Mi sangre arde en mis venas ante lo que escucho. Richard no ha parado de hablar desde que dijo sobre los nuevos cambios; tampoco ha dejado de dirigirme miradas petulantes. Él sabe que siempre me he negado a eso, porque en este club no se ofrecían bailes privados; solo las chicas que aceptaban trabajo extra y que él tiene ahora comiendo de su mano, ofrecían tales servicios. Y algunos más.
Pero ahora cambia la política del club y yo no puedo hacer nada, más que callar.
Tengo que tragar en seco y respirar profundo, para calmarme. Al final, se saldrá con la suya. Tendré que bajar la cabeza y aceptar la nueva modalidad, pero tampoco le pondré tan fácil las ganas de atormentarme.
Jessie y yo nos mantenemos en nuestros lugares, solo nos miramos, escépticas; mientras las demás chicas chillan emocionadas o se miran horrorizadas, ante lo que tendrán que hacer ahora. Se podría pensar, qué más da, si ya bailamos semidesnudas en frente de un mar de hombres desquiciados. Pero no se podría entender la diferencia, si no se vive la experiencia. En mi posición, que odio hacer lo que hago cada noche, me concentro solo en la música y en la luz que cae a mi alrededor; no miro hacia el público, ni siquiera dedico un segundo a pensar en qué tipo de persona me está viendo. Sin embargo, en un espacio reducido y privado, donde puede haber diez o puede haber uno, las condiciones cambian por completo. Sé que sería consciente de absolutamente todo a mi alrededor y ya me siento demasiado incómoda con la forma en que me gano la vida.
También está la posición que juega Richard en esta situación. Él tiene las de ganar y nada garantiza que pueda mantener mi bienestar. Llevo todo este tiempo negándome a lo que desea explotar de mí y no dudo, que quiera cobrármelas todas.
—No me gusta, Amaia —susurra Jessie, casi sin mover los labios.
Ambas sabemos que están al tanto de nuestras reacciones. Tanto el mismo Richard, como las demás chicas. Jessie y yo somos un poco privilegiadas, si podemos decirlo de alguna forma; pero nos hemos ganado esa posición a base de sacrificio. Odiamos lo que tenemos que hacer, pero eso no es motivo para ganarnos un despido o hacer un mal trabajo. Con una relación de amor-odio, damos todo de nosotras para mantenernos donde estamos. En la cima de la popularidad de la noche.
Nuestras coreografías son las mejores y solemos actuar juntas en las noches más llenas de público. Mientras otras se enfocan en hacer coreografías con demasiado contenido erótico, nosotras incluimos figuras delicadas, de esas que gritan “mírame”, pero dejan con ganas de más. Aunque no lo pretendemos, somos las mejores.
—Sabes lo que pienso, Jess —murmuro, entre dientes y fingiendo una sonrisa—, no confío en nada que venga de él.
—Haces bien, nunca lo hagas.
Nos miramos cómplices por un segundo y seguimos atentas a los demás, sin hablar más del tema. Se acaba la algarabía cuando Richard comienza a hablar otra vez. Nos mira a todas como si fuéramos signos de peso que desea obtener y con una sonrisa demasiado perversa, se frota las manos.
—Hoy lanzamos las primeras ofertas. Los clientes no conocen el nuevo servicio y podrán darle una probada a lo que se viene. —Apunta a Ámbar y agrega—: Tú serás la primera. Las demás irán rotando el resto de la semana.
Vuelve a fijar su mirada sobre mí y yo quiero dar arcadas por lo que transmiten sus ojos. Un escalofrío me recorre, pero me mantengo altanera. Incluso le alzo una ceja inquisidora, retándolo. Puede que esté temerosa de sus planes, pero no pienso darle ni una gota de gusto. Él frunce el ceño, primero; luego extiende una sonrisa que me hace congelarme.
—No se supone que lo provoques, Amaia —murmura Jess, mirándome de reojo.
—Él no me va a hundir, Jess. No puede pensar ni por un momento que tiene la oportunidad de doblegarme.
—Lo sé, amiga, pero no camines directo al filo de la navaja. Debes ser cuidadosa.
—No te preocupes —digo y extiendo una mano, para tomar la suya y darle un apretón.
Cuando todas se levantan, para ir hacia los camerinos, también lo hacemos nosotras dos; pero no hemos dado dos pasos cuando escucho que me llama por mi nombre. Me detengo, aunque no me vuelvo. Jessie me mira y en sus ojos veo preocupación, pero le sonrío, para tranquilizarla. Respiro profundo y me giro, para ver a Richard justo detrás de mí. Me dan ganas de dar un paso atrás cuando siento su repugnante olor, pero me quedo donde mismo. Soy más alta que él y quiero aparentar, además de seguridad, que no me siento intimidada con su presencia.
