Morfeo, tampoco estaba disponible para Milagros que no paraba de dar vueltas en la cama, la almohada estaba mojada por las lágrimas derramadas. Los ojos le ardían, la nariz se encontraba tapada y los labios irritados.
Se levantó para ir al baño de la planta principal, había decidido dormir en la única habitación que se encontraba en el lugar. Se negaba a creer que había sido víctima de una e****a. Fue inutil todo lo que hacía para sentirse mejor.
Se sintió en un pozo sin fondo en el cual caía cada vez más y más. Tardó unos minutos en salir, pero cuando lo hizo se encontró con el joven bajando las escaleras con un salto de cama negro.
—¿Tampoco puedes dormir? —inquirió rudamente el joven.
—No, no puedo —musitó ella parada en la puerta del baño con los brazos cruzados.
—¿Tienes té o leche? —Ella asintió—. Tomar té con leche me relaja y me ayuda a dormir. Si quieres te preparo uno —sugirió.
—No es necesario —confesó la chica.
—Vamos, te hará bien —añadió el hombre.
—¡De acuerdo! —respondió torciendo los labios, caminó hacia él y ambos ingresaron a la cocina.
—¿Qué edad tienes? —inquirió Alan mientras cargaba agua en la tetera.
—¿Por qué la pregunta? —respondió con una.
—Es solo curiosidad. —Giró a verla—. Para hablar de algo mientras esperamos que el agua se caliente.
—Tengo veinticinco años.
—Eres muy joven —comentó—. ¿Y a qué te dedicas que has podido comprar esta casa?
—Soy licenciada en arte, y además pinto.
—¡Vaya!, una artista. —Arqueó las cejas y la tetera comenzó a chillar—. ¿Eres famosa?
—Llevo varios años haciendo presentaciones, pero hace un mes que gané mi primer dinero importante y aproveché a comprar mi hogar. —Suspiró.
—Para que sea un hogar debes hacerlo tuyo, y aún no lo es. —Se acercó para preparar el té—. Solo es una casa.
—Eso está por verse. —Suspiró—. Tu tampoco me has demostrado que sea tuya —indicó Milagros.
—No hace falta porque lo es. —Giró un poco su cabeza—. ¿Cuántas cucharadas de azúcar?
—Solo dos —mencionó—. ¿Qué hay de ti, a qué te dedicas?
—Soy arquitecto. ¿Quieres leche? —inquirió.
—No, no me gusta en el té.
—Bien —musitó—. Aquí tienes. —Le entregó su bebida caliente.
—¿Hace cuanto eres arquitecto?
—Diecisiete años.
—Pero ¿qué edad tienes? —inquirió asombrada.
—Tengo cuarenta, me he dedicado a estudiar exclusivamente, a los veintitrés me recibí, inmediatamente ingresé a una constructora, al poco tiempo me di cuenta que quería tener mi propia firma integral, de diseño y construcción.
—¡Oh, vaya! —musitó ella para luego tomar un poco de la bebida caliente.
—Entonces ahorré bastante dinero, y casi un año después obtuve préstamos bancarios para poder llevar el proyecto adelante. Eso hace quince años.
—¡Qué bien! —exclamó la chica—. ¿Y cómo te va el negocio? —Tomó otro sorbo de su té y sintió que su lengua se quemaba.
—Tengo varios ceros en mi cuenta bancaria.
—¿Eres millonario? —interrogó curiosa la chica.
—Sí, se puede decir que sí —mencionó removiéndose en la silla.
—Sí construyes. ¿Por qué quieres esta casa? —Arqueó una ceja.
—Creo que es obvio, primero porque es herencia familiar y segundo porque tengo pensado con mi hermano hacer un motel con spa.
—Para un motel es un lugar pequeño.
—Eso lo sé —espetó con molestia en la mirada, se sintió insultado por el comentario—. Soy arquitecto, se harían algunas reformas para aumentar el espacio y sumar varios pisos. Quizás tres o cuatro, no muy alto.
