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Capítulo 5: Vamos rapido

Lysandra caminaba con una seguridad que Asteria no entendía del todo.

Su figura recortada contra las sombras del bosque, con su chaqueta oscura y la forma en que se movía, parecía diseñada para este tipo de situaciones.

Había algo magnético en su postura: relajada pero alerta, como si pudiera desaparecer entre los árboles en cualquier momento y reaparecer exactamente donde fuera necesaria.

Por un instante, Asteria permitió que su mirada se posara en las manos de Lysandra, fuertes y ágiles, aún descansando sobre el arma como si fuera una extensión natural de ella.

Recordó cómo esas mismas manos la habían guiado fuera de la cabaña momentos antes, cómo el tacto firme había logrado anclarla en medio del pánico. Siempre parece saber exactamente qué hacer.

—¿Estás bien? —preguntó Lysandra de repente, rompiendo el silencio.

No se detuvo mientras hablaba, pero giró ligeramente el rostro hacia Asteria, lo suficiente como para que sus ojos se encontraran brevemente.

Asteria apartó la mirada de inmediato, sintiendo un leve calor en sus mejillas que no tenía nada que ver con el esfuerzo de caminar.

—Sí… bueno, creo que sí —respondió, intentando sonar más convincente de lo que se sentía en realidad—. ¿Y tú?

Lysandra alzó una ceja, un gesto apenas visible bajo la tenue luz, pero que Asteria logró captar.

—Yo estoy acostumbrada a estas cosas. Pero tú… —Lysandra hizo una pausa, evaluándola como si pudiera ver más allá de las ramas que las rodeaban—. Lo estás haciendo bien. No muchos habrían manejado lo que acabamos de pasar como tú lo hiciste.

El cumplido la tomó por sorpresa, pero antes de que pudiera responder, Lysandra volvió a mirar al frente, como si la conversación no hubiera sido más que un desliz en su enfoque.

Asteria, sin embargo, sintió cómo esas palabras se quedaban grabadas en ella, dándole un impulso de confianza que no esperaba.

El camino se volvió más estrecho, y Lysandra levantó una mano para apartar unas ramas bajas.

Asteria se detuvo por un segundo, observando cómo la luz de la luna iluminaba brevemente el rostro de la detective: la línea definida de su mandíbula, las sombras que acentuaban la intensidad de sus ojos.

Había una dureza en su expresión, pero también algo protector, algo que Asteria no podía definir del todo.

—Sigamos. Estamos cerca de un claro donde podemos descansar un momento —dijo Lysandra, su voz firme pero ligeramente más suave, como si intuyera lo abrumada que estaba Asteria.

Asteria asintió, reprendiéndose mentalmente por dejarse distraer.

Concéntrate. No estás aquí para admirarla. Pero mientras continuaban caminando, no podía evitar notar cada pequeño detalle que hacía a Lysandra parecer una mezcla de caos y control, como si la lucha entre ambas fuerzas dentro de ella definiera quién era.

El bosque seguía siendo un lugar inquietante, con ruidos lejanos que parecían moverse en sus periferias, pero la presencia de Lysandra, tan tangible y sólida, hacía que Asteria se sintiera a salvo de una manera que no había sentido en años.

El claro se había convertido en una trampa de silencio absoluto. Asteria mantenía su postura rígida, intentando que su respiración no delatara el torbellino de emociones que la desgarraban.

La lámpara portátil que Lysandra sostenía parecía el único fragmento de luz en un mundo devorado por la oscuridad. Pero incluso esa luz, tímida y parpadeante, no hacía más que magnificar las sombras que se alargaban entre los árboles.

—Guarda esto —ordenó Lysandra, entregándole los documentos y el disco duro con movimientos rápidos y eficaces.

Su voz, aunque tranquila, llevaba un filo de urgencia que le cortó el aire a Asteria.

Las manos de Asteria temblaron mientras guardaba los papeles en su bolso, consciente de cómo los bordes afilados se clavaban en la tela como si fueran un peso que podría hundirlas. Cada vez que alzaba la mirada, sentía la tensión que emanaba de Lysandra, cuya postura rígida parecía mantener al peligro a raya.

El viento dejó de soplar. La quietud del bosque se volvió opresiva, como si todo estuviera suspendido en una especie de calma inquietante.

Asteria miró hacia el límite del claro, donde las sombras parecían espesarse de forma antinatural.

Un escalofrío le recorrió la espalda, y su voz salió como un susurro quebrado.