—Te dije que te arrepentirías, Amaia. —Chasquea su lengua y ríe a carcajadas. Suena como si fuera el típico villano que se divierte con sus malévolos planes.
Lo que podría ser preocupante, si en su expresión puedo ver las ganas de joderme que tiene, pero no es momento para pensar en lo que es capaz. Ahora debo mantenerme firme, aparentar que nada que venga de él me asusta lo suficiente, para siquiera incomodarme con su presencia.
—Richard, a estas alturas deberías saber que nada que venga de ti, me importa —murmuro, con una expresión seria y sin titubear—. Todo lo que intentas hacer, encontraré la manera de que no me afecte. ¿Quieres que dé bailes privados? Los daré, no me asusta; pero haciendo esto solo demuestras que estás tan obsesionado en someterme, que estás dispuesto a cambiar las putas reglas del club.
Sonrío, sardónica, al verlo entrecerrar los ojos y sus fosas nasales expandirse con rabia contenida. Me acerco más y su olor rancio, a sudor y a tabaco, me provoca náuseas, pero aguanto el tipo.
—Nunca seré la p**a que quieres que sea, Richard —declaro, con tono bajo y potente. Doy un paso atrás otra vez—. Hazte la idea.
Camino de espaldas, por al menos tres pasos más; quiero que vea mi expresión mientras lo reto. Por supuesto, él no dice nada, solo me observa con la cara colorada y a punto de explotar.
Antes de volverme del todo, alzo los hombros y hago una mueca soberbia. Le doy la espalda y camino hasta los camerinos. Cuando atravieso las cortinas de terciopelo que separan ambas zonas del club, respiro. Ni siquiera había notado que estaba aguantando la respiración.
(…)
Horas perdidas, por un simple capricho. Por un intento de sometimiento.
Al final, la noche transcurrió como cada domingo. Salí de última, como el número más esperado de la jornada y la más ovacionada.
Ahora vuelvo a estar frente a mi espejo, como cada vez. Observo los ojos verdes que cada día se ven más apagados y repito el mismo procedimiento de siempre; quito mi maquillaje, quito mi ropa y salgo del camerino, dispuesta a ir a casa. Pero como cada vez, debo pasar antes por la oficina de Richard. Y hoy, después de todo lo que le dije antes, tengo menos ganas de hacerlo. Suspiro, cuando nadie ve, antes de subir las escaleras. Como siempre, sus guardias personales. Otras veces me apena rodar los ojos por el trabajo de m****a que tienen estos dos, pero hoy sí lo hago. Así de obstinada me siento.
—Buenas noches, señores. Ya saben quién soy y saben que su jefecito me está esperando, así que, con permiso —digo, mirándome las uñas.
Los gorilas se apartan de mi camino y yo llamo a la puerta. En mi estado de ánimo estarían fácilmente las ganas de entrar sin llamar, pero conociendo las depravaciones del susodicho, sería algo que no jugaría a mi favor.
—Entra —dice, con voz seca.
Con mi frente en alto, hago lo mismo de siempre, entro a su oficina y no cierro la puerta. Pero hay algo diferente hoy. Richard está sentado detrás de su escritorio y me mira apenas un segundo, antes de enfocarse otra vez en los papeles que tiene delante.
—Aquí estoy, tú dirás.
Extiende una mano con el sobre de mi paga del día y casi que dudo, para ir a buscarlo hasta su mesa. Me extraña mucho que no esté siendo un grano en el culo, pese a todo lo que le dije antes. Sin embargo, no pregunto, mucho menos le busco la lengua; no debo cantar victoria todavía. Tomo el sobre y cuando jalo, él opone resistencia. Levanta la mirada de lo que estaba haciendo y me observa, serio.
—Mañana te quiero aquí temprano —afirma, como si estuviera hablando de cualquier otro día y no de mi franco.
—¡No! —aseguro, con una risa sarcástica—. Mañana es mi día de descanso. No me verás aquí.
Hago presión para llevarme el sobre, pero otra vez, me lo retiene.
—Si no vienes mañana temprano, no te molestes más.
Suelta el sobre y yo me quedo estática, con la mano extendida.
—¿Qué carajos estás diciendo? —Frunzo el ceño.
—Fácil —dice, levantando su mirada y ahora sí, sonriente; como quien sabe que ha logrado lo que esperaba—. O vienes, o estás despedida.
Paso una mano por mi rostro, al entender el significado de sus palabras. Respiro profundo para no perder los nervios delante de él.
—O sea, me quitas mi día de descanso y si me niego a aceptar eso, estoy despedida.
—Eres muy inteligente. —Sonríe, desagradable.
—No tienes otra bailarina como yo, Richard —declaro, apelando a toda mi arrogancia.
