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Capitulo 3: La puerta de los secretos

Finalmente, Lysandra logró desestabilizarlo con una patada en la rodilla que lo hizo caer al suelo. Pero el hombre delgado ya había recuperado su posición y se lanzaba hacia ella con un cuchillo. Lysandra reaccionó con rapidez, desviando el arma con su antebrazo y empujándolo con fuerza hacia un montón de escombros.

—¡Lysandra! —gritó Asteria desde el auto, su voz cargada de preocupación.

La detective la miró brevemente, un destello de satisfacción cruzando sus ojos antes de correr hacia el vehículo. Cuando Lysandra llegó al auto, se subió rápidamente y cerró la puerta de golpe.

—Tenemos que irnos —dijo mientras encendía el motor y aceleraba, dejando a los atacantes atrás.

El silencio dentro del vehículo era tan pesado como el aire del parque. Asteria miró a Lysandra, con el corazón aún latiendo con fuerza.

—Gracias —murmuró, sin saber qué más decir.

Lysandra soltó un pequeño suspiro y se permitió una leve sonrisa.

—Por eso te dije que no vinieras sola —respondió, su tono suave pero cargado de reproche.

Asteria desvió la mirada hacia el maletín en sus manos. Aunque el peligro inmediato había pasado, sabía que el verdadero desafío apenas comenzaba.

El auto se detuvo frente al bar con un movimiento lento, como si incluso el motor supiera que aquel lugar requería cautela.

Desde afuera, era un edificio anodino: una fachada oscura con un letrero al neón que parpadeaba intermitentemente, lanzando destellos rojos y verdes sobre el pavimento húmedo. La noche parecía más fría aquí, y el aire llevaba un toque de humedad que hacía que cada respiración fuera más pesada.

—¿Aquí es donde encontraremos respuestas? —preguntó Asteria, apretando el maletín contra su pecho. Sus ojos buscaban alguna señal de peligro en los alrededores.

Lysandra apagó el motor y dejó escapar un leve suspiro antes de responder.

—Puede ser. Si alguien sabe algo sobre esa llave, probablemente sea aquí dentro. Quédate cerca de mí y, sobre todo, no hables. Este no es el tipo de lugar donde hacen preguntas por cortesía.

No le dio tiempo de protestar antes de salir del auto. Asteria la siguió rápidamente, el ruido de sus botas resonando contra el concreto como un tamborileo nervioso.

Al entrar, fue recibida por un ambiente cargado. El olor a tabaco viejo y alcohol añejo se mezclaba con el de madera húmeda. Una televisión en una esquina reproducía imágenes sin sonido, y el murmullo de conversaciones apagadas flotaba en el aire como un zumbido constante.

Lysandra avanzó como si perteneciera a aquel lugar. Su andar era lento pero seguro, con la barbilla levantada y los ojos escaneando cada rincón. Asteria trató de imitar esa seguridad, pero el maletín en sus brazos la hacía sentir como si estuviera marcando un blanco en su espalda.

En una mesa en el rincón más oscuro del bar estaba el objetivo de Lysandra: un hombre de mediana edad con una chaqueta de cuero gastada y un rostro curtido por años de malos tratos —probablemente autoinfligidos. Tenía una copa de whisky medio vacía en la mano, y sus ojos se clavaron en Lysandra como dos cuchillas.

—Vick —saludó Lysandra, inclinando la cabeza ligeramente mientras tomaba asiento frente a él.

—Lysandra. Hace tiempo que no te veo por aquí —respondió, su voz arrastrada como el último sorbo de un cigarrillo olvidado.

No se molestó en mirar a Asteria, pero parecía consciente de su presencia.

Asteria permaneció en el borde de la mesa, aferrándose al maletín y tratando de no fijar la mirada en ninguna dirección en particular. Se sentía como un animal perdido entre depredadores.

Lysandra dejó la llave del maletín sobre la mesa. La pequeña pieza metálica brilló a la luz tenue, como un fragmento de algo mucho más grande.

—Dime lo que sabes de esto —dijo Lysandra, su tono tan cortante como la hoja de un cuchillo.

Vick tomó la llave con dedos descuidados, examinándola como un joyero evalúa un diamante falso. Se inclinó hacia atrás en su silla, dejando que la tensión creciera como una brasa encendida.

