Furia desmedida
Claro que quería levantarme de ahí para tomar venganza contra esa mujer del infierno, pero había algo que me lo impedía. No podía explicar si era algo físico, natural o místico, pero aunque me abocaba con todas mis fuerzas, no podía terminar de reaccionar en mi estado de estupefacción. Todo había ocurrido en cámara lenta frente a mis narices. El señor Cavill se apresuró de tal manera que se acomodó a mi lado sin que yo pudiese percatarme.
― ¿Por qué no podemos simplemente estar juntos? ―le pregunté furiosa y sin saber cómo reaccionar. Yo quería seguirle besando, quería abofetear a la rubia; quería reaccionar, pero sencillamente estaba condenada a quedarme quieta sin poder reaccionar. No soportaba mi situación.
Una lágrima intentó anunciar el inicio de un llanto que me brotaba de las entrañas. Me merecía por lo menos la oportunidad de poder llorar a libertad, pero el señor Cavill colocó su dedo en mi mejilla y cortó el avance de esa lágrima antes de que se convirtiese en llanto. Yo le miré con rabia y aturdimiento. Era una mezcla donde se combinaba un poco de todo. Él seguía apacible, sereno, mirándome con esos ojos de amor.
―Es lo que nos toca ―me dijo con esa voz suya que podía ser un trueno lo mismo que un susurro―… es la batalla que nos ha tocado librar.
Yo asentí sin entender mucho de aquello, sencillamente estaba dejando que las cosas tomasen su curso en mi corazón. Él era mi pilar y mi fuerza, mientras que él estuviese a mi lado, no había forma de que algo así me llevase a la ruina: yo estaba lista para ponerme de pie.
― ¿Por qué no puedo llorar?… ¿Por qué no puedo levantarme?
Cristian sonrió con paciencia y dulzura. Su personalidad era todo lo que yo necesitaba; era el hombre fuerte que necesitaba a mi lado para protegerme y cuidarme, pero también era ese hombre dulce y atento que sabía atender a las cuestiones de mi corazón. Cristian era mi todo, o al menos eso yo creí hasta ese entonces.
―No hay motivos para llorar Emi… sobran los motivos para luchar ―al escucharle decir esto, me pareció una contradicción, pues en sus mejillas pude ver un par de lágrimas que delataban el dolor que a él le embargaban en ese instante, pero antes de que yo pudiese decir algo más, Cristian sonrió y continuó con su explicación―: Ahora tú llevas en tu vientre a ese fruto de nuestro amor.
Al decir esto, su mano se posó sobre mi vientre con una caricia que me llegó hasta el alma. Yo quise corresponderle, pero el dolor era demasiado. Sentía que el alma se me partía en mil pedazos a cada segundo que pasaba. Solo entonces me di cuenta de que el espacio a nuestro alrededor había desaparecido. Ya ni de Rebeca se tenían noticias, todo se había desvanecido dejándome a solas con el amor de mi vida.
―Lo siento mucho Cristian… siento mucho haber sido una cobarde todo este tiempo ―le dije ahora sin poder contenerme. Yo sabía las consecuencias que habían tenido mis decisiones y omisiones. Ahora sabía que todo pudo haber sido tan distinto si tan solo yo hubiese actuado cuando debía.
―No te lamentes Emi… la vida tendrá que darnos otra oportunidad.
Cristian dijo esto y a partir de ese punto dejé de verlo. Mi visión se tornó borrosa y las figuras a mí alrededor se tornaron como una bruma espesa y densa. Era como si la vida se me hubiese trasmutado en un segundo, ahora ya no había nada de ese momento que era antes, ahora solo veía ante mí lo que eran sombras de una escena y un dolor profundo atravesándome el alma. Solo podía pensar en aquella vida que se debía aferrar en mi interior.
Ana se levantó, apenas me vio despertando de mi coma. Su sonrisa dubitativa y nerviosa me dejó saber lo feliz que le hacía el verme al fin despertando, pero también me habló de una profunda aflicción que ahogaba sus emociones más profundas, haciéndole reaccionar apenas con una fracción de la verdadera mujer que ella era.
Yo conocía el protocolo y sabía que había de ocurrir a continuación. No me cansaba del chiste, pero necesitaba cambiarlo antes de que se hiciera aburrido, por lo menos ahora no despertaría con la revelación inesperada de que mi embarazo se convertía en noticia pública.
―Hola Emi ―me saludó Ana, apenas se llegó al lado de mi cama para tomar mi mano y acercarla a su rostro para darme la oportunidad de saber que volvía a sentir y que aún podía saber lo que era la calidez de la amistad.