Por más que odie estar aquí, es mi sustento y no puedo permitirme quedarme sin sueldo. Ya de por sí, vivo por los pelos.
—Ah, eso. —Resopla y hace un gesto con su mano, para quitarle importancia—. No es problema, el experimento de hoy dio buenos resultados. Ya encontraré alguna que esté a su altura, princesita.
La burla en su voz es evidente. Muerdo el interior de mi mejilla para no demostrarle lo desubicada que me siento ahora mismo, pero decido tomar una decisión arriesgada. Yo sé que el club es rentable, en mayor parte, por mí. En varias ocasiones he escuchado de su misma boca, lo importante que son mis bailes y todas las expectativas que se crean a mi alrededor. Estoy segura que me está poniendo a prueba. Así que, me lanzo.
—Ok —digo y doy un paso atrás. La reacción de él no se hace esperar. Le brillan los ojos porque piensa que caeré a sus pies por el ultimátum—. Mañana vengo a buscar mi liquidación.
Al instante, la mirada triunfante se vuelve estupefacción. Doy media vuelta y me encamino hasta la puerta. Por dentro voy rezando para que mi atrevido y poco pensado plan, dé resultados.
—Amaia —llama, pero yo lo ignoro, hasta que toca mi punto débil—. ¿Tu hija cómo está?
Me giro al instante y lo fulmino con a mirada.
—Lávate la boca, antes de preguntar por ella —advierto, señalándolo con un dedo.
El calor rabioso de mi cuerpo es evidente. Me recorren temblores, pero no de miedo, sino de furia. No le voy a permitir que meta a mi hija en esto.
—Imagino que esté bien, ¿no? —me ignora—, esa señora que la cuida se ve que es una buena mujer. Debe ser de tu total confianza.
Rechino los dientes y cierro mis manos en puños.
—Deja. A. Mi. Hija. Fuera. De. Esto —farfullo, con voz baja y amenazante.
—Esta es la guerra, Amaia. Aquí se vale todo —asegura y sonríe provocativo—. Tú misma lo dijiste antes; estoy tan obsesionado que cambiaría las putas reglas.
Suelta una carcajada y yo siento mi cabeza bullir, el pecho apretado y la respiración superficial.
—No te atreverías —aseguro.
Pero su reacción no es para nada la que esperaba. Su sonrisa se intensifica.
—Ponme a prueba.
Conduzco sin rumbo por la ciudad, no me atrevo a regresar a casa todavía; necesito calmar esta rabia candente que corre por mis venas.«¿Cómo se atreve ese maldito?».Quiero gritar. Gritar hasta desgarrar mi garganta.«¿Cómo se atreve a amenazarme de esa forma tan vil?».Por mi rostro caen lágrimas de frustración, dolor y furia. Mis nudillos están blancos de tanto apretar el volante y mi cuerpo lo siento tenso, demasiado rígido. Miro al frente sin atreverme casi a pestañear; muerdo tan fuerte mis labios que comienzo a sentir el dolor, pero no me detengo. Ni siquiera puedo saber si respiro con normalidad; es tanta la desgracia en la que me voy sumiendo, que no soy consciente de nada más. Solo recuerdo las palabras de ese enfermo. Las repito en mi mente una y otra vez.—Maldito —murmuro entre dientes.Tengo que detener el auto en un
La noche termina conmigo abrazada a mi hija, intentando dormir. Entre todos los recelos, la incertidumbre y los viejos recuerdos, no logro conciliar el sueño. Para nada influye el cansancio físico, menos el mental; para darle un poco de descanso a mi cuerpo.Tengo miedo y no puedo negármelo. No a mí misma.Puedo aparentar seguridad, puedo ser una perra orgullosa si hace falta; todo por mantener esa imagen de mujer fuerte e inalcanzable. Pero no soy de hierro, sangre corre por mis venas y siento temor, como todos. Sé cuales batallas puedo enfrentar y cuáles no; y la que se avecina, es una que debo jugar con cuidado. Tengo claro que no me rendiré ante nadie, mucho menos por el enfermo de Richard, pero debo aguantarme el carácter para no terminar perjudicada.Mañana será un día largo y duro. No sé para qué me quiera Richard en el club tan temprano, nunca antes me había
«¿Qué diablos fue eso?».Sacudo mi cabeza para concentrarme en lo que debo hacer y no prestar atención a la intensa mirada que siento ahora en mi espalda. Me centro en las chicas a mi alrededor que alaban mi presentación y trato de ignorar las crecientes ganas de girarme, para verificar que el desconocido se haya ido. Lo que sentí, al cruzar nuestras miradas, fue más allá que una simple atracción. No se sintió como cuando te encuentras con alguien increíblemente hermoso, que deseas mirarlo porque es un buen refrescador de pantalla; no, este hombre miró a través de mí. Y aunque debería decir que no me gustó la sensación, sería una vil mentirosa; se sintió como un subidón de adrenalina ser el foco de atención de alguien tan imponente.Muerdo el interior de mi mejilla para aguantarme la necesidad de volver a verlo. Vuelvo