—Pero no puedes, esta casa es mía ahora. —Recordó la chica.
—No lo creeré hasta que vea los papeles.
—¡Cómo digas! —Se levantó de la banqueta de la isla—. Terminaré el té en la habitación.
—¡Bien! Yo haré lo mismo.
Imitó el comportamiento de ella y se apresuró a caminar hacia la puerta para salir antes. Parecían pequeños peleando por un dulce, los dos querían salir a la vez, la mitad del té de Milagros quedó en la musculosa que traía puesta quemando su pecho.
El grito que emitió fue bastante sonoro, pero a Alan le pareció gracioso, la chica volvió sobre sus pasos y dejó la taza sobre la encimera para salir corriendo hacia el baño, sin darse cuenta que el joven la siguió.
Entró rápido sin cerrar y se quitó la musculosa para enjuagar su pecho y no quedar pegoteada.
—¿Te quemaste? —interrogó el hombre cruzado de brazos apoyado en el marco de la puerta.
—¿Qué haces aquí? —Se cubrió el sostén.
—Me preocupó que te quemarás, fue gracioso, pero me quedé preocupado. —Se incorporó descruzando los brazos—. ¿Estás bien?
—No es gracioso que una persona se queme. —Se colocó la bata de baño.
—¡Lo siento! —espetó él—. Al menos estoy resarciendo mi error preguntando cómo estás.
—Estoy bien —respondió de mala gana y se dirigió hacia la salida, pero él no se corrió—. ¡Quítate!
—Se pide permiso. —La desafió.
—Solo a personas que son educadas y no andan de fisgones en casas ajenas.
—¿Lo dices por ti? —Se abrió paso.
—Claro que no —respondió molesta—. Está mi casa.
—No, no lo es. Pertenecía a mi abuelo.
—Él ya murió —escupió apretando los dientes, se sentía frustrada y con mucha ira interior.
—Lavate la boca antes de hablar de mi abuelo.
—Entonces deja que me vaya.
—Pide permiso —insistió—. Es mi casa.
—Yo la compré —gritó estallando en un llanto que no pudo controlar.
Milagros lo empujó hacia atrás y aprovechó el espacio para salir corriendo a la sala, no quería que él la viera así, tan destrozada y vulnerable. Se sentó sobre el sofá con los pies sobre el asiento, mientras abrazaba sus piernas con los brazos y la cabeza escondida sobre sus rodillas.
Se sentía frustrada y asustada por la idea de perder la casa.
—¡Todo por un capricho! Quién me mandó a querer una casa en Costa Brava, uno de los lugares más costosos de Barcelona.
La joven musitó aquellas palabras que Alan logró escuchar, pero entender poco. Su manejó del español no era pobre, pero había cosas que no lograba entender, sobre todo si alguien susurraba.
Milagros sintió que el sofá se hundía a su lado y sorbió la nariz cortando el sollozo de repente. Resopló varias veces sin mirarlo para que se fuera.
—¿Te sientes mejor?
—No quiero hablar contigo —susurró.
—A veces es bueno hablar para quitar toda la angustia que uno tiene dentro —comentó el hombre.
—No le contaría nunca mis problemas a un ciclotímico como tí —comunicó ella.
—¿Hablas por ti misma? —sugirió el hombre.
—No, lo digo por ti. Primero eres un maldito borde y los minutos me ofreces té. —Giró un poco su cabeza para verlo—. Porque no te haces atender.
—Tienes razón —Él se levantó también—. Aún es de noche, es mejor que intente dormir un poco. Solo intentaba ayudarte —Alan hizo unos pasos antes de que ella interrumpiera su caminar.
—Sí quieres ayudarme, vete y déjame la casa. —Elevó la mirada para finalmente desarmar la posición en la que se encontraba—. Es lo único que tengo.
—Eso ni lo sueñes —espetó arqueando una ceja.
—¿Acaso no tienes casa? —caprichoseó la chica.