Yo sonreí esforzándome más de lo que esperaba para recordar cómo se hacía. Mis músculos y labios parecían llevar mucho tiempo inmovilizados en un gesto sin vida como para sufrir lo suficiente ahora que intentaba volver a sonreírle al gesto de mi amiga. Ana entendió que yo aún me encontraba embotada y sumida en mi propia inestabilidad de fuerzas, por lo que me hizo un gesto para pedirme que tomara calma y respirase.
Sin preocuparme mucho por lo que Ana me decía le hice un gesto para pedirle a ella que se calmara, yo recién acababa de despertar y era entonces cuando un montón de recuerdos inauditos y sin control estallaban en mi mente cuando intentaba ordenar los pensamientos que no daban cabida al control.
―Por favor dime Ana ―me atreví hablar con las pocas fuerzas que tenía. Ahora, a diferencia de las otras veces, no solo estaba conectada a una vía intravenosa, sino que también tenía un tubo de oxígeno conectado a mi nariz para asistirme con la respiración y un montón de cables conectados a varias partes de mi cuerpo, sobre todo en mi espalda. Entonces caí en cuenta de algo que, por no estar atenta, había pasado por alto en definitiva, por lo que de inmediato lo plantee en forma de pregunta―: ¿Por qué no siento mis piernas?
Una entre tantasAna se estremeció cuando escuchó mi pregunta, pero no se dejó entrever en su rostro ninguna muestra de sorpresa, definitivamente ella ya debía estar esperando algo como eso y mis palabras solo servían para confirmar lo que ya se sabía de antemano.Quería decir algo, pero las preguntas no salían de mis labios. El aire había desaparecido de esa habitación, ya no había como respirar, las paredes se comenzaban a cerrar sobre mí.Ana comenzó a llorar en un trance mudo. Su sollozo no producía ni un ruido, solo eran lágrimas que caían de un rostro vacío y sin expresión. Yo era quien ocupaba la cama del hospital, pero mi amiga parecía la muerte personificada. Sin duda alguna su corazón cargaba con una mole de pesar sin comparación. Era del todo portentoso descubrir el peso de las emociones que se descubrían en ese momento en la habitación del hospital.―Emi yo… los doctores ―Ana guardó silencio, como si hablar le resultase en una carga lo suficientemente difícil como para no
Una vida sin pasosSer la hermana mayor para David ahora con esa revelación, sin dudas sería tanto o más complicado que el hecho de pensar que sería madre sin contar con el respaldo de Cristian, pero de solo pensar que todo se me podía acumular en una sola posibilidad bastante desalentadora y dolorosa me hizo plantear aquella pregunta sin darme ninguna oportunidad de esperar un segundo más.Sabía que con Cristiana yo no había tenido tiempo de nada más. Solo un par de palabras confusas se habían intercambiado antes de que el dolor me hiciera perderme en el mundo de las sombras, pero el hecho de que Ana estuviese a mi lado en ese momento me decía que el Señor Cavill había cumplido su palabra y había podido proteger a mi amiga y a mi hermano de las garras de aquellos malhechores que me habían dejado a mí en esa condición. Mi corazón solo debería estar sintiendo en ese momento rabia, ira y rencor por aquellos nombres que se sucedían en una concatenación de inmoralidades sin parangón que s
Amenazas cumplidas―Todo paso muy rápido Emi ―el pesar con el cual Ana comunicó esa afirmación de sentencia pesarosa me dejó sabiendo que estaba por venirse un remate que solo podía ser algo verdaderamente terrible si se sumaba a lo que ya había tenido la oportunidad de enterarme―, fue en cuestión de horas que todo fue orquestado como por una mente maestra.Ana no sabía lo que estaba diciendo, ella no estaba enterada de las verdades que yo sabía y por eso no entendía por qué yo me encontraba así de consciente de lo que ella estaba por decir, puesto que yo ya podía imaginarme quien era esa mente maestra que había orquestado el mal para mi familia. Yo sabía que todo lo que estaba ocurriendo solo podía ser producto de esa maldad sin precedentes del abogado que había sido mi peor pesadilla los últimos tiempos. Debía ser definitivamente él, quien estaba llevándome al borde de la locura.Ana sentenció:―A David se lo llevaron Emi. Al terminar de decir aquello, la pobre no pu
