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Soy la mujer amada del presidente
Soy la mujer amada del presidente
Por: Álvara
Capítulo 1 Ella Solo Es Una Coja.
Torre del Horizonte, estacionamiento.

Un auto plateado se sacudía violentamente.

El maletero estaba entreabierto.

Adriana López se escondía adentro, escuchando los jadeos acelerados de un hombre y una mujer desde el interior del vehículo, sintiendo una profunda angustia en lo profundo de su corazón.

Esa noche, sin avisarle a su prometido, había terminado su trabajo antes de lo previsto para volver a casa, había decorado el maletero de su coche con globos y se había puesto a sí misma como regalo. Cojeando de una pierna, con esfuerzo se metió al maletero, sosteniendo en sus manos la edición limitada del tequila que él tanto amaba…

Lleno de grandes expectativas, su corazón latió con fuerza cuando escuchó el sonido del auto abriéndose. Pero lo que escuchó con sus propios oídos fue la traición:

—Carlos, hoy es tu cumpleaños, ¿no tienes miedo de que Adriana venga a buscarte?

—Con ese pleito tan complicado que tiene encima, seguro está demasiado ocupada en Nueva Brisa como para venir por aquí —respondió enseguida Carlos García.

—¿Así que eso significa que tendré que causarte más problemas en el futuro? —coqueteó la mujer.

—¡Qué lista eres! —dijo él con ternura.

—Entonces, ¿me amas a mí o a tu prometida? —le insistió la mujer, rodeando con sus delicados brazos al hombre.

Después de otro arranque de pasión, Carlos le respondió:

—¿Cómo se va a comparar ella contigo? ¡Necesita estar tomando medicinas todo el tiempo y odio el olor a fármacos en su cuerpo! ¡Lo peor de todo es que además es una coja! Si no fuera porque mis padres les dan tanta importancia a los negocios de su familia, y porque tiene un buen cerebro para los negocios, ni siquiera estaría con ella.

En el espacio reducido, Adriana trataba de contener con temblor las lágrimas. Esas voces eran demasiado familiares para ella.

Faltaban solo dos días para que se comprometiera oficialmente con Carlos, y, sin embargo, ahora descubría que él la había estado engañando ni más ni menos que con su prima.

—¡Vaya suerte que tuvo Adriana! Ese terrible accidente de automóvil que planeamos salió a la perfección, ¡pero ni aún así murió! Menos mal que logré que el doctor le diera la medicina equivocada y la dejara discapacitada. Si no, todo nuestro esfuerzo habría sido en vano —la voz de su prima, Elena López, se tornó sombría y llena de resentimiento.

—Bueno, ahora solo es una simple coja —respondió Carlos con calma—. Además, todavía podemos aprovechar su talento para los negocios. ¿No fue ella quien te lanzó a la fama, querida? —dijo mientras la consolaba cariñosamente.

Las palabras familiares hicieron que Adriana temblara como una hoja. No podía distinguir en ese momento si era el dolor en su corazón o el violento movimiento del auto lo que provocaba sus temblores…

No fue sino hasta que la pareja terminó su apasionada escena y se fue que Adriana, aturdida, se arrastró temblorosa fuera del maletero. Desorientada y con el equilibrio perdido, apoyó todo su peso en su pie lesionado, lo cual le provocó un intenso dolor.

Pero ese dolor no era nada comparado con lo que sentía en su corazón.

Cojeando, salió apresurada del estacionamiento sin rumbo fijo.

Hace dos años atrás, un accidente de auto la había convertido de la socialité número uno de Costa del Sol en una mujer discapacitada. Justo cuando estaba a punto de derrumbarse, fue Carlos quien la apoyó y terminó ganándose por completo su corazón.

Desde entonces, se dedicó a su empresa de medios, ayudándole a dirigir el negocio. Y la persona a quien la empresa había promovido con tanto éxito era precisamente su prima, Elena.

Recientemente, Elena había incumplido un contrato y un equipo de producción la había demandado. Carlos le pidió a Adriana que solucionara el problema.

Ella hizo todo lo posible, negociando durante días, durmiendo solo dos horas en tres días, todo para poder resolver el conflicto y sorprender a Carlos en su cumpleaños.

