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Capítulo 7. Ponme a prueba.

Mi sangre arde en mis venas ante lo que escucho. Richard no ha parado de hablar desde que dijo sobre los nuevos cambios; tampoco ha dejado de dirigirme miradas petulantes. Él sabe que siempre me he negado a eso, porque en este club no se ofrecían bailes privados; solo las chicas que aceptaban trabajo extra y que él tiene ahora comiendo de su mano, ofrecían tales servicios. Y algunos más.

Pero ahora cambia la política del club y yo no puedo hacer nada, más que callar.

Tengo que tragar en seco y respirar profundo, para calmarme. Al final, se saldrá con la suya. Tendré que bajar la cabeza y aceptar la nueva modalidad, pero tampoco le pondré tan fácil las ganas de atormentarme.

Jessie y yo nos mantenemos en nuestros lugares, solo nos miramos, escépticas; mientras las demás chicas chillan emocionadas o se miran horrorizadas, ante lo que tendrán que hacer ahora. Se podría pensar, qué más da, si ya bailamos semidesnudas en frente de un mar de hombres desquiciados. Pero no se podría entender la diferencia, si no se vive la experiencia. En mi posición, que odio hacer lo que hago cada noche, me concentro solo en la música y en la luz que cae a mi alrededor; no miro hacia el público, ni siquiera dedico un segundo a pensar en qué tipo de persona me está viendo. Sin embargo, en un espacio reducido y privado, donde puede haber diez o puede haber uno, las condiciones cambian por completo. Sé que sería consciente de absolutamente todo a mi alrededor y ya me siento demasiado incómoda con la forma en que me gano la vida.

También está la posición que juega Richard en esta situación. Él tiene las de ganar y nada garantiza que pueda mantener mi bienestar. Llevo todo este tiempo negándome a lo que desea explotar de mí y no dudo, que quiera cobrármelas todas.

—No me gusta, Amaia —susurra Jessie, casi sin mover los labios.

Ambas sabemos que están al tanto de nuestras reacciones. Tanto el mismo Richard, como las demás chicas. Jessie y yo somos un poco privilegiadas, si podemos decirlo de alguna forma; pero nos hemos ganado esa posición a base de sacrificio. Odiamos lo que tenemos que hacer, pero eso no es motivo para ganarnos un despido o hacer un mal trabajo. Con una relación de amor-odio, damos todo de nosotras para mantenernos donde estamos. En la cima de la popularidad de la noche.

Nuestras coreografías son las mejores y solemos actuar juntas en las noches más llenas de público. Mientras otras se enfocan en hacer coreografías con demasiado contenido erótico, nosotras incluimos figuras delicadas, de esas que gritan “mírame”, pero dejan con ganas de más. Aunque no lo pretendemos, somos las mejores.

—Sabes lo que pienso, Jess —murmuro, entre dientes y fingiendo una sonrisa—, no confío en nada que venga de él.

—Haces bien, nunca lo hagas.

Nos miramos cómplices por un segundo y seguimos atentas a los demás, sin hablar más del tema. Se acaba la algarabía cuando Richard comienza a hablar otra vez. Nos mira a todas como si fuéramos signos de peso que desea obtener y con una sonrisa demasiado perversa, se frota las manos.

—Hoy lanzamos las primeras ofertas. Los clientes no conocen el nuevo servicio y podrán darle una probada a lo que se viene. —Apunta a Ámbar y agrega—: Tú serás la primera. Las demás irán rotando el resto de la semana.

Vuelve a fijar su mirada sobre mí y yo quiero dar arcadas por lo que transmiten sus ojos. Un escalofrío me recorre, pero me mantengo altanera. Incluso le alzo una ceja inquisidora, retándolo. Puede que esté temerosa de sus planes, pero no pienso darle ni una gota de gusto. Él frunce el ceño, primero; luego extiende una sonrisa que me hace congelarme.

—No se supone que lo provoques, Amaia —murmura Jess, mirándome de reojo.