Me alejo de ellos con aparente calma. No puedo demostrar ni un ápice de preocupación o desesperación; primero muerta, que darle el gusto a alguien tan sucio como Richard.Siento a mis espaldas la mirada del desconocido, de quién ni siquiera conozco el nombre. No puedo mentirme a mí misma y negarme a la maldita realidad. Ese hombre me encandiló. Entre su voz grave y profunda, su aspecto impresionante y el carácter seductor imposible de evitar, logró engañar a mis neuronas encargadas de negarse a todo lo posiblemente desestabilizador. Debido a eso, por un lado, me siento realmente tonta. Resulta que no soy ni tan dura ni tan lista como pensaba, si con solo una mirada profunda de sus oscuros ojos pudo hipnotizarme. Por el otro, siento una mezcla de sentimientos extraños; después de cuatro años odiando todo lo relacionado con el sexo opuesto, viene uno que de insistir podría lograr muchas c
POV: Adam Silver.—Señor, ya lo están esperando.—Gracias, Henry —murmuro, mirando por la ventanilla el exclusivo club que acabo de heredar.Sacudo una pelusa invisible en mi traje de diseñador hecho a medida y resoplo molesto, por tener que venir hasta aquí. Mi chófer y hombre de mayor confianza, baja del auto para abrirme la puerta en cuanto nos estacionamos en el frente de la entrada del club.—No demoro, pero ya sabes, nadie sabe quién soy yo o qué pretendo.—Sí, señor, no se preocupe.Le hago un asentimiento con la cabeza y hago mi camino hasta donde un hombre gordo y calvo, me espera impaciente. Al verme, una sonrisa sudorosa se forma en su boca y deja ver unos dientes manchados y picados. Tengo que aguantarme las ganas de hacer un gesto despreciable ante lo que eso me provoca. Si hace tanto dinero como se rumorea, lo mí
POV: Amaia. Cuando Jessie llega, poco antes del mediodía, me entrega el itinerario de la noche. Al parecer, serán los lunes otro día de trabajo como el resto de la semana. Mi presentación privada está planificada para bien tarde, puesto que antes tendré que bailar en conjunto con mi amiga en el salón principal. Nos ponemos de acuerdo rápidamente sobre el número que haremos y luego decido ir a la casa para comer algo; así aprovecho para pasar un tiempo con Audrey. Dejo todo listo para mi regreso y salgo del club sin decirle a nadie; de todas maneras, cumplí con la petición de Richard y en ningún momento me dijo que debía quedarme hasta la noche.Atravieso el salón y vuelvo a recordar al desconocido para quien bailaré en unas horas. Todavía no sé qué pensar sobre él. ¿Será uno de esos arrogantes millon
POV: Amaia.—¿Qué diablos fue eso, Amaia? —pregunta Jessie, enojada, una vez volvemos a la parte trasera de la pista.Se escuchan los aplausos y gritos de los clientes del otro lado, pidiendo un poco más; pero yo no puedo pensar en otra cosa que no sean los ojos de Ernesto mirándome con estupefacción. Todavía no comprendo cómo fue que me reconoció a pesar de llevar una máscara. Me recuesto contra una de las paredes para sostenerme y por poco escucho a Jessie despotricando sobre que tuvo que reaccionar a tiempo y culminar el número como lo habíamos planeado. Siento el sudor frío correr por mi rostro y cubrir toda mi piel; como una eterna frialdad que constituye augurio de lo que está por venir.—Amaia, ¿me estás escuchando? —Siento la cercanía de Jessie y el tono un poco más relajado de la furia de hace unos minutos. Yo tr
POV: Amaia.Una pista con una única barra, un foco de luz roja y una mesa con una silla. Nada más.El ambiente creado es tan íntimo y erótico, que mi piel se eriza con nervios. Avanzo con pasos lentos y al pasar por un lado de la mesa, rozo con mis dedos la brillante madera reluciente. Miro el espacio y es tan reducido, que creo me sentiré a punto de colapsar.Mi cabeza ahora mismo es un caos, donde no puedo identificar del todo qué siento o cómo debo sentirme en realidad; entre el miedo que me hiela los huesos por la aparición de Ernesto, hasta las crudas sensaciones que no puedo dejar de sentir al pensar en lo que viene.Subo los dos escalones que me llevan a la pista y suspiro, antes de rodear el tubo con mis manos. El metal frío estremece mi piel y me veo obligada a cerrar los ojos cuando unas lágrimas rebeldes quieren salir. Respiro. Cuento hasta diez, hasta cien; todo por mantener