Salgo del club y camino hasta el aparcamiento, en busca de mi viejo auto. Es un cacharro, pero cumple su función, que es llevarme sana y salva a casa sin depender de nadie. Aunque tengo muchas necesidades, estuve ahorrando un tiempo para poder adquirirlo. No podía seguir gastando la mitad de mi sueldo pidiendo un taxi o exponiéndome a las manos largas de algunos de mis “compañeros” de trabajo. Por mi salud mental y bienestar, decidí hacer esta inversión.
Quito el seguro y abro la puerta, tiro mi bolso al asiento del lado y antes de subirme, miro a mi alrededor. Es como si sintiera la mirada de alguien sobre mí y tuviera la necesidad de corroborarlo. Mi piel se eriza al ser consciente de la oscuridad que me rodea, solo un poste proyecta algo de luz a unos metros de mi posición. Aprieto la mandíbula y rechino los dientes para aguantar el temblor que me recorre por un segundo. No confío en nada ni en nadie en este lugar y, precisamente por eso, es que tengo miedo de lo que puede esperarme cuando estoy sola. Es de valientes, conocer y temer las características de sus enemigos; aunque pretendo aparentar calma y tranquilidad mientras estoy rodeada de buitres, mantengo un ojo abierto y atento a todo.
Suspiro y me subo al auto de una vez, no es como si quisiera quedarme aquí para averiguar si son paranoias o no. Arranco y me voy, rumbo a casa, rumbo a mi hija.
A estas horas, las calles están casi vacías, solo algún que otro auto y las últimas rutas de autobús. Avanzo con mis manos apoyadas sobre el volante y mirando al frente, atenta a cada detalle para evitar sorpresas; en la noche, como que los conductores se vuelven un poco locos. Tomo la misma ruta de siempre, la más directa; aunque cada noche tener que pasar por aquí, sea un recordatorio en mi misma cara de todas las mentiras que creí.
Miranda' s Jewelry abarca media cuadra de extensión. Sus salones lujosos y escaparates exclusivos, muestran joyas aún más exclusivas, caras y elegantes; a la altura de personalidades importantes e inalcanzables para gente como yo. No debería importarme siquiera lo que es o lo que representa esa marca reconocida, pero sí lo hace. Ese cartel inmenso, fino y brillante, que anuncia el nombre de la dueña, me recuerda constantemente lo que pudo más que años de amor y compromiso. El dinero.
No quiero cerrar los ojos, porque además de atender el tráfico, no quiero que las lágrimas que los empañan caigan sin remedio; pestañeo, porque me prometí no llorar más. A estas alturas, no debería importarme. Pero es tan complicado olvidar lo que me hizo caer en depresión por meses, lo que me llevó hasta donde hoy estoy.
Es inevitable recordar los inicios, el principio de un sueño. Aquello que deseábamos más que nada y que a base de tropezones, pudimos lograr; o al menos una parte.
De mi vida antes de él, poco recuerdo. Llegó muy temprano, apenas teníamos seis años cuando nos conocimos. Lo que comenzó como una amistad pura y sencilla desde primer grado de la escuela primaria, se convirtió luego en una hermandad sin límite; hasta que fuimos un poco más allá. Siempre estuvo presente y para nadie fue una sorpresa, que un amor natural y sin igual, surgiera entre nosotros con los años. Llegada la etapa de universidad, no podíamos negar que nos amábamos sin medida.
Como fieles amigos de la infancia, siempre compartimos sueños. Metas que escribimos en una carta, para luego quemarla en una hoguera, y que se cumplieran nuestros sueños. Las que aún hoy, recuerdo como si fuera aquella niña de diez años que sonreía emocionada ante la expectativa de lo que depararía su futuro.
Tener un título universitario. Encontrar nuestro compañero de vida (en su caso, compañera; recuerdo que así mismo lo escribimos). Salir del país, viajar por el mundo.
Esta última meta, con los años, tomó fuerza. Se volvió una necesidad encontrar un lugar donde realmente pudiéramos crecer, desarrollarnos como profesionales y garantizar un sustento adecuado. Ya no pretendíamos viajar por el mundo, solo queríamos una oportunidad, de salir e intentar progresar.
