Capítulo 3

Alan se retiró de la sala dejando perplejos a los presentes. Milagros estaba totalmente angustiada, y sintió que sus piernas la traicionarían por lo que se sentó en el sofá con la cabeza baja.

—Lamento todo lo que está sucediendo.

Se disculpó Logan, mientras Sara se sentaba al lado de la joven para contenerla. El silencio reinó por unos cuantos segundos hasta que fue insostenible y Sara lo quebró.

—¿Siempre es así? —preguntó.

—Cuando algo lo afecta sí.

—¡Ya veo! —musitó.

—Verán —relató Logan—. Mi madre era única hija y nos ha criado cómo madre soltera hasta que fuimos adolescentes, cuando conoció a su segundo esposo. Así que nuestro abuelo fue siempre una figura paterna. Ambos estamos muy afectados con su muerte, pero sobre todo Alan.

—¡Lo lamento mucho! —musitó Milagros.

—No lo lamentes, mi abuelo era un hombre grande y vivió su vida muy bien.

—No sé qué decir más que ¡Lo siento!

—No te preocupes, entiendo la falta de palabras. Sé lo importante de la propiedad para mi hermano, y no es tan solo por algo sentimental.

—¿Cómo? —inquirió Sara.

—Mi abuelo hace unos meses contrajo una enfermedad que lo llevó a estar postrado en una cama, ni siquiera vivía en esta casa. Estaba en una clínica bien atendido.

—¡Qué triste!

—No lo es en realidad. —Las chicas se asombraron de las palabras—. No me malinterpreten, me duele haber perdido a mi abuelo. Pero él vivió una hermosa vida junto al amor de su vida, y cuando mi abuela falleció él decidió honrarla viajando con sus cenizas por toda España y parte de Europa.

Las chicas no sabían cómo reaccionar al relato, pero sin duda estaban conmovidas.

—Cuando se deshizo de la urna al tirar las cenizas al mar como mi abuela quería, cayó enfermo. Quería morir en su casa, así que contratamos varias enfermeras que se turnaban para cuidarlo hasta que cerró los ojos para siempre.

—Es una historia agridulce —comentó Sara.

—Sí, lo es. Una pérdida siempre es triste, pero mi abuelo se fue con su esposa como debía ser. Ya tenía noventa años —espetó con una sonrisa de añoranza en su rostro—. Ahora está con sus dos grandes amores, su esposa y su hija.

Sara se secó unas lágrimas que caían de forma disimulada.

—Mi hermano aún no se recupera y encontrarse con este panorama, lo desestabilizó.

—¿Estará todo el fin de semana? —rompió su mutismo Milagros.

—Temo que sí, pero me quedaré también si no es inconveniente.

—Si no queda de otra. —Se encogió de hombros.

—¿Los papeles los tienes aquí?

—Sí, los tengo en una caja fuerte en mi oficina.

—Entonces, mañana podremos verlos. Es mejor que adelantemos todo y no dilatemos la situación. El lunes debo regresar a Alemania.

—¡Entiendo! —musitó ella—. Para ser sincera no me gusta la situación, pero viendo cómo es el panorama y sabiendo que no tengo otra elección, está bien.

—Gracias.

—Puedes dormir en el cuarto que te plazca —agregó con poca cortesía y se levantó—. Yo me iré a dormir, estoy cansada en todas sus formas —le informó a su amiga levantándose del sofá—. ¿Te quedas? —la chica asintió—. Bien, ya sabes cuál es tu habitación.

—¡Por supuesto, cariño!

—Disculpen si soy atrevido, pero ¿duermen separadas? —inquirió Logan, las chicas lo miraron con extrañeza—. ¿No son pareja? —preguntó.

—¡No! —Carcajeó Sara—. Soy su agente. Nos conocemos desde hace mucho tiempo. Y soy cien por ciento heterosexual.

—¡Lo siento, yo…

—No es grave, no hay nada de malo en serlo —interrumpió la joven—. Pero no es nuestro caso —Sonrió de lado coqueteando con Logan.

—¡Buenas noches a ambos! —espetó finalmente Milagros antes de dejar la sala.

—¡Buenas noches Mili! —Saludó Sara.

—¡Qué descanses! —agregó Logan.

Milagros dejó atrás la sala, para subir las escaleras de madera y al llegar al piso inferior caminó en dirección a la habitación principal, la cual había elegido para que fuera la suya.

Cuando abrió la puerta y encendió la luz se dio cuenta que la cama ya se encontraba ocupada.

