Carolina, aunque todavía visiblemente afectada, asintió con determinación.—Si hay algo que pueda aclarar lo que pasó, tenemos que intentarlo —afirmó, su voz más firme.Enrico lideró el camino, y los tres se dirigieron a la habitación que había pertenecido al padre de Enrico. Era un lugar, aunque últimamente había entrado más de lo que había hecho años atrás. Y es que le daba la sensación de que las paredes de la habitación aguardaban ecos de la presencia imponente y aterradora de su progenitor.La habitación estaba perfectamente conservada, como si el tiempo se hubiera detenido allí. Los muebles de madera oscura, el escritorio con papeles desordenados y una vieja caja fuerte empotrada en la pared creaban un ambiente pesado, cargado de recuerdos.—¿Por dónde empezamos? —preguntó Carolina, mirando alrededor con incertidumbre.Enrico señaló el escritorio.—Revisemos los papeles primero. Si mi padre dejó algo escrito sobre María, probablemente esté allí.Los tres comenzaron a buscar entr
La noche había caído cuando los tres salieron de la habitación, llevando consigo el álbum, la carta y el diario. La finca estaba en silencio, salvo por los pasos que resonaban en los pasillos. Enrico, Carolina e Inés intercambiaban miradas cargadas de tensión. Sabían que estaban más cerca de la verdad, pero también que cada respuesta que encontraban tenía nuevas preguntas.Inés fue la primera en romper el silencio mientras caminaban hacia el salón.—Antes de que hablen con su abuelo, creo que deberían considerar algo más. Hay alguien más que podría saber la verdad.Carolina arqueó una ceja, deteniéndose en seco.—¿A quién te refieres?—Alguna otra persona que conociera lo que pasó, porque no sabemos qué puede haber detrás de todo —dijo Inés, dirigiéndose a Enrico.Él asintió, pensativo.—Sí, Ludovico, el padre de Tomasso. Él estuvo con nuestro padre, si alguien sabe algo sobre lo que pasó aparte de mi abuelo, fue él.Carolina frunció el ceño.—Entonces llama a Tomasso, vamos a hablar
El silencio que siguió a las palabras de Don Ludovico fue pesado, cargado de emociones contenidas. Carolina tenía los ojos llenos de lágrimas, luchando por procesar toda la información. Enrico, por su parte, parecía estar librando una batalla interna. Su rostro, una mezcla de dolor y furia.Inés, que había permanecido en silencio, finalmente habló:—Entonces, todo este tiempo... María estaba protegiéndote porque había una grave situación de peligro —dijo, mirando a Carolina y Enrico.Don Ludovico asintió lentamente.—Así es. María tuvo que tomar una decisión imposible. Dejar a su hijo para salvar a su hija. Y Domenico... él sacrificó su relación con la mujer que amaba y con su hija, para mantenerlas a salvo.Carolina se levantó de repente, caminando hacia la ventana. Su voz temblaba cuando habló.—Toda mi vida... pensé que mi padre nos había abandonado. Y resulta que él... —No pudo terminar la frase, un sollozo escapando de su garganta.Enrico se acercó a ella, colocando una mano en s
María tomó la carta con manos temblorosas, como si sostuviera un pedazo del pasado que había intentado enterrar durante años. Sus ojos se llenaron de lágrimas nuevamente mientras deslizaba un dedo sobre su nombre escrito en la caligrafía firme de Domenico.Carolina y Enrico la observaron en silencio, respetando el momento. Finalmente, María abrió el sobre y sacó la hoja cuidadosamente doblada. Su respiración se volvió irregular mientras leía en voz baja."María, No sé si algún día leerás esto, pero si lo haces, quiero que sepas que nunca dejé de amarte. Decidí dejarte ir porque sabía que no tenía otra opción. Nuestro mundo es cruel, y yo nunca podría garantizarte la paz y la seguridad que tanto mereces. Mi único deseo era protegerte, a ti y a nuestra hija. Me destrozó el alma verte partir, pero sé que fue lo correcto. Siempre estuve vigilándote desde lejos, asegurándome de que estuvieras bien, aunque nunca tuve el valor de acercarme. No porque no quisiera, sino porque sabía que mi