Por motivos de responsabilidad, desinterés, o cualquier otro que aún a estas alturas no puedo comprender; la única que pudo conseguir el segundo objetivo, entre los dos, fui yo. Fui feliz aquel glorioso día en que, dentro de un inmenso y repleto teatro, subí al estrado para exponer el discurso de despedida, por ser la mejor graduada de mi año. Ahí supe, cuánto había resultado mi sacrificio y quise demostrarlo, un poco más allá.
Logramos salir de nuestro país y llegamos al nuevo mundo, algo completamente diferente a lo que conocíamos. Al principio, nos quedamos en casa de unos amigos, que llevaban unos años aquí y estaban un poco más asentados. Yo tenía mi título universitario, pero no me sirvió de mucho. Sin un currículum y experiencia profesional, en este país era una de las tantas personas que tenían algo de estudios. Logré conseguir un trabajo como secretaria en una mediana empresa en desarrollo, no era la gran cosa, pero al menos alcanzaba mi sueldo para los pocos gastos que teníamos.
Sin embargo, solo dos meses nos duró la felicidad.
El punto de inflexión en mi vida, puede considerarse como contradictorio. Por un lado, llegó la mayor felicidad que alguna vez he tenido y el único motivo por el que me levanto cada día. Por otro, fue el detonante para que mi vida fuera cuesta abajo sin poder hacer nada.
Para que yo conociera en realidad, quién era Ernesto Díaz.
La lluvia caía y golpeaba contra las ventanas de cristal opaco. En un puro nervio, mordía mi labio inferior y rebotaba uno de mis pies contra el suelo. La espera me estaba matando y solo habían pasado, según mi reloj, unos dos minutos de los cinco que deben esperarse.—Diosito, que sea negativo, por favor —ruego, porque en estos momentos no estamos en condiciones de mantener un embarazo y menos, todo lo que conlleva un bebé. Cae un relámpago y la luz, más el potente trueno que se escucha al instante, me hacen brincar del susto. Doy vueltas en el lugar, con mis brazos cruzados a la altura del pecho, pidiendo una y otra vez que mi atraso solo sea por el estrés de todos estos meses pasados. Vuelvo a mirar mi reloj y ya dieron cinco, con el corazón a tope en mi garganta, ahora dudo para ir hasta el baño y ver de una vez el resultado. Muerdo el interior
Tomo el volante con fuerza entre mis manos; los nudillos se ponen blancos ante la presión que estoy ejerciendo. De solo recordar aquella horrible noche, siento mi cuerpo arder de rabia. Aquella noche comenzó todo.Una noticia que nos rompió de la peor manera posible; pero yo creía, confiaba. Sin embargo, solo obtuve decepciones, por meses y desde todas direcciones. De nada sirvieron mis sacrificios, mis ganas de ayudar, el amor que tanto decíamos sentir. Todo se volvió de plastilina y ya no pude hacer nada.Porque, ¿cómo convences a alguien de que no se rinda, cuando ya lo hizo?Sencillo. No haces nada. Intentas sobrevivir. Como la ley de la selva, la del más fuerte.Pero yo era débil, estaba enamorada y eso me hacía dudar, me hacía mantener las esperanzas. No podía pensar siquiera en la posibilidad de experimentar un cambio, en mi vida no había cabida para e
Subo las escaleras con pocos ánimos, demasiado cansada. Cuando entro en la casa todo está a oscuras, no suelo dejar ninguna luz prendida. Voy tanteando por la pared en busca del interruptor y una vez lo presiono, se enciende la luz de la pequeña sala de estar. Con mi bolso colgando de mi mano y desde la puerta, observo lo que ahora es mi hogar; lo que ha sido mi casa desde que hace cuatro años pude encontrar donde dormir sin depender de nadie más.El espacio es bastante reducido, pero he logrado que no se sienta tan apretado, teniendo solo lo mínimo indispensable. Un sofá viejo, pero en buen estado, ocupa lo que sería la sala de estar, frente a una mesa alta con un televisor encima. Detrás, lo que hace las veces de comedor y cocina a la vez. Una mesa con solo dos sillas y al menos un metro de encimeras de granito. De la parte izquierda, una habitación grande y al final de todo, el baño.En rea
