Entonces, un día la tragedia llegó. Su pecho se apretaba y la ansiedad la invadía. El ataque de asma llegó sin previo aviso, y en su mente solo había un pensamiento: su inhalador.—¡Abigail! —gritó con desesperación, su voz entrecortada—. ¡Necesito mi inhalador!Abigail, que se encontraba en la cocina hirviendo agua, la escuchó pero no se movió de su lugar. La fría indiferencia dominaba. Sin embargo, se dirigió hacia donde estaba la pobre mujer, en una habitación. —Julieta, ¿estás bien? —quiso saber, sin moverse, como si evaluara la situación desde la distancia.—¡No! No estoy bien. ¡Ven, por favor! —Julieta se esforzaba por hablar, sintiendo que su cuerpo luchaba contra la falta de aire.Sin embargo, en lugar de ayudarla, se quedó en la puerta de la habitación, observando el sufrimiento de Julieta con una mirada fría.—Tal vez deberías... intentar relajarte —sugirió Abigail, sin prisa por ayudarla.—¿Qué estás haciendo? —Julieta se llevó las manos al pecho, sintiendo que el aire s
Aria despertó esa mañana un poco desorientada y es que al abrir los ojos, se dio cuenta de que Maxwell no estaba a su lado. El corazón le dio un vuelco al darse cuenta de que aún seguía en la habitación de Maxwell y que, de alguna manera, había perdido la noción del tiempo. Aria pensó en los trillizos y se alarmó. De un salto dejó la cama y apresurada se dirigió hacia la cocina. Al abrir la puerta, se encontró con Maxwell, quién estaba de pie frente a la estufa, cocinando algo que olía delicioso. Él se veía tan bien, su figura se veía elegante, vistiendo un traje negro que le quedaba perfectamente.—Buen día, así que ya te has levantado —saludó, girándose hacia ella con una sonrisa en los labios. Aria pestañeó varias veces.—¿Cómo pasaste la noche? —inquirió.—Pude descansar bien. El malestar ya desapareció —aseguró Maxwell, sirviéndole un plato—. ¿Te apetece desayunar? No quiero que vuelvas a casa sin antes comer algo. Aria asintió, tomando asiento en un taburete alto en la isla
Ante la mención de su secretaria, Maxwell se quedó en silencio por un rato largo y luego tomó una profunda bocanada de aire, sabiendo que tenía que darle una respuesta. Incluso cuando no tenía nada que ocultar y nada malo ocurrió con Amanda, se sintió incómodo. —Le pedí que me llevara algunos folios que necesitaba, es todo. ¿Pasó algo? —No, solo se me hizo raro verla allí. —No me digas que estas celosa...Ella bufó. —¿Qué? Claro que no —resopló. —Aria, la única mujer que me importa en el mundo, eres tú. Amanda solo es mi secretaria, es bastante eficiente y solo hace lo que le ordeno. —Max... no estoy celosa, sin embargo no debería ir a tu piso, si necesitabas que llevara algo, ¿por qué no se lo pediste a alguien más? Sabes que, olvídalo, no me hagas caso. De seguro pensaras que estoy exagerando. —De acuerdo, no volverá pasar. Te lo prometo. Ella suspiró. —D-de seguro tienes que seguir trabajando. Voy a colgar. —Aria, ¿estás enojada? —No, no lo estoy. Él sonrió para su
—No sé qué decirte al respecto, solo prefiero creer que también fue sincero contigo, tal vez ya no los necesita, al fin y al cabo la depresión también puede curarse. —Sí, eso quiero creer —se quitó las lágrimas traviesas de su cara —. Estela, de seguro debes hacer muchas cosas. —Sí, aunque todavía tengo un poco de tiempo de descanso. Un día de estos podremos quedar, hace falta. —Opino lo mismo. Después de hablar un poco más, finalmente se despidieron. *** Aria llegó al jardín de infantes justo a tiempo para recoger a los trillizos. Los tres pequeños se emocionaron al verla y corrieron hacia ella. —¡Mamá! —gritaron al unísono, abrazándola con fuerza. —¡Hola, mis niños! ¿quién quiere comer un helado? —cuestionó y de inmediato los tres saltaron de la alegría. —¡Sí! Yo quiero un delicioso helado, mamá. —Yo también —dijo el niño con sus ojitos brillando. —Mamá, ¿podré elegir el más grande? —soltó Arthur y Aria asintió. —Vale, entonces vamos a la heladería —
