Susurros de la fortuna
Susurros de la fortuna
Por: M.Starry
Capitulo 1 Ausente

La luz de la mañana se filtraba a través de las enormes ventanas del salón, iluminando la opulencia que Asteria apenas notaba. En el aire flotaba una quietud pesada, como si el mundo estuviera conteniendo el aliento. Frente a ella, sobre la mesa de mármol, descansaba una fotografía de Cadmus. Sonreía con una confianza desenfadada que ahora parecía un recuerdo lejano.

Asteria cerró los ojos por un momento, intentando bloquear el eco de su ausencia. Pero el silencio era demasiado fuerte, y cada pensamiento se convertía en una espiral que volvía al mismo lugar: ¿Dónde estaba su hermano? ¿Por qué nadie podía ayudarla a encontrarlo? Con un suspiro entrecortado, se levantó y caminó hacia la cocina, buscando distraerse con el ruido mecánico de la cafetera.

El timbre rompió la rutina. Asteria se congeló por un segundo ante de dirigirse hacia la puerta, su corazón latiendo con fuerza. Era temprano para visitas, demasiado temprano. Cuando abrió la puerta, se encontró con Nadia Veyra, su mejor amiga.

Los ojos de Nadia estaban llenos de preocupación, pero también de determinación.

—Asteria—dijo Nadia sin rodeos—.Tienes que escucharme. Encontré algo.

Asteria frunció el ceño y se hizo a un lado para dejarla entrar. El aire de confidencia de Nadia contrastaba con el vacío que Asteria sentía.

—Dime —murmuró mientras cerraba la puerta.

Nadia sacó un archivo de su bolso y lo colocó en la mesa de mármol, justo al lado de la fotografía de Cadmus. Asteria miró el archivo y luego a su amiga, sus ojos reflejando una mezcla de esperanza y temor.

—Es una lista de nombres —explicó Nadia—. Personas vinculadas con desapariciones recientes. Cadmus está conectado con al menos tres de ellos. Esto no es una coincidencia.

El corazón de Asteria dio un vuelco. Se inclinó sobre el archivo, sus manos temblando mientras pasaba las hojas. Cada nombre, cada detalle, cada fotografía era como una pieza de un rompecabezas que comenzaba a tomar forma.

—Esto cambia todo —susurró, más para sí misma que para Nadia.

Antes de que pudiera decir algo más, su teléfono vibró. Asteria lo tomó rápidamente, esperando que fuera Cadmus, pero la pantalla mostraba un número desconocido. Con un gesto rápido, contestó.

—¿Asteria Evens? —dijo una voz grave al otro lado de la línea—. Tengo información sobre su hermano.

Las palabras resonaron como un disparo. Asteria intercambió una mirada cargada con Nadia antes de responder, su voz firme pero cautelosa.

—¿Quién es usted y qué sabe?

La voz hizo una pausa, como si estuviera eligiendo las palabras con cuidado.

—Lo suficiente para saber que está en peligro. Si quiere respuestas, venga al café Solwyn esta noche. Pero venga sola.

La línea se cortó antes de que Asteria pudiera responder. El aire pareció volverse más denso mientras guardaba el teléfono en su bolsillo. Giró hacia Nadia, sus ojos brillando con una mezcla de determinación y miedo.

—Esto no es casualidad —dijo—. Todo está conectado. Y voy a descubrir qué ocurrió.

La tarde empezaba a teñir el cielo de tonos anaranjados mientras Asteria caminaba hacia el café Solwyn, donde había acordado reunirse con alguien desconocido que había llamado a su teléfono horas antes. Era un mensaje directo, casi frío: "Venga al café Solwyn esta noche. Pero venga sola." Aunque sentía dudas, la esperanza de encontrar a Cadmus era más fuerte que cualquier temor.

Al entrar, el café le pareció pequeño y acogedor, iluminado por un tono cálido que no lograba calmar la ansiedad en su pecho. La mujer que había llamado estaba allí, sentada al fondo del lugar con una chaqueta negra y una carpeta sobre la mesa. Era la misma que había notado en la comisaría el día que denunció la desaparición de su hermano. Había algo en la forma en que la había mirado entonces, como si hubiera estado evaluando su situación más allá de las palabras que pronunciaba.

Asteria se acercó con pasos cuidadosos, deteniéndose justo frente a la mesa.

—¿Eres tú quien me llamó? —preguntó, intentando mantener la voz firme.