¿Y el resultado era este?

Carlos, que decía amarla como a su propia vida, le dio la mayor de las traiciones.

¡Qué ironía de la vida!

Todo lo que había hecho estos últimos dos años, con todo su esfuerzo y sacrificio, no fue más que para que esos dos traidores se beneficiaran de su desgracia.

No sabía cuánto había caminado.

Comenzó a llover a cántaros, pero Adriana levantó la cabeza obstinadamente. Era como si la lluvia torrencial también cayera en su corazón, y aparte del sonido de la lluvia, podía escuchar cómo se derrumbaban poco a poco sus sentimientos pasados.

Estaba cansada.

Finalmente, se dejó caer bajo una marquesina al lado de una parada de autobús. Solo le quedaba la botella de tequila en las manos. Con una resignada sonrisa, la destapó y bebió sorbo a sorbo hasta la última gota.

Media hora después.

Un lujoso auto negro pasó por la carretera. A pesar de su color discreto, no podía ocultar la elegancia del vehículo. El auto parecía que iba a seguir su camino, pero de repente retrocedió y se detuvo suavemente a su lado.

Apresurada fue arrastrada al interior, quedando postrada frente a un tipo.

Su rostro empapado por la lluvia fría fue brutalmente agarrado, sin compasión alguna, forzándola a levantar la cabeza. Con la vista borrosa por el alcohol, miró al hombre guapo que parecía familiar, y con confusión preguntó:

—¿Quién diablos es usted?

—No necesitas saber quién soy, es suficiente con que yo sepa quién eres tú, la señorita de la familia López —la voz del tipo era tan cruel como la misma lluvia nocturna.

Sacudió la cabeza, tratando de recuperar un poco el último vestigio de lucidez en su cuerpo, pero los ojos del hombre eran tan seductores que cuanto más los miraba, más se perdía en ellos, como si fueran un remolino del que no podía escapar.

Se retorció un poco, pero las manos del hombre, firmes como pinzas de acero, la inmovilizaron de nuevo:

—Hace mucho tiempo que debí haberte buscado.

—¿Qué...?

Su mirada nublada cayó justo en el pecho del hombre, donde dos botones de su camisa estaban desabrochados, revelando de esta manera las marcadas líneas de sus músculos. El atractivo aroma de las hormonas masculinas, junto con los efectos del tequila de cuarenta grados que había bebido, la dejaron algo mareada y confundida.

De repente, un pensamiento cruzó por su mente: Carlos la había traicionado, ¿por qué ella no podría hacer lo mismo?

El hombre frente a ella, tanto en apariencia como en físico, superaba demasiado a Carlos.

Enderezó la espalda, y con determinación, subió una mano para rodear el cuello del hombre:

—¿Tantas ganas tenías de buscarme? Entonces, ven, te cumpliré.

El hombre frunció el ceño, mirando desde arriba a la mujer que medio se arrodillaba frente a él. Su figura curvilínea se desplegaba ante sus ojos, como una sirena emergiendo en plena noche, hipnotizándolo.

—¿Estás segura? —su voz sonaba algo ronca.

Ella aceptó, y su otra mano subió hasta la pierna del hombre, deslizándose hacia abajo con buena intención.

El cuerpo del hombre reaccionó instintivamente, tensándose, y de un movimiento rápido, la atrajo hacia él, haciendo que ella terminara sentada sobre sus piernas. Su tono era algo frío e indiferente, como si nada le importara.

—Entonces te cumpliré tu deseo.

Unas horas después.

Adriana abrió los ojos de golpe, sorprendida al descubrir que a su lado había un hombre aún profundamente dormido.

Miró la línea firme de su mandíbula, sus músculos bien definidos, y los recuerdos fragmentados de la noche anterior comenzaron a encajar de manera vertiginosa en su mente.

Recordaba haber estado ebria, tirada en la calle, y que un hombre la había subido a su coche. Luego, sin mucho esfuerzo de su parte, ambos habían terminado teniendo sexo.

La luz aún estaba encendida.

El perfil del hombre era bastante atractivo y, extrañamente, le resultaba familiar. Lo observó con más detenimiento, y de repente, su corazón dio un vuelco total.

¡No podía creer que fuera él!

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