La lluvia caía y golpeaba contra las ventanas de cristal opaco. En un puro nervio, mordía mi labio inferior y rebotaba uno de mis pies contra el suelo. La espera me estaba matando y solo habían pasado, según mi reloj, unos dos minutos de los cinco que deben esperarse.
—Diosito, que sea negativo, por favor —ruego, porque en estos momentos no estamos en condiciones de mantener un embarazo y menos, todo lo que conlleva un bebé.
Cae un relámpago y la luz, más el potente trueno que se escucha al instante, me hacen brincar del susto. Doy vueltas en el lugar, con mis brazos cruzados a la altura del pecho, pidiendo una y otra vez que mi atraso solo sea por el estrés de todos estos meses pasados.
Vuelvo a mirar mi reloj y ya dieron cinco, con el corazón a tope en mi garganta, ahora dudo para ir hasta el baño y ver de una vez el resultado. Muerdo el interior de mi mejilla y retuerzo mis dedos entrelazados, trato de infundirme fuerzas, pero no es tan sencillo.
Tomo una respiración profunda y voy hasta el baño. Abro la puerta y al acercarme al pequeño vaso que contiene mi orina, cierro los ojos. Tanteo con mis dedos y con cuidado, tomo la prueba con una mano.
Suspiro, antes de abrir los ojos. Y cuando lo hago, mis ojos se empañan y no puedo ver. Caen dos gruesas lágrimas y a esas, le siguen otras. Mientras observo fijamente el delgado cartón que señala dos rayas; dos rayas color rosa oscuro, bien definidas.
Caigo de rodillas en el baño y mi barbilla toca mi pecho. Lloro. Porque esto no estaba planeado y no es para nada el mejor momento. Porque a duras penas podemos mantenernos nosotros mismos, cómo podríamos ocupar la responsabilidad de alguien más. Porque prácticamente dependemos de lo poco que gano y sé, que en cuanto se sepa que estoy embarazada, me despedirán. Fue un requisito que acepté cuando firmé el contrato; en ese momento estaba desesperada por conseguir un trabajo y no esperaba para nada esta novedad.
—¿Amaia? —escucho la voz de Ernesto, cuando abre la puerta de nuestro pequeño cuarto.
Mi llanto se profundiza y él llega asustado a mis pies. Levanto mi cabeza para verlo a los ojos y en los suyos, se refleja mi sufrimiento, aunque no sepa qué me sucede. Siempre ha sido así, tan compenetrados, sintiendo en nuestra piel lo que siente el otro.
—¿Qué pasa, amor? Dime, por favor. —Su voz es una petición dolorosa, preocupada. Ahueca mi rostro con sus dos manos y me mira a los ojos, antes de agregar—: Lo que sea que te sucede, podemos superarlo.
La esperanza en sus ojos azules, tan hermosos y expresivos, me llena de luz por unos instantes. Confío. Confío en él y sus palabras. Le dedico una sonrisa dulce, aunque son pocas las ganas que tengo de hacerlo. Pero Ernesto es mi amor, es mi amigo; juntos podemos superar todo.
Abro mis manos, que cubrían la prueba, y miro hacia abajo. Él me sigue.
Y cuando ve la prueba entre mis dedos, se queda sin respiración.
—Dime que eso no dio positivo, por favor —pide, levantándose y señalando el objeto.
Yo cierro los ojos y suspiro; asiento. No necesito verlo para imaginar su expresión, ni sus gestos. Sé que ahora pasa sus dos manos por su cabello, desesperado; y que sus orejas están rojas de indignación. Luego una mano en su cadera y la otra en su frente; para caminar sin parar en el espacio reducido.
—Amaia, por los pelos podemos mantenernos nosotros, ¿cómo se supone que haremos ahora? —pregunta, en medio de su agobio—. Pensé que te estaba cuidando.
No son sus palabras, es el tono, lo que me hace levantar la cabeza e incorporarme. Como si esto fuera solo culpa mía. Cuadro los hombros y decido defenderme. Sé que hay motivos para estar molestos, preocupados con lo que viene, pero no es momento de repartir culpas.
—Los niños no se hacen solos, Ernesto.
Al escuchar la frialdad en mi voz, se voltea a verme. Por un momento, logro ver a ese joven muchacho que, entre sus objetivos de vida, considera ser padre. Al igual que yo.
Lo conozco y veo en su expresión corporal que quiere refutar mi afirmación, porque no considera que haya sido un error de su parte; pero se aguanta. Sabe el carácter que ambos nos llevamos y no es el momento para iniciar una discusión; es tiempo de enfocarnos en lo que vendrá y no en lo que ya no tiene solución.