—Es vieja. No muchas de estas quedan por aquí. Parece una de los depósitos de seguridad que tenía Larkin en el distrito industrial… Calle Hawkins, número 32. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras se hundieran en el aire antes de continuar—. Pero últimamente ese lugar ha tenido mucho movimiento. Gente que no quiere ser encontrada.

Lysandra no parpadeó. La mención del depósito pareció confirmar sus sospechas, pero su rostro seguía siendo una máscara impenetrable.

—Gracias, Vick —respondió, sacando un par de billetes de su bolsillo y deslizándolos por la mesa con un movimiento discreto.

Vick tomó el dinero sin una palabra, pero justo cuando Lysandra se levantaba, añadió:

—Tú no eras de las que iban directo al peligro, Lysandra. Será mejor que no vuelvas con preguntas si sobrevives a esto.

Lysandra no respondió. Su cuerpo hablaba por sí mismo mientras giraba y caminaba hacia la salida, con Asteria siguiéndola como una sombra nerviosa.

El aire fuera del bar parecía más frío de lo que recordaba, y Asteria sintió cómo su corazón intentaba procesar la información que había escuchado.

—¿Un depósito? ¿Qué quiso decir con “movimiento”? —preguntó, rompiendo el silencio mientras subían al auto.

Lysandra encendió el motor, lanzando una mirada fugaz a Asteria antes de concentrarse nuevamente en la carretera.

—Probablemente quiso decir que no seremos las únicas interesadas en lo que sea que Cadmus estaba escondiendo allí. Y créeme, si ellos ya están ahí, no serán amigables.

Asteria apretó el maletín con más fuerza. Aunque las palabras de Lysandra habían sido claras, el peso de la realidad comenzaba a asentarse. Estaba persiguiendo una sombra, pero esa sombra estaba siendo perseguida por algo mucho más grande.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —preguntó en un susurro.

Lysandra mantuvo los ojos en el camino mientras aceleraba hacia el oeste.

—Vamos. Pero esta vez, Asteria, vas a escucharme. Si algo sale mal, corres. No discutes, no dudas. ¿Entendido?

Asteria asintió, pero algo en su interior sabía que no sería tan fácil. Cada paso que daba hacia su hermano la acercaba a una verdad que no estaba segura de querer conocer.

El depósito en la Calle Hawkins, número 32, no era más que una sombra en la distancia mientras Lysandra conducía en silencio. Las palabras de Vick seguían resonando en la mente de Asteria: “Gente que no quiere ser encontrada.” 

El pensamiento parecía envolverse alrededor de su garganta, cada vez más apretado con cada kilómetro que recorrían. La ciudad había quedado atrás, y los edificios de concreto dieron paso a estructuras industriales olvidadas por el tiempo.

—¿Sabes usar esto? —preguntó Lysandra de repente, rompiendo el silencio.

Estiró el brazo hacia el asiento trasero y sacó una pequeña barra telescópica, del tipo que podía doblarse en un arma en cuestión de segundos.

Asteria la miró, incapaz de ocultar su sorpresa.

—¿Crees que lo necesitaré? —preguntó, aunque algo en su interior ya sabía la respuesta.

—No es para que pienses. Es para que actúes —replicó Lysandra, lanzándole una mirada rápida antes de volver a concentrarse en el camino—. Pero espero que no tengas que usarlo.

El auto se detuvo a pocos metros del depósito. Desde afuera, parecía un cascarón desolado: un edificio de concreto gris, con ventanas tapadas por tablones viejos y una puerta metálica que reflejaba la luz de un farol solitario. Asteria sintió el peso de la barra telescópica en sus manos, mientras su cuerpo entero parecía congelarse.

—Recuerda lo que te dije —añadió Lysandra mientras bajaba del auto—. Si algo sale mal, corres. No soy de las que arriesgan vidas innecesariamente.

Asteria asintió, aunque sus pies se sentían pegados al suelo. La noche había adquirido una quietud inquietante, como si el mundo estuviera conteniendo el aliento.

Avanzaron juntas hacia la entrada, Lysandra liderando con la misma postura calculada que había mostrado en el parque industrial. La detective examinó la puerta con cuidado antes de girar el pomo. No estaba cerrada, y el sonido de metal al abrirse se sintió como un grito que rasgaba el silencio.

