El sol ya comenzaba a bajar, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados mientras la fiesta de cumpleaños de Xavier continuaba y familia de Thomas se relajaba en el jardín. La música suave de fondo se mezclaba con las risas y el bullicio. Los niños jugaban cerca de la piscina, y los adultos, dispersos en pequeñas conversaciones, disfrutaban de la tarde. Thomas había sido muy generoso con las hamburguesas para los invitados y Sophia, con otra copa de gin en la mano, conversaba animadamente con los familiares del capitán, ya mucho más relajada que al inicio. Parte de ese estado era por el efecto del gin en la sangre.Jules, el hermano menor de Thomas, seguía riendo por algo que Sophia no pudo oír, mientras Regina y Verónica bromeaban sobre una antigua anécdota de Thomas cuando era niño. Los ojos de Claire, sin embargo, no dejaban de observar a Sophia, pero ahora con una expresión más contemplativa. La conversación parecía más relajada, pero aún así Sophia no bajó la guardia en ningú
Otro partido ganado. Los Espartanos venían invictos de una racha ganadora sin precedentes, y ese desempeño impecable era en parte por el buen liderazgo de Thomas como capitán del equipo. Grandes marcas se disputaban, no sólo ser el patrocinador oficial del equipo, sino también el de Thomas. Al capitán le llovían ofertas de contratos con empresas de bebidas energéticas, de plataformas de apuestas y de bebidas alcohólicas, pero siempre, antes de tomar una decisión, lo consultaba con Sophia.—Volvieron a llamarme de Beast —susurró Thomas recostado en su cama, con Sophia recostada en su pecho, acariciando la espalda desnuda de su novia con delicadeza y cuidado. Esos mismos dedos que horas antes habían agarrado con fuerza la pelota para marcar más de un try, ahora la yema de sus dedos rozaba suavemente la tersa piel de su novia.—¿De la marca de bebidas energéticas? —le preguntó Sophia, con los ojos cerrados, descansando luego del intenso y apasionado primer encuentro. Habían sido dos hora
—¿Qué demonios haces aquí, Helena? —preguntó Thomas, intentando mantener la calma.—Vine porque no contestas mis llamadas, y no pienso esperar a que te dignes a responderme. Tenemos que hablar de Xavier. Ahora. —La voz de Helena era cortante, y sus ojos se clavaron en él con la intensidad de alguien acostumbrado a salirse con la suya.Thomas resopló, sintiendo cómo la frustración burbujeaba en su interior.—¿Y no podías esperar a que te devolviera la llamada? Si no te respondí era porque estaba en partido. Y ahora mismo estoy ocupada, Helena.Ella lo miró con una mezcla de incredulidad y exasperación.—¿Ocupado? Claro que sí. Siempre ocupado, Thomas. Tal vez si dedicaras menos tiempo a tus patrocinadores y a intentar venderle al mundo de que eres un hombre reformado podrías enfocarte más en ser el padre que tu hijo merece.—¿Tú me vienes a dar a clases de paternidad a mí cuando no te pudiste dar cuenta de que tu hijo recién nacido estaba muriendo de hambre? ¿En serio?—Permiso, ¿no? —
Thomas cerró los ojos por un momento, inhalando profundamente para contener la rabia que lo consumía. Cada músculo de su cuerpo parecía a punto de estallar. Sabía que Helena estaba jugando con fuego, pero esta vez, él iba a tomar el control. Soltó el picaporte de la puerta abierta, y se acercó hasta el soporte pegado a la pared donde estaba el teléfono inalámbrico de la casa.—¿Qué haces? —preguntó Helena, levantando la barbilla con un aire desafiante, aunque una sombra de incertidumbre cruzó por sus ojos.—Te lo advertí —respondió Thomas con calma helada mientras marcaba el número de emergencias. Pero justo antes de pulsar el botón para llamar, una idea cruzó su mente.Giró su mirada hacia ella, su expresión iba endureciéndose como si acabara de decidir algo importante. Marcó el 911 y esperó.Sostuvo el teléfono entre su oreja y el hombro, sacó su teléfono móvil de su bolsillo y abrió la aplicación de una de sus redes sociales. En cuestión de segundos, ya estaba transmitiendo en vivo
