En la oficina del director del FBI, Calderón, estaba en la penumbra, iluminada solo por la luz tenue de una lámpara de escritorio. Kael se encontraba de pie frente a él, con los brazos cruzados y una expresión de determinación en su rostro. Se había cansado de perder. Se había cansado de ese sabor a derrota que por primera vez probó y quería dejar atrás. —Es nuestra única oportunidad para derrocarlos, Kael. Aquí no estamos para decidir si nos gusta o no. Nos atenemos y ya. —dijo Calderón, su voz grave y autoritaria—. No podemos permitirnos fallar. No más. Kael guardó silencio, consciente de la magnitud de la misión. Había pasado semanas en una prisión, perdió a su equipo, perdió mucho y no estaba dispuesto a perder más. Pero ahora, todo dependía de un solo movimiento. —Para esa fecha, su cabeza rodará. De eso me encargo yo. —respondió Kael con firmeza. Calderón lo miró fijamente, evaluando su determinación. —Hay algo más que debes saber. —lo detuvo. —Hay una pieza clave pa
—Los declaro marido y mujer. —culminó el juez. Adelina sonrió por obligación ante los aplausos que se alzaron para festejar el matrimonio. El espectáculo debía continuar y su papel no iba a desentonar. —Debemos saludar a unos amigos y podemos quitarnos el atuendo, cariño. —musitó Nixon, su ahora esposo. Las intenciones de muchos por acercarse se veían desde su lugar y con eso supó que debía estar atenta en la mesa donde, por protocolo, debíamos quedarse. —Tus amigos, no míos. —puntualizó pendiente de todo, menos de ellos. —Diles que estoy fascinada por todo, o lo que quieras. ¡Hay una mesa con pastelillos! —Tesoro, es nuestra boda. —quiso disimular ante quienes había escuchado. —Puede ser tu funeral y tendré hambre. —contestó mirando el punto medio entre los dos. —¿Esperamos a alguien? —Mis padres no podrán venir, así que solo a mi tía y su esposo que llegarán pronto. —contestó pendiente del móvil. —Esperarán vernos juntos, no tú en una esquina y yo en la otra. Hay prot
El festejo no apaciguaba la incómoda posición de Lina en el lugar. Todos tenían una sonrisa en el rostro, menos ella. Por primera vez. El brazo de Nixon la mantenía junto a él, mostrándose como el esposo afectuoso y protector. El sueño de muchas que la veían, envidiando eso. Mientras tanto, ella no soportaba los comentarios vulgares de los amigos de los Ercil sobre algunas de las invitadas. A pesar de la frialdad de su matrimonio de conveniencia, debían mantener las apariencias. Por su parte, Lina, intentaba relajarse, pero la presencia de Kael a solo unos metros con sus ojos de halcón puestos sobre ella en todo momento, la tenía en constante alerta. —¿Estás bien? —preguntó Nixon, notando su tensión. —Sí, solo un poco cansada —respondió haciendo a un lado su brazo, forzando una sonrisa. Nixon la llevó más cerca de nuevo, fingiendo susurrarle al oído siendo esa la señal de qué debía sonreír, porque las apariencias eran todo para los Ercil y él no estaba dispuesto a perder s
—¿Por qué razón ella debe estar en la reunión? —preguntó Naenia a su sobrino. —Acaba de entrar a la familia. Debería estar de luna de miel, no en algo enteramente familiar. —Es mi esposa. —exclamó Nixon perdido en el celular. —Además no aceptó un no como respuesta. Kael giró los ojos ante la respuesta tonta que obtuvo la mujer que se echó el cabello a la espalda y le sonrió al verlo pasar. Tan difícil no era controlar a una niñita que destilaba aromas tan…Una niña al fin. Aunque al entrar a la oficina y ver cómo abrazaba a su Rottweiler, se dio cuenta de que necesitaría demasiada paciencia. El perro, de pelaje negro y brillante, se acurrucó en sus brazos como si fuera un cachorro. —Cierra la puerta, tío. Atila odia el ruido. Él apretó los dientes ante su forma de llamarlo. El resto de los asistentes lo observaron a medida que ocupó su lugar en la cabeza de la mesa; él se concentró en lo que estaban mostrando antes de iniciar y exhaló cuando escuchó el tono mimado con el que la
