Capítulo 3: Protegida por el CEO.

—No tendría problema en llevarte, pero como ves, mi auto está atascado en un bache. Será imposible sacarlo a menos que llame a una grúa, pero mi celular no tiene señal —respondió con un suspiro, su situación no era la mejor en ese momento—. ¿Hacia dónde te diriges en la ciudad? Puedo indicarte dónde encontrar la estación de tren que está más cerca.

Celine negó con la cabeza, al borde del colapso. Las lágrimas inundaron su rostro, pero intentó contenerse frente a aquel desconocido. Aunque estaba indecisa acerca de recurrir a él, ya que no lo conocía, tenía pocas opciones y escapar de su padrastro era lo más importante en ese momento.

—N-no, no tengo dinero para un boleto. Solo necesito salir de este lugar lo antes posible... —su voz se quebró en la última oración y trató de reponerse—. Si no me voy de aquí pronto, temo que mi vida se volverá un completo infierno. Por favor, se lo suplico, ayúdeme.

La desesperación en su rostro hizo que Enzo comprendiera que aquella joven estaba huyendo de alguien. La observó detenidamente, parecía frágil y vulnerable, como si fuera a romperse en cualquier momento. La joven pelirroja poseía un rostro de delicadas facciones que parecían esculpidas por un destacado artista. Aunque su cuerpo era delgado, bajo esa aparente fragilidad se ocultaba una silueta con llamativos atributos que, sin duda alguna, no pasaron desapercibidos para Enzo. Su belleza era innegable, pero no fue solo ese encanto físico lo que lo impulsó a ayudarla en ese momento.

Un extraño sentimiento de compasión nació en lo más profundo de su ser al darse cuenta de la expresión de sufrimiento que se reflejaba en sus ojos. Era como si la joven llevara consigo una carga invisible, una carga que pesaba sobre sus hombros y que Enzo no podía ignorar.

Por primera vez, no pudo quedarse de brazos cruzados. Quizás porque esa joven le recordaba a alguien. Decidió ofrecerle su ayuda, aunque la duda nubló su mente. ¿Sería realmente lo correcto? Enzo cuestionó sus propias motivaciones, pero una voz en su interior le aseguró que aquel acto de compasión estaba guiado por una fuerza más allá de su propia razón. No había otra opción para él más que llevarla a la residencia.

—Bien, conozco un lugar al que podría llevarte. Está un poco más allá del lago, pero no nos tomaría mucho tiempo llegar. ¿Te gustaría venir conmigo? —preguntó Enzo, cambiando ligeramente su expresión para mostrar que no tenía segundas intenciones.

Ella asintió.

—Estaría enormemente agradecida y en deuda con usted, señor —murmuró Celine. Un semblante de alivio se apoderó de ella—. ¿Qué pasará con el auto?

Enzo miró en dirección a su coche, y con tranquilidad respondió.

—Alguien más pasará por el, no te preocupes —ella asintió—. Bueno, andando.

Mientras Enzo caminaba con determinación, Celine lo seguía en silencio, sintiéndose protegida por su presencia. Aunque en realidad no lo conocía, había algo en la forma en que él la trataba, con delicadeza y respeto, que le daba confianza y alivio. Quizás era su habilidad para desaparecer en las sombras del bosque, moviéndose con agilidad y seguridad, lo que le otorgaba una misteriosa pero atrayente aura.

A medida que avanzaban, el viento susurraba entre los árboles, sus hojas crujían bajo sus pies y los sonidos de la noche se volvían cada vez más evidentes. Celine no podía evitar sentir que el bosque casi se comunicaba con ellos, revelándoles sus secretos oscuros y antiguos a medida que se adentraban en su bruma.

—¿Puedo saber por te encontrabas sola en medio de la noche? —la voz Enzo acabó con el silencio, sintiendo intriga por la joven que no había emitido palabra alguna durante todo el camino—. ¿Vives cerca de aquí?

Celine asintió tímidamente.

—En una pequeña cabaña cerca del lago.

—¿Estabas sola? Es decir, pareces estar huyendo de alguien, ¿me equivoco? —indagó Enzo y la pelirroja comenzó a rascar su cuello con nerviosismo.

