Subo las escaleras con pocos ánimos, demasiado cansada. Cuando entro en la casa todo está a oscuras, no suelo dejar ninguna luz prendida. Voy tanteando por la pared en busca del interruptor y una vez lo presiono, se enciende la luz de la pequeña sala de estar. Con mi bolso colgando de mi mano y desde la puerta, observo lo que ahora es mi hogar; lo que ha sido mi casa desde que hace cuatro años pude encontrar donde dormir sin depender de nadie más.
El espacio es bastante reducido, pero he logrado que no se sienta tan apretado, teniendo solo lo mínimo indispensable. Un sofá viejo, pero en buen estado, ocupa lo que sería la sala de estar, frente a una mesa alta con un televisor encima. Detrás, lo que hace las veces de comedor y cocina a la vez. Una mesa con solo dos sillas y al menos un metro de encimeras de granito. De la parte izquierda, una habitación grande y al final de todo, el baño.
En realidad, no necesito más, es suficiente para Audrey y para mí; porque a pesar de ser pequeño, podemos dormir tranquilas bajo un techo que sabemos nuestro.
Me adentro en la casa y dejo el bolso sobre el sofá. Voy directo al baño, para quitarme el olor a humo y sudor de mi trabajo en el club. El pelo lo siento como si fuera una soga y mi piel está pegajosa por tanto aceite brillante. Me meto a la ducha y al caer el agua fría sobre mí, ni siquiera me inmuto; estoy acostumbrada. Lavo mi cabello con cuidado y froto mi cuerpo con las manos enjabonadas para quitarme los restos de todo lo que odio.
Sin quererlo, regreso al principio, a esos días donde era feliz. Aunque suelo pensar que esa felicidad tenía fecha de caducidad y yo no tenía ni idea. No imaginaba lo que se avecinaba y mucho menos, tuve tiempo para prepararme.
Llegaba de la oficina con una expresión derrotada en el rostro. Hoy había sido mi último día en la empresa, como suponía. Aunque traté de ocultar mi embarazo al menos por un tiempo, no pude aguantar las náuseas y terminé vomitando frente a todos. Ya sabía lo que me esperaba cuando salía del baño y me encontré a mi jefe, con una ceja alzada y una expresión indescifrable. Solo diez minutos después, me estaban entregando mi finiquito y salía del edificio con una caja que solo llevaba algunas cosas sin importancia.
No tenía ganas de comer nada, pero debía hacerlo. En la consulta con la ginecóloga me habían alertado de mantener mi correcta alimentación, porque podría afectar el crecimiento del bebé de no hacerlo. Con lágrimas de angustia me preparaba algo de comer, mientras pensaba cómo decirle a Ernesto que ya no tenía trabajo. Sabía que eso era algo que esperábamos, pero teníamos la esperanza de que pudiera trabajar hasta que el embarazo estuviera más adelantado. Con el poco dinero que me habían pagado, alcanzaba para los principales gastos de este mes, pero ya podíamos ir pensando qué haríamos al siguiente. Si Ernesto no conseguía trabajo, íbamos a estar jodidos.
En algún punto supe que necesitaba descansar, los sucesos del día me estaban afectando y no me sentía muy bien. La preocupación constante de qué pasará con nosotros, me estaba haciendo mucho mal. El estrés estaba siendo inaguantable y eso, sumado a mis cambios de ánimo por las hormonas, creí que me volvería loca. Me había quedado dormida, cuando escuché la puerta cerrarse y los gritos emocionados de Ernesto, llamándome.
—Estoy aquí, en el cuarto —grité, en respuesta, mientras me incorporaba sobre la cama—. ¿Qué sucede?
Cuando pude ver el rostro de Ernesto, supe que algo bueno había sucedido. Mi sonrisa fue inevitable al verlo tan feliz. Todo aquel mal rato que habíamos pasado el día que supimos la noticia, había sido olvidado y ya hablábamos del embarazo con emoción.
—Amor, conseguí trabajo —gritó Ernesto, llegando a mi lado y tomándome entre sus brazos, para dar vueltas conmigo sin parar.
Mis carcajadas de alegría se podían escuchar a un kilómetro de distancia. Esa sí que era una buena noticia. Al fin, podíamos respirar tranquilos por un tiempo. Le agradecí a Dios una y mil veces por escuchar mis plegarias, porque como dicen por ahí…Dios aprieta, pero no ahoga. Con tanta emoción, tenía miedo de la reacción de Ernesto cuando supiera sobre mi trabajo, pero supo entender. Como yo había entendido, era algo que se veía venir, aunque quisiéramos lo contrario. Sin embargo, el nuevo empleo de mi esposo, podría cubrir los gastos y un poco más allá; así de bueno era.
