El Gran Hermano

Thomas cerró los ojos por un momento, inhalando profundamente para contener la rabia que lo consumía. Cada músculo de su cuerpo parecía a punto de estallar. Sabía que Helena estaba jugando con fuego, pero esta vez, él iba a tomar el control. Soltó el picaporte de la puerta abierta, y se acercó hasta el soporte pegado a la pared donde estaba el teléfono inalámbrico de la casa.

—¿Qué haces? —preguntó Helena, levantando la barbilla con un aire desafiante, aunque una sombra de incertidumbre cruzó por sus ojos.

—Te lo advertí —respondió Thomas con calma helada mientras marcaba el número de emergencias. Pero justo antes de pulsar el botón para llamar, una idea cruzó su mente.

Giró su mirada hacia ella, su expresión iba endureciéndose como si acabara de decidir algo importante. Marcó el 911 y esperó.

Sostuvo el teléfono entre su oreja y el hombro, sacó su teléfono móvil de su bolsillo y abrió la aplicación de una de sus redes sociales. En cuestión de segundos, ya estaba transmitiendo en vivo
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