Al día siguiente, el sol brillaba radiante y parecía una perfecta oportunidad para cambiar de ambiente. Estela, habitual energía, decidió que un día de compras sería lo ideal para que Aria se distrajera.—¡Vamos, Aria! —expresó, emocionada mientras se arreglaba—. Necesitamos salir un poco. Quiero comprarle unas ropitas a los trillizos como regalo. ¡Tú eliges lo que quieras!Aria sonrió, aunque una parte de ella se sentía incómoda.—Estela, no es necesario que gastes tu dinero en eso. Realmente, no quiero que lo hagas.—No me hagas caso —expresó sacudiendo la mano con despreocupación—. Quiero hacerlo. Vamos, será un buen momento.Aria no pudo resistirse a la emoción de su amiga. Sonriendo, finalmente cedió. 
Maxwell estaba en su habitación profundamente triste, las lágrimas se resbalaban por su rostro como si era inevitable expulsar el dolor que estaba en su interior, eso que había estado reprimiendo. Se sentía atrapado en su invalidez, en un cuerpo que no respondía, y la desesperación que no lo dejaba. Giró sobre la cama y tomó la ecografía entre sus manos, sintiendo un nudo en la garganta. La imagen de los trillizos, tan pequeños y perfectos, le recordaba lo que había perdido y lo que aún podía perder. Se preguntaba si habían nacido bien, cómo estaba Aria, si ella se arrepentía aunque sea un poco de su decisiónEn ese momento, Noah entró en la habitación. Al ver a su amigo en ese estado, su corazón se hundió. —Maxwell… —comenzó Noah, serio—. ¿Qué está pasando?Maxwell, con la mirada perdida, apenas lo miró. —¿No es patético? —murmuró, sosteniendo la ecografía con fuerza—. Es lo único que me queda.—No, no es patético —respondió Noah, acercándose—. Es un recordatorio de que aún tienes
Aria se miró en el espejo, ajustando su cabello y asegurándose de que su vestido le sentara perfectamente sobre su figura. Los stilettos que había elegido eran más que un simple calzado; inevitablemente le recordaba a Maxwell. Recordaba cómo él solía sonreír cuando la veía entrar con ellos, admirando su porte y confianza. Sin embargo, esa nostalgia también la llenaba de tristeza. Había pasado mucho tiempo desde que se vio obligada a alejarse de él, y la idea de volver a encontrarse la llenaba de ansiedad.Era un evento importante y sabía que Maxwell podía estar entre los invitados. Porque lo que ella sí sabía es que habrían muchísimos arquitectos importante, Maxwell seguramente uno de ellos. —Vamos, Aria, solo es un evento —se dijo a sí misma, tratando de calmarse. Pero su corazón latía con fuerza. Mientras tanto, Maxwell se preparaba para la gala con una elegancia que solo él podía exhibir. Se ajustó el nudo de su corbata, mirándose en el espejo con una
De pronto como si la cercanía hubiera quedado atrás, la soltó y retrocedió un poco, la mujer todavía estaba plagada de confusión y sus sentimientos se encontraron en un laberinto, en ese preciso momento donde le desconcertaba no saber si encontraría la salida. —Maxwell, ¿cómo has estado? Él deslizó una sonrisa llena de frialdad que congeló el corazón de Aria. Ella no entendía cómo la persona que un día fue cálida y cercana, ahora se sentía a kilómetros y kilómetros de ella. —¿Crees que es una pregunta acertada tras encontrarnos luego de casi seis años? —inquirió con una mano en el bolsillo de su pantalón elegante. En ese momento, un mesero pasó cerca de ellos y Maxwell aprovechó para tomar una copa, le dio un gran sorbo a la bebida como si el alcohol le ayudaría a lidiar con la situación. Ella se mantuvo paralizada, siguiendo cada uno de los movimientos del millonario. Mentía si decía no sentirse pequeñita y superada de diferentes m