Inés sentía que su corazón latía desbocado. La cercanía de Enrico, su mirada intensa, todo en él la abrumaba. Intentó dar un paso atrás, pero sus piernas parecían no responderle.—Porque es peligroso, —susurró finalmente, su voz apenas audible. —Tú... nosotros... esto no puede funcionar.Enrico dio otro paso hacia ella, acortando aún más la distancia entre ellos. Su mano se deslizó suavemente por su mejilla, enviando escalofríos por todo su cuerpo.—¿Por qué no? ¿Qué es lo que tanto temes, Inés? —preguntó, su voz baja y ronca.Inés cerró los ojos por un momento, luchando contra el torbellino de emociones que la invadía. Cuando los abrió de nuevo, había determinación en su mirada.—Temo esto, Enrico. Temo lo que siento cuando estoy cerca de ti. Temo perder el control. Temo… enamorarme de ti y que tú me manejes como quieras o termines haciéndome a un lado.La confesión quedó flotando entre ellos, cargada de tensión y deseo contenido. Enrico la miró fijamente, sus ojos oscurecidos por la
Enrico no perdió tiempo y se dirigió a la finca de su abuelo. El aire estaba cargado de una tensión palpable cuando Enrico cruzó las puertas principales. La noche se cernía pesada, y la imponente mansión de su abuelo se alzaba como un recordatorio del poder y las intrigas que habían moldeado su vida. Era conocido como heredero de los Armone, por eso nadie le impidió la entrada. Sus pasos resonaban en los pasillos, cada uno cargado de determinación. Sabía que enfrentarse a su abuelo sería como caminar hacia la boca de un león, pero no había vuelta atrás.Cuando llegó a la sala principal, Ugo Armone lo esperaba. Sentado en su majestuoso sillón de cuero, con un vaso de whisky en la mano, el anciano levantó la mirada hacia su nieto. Sus ojos eran fríos y calculadores, como los de un depredador midiendo a su presa.—Enrico, siempre tan dramático. ¿A qué debo el honor de tu visita a altas horas de la noche? —preguntó el anciano, su tono cargado de sarcasmo.Enrico no perdió el tiempo. Se p
Enrico salió de la mansión de su abuelo con la adrenalina corriendo por sus venas. Sabía que acababa de declarar la guerra abiertamente, y que las consecuencias no tardarían en llegar. Mientras conducía de vuelta a su propia finca, su mente trabajaba a toda velocidad, tratando de anticipar el próximo movimiento de Ugo.Apenas entró por la puerta, se encontró con Inés esperándolo en la sala. Su rostro mostraba una mezcla de preocupación y alivio al verlo.—¿Cómo fue? —preguntó ella, acercándose a él.Enrico suspiró profundamente antes de responder.—Peor de lo que esperaba. El viejo bastardo admitió todo. No solo quería matar a Carolina antes de que naciera, sino que también... —hizo una pausa, la ira volviendo a hervir en su interior—. Él fue quien entregó a mi padre para que lo mataran.Inés ahogó un grito, llevándose una mano a la boca.—Dios mío, Enrico... ¿Qué vas a hacer ahora? Ese hombre es un monstruo.Él la miró con determinación.—Proteger a nuestra familia. Ugo no se quedará
Enrico sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. La familia King ¿La familia de Liliana? No podía creer que hubiesen sido capaces de hacer eso. ¿Se atrevían a retarlo? Sabían que eran despiadados y sin escrúpulos, incluso para los estándares del mundo criminal en el que se movían.—¿Estás seguro de eso? —preguntó su voz, apenas un susurro, sintiendo la preocupación agitarse en su interior.Lisandro asintió gravemente.—Completamente. Mis fuentes son confiables. Al parecer, Ugo les ha prometido algunos negocios del territorio Armone a cambio de su ayuda para... —hizo una pausa, como si le costara decir las palabras— para eliminar a Carolina y a tu madre.Enrico se levantó de golpe, la furia, recorriendo su cuerpo como una corriente eléctrica por sus venas.—Ese maldito bastardo... —gruñó, sus puños apretados con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos y su mirada se endureció mientras apretaba los dientes con rabia —¿Tenemos pruebas? —inquirió con el entrecejo frunc