Masoquista
—¿¡Dónde estabas, carajo!? —le reclamó Alfonso entre dientes.

—Por ahí —contestó Libia sin ahondar en explicaciones.

—Te busqué como loco… —detuvo sus quejas y miró al frente. Unos penetrantes ojos lo hicieron estremecer al punto que casi moja los pantalones.

Tiodor lo veía con el ceño fruncido, lo que lo hacía ver mil veces más aterrador.

Libia volvió su cabeza en dirección a aquello que dejó a Alfonso con la boca abierta.

—Señor Lison —pronunció su nombre con fingida inocencia—. Él es mi amigo, Alfonso Tacher.

—Hola, un placer conocerlo —se apuró en decir aún con el nudo en la garganta, ofreciéndole su temblorosa mano.

Lison ni se preocupó en responder, y se acomodó el saco.

—¿Todo está bien, Libia? —le cuestionó con severidad.

Ella, relajada, asintió con la cabeza. Alfonso podía portarse cual diva, pero no era un maltratador o un tipo de quien preocuparse.

»¿Segura? ¿No quieres que te acompañe a tu hotel? —insistió.

Libia negó con la cabeza, mientras lo miraba fijó.

—Gracias —con
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