Libia observaba su rostro en el reflejo de su celular. Para ese punto, sería imposible mirarse en un espejo. Sabía que la mujer ojerosa, cansada y deprimida tras esa imagen la asustaría enormemente. «Ser madre es un…», negó con la cabeza en un intento de ignorar ese pensamiento. Su familia era hermosa. Su hijo, un niño cariñoso que la colmaba de abrazos, besos y dibujos. Su esposo, un hombre… peculiar, pero a su vez amoroso y responsable. Y ella, una mujer con una constante necesidad de llorar durante las siestas de su hija. Habían pasado dos semanas desde que despidieron a su antigua niñera. La razón era muy sencilla: parecía que tanto ella como su esposo eran blanco de gente “chismosa”, personas que se infiltraban y trataban de sacar información de su casa, de su paradero y, lo que de verdad le preocupaba, de sus hijos. Lison, su esposo, no podía cancelar así como así los viajes programados para atender distintos asuntos de negocios. En esa enorme casa, llena de ventanale
—¿Mi teléfono? —preguntó con molestia. —Sí, señora —respondió el joven, apenado, mientras sus ojos seguían en el suelo. —¿Por qué? —El señor no me dio esa información. —¿Y si no quiero, qué vas a hacer? —se apresuró a indagar con la vista fija en él—. ¿Me lo vas a quitar a la fuerza? ¿Esas fueron las órdenes del “señor”? El guardia se quedó en silencio. —Yo solo cumplo con lo que se me pide, señora Lison. —Exacto. Lo has dicho muy bien. Yo soy la señora Lison. Y mis órdenes también son válidas —el rostro de Libia se adornó con una expresión fría. —Señora, por favor… —el joven apretó las manos en un puño. "Si no te lo quiere dar, debes quitárselo a la fuerza", la orden de su señor resonó en su cabeza—. Necesito su teléfono. —No te voy a dar nada —escupió Libia sin una pizca de miedo. El joven dio un paso al frente. —Si me tocas un cabello, te castraré yo misma —le aseguró sin moverse de su lugar. El joven soltó un suspiro. Resignado, se dio la media vuelta, no s
Tiodor sostenía el teléfono sobre su oído. —Te contaré todo en cuanto el asunto termine… —le susurró con un timbre suave, que solo utilizaba con ella. —No —Libia ni siquiera lo dejó terminar—. Creí que esa etapa donde hacías lo que querías conmigo ya había acabado. Pensé que esto era diferente, pero veo que no. —Libia. —No, Tiodor, no quiero escuchar nada. Haz lo que tengas que hacer, a tu modo, como siempre —le espetó y colgó la llamada. Lison sintió tensión en los hombros. Anheló con todo su ser concluir con ese “asunto”. Había llegado el momento de dejar de quitar las fastidiosas telarañas y matar a aquella molesta araña, culpable del desastre: Joan Román, el causante de sus problemas. Finalmente, ese día se desharía de él y todo acabaría. Tiodor miró el reloj en su muñeca. Pasaron cuarenta minutos desde que habló con su esposa. Para ese momento, sus hombres ya debían haber terminado el trabajo. La rata escurridiza debía estar en el almacén de la calle Aldama. Sujetó su
La noche, a su parecer, resultaba interminable. Tiodor, con los párpados hinchados, miraba su reloj en el buró cada cinco minutos. La angustia trastornaba su mente y entumecía todos sus sentidos. Eran las tres y cuarenta y cinco de la madrugada cuando marcó el número de uno de sus trabajadores. No podía decir explícitamente el nombre de su esposa, todo para evitar que supieran su ubicación. Usó una oración simple: —¿Cómo va el negocio? —Irritado, uno de los clientes estuvo a punto de herirnos con un cucharón. Tiodor reprimió una carcajada. —Bien —dijo, a punto de colgar. —Los otros clientes no paran de quejarse. Cansados de ver los mismos estantes. —No hay nada que se pueda hacer —dijo, y cortó la llamada. El hecho de hacer esa llamada tan simple ponía todo en riesgo. La imagen mental de Libia, furiosa, con ganas de partirle la cabeza a todos, le movió su sentido del humor. Aunque la idea de sus hijos pequeños e indefensos, encerrados en una casa con tipos mal encar