—Por supuesto, tengo mi casa en Alemania, un apartamento en Madrid y un yate con cabina. —Arqueó una ceja—. ¿Pero eso qué tiene que ver?
—Mira, tienes un montón de cosas. En la vida hay que compartir. Yo tengo solo esta casa y unos miles de euros en el banco para poder vivir. No la necesitas.
—Sí, la necesito para un proyecto —informó Alan.
—Eres un caprichoso —afirmó ella.
—¡Mira quien habla! —Caminó hacia las escaleras.
—Yo no soy caprichosa —vociferó la chica.
—Ya deja de gritar o despertarás a mi hermano y tu amiga —dijo mientras subía las escaleras.
—¡Maldito estupido arrogante! —escupió con toda su bronca contenida.
—Yo también te quiero, hermosa —respondió irónicamente y se perdió en el piso inferior.
—¡Maldito engreído! —Golpeó un almohadón—. Se cree que porque tiene dinero puede tratar mal a cualquier persona —musitó al aire y regresó a la habitación.
Al ingresar cerró la puerta con cerrojo, se acostó con la ropa interior ya que su pijama había quedado debajo de la almohada de la habitación que ocupaba Alan.
Pensar en él provocó en su cuerpo un rechazo intenso. El arquitecto era muy bien parecido, pero sin embargo, su actitud lo hacía completamente horrible.
—Jamás me fijaría en alguien como él —musitó al aire.
Se removió en la cama varias veces de un lado al otro, se sentía intranquila por sus pensamientos, así que decidió ir hacia su habitación. Subió las escaleras y sin pedir permiso entró a la habitación dónde se encontraba el hombre. Sin mediar palabras se acostó a su lado dándole la espalda.
Cuando el arquitecto sintió el peso de un cuerpo extraño detrás de él, giró y la vio perplejo cómo se acomodaba.
—Luego dices que no eres caprichosa —espetó en voz baja.
—¡Disculpa! —Se incorporó tapándose con la sábana y giró a verlo.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —Bostezó porque el té había hecho su efecto.
—Acostarme para dormir.
—¿Estás segura que quieres dormir con un hombre que no conoces?
—¡Me da igual! —espetó y volvió a acostarse.
—Sí, lo imagino —farfulló—. Seguro que estás acostumbrada.
Milagros se giró para enfrentarlo.
—¿Qué acabas de decir? —consultó ofendida.
—Lo escuchaste muy bien, así que no te hagas la sorda.
—Debería tirarte de la cama para que durmieras en el piso.
—Inténtalo sí aceptas las consecuencias —la amenazó.
La tensión entre ambos era alta y ninguno de los dos quería ceder el lugar. Así que finalmente Milagros se giró para acostarse.
—¡Qué tengas buenas noches!
—¡De acuerdo!, ya que no te irás y yo tampoco. —Se acostó— Está noche dormiremos juntos.
La intención de Alan era que ella se levantara y se fuera, pero la joven no hizo ni un solo movimiento. El joven dudaba en acostarse al lado de la pintora, pero el sueño lo estaba venciendo y no tenía fuerza para irse a otro lado.
Se acostó tapándose también y se puso de costado para finalmente dormir. Esperaba despertar primero para que no lo viera allí, o quizás lo acusaría de acoso.
