sonia y Salva bailaban al mismo tiempo que hablaban, algo molestos el uno con el otro, en la pista, Marta y Alfonso bailaban juntos, mientras yo me pedía mi quinta copa en el local, volviendo la vista hacia ellos. Lo cierto es que hacían buena pareja, si mi compañero no fuese tan sumamente subnormal en el tema chicas, me hubiese encantado que surgiese algo entre ellos.Sonreí, ante la mínima posibilidad de que ambos se enamorasen el uno del otro, como solía pasar en las películas o en las novelas románticas. Pero perdí la sonrisa tan pronto como miré hacia Borja, y le observé con detenimiento. Él temblaba de rabia, mirando hacia un punto de la pista. Seguí con la mirada hacia ese punto, y descub
Cuando desperté, a la mañana siguiente, Borja se había marchado. Le dejé como diez mensajes en el buzón de su teléfono y otros diez más por mensajería. Estaba preocupada por él, porque no tenía ni idea de si se había ido justo después de que me fuese a dormir, o de si había pasado la noche allí, en casa.Alfonso no había venido a dormir y Marta aún estaba encerrada en su habitación. Quizás él estaba con Alfonso, quizás era eso lo que ocurría.Marqué el teléfono de mi compañero de piso y esperé pacientemente a que alguien contestase.Estoy en el hospital, Laura, ahora no puedo hablar – me dijo, haciendo que me preocupase un poco más. ¿habría cometido aquel idiota alguna locura?¿Él está bien
Saqué el teléfono del bolso tan pronto como leí aquella nota, y comencé a llamarle, pero ni siquiera lo cogió, así que tan sólo le escribí un mensaje.Yo:“Si estabas actuando así porque pensabas que sentía algo por ti, ya puedes cortar el rollo, no siento absolutamente nada por ti, Borja. Sólo era la preocupación de una secretaria hacia su jefe, nada más. Me da igual que seas un capullo con el mundo entero, me da igual incluso si vuelves a ser un capullo conmigo, pero … deja que al menos conserve mi trabajo”Borja:“¿Estarías dispuesta a soportar un diablo de jefe sólo por conservar este trabajo? ¿Tan desesperada estás?”“Si realmente crees que puedes hacerlo, de acuerdo. Puedes conservar tu trabajo, pero
Me di la vuelta, con la intención de marcharse de su lado, pero entonces recordé que tenía las llaves de su auto, me di la vuelta, cabreada, metiendo la mano en el bolsillo de mi chaqueta, para luego sacar la llave, coger su mano, poner esta sobre ella y sonreírle con desgana.Sólo era una broma – aseguraba, mientras yo me daba la vuelta, y comenzaba a andar hacia la parada del autobús – Laura – me llamó, llegando hasta mí, agarrando mi mano para que no pudiese irme a ninguna parte. Me di la vuelta y le golpeé el rostro, con fuerza, con la mano abierta, dejándola señalada en su mejilla - ¡Joder! – se quejó, molesto de que fuese tan ruda – ¡sólo era una puta broma!¿Sabes dónde puedes meterte tus putas bromas? – Pregunté, agitada, mirando de nuevo a sus ojos, observa
Cuando fui a recogerle aquella mañana lucía distinto, como de mal humor, y no dejaba de mirar por la ventana. Tenía la camisa ladeada, y los botones mal abrochados.No digas nada – me espetó – no tienes ni idea de lo difícil que es abrocharse la camisa con una mano.Me quité el cinturón, sin previo aviso, y comencé a desabotonarle la camisa, sin maldad alguna, tan sólo con el deseo de ayudarle, pero él me detuvo cuando ya iba por el segundo botón.¿se puede saber qué haces? – me cortó, apartándome las manos de él – siento si te he dado una idea equivocada, pero no quiero acostarme contigo, Laura.Ayer no decías lo mismo – le porfié, haciendo que él se quedase quieto, observando como yo desabrochaba su camisa, sin dejar de observarle, si
Detuve el auto en la puerta de su casa, y le ayudé a bajar, para luego darle el maletín y la chaqueta, él me miró con atención dejándome algo confundida. Aquel día me tenía loca con sus miradas, no tenía ni idea de que era lo que pretendía.¿Te quedas y me cocinas algo? – preguntó, así sin más, haciéndome reír, divertida. Le miré, con reproche, haciendo que él se encogiese, antes de contestar – estoy lisiado, no puedo cocinar. Si no lo haces tú… moriré de hambre.Exagerado – le dije, para luego cerrar el coche y caminar con él hacia su casa – no creo que murieses de hambre, siempre podrías pedir algo a algún restaurante.Ambos entramos en su casa, atravesamos el enorme jardín de aquella zona residenc
Mi jefe era un idiota, y aún no podía comprender por qué no podía actuar como antes con él, por qué me empeñaba en inmiscuirme tanto en su vida privada. Él y yo no éramos absolutamente nada, y yo no estaba interesada en él de esa forma, entonces… ¿por qué me daba tanta curiosidad saber más cosas sobre él?Cogí el teléfono, sin poder quedarme dormida, y abrí la conversación que mantenía con él, para luego escribir un mensaje.Yo:“Sé que no tengo derecho a inmiscuirme en ti vida privada, pero … creo que deberías ser menos idiota con la gente que se preocupa por ti”Borja:“No, no tienes ningún derecho. No tienes ni puta idea de cómo es mi vida, Laura”Yo:<
Cuando llegué a casa Salva ya estaba allí, con una bolsa de comida china, bromeando junto a Alfonso y Marta. Era todo un alivio que Sonia no estuviese allí, pues sería incómodo si estuviese.Hablamos de muchas cosas esa noche, mientras cenábamos, sobre todo del pasado.¿No hay posibilidad de que volvamos a ser amigos? – preguntó, haciendo que mirase hacia sus ojos, sin comprender su actitud, mientras Marta se levantaba del sofá para traer otra botella de vino y Alfonso se distraía en cambiar la música – tener novia no quiere decir que…Necesito más tiempo, Salva – le dije, antes de que hubiese terminado de hablar – yo aún estoy dolida por lo que pasó.Laura…No creo que este sea el mejor momento para hablar de ello