—¿Qué haces aquí? —inquirió.

—Intentó dormir —respondió molesto—. Apaga la luz y vete.

—Esta es mi habitación —exclamó—. La casa tiene siete habitaciones en total, tienes cuatro más para elegir.

—Vete tú. No se contradice a los invitados.

—¿Ahora eres un invitado?

—Acaso no dijiste que era tu casa hasta que se demostrará lo contrario —espetó levantándose. Estaba completamente desnudo y Milagros se giró para no verlo—. Esta habitación era de mi abuelo.

—Pero ahora es mía.

—Por este fin de semana, será mía —retrucó el joven—. ¡Hala! Vete a la habitación de la primera planta, la de servicio —sugirió—. Donde debes estar.

—¿Es una broma? —escupió la chica volteando y descubriendo que él seguía levantado, se cubrió los ojos.

—No, no me gustan las bromas —sentenció y caminó hacia la puerta para abrirla—. ¡Ahora vete!

—No, vete tú —sentenció ella.

—Milagros ya dije que no me iré —replicó el hombre.

—¡Ay, eres insufrible! —protestó la joven—. Largo de mi habitación —gritó.

—No, soy encantador y muy apuesto. —Se acercó unos centímetros hacia ella.

—Claro que no. —Se alejó igual cantidad de pasos hacia atrás—. Eres pedante, engreído y arrogante. —Mordió sus dientes al decir esas palabras.

—Entonces vete y no tendrás que tolerarme —informó.

—Esta es mi casa, la compré legalmente, no la usurpe. No me iré a ningún lado.

—Ni mi hermano, ni yo la hemos puesto en venta. No sé a quién se la has comprado.

—¿Qué sucede? 

Preguntó Sara apareciendo en el corredor, seguida de Logan. Los ojos de la chica se abrieron completamente y segundos después desvió la mirada.

—¿Alan qué haces desnudo? —interrogó su hermano—. Cúbrete quieres.

—¡Qué pudorosos todos!

Caminó hacia la cama y tomó su ropa interior y una bata luego regresó hacia la puerta.

—Siempre duermo así.

—Estás en casa ajena —protestó ella.

—No, qué era mi casa.

—Dejen de discutir —intervinó Sara—. ¿Qué pasó que estabas gritando?

—Le he pedido que se vaya, esta es mi habitación, pero no quiere —informó Milagros.

—Claro que no es tu habitación, era de mi abuelo y ahora dormiré yoí.

—¡Eres un maldito insoportable! —escupió la chica molesta.

—Alan, no hagas las cosas más difíciles —sugirió su hermano.

—¿No te irás? —inquirió ella.

—No —respondió escuetamente.

—¡Bien!, me iré a otra habitación…

—A la de servicio —acotó sonriendo.

—Vete a la m****a, idiota. —Salió corriendo para subir las escaleras, su amiga la siguió.

—¿Por qué haces las cosas de esta forma? —interrogó el hermano cruzado de brazos.

—Es divertido, me gusta verla enojada. ¿No se ve adorable?

—Pero qué dices hermano.

—Nada, olvidalo. —Negó con la cabeza—. Demasiado que dejó que se quede en la casa. Es una ocupa —añadió entrecerrando los ojos.

—No parece una mujer que usurpe casas.

—Las apariencias engañan —respondió—. ¿Algo más que quieras hablar de forma urgente? Porque si no vete, quiero descansar. Me estresé.

—No —resopló su hermano—. Me iré a descansar.

—¡Vaya!, ahora le dicen descansar —dijo sonriente—. No creas que no me di cuenta cómo mirabas a su amiga.

—¡Cierra la boca! —farfulló mientras se iba.

—¡Cómo sea! —musitó y cerró la puerta para acostarse.

Alan cerró la puerta casi de un portazo, a veces no controlaba su energía y en ese momento, sin duda estaba desbordada. Regresó a la cama, pero tardó en poder conciliar el sueño. Su mente estaba en blanco, mientras miraba el techo de la habitación hasta que varios recuerdos en imágenes irrumpieron sus pensamientos, iban y venían hasta que ella apareció en su mente, y el pestañeó fue constante.

Un suspiró ahogado salió de sus labios.

—¿Por qué me está sucediendo esto?

Se preguntó en voz alta, cómo si de esa forma la respuesta apareciera.

—Cierra los ojos y duérmete. ¡Demonio!

Sacudió la cabeza para quitar aquellos pensamientos y obedeció su orden.

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