Thomas cerró la puerta con un golpe seco. La casa quedó en silencio, salvo por el eco de su respiración agitada. Sus ojos se dirigieron al teléfono que había dejado caer en el sofá. La pantalla aún muestra las notificaciones de la transmisión: mensajes, reacciones, personas compartiéndola. Había sido visto por miles, tal vez más.Caminó hacia la cocina, abrió la nevera y sacó una botella de agua. El líquido frío apenas logró calmar el fuego que sentía en su pecho. ¿Había hecho lo correcto? ¿O simplemente había empeorado las cosas?El teléfono vibró. Lo ignoró. Luego, una nueva vibración. Y otra.Cuando finalmente lo tomó, vio mensajes de su entrenador, sus compañeros de equipo e incluso de algunos periodistas.Red: Thomas, llámame apenas veas esto. Necesitamos hablar.Athos: En serio hermano? Transmitiste eso? Prepárate para el circo mediático.Monty: Estás bien? Avísame si necesitas algo.Dejó el teléfono sobre la mesa sin responder. La rabia y el cansancio se mezclaban en su mente,
Xavier estaba sentado en su sillón, con el teléfono en las manos y su mug lleno de refresco en el piso. Los disparos y sonidos del videojuego que estaba jugando se reproducían desde los parlantes de su teléfono, movía frenéticamente los dedos, sacando la lengua y mordiéndose los labios mientras jugaba. Estaba tan concentrado que no se dio cuenta de que su madre había llegado.—¡Xavier! —le gritó apenas entró y vio que no estaba haciendo nada—. ¡Te dije que dejes ese teléfono y te pongas a lavar la ropa!—¡Pero si ya lo hice! —le contestó su hijo.—¡Lavar la ropa también incluye extenderla y colgarla para se seque! —le recriminó su madre—. ¡Deja ya mismo ese teléfono y haz tus obligaciones!—¡Ya voy! —respondió Xavier con un tono que mezclaba fastidio y resignación, sin despegar la vista de la pantalla. Sus dedos seguían moviéndose frenéticamente sobre el teléfono.—¡No me vengas con “ya voy”, Xavier! ¡Siempre dices lo mismo y no haces nada! —exclamó su madre, quitándole el teléfono de
La suave música del jazz navideño llenaba cada rincón de la casa junto con el delicioso aroma del cerdo adobado que crujía en el horno. Un bonito árbol de Navidad brillaba en una de las esquinas de la sala. El Nacimiento estaba ya listo para conmemorar la venida del Redentor y varias decoraciones se lucían en distintitos espacios del hogar: Listones rojos y dorados adornando los marcos de las puertas junto a las guirnaldas de pino artificial, luces de todos los colores, un bonito cascanueces hecho y pintado a mano de pie en la repisa encima de la chimenea apagada por el calor del verano, dos calcetines que colgaban luciendo el nombre de los únicos miembros de esa casa, y un perro negro que descansaba en el sofá, luciendo un festivo collar rojo y blanco.Sophia se encontraba más allá, en la cocina, con el cabello recogido, su mandil navideño y la cara y las manos llenas de harina. Amasaba con amor y tarareaba la música de los villancicos que se reproducía desde su portátil, mientras lo
Sophía seguí allí pasmada, de pie en el umbral de su casa, observando a su familia. Su padre seguía sosteniendo la carne mientras su madre la miraba con los ojos llenos de esperanza. Pero su hermano… la miraba con miedo y expectación. La dueña de casa no dijo nada, pero se hizo a un lado, dándoles a entender que podían pasar.—Feliz Navidad, hija —dijo su madre mientras le daba un beso en la mejilla a Sophia. Pero la mujer miraba a su hermano con el ceño fruncido. Su madre no fue ajena a ese gesto y se acercó a su oído para hablar con ella—. Por favor, hija. Es Navidad, no hagas una escena de esto.—¿Por qué no me avisaste de que iba a venir? —le preguntó en un susurro.—Porque no sabíamos tampoco. Acaba de llegar —respondió su madre.—Pero me pondrían haber mandado un mensaje, mamá…—¿Quién más viene? —preguntó su padre. Se había dado cuenta de que en la mesa había dos platos de sobra. Miró a su hija exigiendo explicaciones.—¿Acaso sabías que iba a venir, hermana? —le preguntó John.