Dentro del depósito, el ambiente era denso. El olor a humedad y aceite viejo llenaba el aire, y la penumbra era rota solo por los haces de luz que entraban por las grietas de las paredes. Había estanterías de metal repletas de cajas oxidadas, y cada paso hacía crujir el suelo.

Asteria sacó la linterna de su bolso y comenzó a explorar los alrededores, mientras Lysandra avanzaba en silencio, sus ojos analizando cada detalle. Fue entonces cuando ambas escucharon un ruido: algo se movía entre las sombras, un sonido de pasos apresurados.

—¡Escóndete! —susurró Lysandra, empujando a Asteria detrás de una estantería.

La detective sacó su arma y se movió hacia el origen del ruido con cautela. Asteria, por su parte, intentaba controlar su respiración, pero el miedo latía con fuerza en su pecho. Desde su escondite, podía ver cómo Lysandra se deslizaba entre los estantes, su postura alerta y fluida.

De repente, una figura emergió de las sombras, un hombre con una chaqueta oscura y un rostro cubierto por una máscara. En su mano llevaba una barra metálica, y su postura no dejaba dudas de que estaba preparado para atacar.

Lysandra reaccionó primero, desviando el primer golpe con su brazo mientras giraba y lo empujaba hacia un estante. El ruido del impacto resonó por todo el depósito, pero el hombre se recuperó rápidamente, lanzándose hacia ella con fuerza. Asteria observaba, congelada, sin poder decidir si debía intervenir.

—¡Ahora, Asteria! —gritó Lysandra mientras desviaba otro ataque.

La barra telescópica en sus manos parecía cobrar peso, como si el objeto entendiera la gravedad del momento. Asteria salió de su escondite, sintiendo cómo la adrenalina inundaba su cuerpo, y se lanzó hacia el atacante antes de que pudiera contraatacar. La barra golpeó su brazo, haciéndole soltar el arma y retroceder.

—¡Buen movimiento! —dijo Lysandra, mientras el atacante caía hacia atrás.

Pero no estaban solos. Desde el fondo del depósito, otro hombre emergió, esta vez armado con un cuchillo. Lysandra se giró rápidamente, usando su arma para desviar el ataque mientras Asteria intentaba recuperar el control de la barra. Los movimientos de la detective eran precisos, casi mecánicos, y cada golpe parecía diseñado para desestabilizar a su oponente.

—¡Corre hacia la salida! —gritó Lysandra.

pero Asteria sabía que no podía dejarla atrás. con un grito, se lanzó hacia el segundo hombre, usando la barra como escudo mientras Lysandra lo empujaba hacia las estanterías.

El sonido de objetos cayendo llenó el espacio, y por un momento, el caos se apoderó del lugar. Finalmente, ambos hombres quedaron inmovilizados, uno inconsciente en el suelo y el otro atrapado entre cajas rotas.

Asteria respiraba con dificultad, su cuerpo temblando mientras miraba a Lysandra.

—¿Estás bien? —preguntó, aunque su voz sonaba más débil de lo que esperaba.

Lysandra asintió, guardando su arma y mirándola con una mezcla de aprobación y preocupación.

—Eres más valiente de lo que pensé —dijo, aunque su tono llevaba un borde de dureza—. Pero la próxima vez, sigue mis órdenes.

Asteria no respondió. Su mirada se posó en una de las cajas que había caído durante la pelea. Dentro, algo brillaba bajo la luz de la linterna: documentos y fotografías, pero también un disco duro viejo y una carpeta con el nombre de Cadmus escrito en tinta negra.

—Lysandra… esto es de mi hermano —dijo, su voz temblando mientras recogía los objetos.

La detective se acercó, examinando el contenido rápidamente. Su expresión se endureció.

—Tenemos lo que buscábamos. Vámonos antes de que vengan más.

Ambas salieron del depósito con rapidez, dejando atrás el caos. Pero el peso de lo que habían encontrado apenas comenzaba a asentarse La carretera de regreso se estiraba bajo un cielo opaco.

El interior del auto permanecía en silencio, roto solo por el suave rugido del motor Asteria, con el disco duro y la carpeta de Cadmus sobre su regazo, intentaba calmar la tormenta de emociones que se arremolinaba dentro de ella. Cada documento, cada objeto que habían recuperado del depósito, era una pieza de un rompecabezas que apenas comenzaba a formarse, y el peso de lo desconocido la aplastaba.

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