—Él no me va a hundir, Jess. No puede pensar ni por un momento que tiene la oportunidad de doblegarme.

—Lo sé, amiga, pero no camines directo al filo de la navaja. Debes ser cuidadosa.

—No te preocupes —digo y extiendo una mano, para tomar la suya y darle un apretón.

Cuando todas se levantan, para ir hacia los camerinos, también lo hacemos nosotras dos; pero no hemos dado dos pasos cuando escucho que me llama por mi nombre. Me detengo, aunque no me vuelvo. Jessie me mira y en sus ojos veo preocupación, pero le sonrío, para tranquilizarla. Respiro profundo y me giro, para ver a Richard justo detrás de mí. Me dan ganas de dar un paso atrás cuando siento su repugnante olor, pero me quedo donde mismo. Soy más alta que él y quiero aparentar, además de seguridad, que no me siento intimidada con su presencia.

—Te dije que te arrepentirías, Amaia. —Chasquea su lengua y ríe a carcajadas. Suena como si fuera el típico villano que se divierte con sus malévolos planes.

Lo que podría ser preocupante, si en su expresión puedo ver las ganas de joderme que tiene, pero no es momento para pensar en lo que es capaz. Ahora debo mantenerme firme, aparentar que nada que venga de él me asusta lo suficiente, para siquiera incomodarme con su presencia.

—Richard, a estas alturas deberías saber que nada que venga de ti, me importa —murmuro, con una expresión seria y sin titubear—. Todo lo que intentas hacer, encontraré la manera de que no me afecte. ¿Quieres que dé bailes privados? Los daré, no me asusta; pero haciendo esto solo demuestras que estás tan obsesionado en someterme, que estás dispuesto a cambiar las putas reglas del club.

Sonrío, sardónica, al verlo entrecerrar los ojos y sus fosas nasales expandirse con rabia contenida. Me acerco más y su olor rancio, a sudor y a tabaco, me provoca náuseas, pero aguanto el tipo.

—Nunca seré la p**a que quieres que sea, Richard —declaro, con tono bajo y potente. Doy un paso atrás otra vez—. Hazte la idea.

Camino de espaldas, por al menos tres pasos más; quiero que vea mi expresión mientras lo reto. Por supuesto, él no dice nada, solo me observa con la cara colorada y a punto de explotar.

Antes de volverme del todo, alzo los hombros y hago una mueca soberbia. Le doy la espalda y camino hasta los camerinos. Cuando atravieso las cortinas de terciopelo que separan ambas zonas del club, respiro. Ni siquiera había notado que estaba aguantando la respiración.

(…)

Horas perdidas, por un simple capricho. Por un intento de sometimiento.

Al final, la noche transcurrió como cada domingo. Salí de última, como el número más esperado de la jornada y la más ovacionada.

Ahora vuelvo a estar frente a mi espejo, como cada vez. Observo los ojos verdes que cada día se ven más apagados y repito el mismo procedimiento de siempre; quito mi maquillaje, quito mi ropa y salgo del camerino, dispuesta a ir a casa. Pero como cada vez, debo pasar antes por la oficina de Richard. Y hoy, después de todo lo que le dije antes, tengo menos ganas de hacerlo. Suspiro, cuando nadie ve, antes de subir las escaleras. Como siempre, sus guardias personales. Otras veces me apena rodar los ojos por el trabajo de m****a que tienen estos dos, pero hoy sí lo hago. Así de obstinada me siento.

—Buenas noches, señores. Ya saben quién soy y saben que su jefecito me está esperando, así que, con permiso —digo, mirándome las uñas.

Los gorilas se apartan de mi camino y yo llamo a la puerta. En mi estado de ánimo estarían fácilmente las ganas de entrar sin llamar, pero conociendo las depravaciones del susodicho, sería algo que no jugaría a mi favor.

—Entra —dice, con voz seca.

Con mi frente en alto, hago lo mismo de siempre, entro a su oficina y no cierro la puerta. Pero hay algo diferente hoy. Richard está sentado detrás de su escritorio y me mira apenas un segundo, antes de enfocarse otra vez en los papeles que tiene delante.