Un chasquido sutil se escuchaba a lo lejos. Tiodor trató de ignorar el débil pero molesto sonido. Metió un dedo en el orificio derecho de su oído. Al fin, el ruido desapareció. ―¿Qué tienes? Sé muy bien que no querías venir. Al menos trata de disimular. ―Emily lo miró con mala cara. Para ella, era el hombre más antipático sobre la faz de la Tierra. ―Si lo sabes bien, ¿por qué insististe tanto en que viniera? ―resopló, asqueado. ―Quise omitir el drama. ―Ella torció los ojos. Era un amante formidable, el mejor que había tenido; sin embargo, tan posesivo como un animal salvaje―. Vendrá gente influyente del medio, así que te ruego, oh, gran y poderoso Lison, que no arruines esto. Tiodor entrecerró los ojos. Eso significaba: Voy a coquetear con viejos grotescos para obtener papeles mediocres. ―En tres meses serás mi mujer. No necesitas mendigar trabajo ―su expresión seria fue reemplazada por una de asco. ―No. No mendigo trabajo. Me apasiona la actuación y en una de las cláusulas
«Miedo, vergüenza mezclado con algo más» Lison meditaba, sentado en la clínica, sobre lo que había visto en esos ojos grandes y expresivos. Las personas le temían todo el tiempo. Su físico, sus facciones y gestos lo hacían intimidante. Sin embargo, en esa mirada pudo ver otra cosa, algo que no lograba identificar. Dieron las siete de la mañana y, con la llegada de la luz del día, Libia fue dada de alta. Afuera de la clínica, con voz entrecortada y párpados manchados de rímel, le agradeció a Lison por su buena acción. Incluso lo invitó a ir a algún cajero o centro comercial para poder sacar efectivo y devolverle lo que había invertido esa noche. —Espero que me entiendas —dijo entre suspiros. Tiodor la miró serio y enarcó una ceja, mientras comenzaba a hablar en su idioma natal. Libia se mordió el labio inferior. —Vamos allá. —Usó las manos para enfatizar su oración. Tiodor asintió. —Bueno. La joven revisó su bolso en busca de su identificación. —Mierda —exclamó
Luego de que su bebé cerrara los ojos, vencida por el sueño, Libia le pidió a su hijo mayor que le avisara si se despertaba. —¿Dónde vas? —le preguntó preocupado en un murmullo. —Voy a ducharme —mintió con el teléfono de su cuñado, Marco, en la mano. Debía buscar la manera de informarse sobre la situación lejos de esas paredes. No iba a estar encerrada con sus hijos toda la vida. El niño asintió y, luego de unos minutos, se acomodó de lado con los ojos cerrados. De repente, el tironeo de la puerta lo hizo dar un brinco del susto. Alguien intentaba entrar al cuarto. Apenas iba a avisarle a su madre cuando la vio salir del baño. Libia puso su dedo índice sobre su boca en señal de silencio. Tadeu asintió con la cabeza. En pocos segundos, que parecían una eternidad, ella le indicó que se metiera dentro del clóset junto a su hermana. —No salgan de aquí. No importa lo que escuches —le dijo en voz baja. Le dio un beso en la frente y los colocó de tal manera que no fueran visib
La hora en que Libia debía bajar del avión llegó, y apenas llevaba una maleta. Esa era su oportunidad de oro. Con ese trato iba a lograr que su tía, al fin, la tomara en cuenta. A través de eso, demostraría que no era una muchachita tonta. —Buenas tardes —saludó al guardia del aeropuerto. Esperó con paciencia a que le entregaran su equipaje. Una vez que tuvo todo listo, salió del aeropuerto y abordó un taxi. Su hotel la esperaba. Al llegar al hostal, se presentó ante la recepcionista. —Soy Libia Musso, hice una reservación hace cuatro días. —Identificación y número de folio que se le proporcionó a la hora de realizar el pago. Libia sacó de su pequeño bolso su documento de identidad y buscó en su móvil el correo que le habían enviado al reservar el hospedaje. No era un sitio de cinco estrellas; de hecho, era lo más económico que logró conseguir. Todo para llegar a la cita con Tiodor Lison, cerrar el trato y demostrar que era capaz de hacerse cargo de las empresas de su padre. —¿M