Capítulo 4

Morfeo, tampoco estaba disponible para Milagros que no paraba de dar vueltas en la cama, la almohada estaba mojada por las lágrimas derramadas. Los ojos le ardían, la nariz se encontraba tapada y los labios irritados.

Se levantó para ir al baño de la planta principal, había decidido dormir en la única habitación que se encontraba en el lugar. Se negaba a creer que había sido víctima de una e****a. Fue inutil todo lo que hacía para sentirse mejor.

Se sintió en un pozo sin fondo en el cual caía cada vez más y más. Tardó unos minutos en salir, pero cuando lo hizo se encontró con el joven bajando las escaleras con un salto de cama negro.

—¿Tampoco puedes dormir? —inquirió rudamente el joven.

—No, no puedo —musitó ella parada en la puerta del baño con los brazos cruzados.

—¿Tienes té o leche? —Ella asintió—. Tomar té con leche me relaja y me ayuda a dormir. Si quieres te preparo uno —sugirió.

—No es necesario —confesó la chica.

—Vamos, te hará bien —añadió el hombre.

—¡De acuerdo! —respondió torciendo los labios, caminó hacia él y ambos ingresaron a la cocina.

—¿Qué edad tienes? —inquirió Alan mientras cargaba agua en la tetera.

—¿Por qué la pregunta? —respondió con una.

—Es solo curiosidad. —Giró a verla—. Para hablar de algo mientras esperamos que el agua se caliente.

—Tengo veinticinco años.

—Eres muy joven —comentó—. ¿Y a qué te dedicas que has podido comprar esta casa?

—Soy licenciada en arte, y además pinto.

—¡Vaya!, una artista. —Arqueó las cejas y la tetera comenzó a chillar—. ¿Eres famosa?

—Llevo varios años haciendo presentaciones, pero hace un mes que gané mi primer dinero importante y aproveché a comprar mi hogar. —Suspiró.

—Para que sea un hogar debes hacerlo tuyo, y aún no lo es. —Se acercó para preparar el té—. Solo es una casa.

—Eso está por verse. —Suspiró—. Tu tampoco me has demostrado que sea tuya —indicó Milagros.

—No hace falta porque lo es. —Giró un poco su cabeza—. ¿Cuántas cucharadas de azúcar?

—Solo dos —mencionó—. ¿Qué hay de ti, a qué te dedicas?

—Soy arquitecto. ¿Quieres leche? —inquirió.

—No, no me gusta en el té.

—Bien —musitó—. Aquí tienes. —Le entregó su bebida caliente.

—¿Hace cuanto eres arquitecto?

—Diecisiete años.

—Pero ¿qué edad tienes? —inquirió asombrada.

—Tengo cuarenta, me he dedicado a estudiar exclusivamente, a los veintitrés me recibí, inmediatamente ingresé a una constructora, al poco tiempo me di cuenta que quería tener mi propia firma integral, de diseño y construcción.

—¡Oh, vaya! —musitó ella para luego tomar un poco de la bebida caliente.

—Entonces ahorré bastante dinero, y casi un año después obtuve préstamos bancarios para poder llevar el proyecto adelante. Eso hace quince años.

—¡Qué bien! —exclamó la chica—. ¿Y cómo te va el negocio? —Tomó otro sorbo de su té y sintió que su lengua se quemaba.

—Tengo varios ceros en mi cuenta bancaria.

—¿Eres millonario? —interrogó curiosa la chica.

—Sí, se puede decir que sí —mencionó removiéndose en la silla.

—Sí construyes. ¿Por qué quieres esta casa? —Arqueó una ceja.

—Creo que es obvio, primero porque es herencia familiar y segundo porque tengo pensado con mi hermano hacer un motel con spa.

—Para un motel es un lugar pequeño.

—Eso lo sé —espetó con molestia en la mirada, se sintió insultado por el comentario—. Soy arquitecto, se harían algunas reformas para aumentar el espacio y sumar varios pisos. Quizás tres o cuatro, no muy alto.

—Pero no puedes, esta casa es mía ahora. —Recordó la chica.

—No lo creeré hasta que vea los papeles.

—¡Cómo digas! —Se levantó de la banqueta de la isla—. Terminaré el té en la habitación.

—¡Bien! Yo haré lo mismo.

Imitó el comportamiento de ella y se apresuró a caminar hacia la puerta para salir antes. Parecían pequeños peleando por un dulce, los dos querían salir a la vez, la mitad del té de Milagros quedó en la musculosa que traía puesta quemando su pecho.

El grito que emitió fue bastante sonoro, pero a Alan le pareció gracioso, la chica volvió sobre sus pasos y dejó la taza sobre la encimera para salir corriendo hacia el baño, sin darse cuenta que el joven la siguió.

Entró rápido sin cerrar y se quitó la musculosa para enjuagar su pecho y no quedar pegoteada.

—¿Te quemaste? —interrogó el hombre cruzado de brazos apoyado en el marco de la puerta.

—¿Qué haces aquí? —Se cubrió el sostén.

—Me preocupó que te quemarás, fue gracioso, pero me quedé preocupado. —Se incorporó descruzando los brazos—. ¿Estás bien?

—No es gracioso que una persona se queme. —Se colocó la bata de baño.

—¡Lo siento! —espetó él—. Al menos estoy resarciendo mi error preguntando cómo estás.

—Estoy bien —respondió de mala gana y se dirigió hacia la salida, pero él no se corrió—. ¡Quítate!

—Se pide permiso. —La desafió.

—Solo a personas que son educadas y no andan de fisgones en casas ajenas.

