Trescientos sesenta y cinco días se fueron volando. Ahora que veía el precioso anillo de dieciocho quilates que le regaló su ex prometido, el recuerdo le dibujó una sonrisa genuina en sus labios. Las lágrimas se terminaron. El tiempo le dio la razón, su elección había sido acertada.Luego del innecesario drama, no perdió comunicación con Lucas, quien llevaba una semana saliendo con una linda chica que conoció en unos cursos de psicología. Por desgracia su relación con Natalia no dejaba de fracturarse y luchaba contra el sentimiento de culpa. Si ella no la quería en su vida, debía aceptarlo.En cuestiones del amor, se cerró y se volvió selectiva. Ya no se enganchaba con sujetos de mierda. Priorizaba su salud mental, trabajando en aceptar sus errores y perdonarse a sí misma.—Está muy pensativa —Arturo contempló el semblante de la joven con detenimiento.—Este día cumpliría un año de casada.—Oh. —Desvió la mirada, ¿qué podía decir?—Lo digo como algo positivo, nunca me arrepiento de h
Tiodor se encontraba sentado en la silla, examinando los documentos acerca de su proyecto de colaboración.Sarah le recordó de la cita que su hermano, Marco, había pedido dos semanas antes. «¿Qué querrá este imbécil?», se preguntó.Soltó un suspiro y regresó al trabajo. Una notificación lo hizo agarrar el móvil. Cerró los ojos negando con la cabeza, dejó el celular en el escritorio y siguió con sus tareas importantes.Se involucró en las innumerables dosis de material que requeriría, costos, calidad y proveedores. Entonces el teléfono de la oficina volvió a sonar.—¿Qué? —contestó de mala gana.—Señor Lison, su hermano ha llegado.—Hazlo pasar —dijo, seguido cortó la llamada de manera abrupta.Una figura masculina ingresó a la habitación, con una sonrisa de lado.—Feliz cumpleaños, gruñón —canturreó Marco, mostrando un pedazo de pastel de chocolate.—No te hubieras molestado —dijo Tiodor con voz mecánica.—Es un gusto…—No, en serio, no te hubieras molestado. —En esta ocasión el fa
En la pantalla se reproducía una recopilación de sus vídeos recientes, hasta llegar al primero que subió en esa red social.Las imágenes mostraban a una Libia destruida por la incertidumbre. En la grabación casera con su teléfono, contaba lo triste que la ponía el deterioro de su visión. Explicaba de forma sencillo que se sometería a una cirugía y que había un 65 % de probabilidad que la cosa saliera bien, pero ella temía por ese cuarenta y cinco. Añadiendo mayor cargo a sus hombros, estaba el hecho de que la empresa Musso iba a la quiebra por malos manejos financieros.—Soy muy miedosa y siempre lo he sido —explicaba con ojos hinchados—. Hubo un tiempo en mi vida que desee morir y ahora me arrepiento tanto de eso. Soy joven, y me torturé con la idea de que todo gira en torno a conseguir un hombre —respiró profundo—, en este momento me doy cuenta de que hay cosas de verdad trascendentes. Estoy a punto de perder la vista. »Y me arrepiento de tantos lugares que pudo conocer, y tantos ro
Quince días después…Libia observaba la caja que el portero acababa de subir a su apartamento. En la nota decía:Señorita Musso, es un honor enviarle una muestra de nuestros productos. Esperando que podamos realizar una colaboración, reconocemos que somos fanáticos de su contenido en los medios sociales. Deseamos pactar una cita con usted y verla en persona. Le dejamos los números y correos con los que se puede contactar con nosotros.¡Qué tenga un excelente día!P.D. Esperamos que en esta ocasión a la hora de agendar no confunda las fechas.Libia no le tomó importancia, dejó el papel encima de la mesa. Ni siquiera revisó el interior del paquete y se fue a recostar al sofá. Su dirección se filtró entre directores de marketing desde hace mucho y, cada tanto, diferentes marcas comerciales la buscaban para campañas de publicidad. Esperó algunos minutos a que la pastilla le quitará el dolor de vientre. Al sentirse menos inflamada, se dirigió a su comedor y comenzó a planear sus próximo