Estela apareció de pronto un poco sonriente pero cambió la cara cuando vio a su amiga con la expresión seria. Ya se hacía a una idea de lo que más o menos había ocurrido. Así que, la tomó de la mano y se fueron a un lugar más apartado del resto en donde pudieran tener un poco más de privacidad. —¿Te encuentras bien? Aunque ni siquiera debería hacer esa pregunta, no pareces estar bien, Aria... —Estela. ¿Crees que realmente merezco este castigo? A mí me parece que es demasiado cruel su trato indiferente hacia mí, tan formal, lo encuentro tan lejano y hermético conmigo después de que fuera todo lo contrario, que simplemente no puedo sostener la idea de que es el mismo Maxwell que conozco desde niña. Estela tomó una profunda bocanada de aire y se sintió culpable por haber callado durante todos esos años lo que supo aquel día. Ni siquiera sabía si su amiga sería capaz de perdonarla por guardar silencio de algo tan importante.—Aria, así te sientes i
Aria King era la secretaria de Maxwell Kensington desde hacía varios años. Era una mujer trabajadora y se sentía afortunada de trabajar para el CEO y presidente de Kensington Company, quien, más allá de ser su jefe, era un amigo cercano. Se conocían desde que ella era una niña, lo que había forjado un vínculo especial entre ellos.Ahora a sus veinticinco años, podía pagar las facturas, dormir tranquila en su decente departamento y continuar al lado de Maxwell, obteniendo más conocimiento. ¿Qué si su vida era color rosa? No, en absoluto. Aria debía lidiar con las exigencias de su jefe, un adicto al trabajo y obsesivo por la perfección y puntualidad. Aún así, era su amigo de la infancia, su jefe y se acostumbró. —¿Nos vamos? —Sí, vamos —confirmó dándole un vistazo con sus profundos ojos azules. Kensington era un tipo alto, fornido, de rasgos masculinos, realmente atractivo. El espécimen que volvía loca a las mujeres, que a su paso, capturaba la atención. Su cabello oscuro prolijo,
Al salir del baño, Aria avistó a la distancia a Maxwell solo. Para su sorpresa, él estaba bebiendo. Era inusual verlo así, ya que Maxwell rara vez consumía alcohol; siempre decía que le nublaba el juicio y lo hacía actuar de manera tonta.Se acercó con prontitud a él. —Maxwell, ¿estás bien? —inquirió Aria, tratando de ocultar su propio dolor.Él levantó la vista, y su expresión cambió al notar la angustia en el rostro de Aria.—Sí, solo necesito relajarme un poco —aseguró, su voz un poco más grave de lo habitual.—¿Dónde está el señor Collins? —Hace unos minutos se fue, le surgió un imprevisto. —Ya es tarde, deberíamos ir a descansar. Él continuó bebiendo mientras Aria lo miraba con desaprobación. —Maxwell, ¿qué crees que estás haciendo? —inquirió tratando de mantener la calma —. Deja de beber, te embriagarás. ¿Recuerdas la última vez que bebiste? Terminaste llorando como un crío por aquel gatito sin hogar, por favor detente. —Solo… esta vez—balbuceó él, intentando sonreír, pero
La mañana llegó y la torturó con su claridad, parpadeó varias veces encontrándose en la suite presidencial completamente sola, en una cama gigantesca, además de eso y lo más bochornoso, es que estaba desnuda. Se sentía expuesta incluso con las sábanas cubriendo su piel pálida, de inmediato se llevó ambas manos a la boca y abrió los ojos de par en par, recordando de súbito todo lo que pasó la noche anterior. Chilló al volver a ese escenario prohibido y desastroso, en el que ellos dos protagonizaron sin pudor. —¿Qué es lo que hice? —comenzó diciendo, todavía aturdida, es que no podía huir de la vergüenza que sentía en ese momento. Aria quería tomar el primer vuelo a Japón y no mirar atrás, eso era lo que cruzaba su mente en medio de la desesperación. Durante todos esos años, nunca pensó que terminaría acostándose con su jefe, más allá de eso, su amigo de años, alguien con quien nunca creyó que se enredaría; definitivamente había perdido la cabeza, como si no fuera suficiente el rec