Esa noche, hicimos el amor sin cansancio, recuperamos esas sensaciones que estaban siendo empañadas por la preocupación constante. Esa noche sentí otra vez, a mi lado, al chico que había amado toda mi vida; con el que había emprendido el viaje más importante y pretendía continuar juntos el resto de ella. Amanecer entre sus brazos, me hizo sentir en el paraíso; no imaginaba cuánto extrañaba hacerlo hasta que pude vivirlo otra vez. Me sentía orgullosa esa mañana mientras le preparaba su desayuno y nos besábamos como adolescentes en los rincones; aguantando las ganas de volver a entregarnos y sentirnos, dejar de extrañarnos y enfocarnos en lo que vendría en un tiempo.
Nuestra vida, luego de eso, transcurrió con normalidad. Asistíamos a consulta juntos y esperábamos emocionados cada ecografía. Cuando supimos que sería una niña, reímos felices, porque Ernesto siempre decía que quería una “mini yo” cuando fuera padre. Mientras mi pancita crecía, la felicidad y las expectativas por la llegada de nuestra pequeña Audrey, aumentaban. Tuve un embarazo maravilloso y saludable. Ernesto estaba logrando escalar posiciones en su trabajo y cada vez mejoraba más su sueldo; lo que nos permitió darnos algunos lujos, cubrir los gastos médicos, comprar todo lo necesario para el nacimiento de nuestra bebé e, incluso, mudarnos hacia un apartamento rentado. Hasta el momento habíamos estado viviendo en casa de nuestros amigos, quienes se portaban estupendamente con nosotros y no nos habían puesto peros en todo este tiempo; pero en el pequeño cuarto se nos haría muy complicado vivir con un bebé.
Pero no todo es para siempre y la vida constantemente pone pruebas en nuestro camino. Yo debería decir, que las mías fueron un tanto injustas; pero me trajeron hasta donde hoy estoy. Y a pesar de todo lo que he tenido que vivir y soportar, sigo en pie y más fuerte que nunca.
El agua cae sobre mi rostro y yo disfruto de la paz que me embarga entre estas cuatro paredes. Aunque podría estar llorando lágrimas de nostalgia, me obligo a aguantar las ganas de hacerlo. Encerrada y sola, aquí, podría llorar y ese dolor se iría junto con el agua que escapa por las tuberías; pero no debo darle fuerzas y mucho menos importancia, a alguien que olvidó todo de un día para otro, que se rindió demasiado rápido. Alguien que no miró atrás.
Salgo del baño, con una toalla cubriendo mi cabello húmedo y otra, enrollada a mi cuerpo. Entre el cansancio del día y el estado de relajación por el baño, voy caminando hasta el cuarto arrastrando los pies. Me dejo caer en la cama y ahí quedo.
Mi despertador suena a las nueve en punto. A pesar de lo tarde que me acosté, no quería dormir de más y que Audrey llegara conmigo durmiendo todavía. Me levanto sin pensarlo tanto, porque de hacerlo regresaría a la cama otra vez, voy directo a la cocina y me preparo una buena cafetera de café. En lo que cuela, que suele demorarse, voy al baño para asearme y cambiarme de ropa. Me miro en el espejo y observo mi rostro pálido y ojeroso. No puedo hacer mucho con eso y no es como que vaya a maquillarme mientras estoy en casa, así que suspiro y lavo mis dientes.Regreso a la cocina y ya puedo disfrutar de mi café. Lo tomo como siempre, un poco dulce y con un chorrito de leche; como dirían en mi país, “cortadito”. Me siento, con la pequeña taza entre mis manos y las rodillas dobladas, en el viejo sofá y enciendo la televisión. No me interesa nada de lo que está
Mi sangre arde en mis venas ante lo que escucho. Richard no ha parado de hablar desde que dijo sobre los nuevos cambios; tampoco ha dejado de dirigirme miradas petulantes. Él sabe que siempre me he negado a eso, porque en este club no se ofrecían bailes privados; solo las chicas que aceptaban trabajo extra y que él tiene ahora comiendo de su mano, ofrecían tales servicios. Y algunos más.Pero ahora cambia la política del club y yo no puedo hacer nada, más que callar.Tengo que tragar en seco y respirar profundo, para calmarme. Al final, se saldrá con la suya. Tendré que bajar la cabeza y aceptar la nueva modalidad, pero tampoco le pondré tan fácil las ganas de atormentarme.Jessie y yo nos mantenemos en nuestros lugares, solo nos miramos, escépticas; mientras las demás chicas chillan emocionadas o se miran horrorizadas, ante lo que tendrán que hacer ahora. Se podr&i