—Aquí estoy, tú dirás.

Extiende una mano con el sobre de mi paga del día y casi que dudo, para ir a buscarlo hasta su mesa. Me extraña mucho que no esté siendo un grano en el culo, pese a todo lo que le dije antes. Sin embargo, no pregunto, mucho menos le busco la lengua; no debo cantar victoria todavía. Tomo el sobre y cuando jalo, él opone resistencia. Levanta la mirada de lo que estaba haciendo y me observa, serio.

—Mañana te quiero aquí temprano —afirma, como si estuviera hablando de cualquier otro día y no de mi franco.

—¡No! —aseguro, con una risa sarcástica—. Mañana es mi día de descanso. No me verás aquí.

Hago presión para llevarme el sobre, pero otra vez, me lo retiene.

—Si no vienes mañana temprano, no te molestes más.

Suelta el sobre y yo me quedo estática, con la mano extendida.

—¿Qué carajos estás diciendo? —Frunzo el ceño.

—Fácil —dice, levantando su mirada y ahora sí, sonriente; como quien sabe que ha logrado lo que esperaba—. O vienes, o estás despedida.

Paso una mano por mi rostro, al entender el significado de sus palabras. Respiro profundo para no perder los nervios delante de él.

—O sea, me quitas mi día de descanso y si me niego a aceptar eso, estoy despedida.

—Eres muy inteligente. —Sonríe, desagradable.

—No tienes otra bailarina como yo, Richard —declaro, apelando a toda mi arrogancia.

Por más que odie estar aquí, es mi sustento y no puedo permitirme quedarme sin sueldo. Ya de por sí, vivo por los pelos.

—Ah, eso. —Resopla y hace un gesto con su mano, para quitarle importancia—. No es problema, el experimento de hoy dio buenos resultados. Ya encontraré alguna que esté a su altura, princesita.

La burla en su voz es evidente. Muerdo el interior de mi mejilla para no demostrarle lo desubicada que me siento ahora mismo, pero decido tomar una decisión arriesgada. Yo sé que el club es rentable, en mayor parte, por mí. En varias ocasiones he escuchado de su misma boca, lo importante que son mis bailes y todas las expectativas que se crean a mi alrededor. Estoy segura que me está poniendo a prueba. Así que, me lanzo.

—Ok —digo y doy un paso atrás. La reacción de él no se hace esperar. Le brillan los ojos porque piensa que caeré a sus pies por el ultimátum—. Mañana vengo a buscar mi liquidación.

Al instante, la mirada triunfante se vuelve estupefacción. Doy media vuelta y me encamino hasta la puerta. Por dentro voy rezando para que mi atrevido y poco pensado plan, dé resultados.

—Amaia —llama, pero yo lo ignoro, hasta que toca mi punto débil—. ¿Tu hija cómo está?

Me giro al instante y lo fulmino con a mirada.

—Lávate la boca, antes de preguntar por ella —advierto, señalándolo con un dedo.

El calor rabioso de mi cuerpo es evidente. Me recorren temblores, pero no de miedo, sino de furia. No le voy a permitir que meta a mi hija en esto.

—Imagino que esté bien, ¿no? —me ignora—, esa señora que la cuida se ve que es una buena mujer. Debe ser de tu total confianza.

Rechino los dientes y cierro mis manos en puños.

—Deja. A. Mi. Hija. Fuera. De. Esto —farfullo, con voz baja y amenazante.

—Esta es la guerra, Amaia. Aquí se vale todo —asegura y sonríe provocativo—. Tú misma lo dijiste antes; estoy tan obsesionado que cambiaría las putas reglas.

Suelta una carcajada y yo siento mi cabeza bullir, el pecho apretado y la respiración superficial.

—No te atreverías —aseguro.

Pero su reacción no es para nada la que esperaba. Su sonrisa se intensifica.

—Ponme a prueba.

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