No creía prudente contarle a un desconocido sobre sus problemas en casa, pero a ese punto ya no estaba segura que era o no lo correcto. Había decidido aceptar la ayuda de un extraño y no sabía nada de él, así que su vida corría peligro de cualquier manera.

—Bueno...esto... Vivo sola con mi padrastro desde que mamá murió. Pero estos últimos años han sido una completa tortura para mí... —respondió con voz afligida—. No creo poder soportarlo más.

Enzo se detuvo de golpe, y girándose, la miró. Parecía haber tenido una vida dura y difícil. Sintió algo de pena por la joven.

—¿Qué hay del resto de tu familia materna? —inquirió con cuidado de no sonar como si se tratara de un interrogatorio.

—No... no tengo idea. Siempre hemos sido nosotros tres —emitió Celine y él asintió.

—Comprendo —se limitó a decir sin preguntar al respecto.

Ambos retomaron el camino, cada vez más adentrándose al bosque oscuro. Después de unos minutos, entre la densa vegetación, Enzo finalmente señaló una imponente mansión que emergía majestuosamente en el horizonte, iluminada con faroles. Allí se encontraba la residencia que había comprado meses atrás. Celine había oído hablar de ella, pero nunca había tenido la oportunidad de visitarla hasta ahora. Siempre estaba encerrada en la cabaña y no pasaba nunca de los límites impuestos por su padrastro.

Apresurándose un poco, Enzo y Celine ascendieron por el camino que conducía a la entrada principal de la mansión. A medida que se acercaban, pudo apreciar la magnificencia arquitectónica del lugar, sus elegantes columnas y los intrincados detalles que adornaban cada rincón. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido en aquel lugar, preservando la belleza de épocas pasadas.

Al llegar a la puerta principal, Enzo tocó el timbre y, con un crepitante sonido, la puerta se abrió lentamente frente a ellos. Una joven sirvienta vestida con un impecable traje negro, apareció en el umbral, mirando curiosamente a Celine. Sabía que el señor Enzo rara vez traía a alguien a la mansión, por lo que la presencia allí de la pelirroja intrigaba a todos. Sobre todo al percatarse que se trataba de una mujer joven.

—Buenas noches, señor —saludó la sirvienta.

—Buenas noches —imitó él sin molestarse en presentarle a la joven que estaba a su lado.

Sin decir una palabra más, Enzo y Celine se adentraron a través de los pasillos interminables de la mansión. Un suave susurro de seda acariciaba sus oídos mientras caminaban por las alfombras que cubrían el suelo.

Finalmente, llegaron a un salón deslumbrante, decorado con muebles antiguos y delicados tapices.

Enzo se giró a verla, haciendo que Celine pudiera observar mejor su rostro. Este ostentaba una indudable dosis de atractivo que la joven no pasó desapercibido. Era pelinegro, con unas notorias facciones resaltante. Dotaba de ojos grises con espesas pestañas dándole una mirada hipnótica y profunda. Las cejas pobladas que enmarcaban su rostro añadían una intensidad magnética a su expresión. Sus labios de proporciones perfectas, delineaban con serenidad y elegancia una sonrisa cautivadora, capaz de doblegar incluso los corazones más reacios. Además, poseía una nariz respingada, un detalle singular que armonizaba sus facciones, otorgando a su apariencia una distinción exquisita.

—Tengo un asunto urgente que atender en este momento, la señora Alexandra te atenderá. Pídele todo lo que necesites y siéntete como es casa, ¿Sí? —le regaló una sonrisa que tranquilizó a la pelirroja.

Con un gesto amable, Enzo indicó a una de las sirvientas que se hiciera cargo de Celine, y así, la joven fue conducida a través de un laberinto de pasillos hasta llegar a una amplia y lujosa habitación. A medida que la puerta se cerraba tras de ella, Celine se encontró sola, sumida en pensamientos y expectativas inciertas. ¿Qué le depararía su estancia en la mansión? ¿Cuál era el verdadero motivo de aquel hombre por acogerla allí? ¿Y qué sería de su vida a partir de entonces? Solo el tiempo revelaría las respuestas.

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