Descalabro―Lo que aún no logro entender es el cómo hizo esa mujer y sus cómplices para poner en jaque a Cristian solo con una denuncia sin fundamento. Esa duda me rondaba en la cabeza y me tenía sumida en la consternación total y absoluta. No me cabía en la cabeza el poder pensar en cómo era posible que un hombre tan poderoso y rodeado del respaldo absoluto de una empresa multimillonaria pudiese quedar a merced de una mujer que era malintencionada hasta los tuétanos y de eso no quedaban dudas, pero que no tenía ni de lejos los recursos suficientes como para montarle una ofensiva legal tan férrea como para poner en complicaciones a quien era el hombre más poderoso de la ciudad económicamente hablando. Para explicarme eso, Ana aún tenía un par de revelaciones que hacer y que surgieron sobre todo después de que yo le contara lo que había tenido que sufrir por culpa del malnacido de Martins. ― ¡Ese hombre es el diablo en persona! ―sentencio ella apretand
Pocos aliados.―Ana, sé que lo que estoy por decirte puede parecerte una locura… pero quiero que sepas que sin importar la decisión que tomes yo estaré infinitamente agradecida por todo tu apoyo. Si decides hacerte a un lado y no involucrarte lo entenderé completamente y no espero que te sientas mal por eso… quiero que sepas qué pienso hacerle frente a esos condenados.Ana se me quedó viendo mientras sopesaba el peso de mis palabras. Ella era una mujer muy atenta cuando llegaba el momento de una conversación así de seria. No por nada tenía Ana la capacidad de comportarse como una madre preocupada para con sus amigos, sin embargo, aquello que yo le planteaba logró sacarla de sus cavilaciones, creándole un choque de confrontación enorme y bastante fuerte. Ella era mucho menos impulsiva que yo, por lo que casi nunca metía la pata y se tomaba con detenimiento la toma de cualquier decisión, aunque fuese una minúscula y en apariencia insignificante. Aquel planteamiento que yo le hacía, por
Obstáculo inesperado ―El chofer me pidió encarecidamente mantenerle informado de tu progreso… me pidió informarle, apenas lograrás despertar. ― ¡Bien! ―exclamé alegre de escuchar aquello, Arthur era justo la persona con la que necesitaba charlar, si de verdad quería hacer algo para tomarle el pulso a la situación―, entonces llámalo, dile por favor que necesito hablar con él cuanto antes. Ana me prestaba atención, pero no se movió al escucharme decir aquello, lo que me ocasionó un poco de molestia, por lo cual la miré con cara de pocos amigos y le dije. ―Ana, por favor, no tenemos tiempo que perder. Pero Ana seguía sumida en su meditación. Entonces me explicó: ―El chofer de tu jefe fue muy enfático en el peligro que corríamos todas las personas que podíamos de alguna manera hacerle la contra al plan de esos maniáticos, por eso no me dejo ningún número de teléfono ni nada. Él solo me dijo que
Como dos fugitivas El resto del recorrido fue sumido en el caos de la inquietud que nos hacía saber que habíamos dejado a Ethan renqueando del dolor sobre el suelo del tercer piso. El tiempo que tardaría ese ascensor en llegar al primer piso podía ser crucial en la posibilidad de tener un escape limpio y sin mayores sobresaltos. Era plena mañana, por lo que el lugar bullía de actividad, pero fue esa actividad caótica y desenfrenada la que de alguna manera nos permitió mezclarnos con la confusión del momento, pues todo el mundo se encontraba concentrado en sus cosas de tal manera que no estaban como para prestar atención a una muchacha joven con traje de enfermera llevando en una silla de ruedas a otra chica con cara de alegría. Yo sonreía en todo momento para no delatar ningún gesto incierto que pudiese delatar alguna situación fuera de lugar. Cuando el ascensor se detuvo en los dos pisos para que otra gente subiera y bajara, nos mantuvimos apegadas, Ana y yo, a esos
Arthur Aquella tienda me despertaba una marejada de sensaciones y recuerdos que de manera insoportable me hacían pensar en él. Ese había sido uno de los lugares que visitamos aquel primer día de la que sería esa especie de relación que nos unió a los dos bajo los parámetros de aquel contrato que luego quedó en él olvidó cuando fueron el amor y la pasión las que dirigieron el rumbo de nuestros pasos, encaminando todo para que en ese momento yo, a pesar de estar sufriendo por la limitación de mis piernas, estuviese atravesando esa cruzada solo para poder ayudar al hombre al que amaba con locura y desenfreno para librarlo de las garras de aquellos que por la codicia y la ambición habían convertido nuestras vidas en un infierno sin precedentes. Las palabras que Arthur había dicho a Ana me parecían demasiado sutiles, pero también lo suficientemente elocuentes como para que ese mensaje tuviese sentido. Arthur sabia a la perfección que aquel lugar tenía una pr