A medias

Lucas investigaba cada pequeño detalle del jardín Olmeda, la capacidad, los paquetes complejos, algunas contras del establecimiento, ese día debía salir perfecto. Libia le confesó que uno de sus deseos es celebrar su casamiento al aire libre, y que su decoración esté llena de flores amarillas, blancas y rojas.

—¿Qué le parece, señor? —cuestionó con amabilidad la encargada de darles el recorrido.

—Es hermoso, pero mi prometida es quien tiene la última palabra. — Observó a la distancia el rostro de Libia embelesada mirando un arco decorado con hermosas orquídeas.

La muchacha se veía adorable, sonrojada y sonriente. Por desgracia, el recuerdo que tanto luchó por reprimir, emergió en su interior: Libia con los orbes rojos, bañada en un incontrolable lloro. No preguntó nada, se limitó a abrazarla con fuerza. Al día siguiente, cuando su prometida se despertó, le ofreció disculpas. Él no quiso indagar, pues temía conocer una verdad dolorosa; sin embargo, lo lógico es que se trataba de Tiodor
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