No le agradezcas
Teo condujo a Areliz por un angosto camino de tierra rodeado de árboles altos. A medida que avanzaban, la ciudad quedaba atrás y la civilización parecía desvanecerse en un horizonte lejano. Finalmente, llegaron a un claro en medio del bosque, donde una cabaña de madera bastante grande se alzaba majestuosa.

La cabaña tenía un aspecto rústico y encantador, con detalles de madera tallada y una gran terraza en la parte delantera. Junto a la cabaña, una pequeña huerta florecía con una variedad de colores y fragancias. Más allá, un establo algo pequeño albergaba a varios caballos. Areliz quedó asombrada por la belleza del lugar y la paz que irradiaba.

A pesar de la tranquilidad del entorno, Areliz no podía evitar sentir una angustia constante por su situación. Sabía que, por ahora, su vida y la de su hijo dependían de mantenerse escondidos en este lugar remoto. Era un refugio, sí, pero también era una prisión de su propia creación, donde la normalidad y la libertad parecían un sueño inalcanz
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