Lina se despertó al día siguiente con una sensación de inquietud. La noche anterior había descansado lo suficiente para restar estrés a su cuerpo, aunque la confrontación con Kael seguía resonando en su mente. Sabía que no podía permitirse bajar la guardia, especialmente ahora que estaba casada con Nixon. Tenía que esperar una invitación al sindicato que tal vez jamás llegaría, pero había aceptado ese riesgo y no quería pensar en ello como un fracaso. El desayuno en la mansión de los Ercil fue un asunto formal. Se esmeraba en ello y jamás le gustó desentonar. Aunque si tuviera que elegir, optaría por quedarse con Atila en su dormitorio. Nixon estaba absorto en su teléfono, revisando correos y mensajes, junto a su tía, murmurando sobre la llegada de su padre. Mientras Lina intentaba concentrarse en su comida. Sin embargo, la presencia de Kael en la misma habitación hacía que cada bocado fuera difícil de tragar.—Hoy tenemos la cena. No te olvides de pasar por mí. —dijo Naenia hacia
Al llegar a la boutique de su abuela tuvo que escuchar que no se encontraba. Algo que ya sabía, pero no estaba preguntando por ella, si no por un ejemplar que muchas veces le mostró. Con ese podría salir del paso, a su estilo. La dependienta que ya la conocía y sabía que su jefa jamás le negaría algo a su nieta la ayudó a llevar las cajas al vehículo. Mientras Lina le avisaba a Eleazar que no descuidara el pasillo de su dormitorio. No confiaba en nadie en esa casa, y Eleazar podía mantenerla segura. Echó a andar el auto, deteniéndose tan solo unos minutos después. Compró un café y se dirigió a la empresa, siendo recibida como lo que era para todos. La esposa de uno de los socios. Del ascensor se dirigió a la oficina que encontró al final del pasillo, entrando sin pedir permiso, haciendo que el hombre de la silla elevara el rostro de inmediato. —¿Conoces la educación o eso lo ignoras también? —le preguntó Kael en un rugido molesto. —Te traje café y así me tratas. —hizo un puchero
—Acércate. —musitó Lina sin dejar de ver los labios del Mayor. Sus ojos brillaban con intensidad, como un maldit0 embrujo al que este estaba tentado a caer. Ella sintió que el espacio se estaba terminando entre su cuerpo y el del irlandés, pero no se inmutó más que para mover las pestañas que batió más lento, ante la perspectiva de Kael, quien con una orden escuchada no estaba razonando. —Vete de mi oficina. —sus dedos se aferraron al librero con una fuerza nunca antes desconocida. ¿Por qué no la lanzaba por la ventana de una vez? Así se acabaría ese anhelo perpetuo que surgía cada vez que la tenía cerca. Lina sonrió de manera enigmática y salió del encierro en el que estuvo no más que un par de minutos, pero la habían hecho probar algo que no pensó que deseara más. —Te veo esta noche, Hércules. —el lazo de cinta de terciopelo en su cabello daba un toque extrañamente atractivo. Más al darse la vuelta y con ese rostro tan angelical darle una imagen que empeoró el estado de Kael.
—¡Damas y caballeros, bienvenidos a esta noche especial! —dijo la maestra de ceremonias con el micrófono en mano, hacia los invitados. —Es un honor para mí presentarles a nuestros distinguidos invitados, Warren Ercil y su encantadora esposa, Salma.Todos vieron a Salma, pero Warren no se encontraba a lado de su esposa como debía. Por lo que comentarios divertidos y preguntas de donde estaba el mencionado. En lo que el silencio sumergió a las tres personas que estaban alejados de la multitud, dos de ellos en una situación comprometedora y el tercero con una teorías en su cabeza. Warren Ercil, el suegro de Lina, tenía una pose de juez, jurado y verdugo, uno que ya contaba con la respuesta de lo que veía. Era un hombre de mediana edad, con el cabello gris perfectamente peinado hacia atrás y unos ojos azules que parecían perforar el alma de cualquiera que se atreviera a mirarlo.Su rostro estaba marcado por arrugas profundas, no tanto por la edad, sino por los años de intrigas y manipul