La mujer levantó la vista y asintió con un gesto lento. Señaló la silla frente a ella.

—Soy Lysandra Ronsyan, detective privada —dijo mientras Asteria tomaba asiento—. Te vi en la comisaría hace unos días. Tu caso me pareció... extraño. El desinterés de los oficiales y la rapidez con que archivaron la denuncia me hicieron pensar que había algo más detrás de todo esto.

Asteria la miró con los ojos entrecerrados, desconfiada pero intrigada.

—¿Y por qué investigarías algo que no tiene nada que ver contigo?

Lysandra se inclinó hacia adelante, colocando una carpeta sobre la mesa y empujándola hacia Asteria.

—Porque, a veces, hay cosas que no se deben ignorar. Lo que encontré me hace pensar que la desaparición de tu hermano no es un caso aislado. Podría haber algo más en juego aquí, algo que necesita ser resuelto.

Asteria abrió la carpeta, encontrando documentos, mapas, y una lista de nombres y lugares que no reconocía. Pero lo que más le impactó fue una copia de un recibo firmado con el nombre de Cadmus en un lugar donde sabía que él nunca había estado.

—¿Qué significa todo esto? —preguntó mientras pasaba las páginas con manos temblorosas.

—Es el inicio de un patrón —respondió Lysandra—. Tu hermano pudo haber estado buscando algo antes de desaparecer. Y parece que alguien no quería que lo encontrara.

Asteria cerró la carpeta con fuerza, sus emociones oscilando entre el miedo y la resolución.

—¿Qué sugieres? —preguntó con la voz más firme que logró reunir.

Lysandra la miró directamente, como evaluando si realmente estaba lista para lo que vendría.

—Sugerir no es suficiente. Si quieres encontrar a tu hermano, necesitarás seguir cada pista, sin importar los riesgos.Asteria apretó la carpeta contra su pecho mientras caminaba de regreso a casa. Cada paso resonaba en las calles vacías como un eco de la confusión que se había instalado en su mente. Las palabras de Lysandra se repetían una y otra vez:

"Alguien no quería que Cadmus siguiera buscando."

La idea le parecía absurda, pero las pruebas en sus manos contaban otra historia.

Al llegar a la mansión, cerró la puerta tras de sí y encendió las luces del salón. Dejó la carpeta sobre la mesa de mármol junto a la fotografía de Cadmus. Sus ojos se detuvieron en la imagen, intentando descifrar en aquella sonrisa confiada alguna pista que le revelara qué podría haberlo conducido a este peligro.

Su teléfono vibró en el bolsillo. Al sacarlo, vio un mensaje de Nadia:

"¿Estás bien? Llámame cuando llegues."

Asteria suspiró y marcó rápidamente el número. La voz de Nadia respondió al segundo timbre.

—¿Qué ocurrió? ¿Quién era? —preguntó su amiga, tan directa como siempre.

—Era una detective privada. Dice que hay algo extraño en la desaparición de Cadmus... Que podría estar relacionado con personas peligrosas. —Asteria se dejó caer en el sofá, cubriendo sus ojos con una mano—. Nadia, no sé si estoy preparada para esto.

—Sí lo estás —replicó Nadia con firmeza—. Es tu hermano. Siempre has sido más fuerte de lo que crees. ¿Qué te dio esa mujer? ¿Hay algo útil?

Asteria dejó caer la mano y miró la carpeta sobre la mesa. La abrió de nuevo, repasando los documentos con más atención. Los nombres y fechas parecían fragmentos de un rompecabezas incompleto.

—Hay un lugar —dijo finalmente—. Un almacén abandonado al sur de la ciudad. Cadmus estuvo ahí, o al menos su firma aparece en un recibo relacionado con ese lugar. Lysandra cree que es una pista.

—Entonces ve allí —respondió Nadia, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

—¿Ahora mismo? —preguntó Asteria, sorprendida.

—¿Por qué no? Si hay algo que pueda acercarte a Cadmus, no puedes perder el tiempo.

Asteria dudó por un momento, pero las palabras de Nadia resonaron con verdad. Tomó la carpeta, se puso su abrigo y salió de nuevo a la noche fría, con una determinación renovada. Aunque no sabía exactamente qué encontraría en el almacén, algo en su interior le decía que ese lugar contenía respuestas. La conversación con Lysandra resonaba en su mente, pero era el mapa lo que no podía apartar de sus pensamientos. Marcaba un lugar específico: un almacén abandonado al sur de la ciudad. Si Cadmus había estado allí, tal vez encontraría alguna pista.