Conduzco sin rumbo por la ciudad, no me atrevo a regresar a casa todavía; necesito calmar esta rabia candente que corre por mis venas.«¿Cómo se atreve ese maldito?».Quiero gritar. Gritar hasta desgarrar mi garganta.«¿Cómo se atreve a amenazarme de esa forma tan vil?».Por mi rostro caen lágrimas de frustración, dolor y furia. Mis nudillos están blancos de tanto apretar el volante y mi cuerpo lo siento tenso, demasiado rígido. Miro al frente sin atreverme casi a pestañear; muerdo tan fuerte mis labios que comienzo a sentir el dolor, pero no me detengo. Ni siquiera puedo saber si respiro con normalidad; es tanta la desgracia en la que me voy sumiendo, que no soy consciente de nada más. Solo recuerdo las palabras de ese enfermo. Las repito en mi mente una y otra vez.—Maldito —murmuro entre dientes.Tengo que detener el auto en un
La noche termina conmigo abrazada a mi hija, intentando dormir. Entre todos los recelos, la incertidumbre y los viejos recuerdos, no logro conciliar el sueño. Para nada influye el cansancio físico, menos el mental; para darle un poco de descanso a mi cuerpo.Tengo miedo y no puedo negármelo. No a mí misma.Puedo aparentar seguridad, puedo ser una perra orgullosa si hace falta; todo por mantener esa imagen de mujer fuerte e inalcanzable. Pero no soy de hierro, sangre corre por mis venas y siento temor, como todos. Sé cuales batallas puedo enfrentar y cuáles no; y la que se avecina, es una que debo jugar con cuidado. Tengo claro que no me rendiré ante nadie, mucho menos por el enfermo de Richard, pero debo aguantarme el carácter para no terminar perjudicada.Mañana será un día largo y duro. No sé para qué me quiera Richard en el club tan temprano, nunca antes me había
«¿Qué diablos fue eso?».Sacudo mi cabeza para concentrarme en lo que debo hacer y no prestar atención a la intensa mirada que siento ahora en mi espalda. Me centro en las chicas a mi alrededor que alaban mi presentación y trato de ignorar las crecientes ganas de girarme, para verificar que el desconocido se haya ido. Lo que sentí, al cruzar nuestras miradas, fue más allá que una simple atracción. No se sintió como cuando te encuentras con alguien increíblemente hermoso, que deseas mirarlo porque es un buen refrescador de pantalla; no, este hombre miró a través de mí. Y aunque debería decir que no me gustó la sensación, sería una vil mentirosa; se sintió como un subidón de adrenalina ser el foco de atención de alguien tan imponente.Muerdo el interior de mi mejilla para aguantarme la necesidad de volver a verlo. Vuelvo
Me alejo de ellos con aparente calma. No puedo demostrar ni un ápice de preocupación o desesperación; primero muerta, que darle el gusto a alguien tan sucio como Richard.Siento a mis espaldas la mirada del desconocido, de quién ni siquiera conozco el nombre. No puedo mentirme a mí misma y negarme a la maldita realidad. Ese hombre me encandiló. Entre su voz grave y profunda, su aspecto impresionante y el carácter seductor imposible de evitar, logró engañar a mis neuronas encargadas de negarse a todo lo posiblemente desestabilizador. Debido a eso, por un lado, me siento realmente tonta. Resulta que no soy ni tan dura ni tan lista como pensaba, si con solo una mirada profunda de sus oscuros ojos pudo hipnotizarme. Por el otro, siento una mezcla de sentimientos extraños; después de cuatro años odiando todo lo relacionado con el sexo opuesto, viene uno que de insistir podría lograr muchas c
POV: Adam Silver.—Señor, ya lo están esperando.—Gracias, Henry —murmuro, mirando por la ventanilla el exclusivo club que acabo de heredar.Sacudo una pelusa invisible en mi traje de diseñador hecho a medida y resoplo molesto, por tener que venir hasta aquí. Mi chófer y hombre de mayor confianza, baja del auto para abrirme la puerta en cuanto nos estacionamos en el frente de la entrada del club.—No demoro, pero ya sabes, nadie sabe quién soy yo o qué pretendo.—Sí, señor, no se preocupe.Le hago un asentimiento con la cabeza y hago mi camino hasta donde un hombre gordo y calvo, me espera impaciente. Al verme, una sonrisa sudorosa se forma en su boca y deja ver unos dientes manchados y picados. Tengo que aguantarme las ganas de hacer un gesto despreciable ante lo que eso me provoca. Si hace tanto dinero como se rumorea, lo mí
POV: Amaia. Cuando Jessie llega, poco antes del mediodía, me entrega el itinerario de la noche. Al parecer, serán los lunes otro día de trabajo como el resto de la semana. Mi presentación privada está planificada para bien tarde, puesto que antes tendré que bailar en conjunto con mi amiga en el salón principal. Nos ponemos de acuerdo rápidamente sobre el número que haremos y luego decido ir a la casa para comer algo; así aprovecho para pasar un tiempo con Audrey. Dejo todo listo para mi regreso y salgo del club sin decirle a nadie; de todas maneras, cumplí con la petición de Richard y en ningún momento me dijo que debía quedarme hasta la noche.Atravieso el salón y vuelvo a recordar al desconocido para quien bailaré en unas horas. Todavía no sé qué pensar sobre él. ¿Será uno de esos arrogantes millon