Mi despertador suena a las nueve en punto. A pesar de lo tarde que me acosté, no quería dormir de más y que Audrey llegara conmigo durmiendo todavía. Me levanto sin pensarlo tanto, porque de hacerlo regresaría a la cama otra vez, voy directo a la cocina y me preparo una buena cafetera de café. En lo que cuela, que suele demorarse, voy al baño para asearme y cambiarme de ropa. Me miro en el espejo y observo mi rostro pálido y ojeroso. No puedo hacer mucho con eso y no es como que vaya a maquillarme mientras estoy en casa, así que suspiro y lavo mis dientes.Regreso a la cocina y ya puedo disfrutar de mi café. Lo tomo como siempre, un poco dulce y con un chorrito de leche; como dirían en mi país, “cortadito”. Me siento, con la pequeña taza entre mis manos y las rodillas dobladas, en el viejo sofá y enciendo la televisión. No me interesa nada de lo que está
Mi sangre arde en mis venas ante lo que escucho. Richard no ha parado de hablar desde que dijo sobre los nuevos cambios; tampoco ha dejado de dirigirme miradas petulantes. Él sabe que siempre me he negado a eso, porque en este club no se ofrecían bailes privados; solo las chicas que aceptaban trabajo extra y que él tiene ahora comiendo de su mano, ofrecían tales servicios. Y algunos más.Pero ahora cambia la política del club y yo no puedo hacer nada, más que callar.Tengo que tragar en seco y respirar profundo, para calmarme. Al final, se saldrá con la suya. Tendré que bajar la cabeza y aceptar la nueva modalidad, pero tampoco le pondré tan fácil las ganas de atormentarme.Jessie y yo nos mantenemos en nuestros lugares, solo nos miramos, escépticas; mientras las demás chicas chillan emocionadas o se miran horrorizadas, ante lo que tendrán que hacer ahora. Se podr&i
Conduzco sin rumbo por la ciudad, no me atrevo a regresar a casa todavía; necesito calmar esta rabia candente que corre por mis venas.«¿Cómo se atreve ese maldito?».Quiero gritar. Gritar hasta desgarrar mi garganta.«¿Cómo se atreve a amenazarme de esa forma tan vil?».Por mi rostro caen lágrimas de frustración, dolor y furia. Mis nudillos están blancos de tanto apretar el volante y mi cuerpo lo siento tenso, demasiado rígido. Miro al frente sin atreverme casi a pestañear; muerdo tan fuerte mis labios que comienzo a sentir el dolor, pero no me detengo. Ni siquiera puedo saber si respiro con normalidad; es tanta la desgracia en la que me voy sumiendo, que no soy consciente de nada más. Solo recuerdo las palabras de ese enfermo. Las repito en mi mente una y otra vez.—Maldito —murmuro entre dientes.Tengo que detener el auto en un
La noche termina conmigo abrazada a mi hija, intentando dormir. Entre todos los recelos, la incertidumbre y los viejos recuerdos, no logro conciliar el sueño. Para nada influye el cansancio físico, menos el mental; para darle un poco de descanso a mi cuerpo.Tengo miedo y no puedo negármelo. No a mí misma.Puedo aparentar seguridad, puedo ser una perra orgullosa si hace falta; todo por mantener esa imagen de mujer fuerte e inalcanzable. Pero no soy de hierro, sangre corre por mis venas y siento temor, como todos. Sé cuales batallas puedo enfrentar y cuáles no; y la que se avecina, es una que debo jugar con cuidado. Tengo claro que no me rendiré ante nadie, mucho menos por el enfermo de Richard, pero debo aguantarme el carácter para no terminar perjudicada.Mañana será un día largo y duro. No sé para qué me quiera Richard en el club tan temprano, nunca antes me había
«¿Qué diablos fue eso?».Sacudo mi cabeza para concentrarme en lo que debo hacer y no prestar atención a la intensa mirada que siento ahora en mi espalda. Me centro en las chicas a mi alrededor que alaban mi presentación y trato de ignorar las crecientes ganas de girarme, para verificar que el desconocido se haya ido. Lo que sentí, al cruzar nuestras miradas, fue más allá que una simple atracción. No se sintió como cuando te encuentras con alguien increíblemente hermoso, que deseas mirarlo porque es un buen refrescador de pantalla; no, este hombre miró a través de mí. Y aunque debería decir que no me gustó la sensación, sería una vil mentirosa; se sintió como un subidón de adrenalina ser el foco de atención de alguien tan imponente.Muerdo el interior de mi mejilla para aguantarme la necesidad de volver a verlo. Vuelvo