 Las calles estaban silenciosas cuando salió de la mansión. Subió a su auto, encendió el motor, y una sensación de determinación mezclada con ansiedad la envolvió mientras se dirigía hacia su destino.

El trayecto estuvo lleno de pensamientos entrelazados. La imagen de Cadmus, la carpeta llena de secretos y las palabras de Lysandra se mezclaban en su mente, creando una maraña de incertidumbre. Cuando finalmente llegó al almacén, se detuvo unos metros antes de la entrada, dejando el motor apagado para no llamar la atención. Bajó del auto y observó el edificio frente a ella.

Asteria bajó del auto con un suspiro entrecortado. Frente a ella, el almacén abandonado se alzaba como una bestia dormida, oscura y amenazante bajo el manto de la noche. Cerró la puerta con cuidado para no romper el silencio que reinaba en las calles desiertas y ajustó la carpeta contra su costado, como si el simple acto de aferrarla pudiera darle valor. Su aliento formaba nubes pequeñas en el aire frío, y cada paso hacia el edificio resonaba como un presagio.

Empujó la puerta oxidada con ambas manos, y el chirrido que se produjo la hizo estremecerse. Dentro, el ambiente era denso, impregnado de humedad y polvo. La linterna de su teléfono apenas lograba atravesar la penumbra, arrancando destellos inciertos entre los escombros esparcidos por el suelo. Avanzaba con cautela, sus zapatillas rozando el concreto agrietado. Cada sombra parecía esconder un secreto, un peligro al acecho.

Mientras tanto, desde una distancia prudente, Lysandra la observaba con los ojos entrecerrados. Apoyada contra la pared de un edificio cercano, la detective chasqueó la lengua en un gesto de desaprobación. "¿Esta chica nunca piensa en las consecuencias?", murmuró para sí misma antes de seguirla. Con pasos fluidos y calculados, se movió hacia la entrada del almacén, asegurándose de no ser vista. Había aprendido a leer a las personas, y algo en Asteria Evens le decía que, aunque temeraria, no iba a detenerse hasta encontrar respuestas.

Asteria llegó al fondo del almacén, donde una pequeña oficina destacaba entre la desolación. Dentro, encontró un escritorio desvencijado cubierto de papeles amarillentos. Pero lo que realmente llamó su atención fue el sobre manila en el centro, como si esperara pacientemente a ser descubierto. Lo tomó y lo abrió, sus manos temblorosas del frío o tal vez de la expectativa. Al sacar el mapa y leer la nota que decía

"No confíes en nadie"

 Un escalofrío recorrió su columna. Levantó la vista, sintiendo de repente que no estaba sola.

Un ruido metálico detrás de ella la hizo girarse con un sobresalto, apuntando su linterna hacia las sombras. La puerta estaba cerrada ahora, aunque recordaba haberla dejado abierta. Su pulso se aceleró.

—¿Siempre eres así de impulsiva o esta noche es especial? —La voz baja pero firme de Lysandra rompió el silencio como un cuchillo.

Asteria casi deja caer el mapa al girarse hacia la detective, que se encontraba de pie en la entrada de la oficina, con las manos en los bolsillos de su chaqueta y una expresión neutral. Pero sus ojos, siempre afilados, escaneaban cada rincón.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Asteria, aún recuperándose del susto. Su tono oscilaba entre la irritación y un alivio que no estaba dispuesta a admitir

—Salvándote de ti misma, aparentemente —respondió Lysandra, dando un paso al interior—. Este lugar es un agujero para problemas, y justo tú decides venir sola. Bravo.

—No necesito niñera —replicó Asteria, su mandíbula tensa. Sin embargo, algo en su voz carecía de convicción, como si en el fondo supiera que estar sola habría sido peor.

—No, pero necesitas sentido común —replicó Lysandra, ladeando una ceja—. Porque hasta ahora, parece que tu plan es improvisar y esperar lo mejor. ¿Eso es lo que Cadmus habría querido?

El comentario fue como una bofetada, y Asteria apretó los labios, incapaz de responder. Antes de que pudiera defenderse, otro ruido, esta vez más fuerte y cercano, interrumpió la conversación. Ambas mujeres se giraron hacia el origen del sonido, sus cuerpos tensándose de inmediato.

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