—Mejor…—considera responderme; yo entrecierro los ojos, para que piense mejor lo que dirá. Abre la boca y vuelve a cerrarla, se da la vuelta y suspira—. Mejor me voy, vuelvo en un rato.
Camina hasta la puerta y yo no lo detengo. Tengo claro que hay muchas cosas que deben ser reflexionadas y la tensión del momento, no permitirá que la conversación termine en buenos término. Pero me duele su reacción, no puedo esconderlo.
No es la mejor noticia, menos, la más esperada; pero podríamos por un momento, imaginar juntos lo que sería tener un bebé. Un niño o niña que sea el fruto de nuestro amor; de la inmediata atracción que sentimos el uno por el otro, desde la primera vez que nos vimos.
Esa noche, Ernesto no durmió en nuestra pequeña habitación. Llegó de madrugada apestando a alcohol, para caer en la cama vestido con su ropa sucia del día e intentar abrazarme. Por un momento pensé que estaría borracho perdido, odiaba cuando se ponía así; pero me sorprendió su voz clara y rasposa, cuando al oído me dijo algo que no esperaba.
—Serás una excelente madre. De eso no tengo dudas.
En ningún momento habló sobre él, ni de las expectativas que tenía con esta noticia; ni siquiera de un sueño hipotético en que pudiéramos darle todo a esa hija que crecía en mi vientre. Nada. Y eso me hizo pensar, pero luego lo deseché. Él también sería un excelente padre. No tenía dudas.
Hasta que fue todo lo contrario.
Tomo el volante con fuerza entre mis manos; los nudillos se ponen blancos ante la presión que estoy ejerciendo. De solo recordar aquella horrible noche, siento mi cuerpo arder de rabia. Aquella noche comenzó todo.Una noticia que nos rompió de la peor manera posible; pero yo creía, confiaba. Sin embargo, solo obtuve decepciones, por meses y desde todas direcciones. De nada sirvieron mis sacrificios, mis ganas de ayudar, el amor que tanto decíamos sentir. Todo se volvió de plastilina y ya no pude hacer nada.Porque, ¿cómo convences a alguien de que no se rinda, cuando ya lo hizo?Sencillo. No haces nada. Intentas sobrevivir. Como la ley de la selva, la del más fuerte.Pero yo era débil, estaba enamorada y eso me hacía dudar, me hacía mantener las esperanzas. No podía pensar siquiera en la posibilidad de experimentar un cambio, en mi vida no había cabida para e
Subo las escaleras con pocos ánimos, demasiado cansada. Cuando entro en la casa todo está a oscuras, no suelo dejar ninguna luz prendida. Voy tanteando por la pared en busca del interruptor y una vez lo presiono, se enciende la luz de la pequeña sala de estar. Con mi bolso colgando de mi mano y desde la puerta, observo lo que ahora es mi hogar; lo que ha sido mi casa desde que hace cuatro años pude encontrar donde dormir sin depender de nadie más.El espacio es bastante reducido, pero he logrado que no se sienta tan apretado, teniendo solo lo mínimo indispensable. Un sofá viejo, pero en buen estado, ocupa lo que sería la sala de estar, frente a una mesa alta con un televisor encima. Detrás, lo que hace las veces de comedor y cocina a la vez. Una mesa con solo dos sillas y al menos un metro de encimeras de granito. De la parte izquierda, una habitación grande y al final de todo, el baño.En rea
Mi despertador suena a las nueve en punto. A pesar de lo tarde que me acosté, no quería dormir de más y que Audrey llegara conmigo durmiendo todavía. Me levanto sin pensarlo tanto, porque de hacerlo regresaría a la cama otra vez, voy directo a la cocina y me preparo una buena cafetera de café. En lo que cuela, que suele demorarse, voy al baño para asearme y cambiarme de ropa. Me miro en el espejo y observo mi rostro pálido y ojeroso. No puedo hacer mucho con eso y no es como que vaya a maquillarme mientras estoy en casa, así que suspiro y lavo mis dientes.Regreso a la cocina y ya puedo disfrutar de mi café. Lo tomo como siempre, un poco dulce y con un chorrito de leche; como dirían en mi país, “cortadito”. Me siento, con la pequeña taza entre mis manos y las rodillas dobladas, en el viejo sofá y enciendo la televisión. No me interesa nada de lo que está
