No toques a mi Lizzy

Areliz se paró a un lado de la puerta de Emma, quedando se apoyada allí justo junto a la entrada, lista para invadir la habitación, ya con todo su equipo puesto de ante mano.

El Dr. Mordred llegó con paso aletargado, claro, él no tenía prisa alguna, y tampoco le importaba dejarla al borde del colapso nervioso, por que sí, estaba muy nerviosa, pero comprendía que él no la estaba ayudando por bondad, solo porque le era sencillo y porque algo sabía, pero no quería decirlo, solo le haría este pequeño favor y ya era mucho.

Mejor no tentarlo a no querer ayudarla reclamando le por algo sin importancia, simplemente esperaría a que hiciera todo a su ritmo.

El Dr. Mordred entró a la habitación sin preocupación alguna y dejó la puerta entre abierta, cosa que Areliz le agradeció mentalmente.

—¿Y qué haces tú aquí? —Areliz escuchó la voz de Emma llena de cansancio y fastidio.

No parecía ser el tono de voz de alguien enferma y sufriendo por varios males.

—Vine por orden del jefe, el señor
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