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Capitulo 4: Detras de mi

Lysandra, con las manos firmes en el volante, llevaba el rostro tenso. Aunque había logrado sacarlas del peligro, sus pensamientos parecían estar enfocados en lo que vendría después. Miraba de vez en cuando por el espejo retrovisor, vigilante, como si esperara que las sombras del depósito las siguieran.

—¿Qué crees que haya en este disco duro? —preguntó Asteria finalmente, rompiendo el silencio que comenzaba a volverse insoportable.

Lysandra no apartó la mirada de la carretera, pero su respuesta fue breve y directa.

—Si Cadmus lo escondió allí, es porque contiene algo importante. Y probablemente algo peligroso.

Asteria bajó la vista al disco en sus manos, un objeto tan pequeño y aparentemente insignificante, pero que ahora representaba todo por lo que estaban luchando. Su mente se llenó de imágenes de su hermano: su sonrisa despreocupada, sus bromas constantes, su manera de enfrentar el mundo como si nada pudiera detenerlo. Pero ahora estaba claro que había algo que sí lo había alcanzado.

—Lysandra… —su voz sonaba temblorosa, pero cargada de determinación—. ¿Y si lo que encontramos no nos lleva a él? ¿Y si nunca lo encontramos?

La detective giró el rostro hacia ella por un instante, sus ojos mostrando algo más suave, casi empático, antes de volver a enfocarse en la carretera.

—Lo encontraremos, Asteria. Pero debes prepararte para que las respuestas no siempre sean las que quieres oír.

Antes de que Asteria pudiera responder, Lysandra giró el volante hacia una pequeña carretera secundaria, llevándolas lejos de las calles principales. El paisaje cambió rápidamente, transformándose en un área más rural, con casas dispersas y árboles que parecían protegerlas del mundo exterior.

—¿Adónde vamos? —preguntó Asteria, observando cómo el entorno se volvía cada vez más desconocido.

—A un lugar seguro donde podamos revisar todo esto —respondió Lysandra, señalando los documentos y el disco duro. Su tono era firme, como si anticipara la necesidad de explicaciones más adelante.

El auto finalmente se detuvo frente a una cabaña discreta, oculta entre los árboles. Era pequeña, con una fachada de madera desgastada y una luz tenue encendida en el porche. Lysandra salió del auto con un movimiento ágil, asegurándose de que no había nadie cerca antes de hacerle una seña a Asteria para que la siguiera.

Al entrar, Asteria notó que el lugar era simple pero funcional. Una mesa de madera en el centro del espacio, un par de sillas, y una pequeña chimenea encendida que le dio un poco de alivio al frío que sentía en la piel. Lysandra caminó hacia una laptop que descansaba sobre la mesa y la encendió rápidamente.

—¿Sabes cómo desbloquear esto? —preguntó Asteria, entregándole el disco duro.

—No te preocupes. He trabajado con cosas peores —respondió Lysandra, su tono un poco más ligero mientras conectaba el dispositivo.

La pantalla de la computadora se iluminó, y ambas observaron cómo los archivos comenzaban a cargar. Documentos, imágenes y carpetas aparecieron, sus nombres crípticos creando más preguntas de las que respondían.Asteria se inclinó hacia adelante, su corazón acelerándose mientras reconocía un nombre en particular.

—Espera… este es el nombre de un proyecto en el que Cadmus estaba trabajando hace años —dijo, señalando una de las carpetas.

Su mano tembló al acercarse al mouse, pero fue Lysandra quien hizo clic. El contenido de la carpeta reveló una serie de documentos relacionados con transacciones financieras, propiedades adquiridas bajo nombres falsos, y un patrón de conexiones que parecía llevar directamente a la desaparición de Cadmus. Pero entre todo eso, lo que más llamó la atención de Lysandra fue un correo electrónico que había quedado guardado.

—Esto... —murmuró Lysandra mientras leía—. Esto es lo que lo puso en problemas.

Asteria se inclinó hacia adelante, sus ojos recorriendo las palabras rápidamente. El correo hablaba de un trato roto, de alguien que había descubierto demasiado y que estaba siendo perseguido por ello.

—Lysandra, ¿qué significa esto? —preguntó, su voz cargada de confusión y miedo.

La detective cerró la laptop con rapidez y se levantó.