A los días, Aria decidió que era una buena idea contratar a una persona que se ocupara de los trillizos, porque ahora que comenzaría a trabajar todo se le haría más difícil. Fue así como una interesada llegó a ella, se llamaba Elena, una señora de unos cincuenta años, bastante cariñosa con muchas experiencia como niñera, se presentó. —Elena Guzmán es mi nombre, tengo más o menos diez años siendo niñera y estoy a la orden. Ah, nunca antes me había tocado cuidar a trillizos —mencionó con una enorme sonrisa. —Señora Elena...—No te preocupes, linda, puedes decirme Elena. —De acuerdo, Elena. En ese caso también te pediré que solo me llames Aria —pronunció deslizando una sonrisa que la señora le correspondió. —Bien. —Los trillizos en realidad son bien portados, puede que uno sea más travieso que el otro, pero apuesto a que no le van a causar ningún tipo de problemas, además están estudiando ahora mismo en el jardín de infantes, por lo que pasan parte del día allí, luego en la tarde ha
Aria llegó al Estudio Kirchner un poco nerviosa. Era su primer día como diseñadora de interiores, eso la ponía en un aprieto. No sabía cómo sería el ambiente laboral. Para su sorpresa, cuando llegó fue recibida por los empleados quienes de manera creativa le estaban dando la bienvenida, una parte de ella se sintió profundamente aliviadaUna de las diseñadoras senior, que se llamaba Laura, se presentó ante ella.—¡Bienvenida, Aria! —saludó transmitiendo una cálida personalidad—. Estamos muy emocionados de tenerte aquí. Espero que podamos trabajar todos juntos, en armonía. —Muchísimas gracias. Me siento afortunada y emocionada de estar aquí. Prometo dar lo mejor de mí —aseguró sintiendo que su corazón volvía a recuperar el ritmo habitual. Luego de eso pudo saludar a los demás miembros del equipo. Encontró que cada uno de ellos era amigable. Casi como una familia en el ámbito laboral. —Si necesitas algo, no dudes en preguntar —le dijo un joven —. Aquí todos nos ayudamos mutuamente.
Horas después...Amanda se encontró con Sebastián en un local concurriendo, aunque ese día estaba un poco desolado, allí ambos podrían platicar sin estar en guardia. Sebastián sostenía una sonrisa maliciosa, mientras hablaba de la familia Kensington, insinuando que había un secreto perturbador que podría usar a su favor, algo tan oscuro que terminaría cambiando todoAmanda estaba demasiado intrigada, quería saber sin que se fuera por las ramas, de aquello que ocultaba la familia Kensington. —¿Sabías que Maxwell no es hijo de Abigail? —lanzó el hombre deslizando una sonrisa al ver la sorpresa adornando la cara de la mujer, que claramente no se esperaba algo así, definitivamente era inesperado para ella. —¿Qué? —exclamó ella, impactada—. ¿De dónde sacas eso? Digo, esperaba que me dijeras otra cosa y no algo tan fuerte. ¿Cómo estás tan seguro y no se trata de algún rumor? —No es un rumor, Amanda. No lo es en absoluto. En realidad, es hijo de una tal Julieta, que murió cuando él era a
Abigail, durante la madrugada, salió de la cama con cuidado de no despertar a su marido, quien estaba profundamente dormido. Con pasos sigilosos, se dirigió al exterior y pronto descendió por las escaleras que conducían al sótano, ese lugar al que recurría pocas veces y que ahora visitaba con mayor frecuencia. Estar allí era torturarse una vez más, pero de alguna manera no podía dejar de visitar ese sitio, un lugar que contenía los recuerdos del pasado y, sobre todo, la memoria de Julieta.Con lentitud, se acercó a una de esas cajas donde las cosas de Julieta permanecían. No solo había fotografías por doquier, también había ropa de ella y...—¿Sabes que? Siento que me vas a volver loca, no dejas de venir una y otra vez a mi cabeza, sé que lo que pasó ese día va seguirme por el resto de mis días. ¡Deja de torturarme! Abigail arrojó el portaretratos de nuevo dentro de la caja con el resto del contenido y frustrada se agarró los costados de su cabeza, lanzando un grito al aire. Julieta