Realidad.

Recostada en la cama de un hotel, entre sábanas blancas, Libia se limpió el sudor de la frente, y luego se sentó sobre su trasero con la entrepierna dolorida. Cayó de nuevo en la tentación, otra vez entregó su cuerpo a Lison.

—Tengo que irme —dijo, levantándose de golpe de la cama.

El hombre miraba al techo con el ceño fruncido, y parecía no haberla escuchado.

La muchacha agarró su ropa del suelo, y se la puso lo más rápido que pudo.

»¿Dónde están los papeles? No quiero volver a encontrarme con usted —se apuró en decir, sintiendo un nudo en la garganta.

Lison volvió su vista a ella.

—La carpeta está en mi portafolio —dijo, todavía con el ceño fruncido—, el portafolio está en el buró.

Libia ya se había terminado de poner sus prendas. Enseguida agarró el maletín y lo abrió, con manos temblorosas sujetó la carpeta.

—Es la de color azul —informó Tiodor, dedicándole una mirada intensa.

La muchacha buscó un bolígrafo, se recargó en el mueble, leyó el contenido de los papeles y firmó.

—Eres
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