—Significa que tenemos que movernos rápido. Esto no solo se trata de tu hermano. Hay gente involucrada en esto que no quiere que esta información salga a la luz.

Asteria sintió que el suelo se desmoronaba bajo ella. Lo que había comenzado como una búsqueda desesperada por encontrar a su hermano ahora se convertía en algo mucho más grande, más oscuro. Y no estaba segura de si estaba preparada para enfrentar lo que venía.

Lysandra tomó su chaqueta y verificó el arma que llevaba en la cintura.

—Tendremos compañía pronto. Este lugar ya no es seguro. Recojamos lo que necesitamos y vámonos.- Asteria sabía que, aunque habían dado un paso más hacia descubrir la verdad, el peligro que acechaba no había hecho más que crecer.

El aire dentro de la cabaña parecía pesar más con cada segundo que pasaba. Asteria observaba cómo Lysandra se movía con precisión, guardando su arma y asegurándose de que cada documento estuviera fuera de vista. Había algo tranquilizador en la forma meticulosa en que trabajaba, como si incluso el caos que las rodeaba no pudiera perturbar su enfoque.

—Asteria, necesito que te concentres —dijo Lysandra, con un tono firme pero no brusco. Sus ojos se encontraron, y por un instante, Asteria sintió que el mundo se detenía. Había una determinación en la mirada de Lysandra que calmaba el torbellino en su interior.

El silencio en la cabaña era roto por un sonido sutil desde el exterior. Fue un crujido bajo, tan leve que Asteria habría dudado si era real, de no ser por la forma en que Lysandra se tensó. Sin emitir palabra, la detective se acercó a la ventana, colocándose al margen de la luz mientras movía la cortina apenas unos centímetros para observar. Su postura, la manera en que controlaba su respiración, transmitía una calma peligrosa.

—Están aquí —murmuró Lysandra, girándose hacia ella. Su voz era baja, controlada, pero cargada de una alerta que hacía que el miedo de Asteria despertara por completo—. Prepárate para moverte. Vamos a salir de esta, juntas.

Asteria intentó asentir, pero el miedo era como una soga que apretaba su garganta, inmovilizándola. Lysandra notó su inquietud y, sin vacilar, se inclinó hacia ella, colocándole una mano en el brazo. Fue un gesto firme, cálido, que la enraizó en el momento.

—No voy a dejar que te pase nada —dijo Lysandra, su voz un poco más suave, como si estuviera asegurándole no solo su protección, sino su confianza—. Confía en mí, ¿puedes hacerlo?

La mirada de Asteria se aferró a la de Lysandra como si fuera un salvavidas. Tragó saliva, sintiendo que su corazón palpitaba con algo más que miedo: una chispa de esperanza.

—Sí —respondió, con un hilo de voz. Pero fue suficiente.

Un golpe en la puerta interrumpió el momento, resonando como un disparo que desgarró la quietud. El impacto llenó la cabaña, y Asteria sintió que el miedo volvía a trepar por su pecho. Lysandra, sin soltarla, la guió hacia un rincón más protegido.

—Quiero que permanezcas detrás de mí —ordenó la detective, mientras deslizaba su arma de la funda con un movimiento ágil y calculado. Cada gesto hablaba de preparación, de experiencia.

Otro golpe, más fuerte esta vez, hizo temblar la madera de la puerta. Asteria sintió que la calma que Lysandra había generado en ella comenzaba a desmoronarse. Los pasos en el porche se multiplicaban, y el sonido de voces apagadas comenzaba a filtrarse por las paredes. Pero el contacto constante de Lysandra seguía siendo su ancla, un recordatorio de que no estaba sola.

Cuando finalmente la puerta cedió, los hombres irrumpieron como sombras que se tragaban la luz de la chimenea. Lysandra no esperó. Fue puro movimiento, una fuerza calculada que desarmó al primer hombre antes de que pudiera reaccionar. Lo empujó contra la pared con la destreza de alguien que había estado en cientos de enfrentamientos como este.

Desde su rincón, Asteria observaba fascinada y aterrada, paralizada por la violencia y la precisión de lo que ocurría ante ella. Cada movimiento de Lysandra parecía diseñado para proteger, pero también llevaba consigo una intensidad que la hacía parecer indetenible.

—Asteria —dijo la detective entre ataques, desviando el golpe de otro hombre que había entrado—. Cuando veas una oportunidad, toma los documentos y sal por la ventana trasera. No pienses. Actúa.