Sophia guio a Thomas y Xavier hacia el comedor, donde la atmósfera seguía tensa. Las luces del árbol de Navidad parpadeaban suavemente desde el rincón del salón, proyectando destellos de colores que parecían intentar animar el ambiente sin mucho éxito. Vivian fue la primera en romper el silencio, acercándose a Thomas con una sonrisa diplomática.—Thomas, bienvenido. Soy Vivian, la madre de Sophia. Él es mi esposo, Charles, y mi hijo menor, John —dijo, señalando a cada uno con un gesto amable—. Y tú debes ser Xavier.—Sí, ¡Feliz Navidad, señora! —respondía Xavier con entusiasmo, mientras sostenía la bolsa de helado que había traído.Vivian sonrió ampliamente y no hizo falta agacharse porque Xavier estaba cada día más alto.—¡Feliz Navidad, cariño! Me encanta tu energía. Espero que te guste la cena.Mientras Vivian trataba de aligerar el ambiente, Sophia sintió la mirada penetrante de su padre sobre ella. Charles no había dicho nada más desde que aceptó de mala gana la presencia de Thom
Los bellos envoltorios de los regalos fueron deshechos, al igual que los hermosos moños que los decoraban. Poco a poco, se revelaron los presentes de ese año: Libros y ropa para estrenar para año nuevo, una navaja para John, una mochila nueva para Sophia, pero el mayor agasajado fue Xavier, pues Sophia le había regalado una camiseta del equipo de Nueva Zelanda y cinco llaveros de diferente temática ya que al jovencito le gustaba coleccionarlos.Aunque la comilona y la emoción de los regalos muy pronto hizo efecto en Xavier, quien se caía del sueño.—Sophie, ¿puedo dormir en tu cama? —preguntó el muchachito, rascándose un ojo del sueño.—Claro, Xavi. Ven te acompaño, ¿quieres que te saque el calzado? —preguntó la mujer mientras lo acompañaba a su habitación.—No, no estoy tan dormido. Pero me gustaría que Rex se acueste conmigo —le pidió. Sophia no pudo evitar reír por la petición, así que, con el visto bueno de su dueña, el perro negro de tres patas se subió con agilidad a la cama y s
El Año Nuevo había pasado con la misma velocidad que lo había hecho la Navidad. Sophia, Xavier y Thomas recibieron juntos el año entrante en la casa de la madre del rugbier, pero siguiendo el consejo del padre de Sophia decidieron mantener su relación en secreto, incluso de la familia de Thomas.Durante el mes del descanso judicial, Charles preparó todos los documentos necesarios para solicitar la reducción de la pena por buena conducta, solicitud que presentó el primer día hábil luego de las vacaciones judiciales y que, con una velocidad increíble para el juzgado, notificaron al abogado de Gabriel. La respuesta no se hizo esperar. Charles citó a Thomas y a su hija en su oficina apenas leyó la contestación.—Bueno, Thomas. Acá tengo la contestación del traslado de tu pedido de reducción por buena conducta —dijo Charles tomando asiento pesadamente en su sillón detrás de su escritorio. Thomas lo miraba expectante y con esperanzas; pero Sophia, más en conocimiento del proceso judicial qu
Sophia, por recomendación de su padre, se sentó lo más atrás posible de la sala de juicios. Manteniéndose fuera del rango visual de Thomas, pero también del de Gabriel, aunque éste se giraba cada vez que tenía oportunidad, buscando verla. Había algo en sus ojos que demostraba indignación, y buscaban la mirada de Sophia, intentando encontrar en ella las explicaciones que necesitaba. Por su parte, la mujer simplemente bajaba la vista hacia sus apuntes e informes, intentando recordar todo el proceso de evolución de Thomas durante su probatio. La sala del juicio estaba llena: periodistas, compañeros del equipo de rugby, amigos y familia, pero alguien faltaba. Xavier no estaba. Seguramente Thomas había decidido no exponer a su hijo a eso, a menos que sea imperiosamente necesario.El murmullo se extendía por lo ancho y largo de la sala, esperando la llegada del juez que llevaba adelante el caso. Sophia tomó su teléfono y le escribió un rápido mensaje a Thomas.«Todo saldá bien. Confía en el