Amenazas cumplidas

Amenazas cumplidas

―Todo paso muy rápido Emi ―el pesar con el cual Ana comunicó esa afirmación de sentencia pesarosa me dejó sabiendo que estaba por venirse un remate que solo podía ser algo verdaderamente terrible si se sumaba a lo que ya había tenido la oportunidad de enterarme―, fue en cuestión de horas que todo fue orquestado como por una mente maestra.

Ana no sabía lo que estaba diciendo, ella no estaba enterada de las verdades que yo sabía y por eso no entendía por qué yo me encontraba así de consciente de lo que ella estaba por decir, puesto que yo ya podía imaginarme quien era esa mente maestra que había orquestado el mal para mi familia. Yo sabía que todo lo que estaba ocurriendo solo podía ser producto de esa maldad sin precedentes del abogado que había sido mi peor pesadilla los últimos tiempos. Debía ser definitivamente él, quien estaba llevándome al borde de la locura.

Ana sentenció:

―A David se lo llevaron Emi.

                Al terminar de decir aquello, la pobre no pudo hacer más que echarse a llorar como si de alguna manera ella tuviese algo de culpa en aquella calamidad. Aunque yo sabía que no era cierto y que ella no tenía nada que ver en toda aquella catástrofe que me estaba consumiendo en la incontenible agonía del sufrimiento, no había forma de que yo pudiese decirle algo para tranquilizarle, puesto que mi alma estaba siendo condenada a un dolor como ninguno ahora que sabía que todos mis miedos estaban siendo disparados en forma intensificada.

                En aquella habitación del hospital solo podía sentirme diminuta cuando Ana se echó a llorar al borde de mi cama cubriendo su rostro con sus dos manos. Yo sabía que ella se sentía realmente mal al quebrarse de esa manera delante de mí cuando se suponía que ella debía estar ahí para darme fuerzas a mí. No había nada que reprocharle, la pobre había tenido que recibir un tras otras, cada uno de esos golpes sin siquiera tener una advertencia de nada, para ella debió ser como si las puertas del infierno se abrieran de golpe y dejaran venir sobre ella todo un acumulado de desgracias y catástrofes cada una peor a la anterior.

                Mi condición de no poder caminar, la acusación en contra de Cristian y ahora también el procedimiento de aquella denuncia en contra de David, había dejado a Ana sin otra noticia positiva más que la de la buena salud de mi bebe. De resto, aquello de mi reacción como fue poco más que un despertar desgraciado; un despertar donde solo había espacio para la calamidad y el desasosiego.

                Con todo el dolor de mi alma y sin atreverme a dejar que las lágrimas que ahogaban mi ser salieran para mostrar la debilidad que podía poder en riesgo la posible estabilidad de mi corazón, extendí la mano y estreché los dedos de mi amiga teniendo que esforzarme un poco para alcanzarle, puesto que su mano se encontraba alejada y que parte de mi cuerpo no reaccionaba cuando yo le pedía moverse. Ana reaccionó apenas levantando el rostro levemente para mirarme por encima de sus propias lágrimas. Se notaba que ella se encontraba bastante afectada, puesto que la confusión no desaparecía de sus gestos. Su mirada era esquiva, como si temiera que de un momento a otro yo pudiese arremeter en contra suya para acusarle de algo, lo mismo que sus labios que temblaban mientras sollozaba como una señal del vacío inmenso que consumía su alma al enfrentarse a todo aquello.

                ―Todo es mi culpa ―le dije con la voz rota y con los ojos a punto de abrirse a un mar de lágrimas. No era eso lo que mi alma necesitaba, pero en ese proceso de autodestrucción que me prometía el final de ese trance de dolor, solo encontré conveniente decir aquello. Ana me miro más confundida que antes y me hizo un gesto como para tranquilizarme mientras negaba con la cabeza.

                ―Emi, por favor, no digas tonterías ―Ana había perdido su chispa natural y aquel reclamo había salido de su boca sin ánimos y sin fuerzas. Ella no estaba con la fuerza de voluntad necesaria como para animar a nadie, sin embargo, ella se ocupaba en tratar de salvarme a pesar de que todo se veía perdió―… Tu jefe me explicó como ocurrió todo… tú solo fuiste una víctima de esa mujer loca, no puedes decir que fue tu culpa… nada de esto fue tu culpa Emi. Todo esto fue culpa de ella y solo de ella.

                Yo sabía que hasta cierto punto, Ana tenía razón, sin embargo, no podía recriminarle nada, puesto que ella no estaba enterada de todo el asunto, por lo que ella no podía entender a lo que me refería yo. Entonces apreté mis labios y negué vehementemente con mi cabeza para intentar alejar los pensamientos tortuosos de mi mente, pero era una tarea bien compleja. Entonces la miré a los ojos y le comencé a explicar con la intención de hacerle saber todo aquello que ella no sabía, para que ella estuviese al tanto de las verdades de mi sufrimiento y de mi dolor, de aquellas verdades que estaban dadas para conseguir por lo menos la comprensión de cuál era el origen de todo ese convulso flujo de malas noticias, puesto que todas ellas convergían hacia un nombre en común: Martins.

                Así Ana se quedó con la boca abierta y la mirada perdida cuando yo comencé a relatarle todo lo que fue ese espiral de decadencia y dolor que me conmino en esos últimos dos meses para llegar a convertirme en un cuerpo vacío y sin alma, con un corazón muerto debajo del peso asfixiante del amor no correspondido mientras vivía sumida en el miedo apremiante de esas amenazas que la tenían a ella y a David en el punto de la mira. Cristian había logrado cumplir su palabra y la había protegido a ella, pero a mi hermano lamentablemente le habían venido a buscar después de que Cristian cayese preso, por lo cual él no tenía para entonces ninguna oportunidad de hacer nada para salvarle; sin embargo, había aún un par de cosas que no me terminaban de cuadrar y Ana debía aclararme.

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