La voz de Lysandra, firme y grave, hizo que algo dentro de Asteria se encendiera. Era como si esa conexión que habían formado en medio del caos le dijera que podía confiar plenamente en ella, incluso en lo desconocido.

Asteria no podía apartar los ojos de Lysandra. La manera en que la detective se movía entre los atacantes era hipnotizante: cada paso medido, cada giro calculado como si el caos fuese una coreografía que había dominado durante años. Pero no había tiempo para admirarla; el ruido de los hombres irrumpiendo en la cabaña la devolvió a la urgencia del momento.

Desde su esquina, Asteria sintió la barra telescópica aún en sus manos. Era un recordatorio físico de lo que debía hacer. Las palabras de Lysandra resonaban en su mente: No pienses. Actúa. Pero sus piernas seguían pesadas, como ancladas al suelo por el miedo.

Un tercer hombre entró, su sombra proyectándose en las paredes de madera. Lysandra lo enfrentó de inmediato, desviando el ataque de una navaja con un movimiento rápido que lo dejó tambaleando. En el proceso, el atacante se dio cuenta de Asteria, atrapando su mirada con una sonrisa cruel.

El pánico la atravesó como una descarga eléctrica, pero entonces sintió la voz de Lysandra elevarse por encima de todo.

—¡Asteria, ahora! —gritó mientras bloqueaba otro golpe.

La claridad en su tono rompió el hechizo del miedo. Asteria se levantó de su rincón, sintiendo la adrenalina empujar sus pasos. Se lanzó hacia el escritorio donde habían dejado los documentos y el disco duro, sus manos trabajando más rápido de lo que su mente podía razonar. Cada papel que guardaba en su bolso se sentía como un paso más hacia escapar, hacia sobrevivir.

Los sonidos detrás de ella se intensificaron: madera crujía, algo metálico golpeó el suelo, y entonces, un grito de dolor

Fue el hombre al que Lysandra acababa de derribar. Pero antes de que pudiera relajarse, Asteria sintió un movimiento detrás de ella. Giró con la barra telescópica levantada justo a tiempo para bloquear un brazo que intentaba alcanzarla.

El impacto resonó a través de sus manos, pero no la detuvo. Empujó con todas sus fuerzas, haciendo retroceder al atacante lo suficiente para recuperar el control. El hombre vaciló, sorprendido por su resistencia. Y en ese momento, Lysandra apareció tras él, inmovilizándolo con un golpe calculado. 

—Buen trabajo —dijo Lysandra con una sonrisa breve, pero sus ojos se movieron rápidamente hacia la entrada. Su postura seguía tensa, alerta.

—¿Hay más? —preguntó Asteria, su respiración entrecortada mientras intentaba procesar lo que acababa de ocurrir.

—Siempre hay más —respondió Lysandra, tomando su brazo y tirando de ella hacia la ventana trasera—. Pero ahora es nuestro turno de desaparecer.

Con un movimiento rápido, Lysandra deslizó el pestillo de la ventana y empujó a Asteria primero. Afuera, el aire frío golpeó su rostro, refrescándola pero también despertándola al peligro real que las rodeaba. Lysandra salió detrás de ella, cerrando la ventana con rapidez antes de que alguien pudiera seguirlas.

La oscuridad del bosque se extendía ante ellas, con árboles altos que susurraban al compás del viento. Lysandra agarró su brazo con firmeza, guiándola hacia un sendero estrecho que serpenteaba entre los troncos.

—Mantente cerca de mí. Y si te digo que te detengas, lo haces —indicó la detective, su voz baja pero firme.

Asteria asintió, todavía temblando pero dejando que la determinación de Lysandra se filtrara en ella. La cabaña quedó atrás, y con cada paso que daban hacia la espesura del bosque, sentía que la distancia entre ellas y el peligro crecía... pero no lo suficiente como para bajar la guardia.

El bosque parecía envolverlas con su oscuridad, los árboles formando un techo natural que apenas dejaba pasar la tenue luz de la luna. Cada paso sobre el suelo cubierto de hojas y ramas rotas era un recordatorio del peligro que habían dejado atrás. La respiración de Asteria aún era irregular, pero el ritmo constante de Lysandra junto a ella tenía un efecto curioso: hacía que el miedo se sintiera un poco más distante.

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