Capítulo 41

Maxwell estaba en su habitación profundamente triste, las lágrimas se resbalaban por su rostro como si era inevitable expulsar el dolor que estaba en su interior, eso que había estado reprimiendo. Se sentía atrapado en su invalidez, en un cuerpo que no respondía, y la desesperación que no lo dejaba.

Giró sobre la cama y tomó la ecografía entre sus manos, sintiendo un nudo en la garganta. La imagen de los trillizos, tan pequeños y perfectos, le recordaba lo que había perdido y lo que aún podía perder. Se preguntaba si habían nacido bien, cómo estaba Aria, si ella se arrepentía aunque sea un poco de su decisión

En ese momento, Noah entró en la habitación. Al ver a su amigo en ese estado, su corazón se hundió.

—Maxwell… —comenzó Noah, serio—. ¿Qué está pasando?

Maxwell, con la mirada perdida, apenas lo miró.

—¿No es patético? —murmuró, sosteniendo la ecografía con fuerza—. Es lo único que me queda.

—No, no es patético —respondió Noah, acercándose—. Es un recordatorio de que aún tienes
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