—¿Lysandra? —preguntó.

La detective levantó la cabeza, sus ojos escaneando el entorno como un radar buscando una amenaza invisible.

Su mandíbula se tensó, y el leve cambio en su respiración hizo que el pecho de Asteria se apretara como si alguien hubiera pasado un puño alrededor de su corazón.

—Guarda silencio —murmuró Lysandra, tan bajo que sus palabras parecían una orden directa al alma de Asteria—. No estamos solas.

El sonido llegó antes de lo que Asteria pudo prepararse.

Un crujido profundo, como hojas secas siendo aplastadas por botas que sabían exactamente a dónde iban.

Su cuerpo reaccionó antes que su mente, sus piernas retrocediendo instintivamente hasta que chocó con el duro tronco de un árbol.

De entre las sombras emergieron figuras, sus movimientos calculados y su presencia tan densa que parecía consumir el espacio a su alrededor.

El líder del grupo, con hombros anchos y una bufanda oscura que ocultaba todo su rostro salvo unos ojos afilados como cuchillas, habló con una voz grave que resonó en el claro.

—Sabemos que lo tienen —dijo, señalándolas con un leve movimiento de su cabeza—. Entréguenlo y nadie más saldrá lastimado.

Lysandra, sin vacilar, dio un paso adelante. El reflejo del arma que sostenía brilló brevemente con la luz de la luna.

—Si quieren problemas, los van a encontrar aquí —replicó, su tono tan cortante como la hoja de un cuchillo—. Retrocedan ahora, o lamentarán haber venido.

El hombre sonrió bajo la bufanda, un gesto tan lleno de amenaza que hizo que Asteria se aferrara a la correa de su bolso como si fuera la única barrera entre ella y el peligro.

—Problemas —repitió el líder, casi con burla—. Eso dependerá de ustedes.

Lysandra no esperó a que avanzaran. Con un movimiento preciso, disparó un tiro al suelo, el estruendo rompiendo la tranquilidad opresiva del bosque como un grito de advertencia.

—¡Corre, Asteria! —gritó Lysandra, su voz perforando el aire.

El cuerpo de Asteria reaccionó antes que su mente, y sus piernas comenzaron a moverse, llevándola hacia la espesura del bosque.

Pero el caos detrás de ella no desapareció. Cada sonido, cada golpe, cada gruñido resonaba en su cabeza como un recordatorio de que Lysandra estaba luchando por ella, para darle tiempo, para mantenerla a salvo.

A medida que avanzaba, vio la luz parpadeante de una torre de vigilancia en la distancia.

Era pequeña, temblorosa, como una promesa apenas sostenida en medio de la inmensidad del bosque. Asteria aceleró el paso, el aire helado quemando su garganta, sus piernas ardiendo con el esfuerzo.

Las raíces y ramas parecían multiplicarse bajo sus pies, y justo cuando pensó que podía llegar, tropezó.

Su pie quedó atrapado en una raíz elevada, y el mundo pareció detenerse. Su cuerpo se lanzó hacia adelante, el bolso resbalando de su hombro. Las hojas y ramas del suelo la esperaban, listas para recibirla. Pero el impacto nunca llegó.

Unas manos firmes la envolvieron por la cintura. Fue un movimiento rápido, preciso, que convirtió la caída en algo completamente diferente. Lysandra había llegado a tiempo, atrapándola con fuerza mientras el impulso las llevaba a rodar juntas por el suelo. Las ramas crujieron bajo ellas, el frío de la tierra mezclándose con el calor del contacto entre sus cuerpos.

Finalmente, se detuvieron. Asteria se encontró sobre Lysandra, cuyos brazos aún la sostenían con firmeza, como si el peligro estuviera aún demasiado cerca. Sus respiraciones eran rápidas, descompasadas, y cada exhalación de Lysandra chocaba contra el rostro de Asteria en pequeñas ráfagas cálidas que contrastaban con el frío de la noche.

La luz de la luna se filtraba entre las hojas, dibujando sombras suaves en el rostro de Lysandra. Su cabello estaba desordenado por la caída, algunas hebras sueltas rozaban su frente, pero sus ojos… sus ojos eran todo. Había intensidad en ellos, pero también una calidez que Asteria no esperaba. Una mezcla de preocupación y alivio que la dejó sin aliento.

—¿Estás bien? —preguntó Lysandra, su voz baja, cargada de tensión pero también de un cuidado que atravesó a Asteria como un relámpago.