Thomas cerró la puerta con un golpe seco. La casa quedó en silencio, salvo por el eco de su respiración agitada. Sus ojos se dirigieron al teléfono que había dejado caer en el sofá. La pantalla aún muestra las notificaciones de la transmisión: mensajes, reacciones, personas compartiéndola. Había sido visto por miles, tal vez más.Caminó hacia la cocina, abrió la nevera y sacó una botella de agua. El líquido frío apenas logró calmar el fuego que sentía en su pecho. ¿Había hecho lo correcto? ¿O simplemente había empeorado las cosas?El teléfono vibró. Lo ignoró. Luego, una nueva vibración. Y otra.Cuando finalmente lo tomó, vio mensajes de su entrenador, sus compañeros de equipo e incluso de algunos periodistas.Red: Thomas, llámame apenas veas esto. Necesitamos hablar.Athos: En serio hermano? Transmitiste eso? Prepárate para el circo mediático.Monty: Estás bien? Avísame si necesitas algo.Dejó el teléfono sobre la mesa sin responder. La rabia y el cansancio se mezclaban en su mente,
Xavier estaba sentado en su sillón, con el teléfono en las manos y su mug lleno de refresco en el piso. Los disparos y sonidos del videojuego que estaba jugando se reproducían desde los parlantes de su teléfono, movía frenéticamente los dedos, sacando la lengua y mordiéndose los labios mientras jugaba. Estaba tan concentrado que no se dio cuenta de que su madre había llegado.—¡Xavier! —le gritó apenas entró y vio que no estaba haciendo nada—. ¡Te dije que dejes ese teléfono y te pongas a lavar la ropa!—¡Pero si ya lo hice! —le contestó su hijo.—¡Lavar la ropa también incluye extenderla y colgarla para se seque! —le recriminó su madre—. ¡Deja ya mismo ese teléfono y haz tus obligaciones!—¡Ya voy! —respondió Xavier con un tono que mezclaba fastidio y resignación, sin despegar la vista de la pantalla. Sus dedos seguían moviéndose frenéticamente sobre el teléfono.—¡No me vengas con “ya voy”, Xavier! ¡Siempre dices lo mismo y no haces nada! —exclamó su madre, quitándole el teléfono de
La suave música del jazz navideño llenaba cada rincón de la casa junto con el delicioso aroma del cerdo adobado que crujía en el horno. Un bonito árbol de Navidad brillaba en una de las esquinas de la sala. El Nacimiento estaba ya listo para conmemorar la venida del Redentor y varias decoraciones se lucían en distintitos espacios del hogar: Listones rojos y dorados adornando los marcos de las puertas junto a las guirnaldas de pino artificial, luces de todos los colores, un bonito cascanueces hecho y pintado a mano de pie en la repisa encima de la chimenea apagada por el calor del verano, dos calcetines que colgaban luciendo el nombre de los únicos miembros de esa casa, y un perro negro que descansaba en el sofá, luciendo un festivo collar rojo y blanco.Sophia se encontraba más allá, en la cocina, con el cabello recogido, su mandil navideño y la cara y las manos llenas de harina. Amasaba con amor y tarareaba la música de los villancicos que se reproducía desde su portátil, mientras lo
Sophía seguí allí pasmada, de pie en el umbral de su casa, observando a su familia. Su padre seguía sosteniendo la carne mientras su madre la miraba con los ojos llenos de esperanza. Pero su hermano… la miraba con miedo y expectación. La dueña de casa no dijo nada, pero se hizo a un lado, dándoles a entender que podían pasar.—Feliz Navidad, hija —dijo su madre mientras le daba un beso en la mejilla a Sophia. Pero la mujer miraba a su hermano con el ceño fruncido. Su madre no fue ajena a ese gesto y se acercó a su oído para hablar con ella—. Por favor, hija. Es Navidad, no hagas una escena de esto.—¿Por qué no me avisaste de que iba a venir? —le preguntó en un susurro.—Porque no sabíamos tampoco. Acaba de llegar —respondió su madre.—Pero me pondrían haber mandado un mensaje, mamá…—¿Quién más viene? —preguntó su padre. Se había dado cuenta de que en la mesa había dos platos de sobra. Miró a su hija exigiendo explicaciones.—¿Acaso sabías que iba a venir, hermana? —le preguntó John.