—¿Ron? —preguntó saliendo de su asombro.—Señorita Musso —respondió Benicio—. Un gusto mirarla de nuevo.—Lo mismo digo. —Se acercó y le dio unos golpecitos en el hombro.Su cerebro procesó la situación, si Ron estaba ahí, significaba que…—Vine a acompañar al señor Mayorga —se apresuró a explicar, demostrando que leía bien sus gestos.—Ya veo. —Esa declaración la llenaba de más dudas. ¿Sería que Ron encontró otro trabajo?—Sabes que eres bienvenido con nosotros —le dijo haciendo referencia a su hermano.—Gracias, yo sigo en mi antiguo empleo, este es un pedido especial —aclaró, teniendo cuidado de no mencionar el nombre de su jefe.Libia apenas le iba a contestar, cuando alguien la sujetaba del antebrazo.—El señor Leonel pregunta por ti, mi amor —le susurró Alfonso al oído.Las facciones de Benicio se contrajeron en una mueca de sorpresa mezclada con incomodidad.La joven se despidió y enseguida fue a atender sus responsabilidades.Sin querer, se creó una novela en su mente. Ron acom
—¿¡Dónde estabas, carajo!? —le reclamó Alfonso entre dientes.—Por ahí —contestó Libia sin ahondar en explicaciones.—Te busqué como loco… —detuvo sus quejas y miró al frente. Unos penetrantes ojos lo hicieron estremecer al punto que casi moja los pantalones. Tiodor lo veía con el ceño fruncido, lo que lo hacía ver mil veces más aterrador. Libia volvió su cabeza en dirección a aquello que dejó a Alfonso con la boca abierta.—Señor Lison —pronunció su nombre con fingida inocencia—. Él es mi amigo, Alfonso Tacher.—Hola, un placer conocerlo —se apuró en decir aún con el nudo en la garganta, ofreciéndole su temblorosa mano.Lison ni se preocupó en responder, y se acomodó el saco.—¿Todo está bien, Libia? —le cuestionó con severidad.Ella, relajada, asintió con la cabeza. Alfonso podía portarse cual diva, pero no era un maltratador o un tipo de quien preocuparse.»¿Segura? ¿No quieres que te acompañe a tu hotel? —insistió.Libia negó con la cabeza, mientras lo miraba fijó. —Gracias —con
—Señorita Dubois, me urge localizar a su exesposo. Tengo que darle las noticias referentes al contrato, logré apresurar el papeleo.Emily rodó los ojos. Tiodor se mostraba tan indiferente en el tonto maquillaje que ni siquiera podía fingir un poco.—Hablaré con él —le aseguró a Mayorga.Así que canceló sus salidas por la tarde con tal de esperarlo. Tres horas después, cuando le informaron que llegó, se dirigió a confrontarlo a su cuarto.—¿Qué se te ofrece?—El pequeño hombrecillo se encuentra asustado porque no has firmado el contrato.—Si mi niego el que sale perdiendo soy yo, no entiendo la paranoia del enano —contestó de mala gana, desabotonando su camisa.Entonces, al mirar su reflejo borroso en el enorme televisor, revivió en su mente el día en el que se le ocurrió semejante bobería:«Él miraba con atención el cielo, mientras el viento le acariciaba las mejillas. Estirándose en el camastro reflexionando en lo molesto y aburrido que era salir con su familia.Ahora el principal p
Alfonso escuchaba con horror el relato de Libia.—No, ¡me niego rotundamente a que participes con esa línea barata! —Se pasó la mano por el cabello—. Todo lo que he trabajado se irá al carajo porque no puedes controlar tus hormonas.—Oye, no se trata de lo que crees —se defendió.—Es obvio que ese sujeto aterrador te prende —le dijo con obviedad—. Se te nota que eres muy de esas. —¿¡Perdón!? —Estrechó la mirada.—No te juzgo. Conozco a un tipo que le gusta que las scorts lo orinen en el sexo. Tener esos fetiches no lo hace un mal hombre. —Y cuáles son mis gustos, según tú —lo confrontó Libia. —Matones gigantes con cara de pocos amigos, sometiéndote bajó sus enormes y sudorosos cuerpos de delincuentes. La muchacha tragó saliva. En una etapa de su vida, claro que sí, pero luego de su horrible experiencia siendo secuestrada —de verdad—, decir libremente que esas cosas le atraían sería de alguien imbécil.»No te juzgo —le repitió Alfonso—. Solo no salpiques todo el esfuerzo por tus gu