—¿Lo dices por ti? —Se abrió paso.

—Claro que no —respondió molesta—. Está mi casa.

—No, no lo es. Pertenecía a mi abuelo.

—Él ya murió —escupió apretando los dientes, se sentía frustrada y con mucha ira interior.

—Lavate la boca antes de hablar de mi abuelo.

—Entonces deja que me vaya.

—Pide permiso —insistió—. Es mi casa.

—Yo la compré —gritó estallando en un llanto que no pudo controlar.

Milagros lo empujó hacia atrás y aprovechó el espacio para salir corriendo a la sala, no quería que él la viera así, tan destrozada y vulnerable. Se sentó sobre el sofá con los pies sobre el asiento, mientras abrazaba sus piernas con los brazos y la cabeza escondida sobre sus rodillas.

Se sentía frustrada y asustada por la idea de perder la casa.

—¡Todo por un capricho! Quién me mandó a querer una casa en Costa Brava, uno de los lugares más costosos de Barcelona.

La joven musitó aquellas palabras que Alan logró escuchar, pero entender poco. Su manejó del español no era pobre, pero había cosas que no lograba entender, sobre todo si alguien susurraba.

Milagros sintió que el sofá se hundía a su lado y sorbió la nariz cortando el sollozo de repente. Resopló varias veces sin mirarlo para que se fuera.

—¿Te sientes mejor?

—No quiero hablar contigo —susurró.

—A veces es bueno hablar para quitar toda la angustia que uno tiene dentro —comentó el hombre.

—No le contaría nunca mis problemas a un ciclotímico como tí —comunicó ella.

—¿Hablas por ti misma? —sugirió el hombre.

—No, lo digo por ti. Primero eres un maldito borde y los minutos me ofreces té. —Giró un poco su cabeza para verlo—. Porque no te haces atender.

—Tienes razón —Él se levantó también—. Aún es de noche, es mejor que intente dormir un poco. Solo intentaba ayudarte —Alan hizo unos pasos antes de que ella interrumpiera su caminar.

—Sí quieres ayudarme, vete y déjame la casa. —Elevó la mirada para finalmente desarmar la posición en la que se encontraba—. Es lo único que tengo.

—Eso ni lo sueñes —espetó arqueando una ceja.

—¿Acaso no tienes casa? —caprichoseó la chica.

—Por supuesto, tengo mi casa en Alemania, un apartamento en Madrid y un yate con cabina. —Arqueó una ceja—. ¿Pero eso qué tiene que ver?

—Mira, tienes un montón de cosas. En la vida hay que compartir. Yo tengo solo esta casa y unos miles de euros en el banco para poder vivir. No la necesitas.

—Sí, la necesito para un proyecto —informó Alan.

—Eres un caprichoso —afirmó ella.

—¡Mira quien habla! —Caminó hacia las escaleras.

—Yo no soy caprichosa —vociferó la chica.

—Ya deja de gritar o despertarás a mi hermano y tu amiga —dijo mientras subía las escaleras.

—¡Maldito estupido arrogante! —escupió con toda su bronca contenida.

—Yo también te quiero, hermosa —respondió irónicamente y se perdió en el piso inferior.

—¡Maldito engreído! —Golpeó un almohadón—. Se cree que porque tiene dinero puede tratar mal a cualquier persona —musitó al aire y regresó a la habitación.

Al ingresar cerró la puerta con cerrojo, se acostó con la ropa interior ya que su pijama había quedado debajo de la almohada de la habitación que ocupaba Alan.

Pensar en él provocó en su cuerpo un rechazo intenso. El arquitecto era muy bien parecido, pero sin embargo, su actitud lo hacía completamente horrible.

—Jamás me fijaría en alguien como él —musitó al aire.

Se removió en la cama varias veces de un lado al otro, se sentía intranquila por sus pensamientos, así que decidió ir hacia su habitación. Subió las escaleras y sin pedir permiso entró a la habitación dónde se encontraba el hombre. Sin mediar palabras se acostó a su lado dándole la espalda.

Cuando el arquitecto sintió el peso de un cuerpo extraño detrás de él, giró y la vio perplejo cómo se acomodaba.

—Luego dices que no eres caprichosa —espetó en voz baja.

—¡Disculpa! —Se incorporó tapándose con la sábana y giró a verlo.

—¿Qué se supone que estás haciendo? —Bostezó porque el té había hecho su efecto.

—Acostarme para dormir.

—¿Estás segura que quieres dormir con un hombre que no conoces?

—¡Me da igual! —espetó y volvió a acostarse.

—Sí, lo imagino —farfulló—. Seguro que estás acostumbrada.

Milagros se giró para enfrentarlo.

—¿Qué acabas de decir? —consultó ofendida.

—Lo escuchaste muy bien, así que no te hagas la sorda.

—Debería tirarte de la cama para que durmieras en el piso.

—Inténtalo sí aceptas las consecuencias —la amenazó.

La tensión entre ambos era alta y ninguno de los dos quería ceder el lugar. Así que finalmente Milagros se giró para acostarse.

—¡Qué tengas buenas noches!

—¡De acuerdo!, ya que no te irás y yo tampoco. —Se acostó— Está noche dormiremos juntos.

La intención de Alan era que ella se levantara y se fuera, pero la joven no hizo ni un solo movimiento. El joven dudaba en acostarse al lado de la pintora, pero el sueño lo estaba venciendo y no tenía fuerza para irse a otro lado.

Se acostó tapándose también y se puso de costado para finalmente dormir. Esperaba despertar primero para que no lo viera allí, o quizás lo acusaría de acoso.

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