—Sí… gracias a ti —susurró Asteria, su voz quebrada, incapaz de apartar la mirada.

Lysandra la observó por un momento más, como si evaluara cada rincón de su rostro, antes de soltar una pequeña exhalación, una mezcla de alivio y agotamiento.

—Tienes un don para complicar las cosas —dijo con una leve sonrisa, aunque su tono llevaba un dejo de genuina preocupación.

Asteria soltó una risa nerviosa, y sus mejillas se encendieron mientras intentaba apartarse. Pero las manos de Lysandra permanecieron en su cintura, firmes, seguras, como si quisieran mantenerla anclada en ese momento un poco más.

—Lo siento —murmuró Asteria, su voz casi inaudible.

—No te disculpes —replicó Lysandra, su tono firme pero suave. Luego, aflojó el agarre, ayudándola a levantarse con movimientos cuidadosos—. Solo mantente cerca. No pienso dejar que te pase nada.

Cuando ambas estuvieron de pie, Lysandra se ajustó el cinturón de su arma y miró a su alrededor con ojos atentos.

Asteria podía sentir la tensión en el aire, pero también el calor persistente del contacto que habían compartido.

La luz de la torre parecía más cercana ahora, pero aún quedaba distancia por recorrer.

—¿Están cerca? —preguntó Asteria, intentando no mirar por encima de su hombro, aunque el miedo aún latía en su pecho.

—Probablemente. Pero si seguimos moviéndonos, tendrán que alcanzarnos —respondió Lysandra, su tono recobrando la seguridad que la definía.

Ambas comenzaron a caminar de nuevo, esta vez más juntas. Y aunque el peligro no había desaparecido, Asteria ya no se sentía tan vulnerable.

Lysandra estaba allí, firme, constante. Y mientras la seguía hacia la torre, no podía evitar recordar el calor de sus manos, de su mirada. Era un calor que, incluso en medio de la noche más fría, la hacía sentir segura.

El bosque parecía interminable, un laberinto de sombras y ramas que arañaban la piel con cada paso que daban. Asteria luchaba por mantener el ritmo, sus piernas temblaban por el esfuerzo mientras el bolso que cargaba se sentía más pesado con cada kilómetro recorrido. Lysandra iba unos pasos por delante, su silueta destacándose contra la negrura como un faro de decisión. Cada paso que daba parecía medido, silencioso, como si formara parte de un plan que solo ella conocía.

La luz de la torre de vigilancia brillaba intermitentemente a lo lejos, un farol tambaleante que proyectaba destellos a través de las copas de los árboles.

Asteria mantenía la mirada fija en ella, como si fuera lo único que la mantenía avanzando. Pero el frío del aire y el rugir de su respiración le recordaban constantemente que no estaban seguras.

—Queda poco —murmuró Lysandra, sin mirar atrás. Aunque su tono era bajo, contenía una fuerza que hizo que Asteria redoblara esfuerzos.

El suelo estaba cubierto de hojas húmedas que crujían bajo sus botas, y las ramas sobresalían en ángulos traicioneros, listas para atrapar al menor descuido. Asteria se tambaleó ligeramente, pero antes de perder el equilibrio, sintió una mano firme sujetarla por el brazo.

—Cuidado —dijo Lysandra, sus ojos observándola brevemente antes de soltarla y seguir adelante. Había algo tranquilizador en ese gesto, como si incluso en medio del caos, Lysandra siempre supiera exactamente qué hacer.

Cuando llegaron a la base de la torre, ambas se detuvieron para recuperar el aliento. Asteria se apoyó contra un tronco cercano, el bolso aún pegado a su pecho, mientras trataba de calmar el latido desenfrenado de su corazón. La estructura de la torre se alzaba sobre ellas, oxidada y desgastada por el tiempo, pero resistente. Un farol parpadeaba junto a la entrada, lanzando sombras irregulares que parecían cobrar vida en la oscuridad.

—Adentro —ordenó Lysandra, empujando suavemente a Asteria hacia la entrada mientras sacaba su linterna. La detective miró hacia atrás una última vez antes de cruzar el umbral, asegurándose de que no había nadie siguiéndolas.

El interior de la torre era pequeño, con paredes de madera que crujían con cada paso. Había una mesa vieja en el centro, cubierta de polvo y restos de hojas que el viento había arrastrado. Un par de sillas tambaleantes completaban la escena, dando al lugar un aire de abandono que hacía que cada sonido pareciera amplificado.

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