Mi sangre arde en mis venas ante lo que escucho. Richard no ha parado de hablar desde que dijo sobre los nuevos cambios; tampoco ha dejado de dirigirme miradas petulantes. Él sabe que siempre me he negado a eso, porque en este club no se ofrecían bailes privados; solo las chicas que aceptaban trabajo extra y que él tiene ahora comiendo de su mano, ofrecían tales servicios. Y algunos más.Pero ahora cambia la política del club y yo no puedo hacer nada, más que callar.Tengo que tragar en seco y respirar profundo, para calmarme. Al final, se saldrá con la suya. Tendré que bajar la cabeza y aceptar la nueva modalidad, pero tampoco le pondré tan fácil las ganas de atormentarme.Jessie y yo nos mantenemos en nuestros lugares, solo nos miramos, escépticas; mientras las demás chicas chillan emocionadas o se miran horrorizadas, ante lo que tendrán que hacer ahora. Se podr&i
Conduzco sin rumbo por la ciudad, no me atrevo a regresar a casa todavía; necesito calmar esta rabia candente que corre por mis venas.«¿Cómo se atreve ese maldito?».Quiero gritar. Gritar hasta desgarrar mi garganta.«¿Cómo se atreve a amenazarme de esa forma tan vil?».Por mi rostro caen lágrimas de frustración, dolor y furia. Mis nudillos están blancos de tanto apretar el volante y mi cuerpo lo siento tenso, demasiado rígido. Miro al frente sin atreverme casi a pestañear; muerdo tan fuerte mis labios que comienzo a sentir el dolor, pero no me detengo. Ni siquiera puedo saber si respiro con normalidad; es tanta la desgracia en la que me voy sumiendo, que no soy consciente de nada más. Solo recuerdo las palabras de ese enfermo. Las repito en mi mente una y otra vez.—Maldito —murmuro entre dientes.Tengo que detener el auto en un
La noche termina conmigo abrazada a mi hija, intentando dormir. Entre todos los recelos, la incertidumbre y los viejos recuerdos, no logro conciliar el sueño. Para nada influye el cansancio físico, menos el mental; para darle un poco de descanso a mi cuerpo.Tengo miedo y no puedo negármelo. No a mí misma.Puedo aparentar seguridad, puedo ser una perra orgullosa si hace falta; todo por mantener esa imagen de mujer fuerte e inalcanzable. Pero no soy de hierro, sangre corre por mis venas y siento temor, como todos. Sé cuales batallas puedo enfrentar y cuáles no; y la que se avecina, es una que debo jugar con cuidado. Tengo claro que no me rendiré ante nadie, mucho menos por el enfermo de Richard, pero debo aguantarme el carácter para no terminar perjudicada.Mañana será un día largo y duro. No sé para qué me quiera Richard en el club tan temprano, nunca antes me había
«¿Qué diablos fue eso?».Sacudo mi cabeza para concentrarme en lo que debo hacer y no prestar atención a la intensa mirada que siento ahora en mi espalda. Me centro en las chicas a mi alrededor que alaban mi presentación y trato de ignorar las crecientes ganas de girarme, para verificar que el desconocido se haya ido. Lo que sentí, al cruzar nuestras miradas, fue más allá que una simple atracción. No se sintió como cuando te encuentras con alguien increíblemente hermoso, que deseas mirarlo porque es un buen refrescador de pantalla; no, este hombre miró a través de mí. Y aunque debería decir que no me gustó la sensación, sería una vil mentirosa; se sintió como un subidón de adrenalina ser el foco de atención de alguien tan imponente.Muerdo el interior de mi mejilla para aguantarme la necesidad de volver a verlo. Vuelvo
Me alejo de ellos con aparente calma. No puedo demostrar ni un ápice de preocupación o desesperación; primero muerta, que darle el gusto a alguien tan sucio como Richard.Siento a mis espaldas la mirada del desconocido, de quién ni siquiera conozco el nombre. No puedo mentirme a mí misma y negarme a la maldita realidad. Ese hombre me encandiló. Entre su voz grave y profunda, su aspecto impresionante y el carácter seductor imposible de evitar, logró engañar a mis neuronas encargadas de negarse a todo lo posiblemente desestabilizador. Debido a eso, por un lado, me siento realmente tonta. Resulta que no soy ni tan dura ni tan lista como pensaba, si con solo una mirada profunda de sus oscuros ojos pudo hipnotizarme. Por el otro, siento una mezcla de sentimientos extraños; después de cuatro años odiando todo lo relacionado con el sexo opuesto, viene uno que de insistir podría lograr muchas c