El sol pegó justo en sus ojos horas después cuando las cortinas fueron corridas, se retorció en la cama y se cubrió la cara con el cobertor para que no le diera la luz. Segundos después se giró hacia el otro lado para poder seguir descansando.Los pasos que daba la persona dentro de la habitación le molestaban, parecía que lo hacía a propósito, el golpe de la puerta del baño hizo que abriera sus ojos. Se quitó lentamente el edredón y vio que la chica estaba justo parada frente a él con los brazos cruzados, ya vestida con ropa de diario, mientras cepillaba el cabello y se sonreía de lado.—¡Buenos días dormilón! —Saludó de forma irónica.—Déjame dormir —espetó adormilado y volvió a taparse.—No es hora de dormir, es hora de terminar con todo este dilema —le informó destapándolo.—Pero qué demonios haces —chilló tapándose nuevamente.—Quiero mostrarte los papeles, y que te vayas —informó finalmente destápandolo nuevamente—. Te doy cinco minutos para que salgas de la cama, o vengo con un
Los hermanos salieron de la cocina rumbo al parque, mientras que las chicas se quedaron en la cocina. Sara estaba molesta por la actitud de Alan y no se sentía capaz de poder contener a su amiga que estaba totalmente angustiada no solo por la actitud del joven, sino por tener que enfrentar un posible juicio. —¿Qué voy a hacer Sara? —musitó Milagros sentándose al lado de su amiga. —No lo sé, por lo pronto tú eres la dueña de la casa. —giró a ver a su amiga con una sonrisa en los labios—. Así que ellos deberán irse. —Me siento tan desgraciada —Apoyó sus brazos sobre la mesa y la cabeza sobre ellos. —No te enrolles, Mili. Seguramente ellos te ayudarán a recuperar el dinero, o terminan vendiéndote la casa. —¿Quién? —Se reincorporó—. El mismo que me quiere echar. —Solo te lo pidió porque no sabía que eras la dueña de la casa, ahora seguro que cambia de parecer. —¡Lo dudo! —exclamó la joven levantándose y comenzando a juntar los utensilios utilizados. —¡Oye Mili! —Se levantó para ayu
Los hermanos Müller pasado el mediodía dejaron la casa. El mayor estaba demasiado alterado y no quería compartir techo con la pintora, así que su hermano decidió sacarlo del lugar para dar una vuelta y que el arquitecto se tranquilizara.Milagros se encontraba en la mesa del comedor con un bol de ensalada colorida comiendo desanimada.—¿Qué te sucede? —inquirió mientras masticaba un trozo de pescado.—No puedo dejar de pensar —dijo angustiada.—Pero Milagros, ya te dije que no te enrolles más con eso, debes dejarte fluir. —La tomó de la mano.—No puedo Sara, simplemente no puedo. —Arrojó el tenedor sobre
La sala estaba en total silencio, solo se escuchaban algunos sonidos onomatopéyicos de los presentes, y el ruido que ingresaba desde el exterior hasta que fue Alan quien lo quebró.—Creo que debo acompañar a mi hermano al aeropuerto.—No hace falta. —Apareció Logan con su bolso—.—Sí, porque tengo que hablar contigo.—No podrás.—Disculpa —espetó ofendido.—Llevo a Sara, no podrás hablar mucho conmigo.—Está bien, vete. —Se sentó molesto en el sofá. Milagros abrió grandes los ojos cuando se enteró de que estaría en la casa sola, no sabía por cuánto tiempo. Pero era el suficiente para poder meditar una solución que la proclamara como ganadora en corto tiempo. Le dio una mirada al horizonte para recordar porque había elegido aquel lugar.Bajó al piso inferior para perderse en lo que más amaba, su pintura. Tenía sus auriculares puestos por lo que no escuchó cuando Alan ingresó.—¿Qué haces?El pincel de la joven salpicó la pintura por el movimiento brusco de su mano al sobresaltarse cuando él le quitó los auriculares. Manchando el suelo, parte de su ropa y la camisa que traía puesta Alan.Capítulo 9
La joven se encaprichó con seguir comiendo comida que le hacía mal, así que tomó un bol más grande y no solo colocó todas las papas de la bolsa, sino otras frituras más. Se encerró en su habitación y desde su notebook decidió ver la programación que ella deseara. A pesar de encontrarse entretenida, no pudo alejar las palabras que Alan le había dicho.—Yo coquetear, ¡Ja! Claro que nunca —espetó en voz alta.Su esfuerzo fue en vano, los pensamientos iban y venían como boomerangs dentro de su mente y solo para confundirla más de lo que estaba. Dejó su portátil sobre la cama con la serie corriendo y se levantó para recorrer toda la habita
Se dijo a sí misma.—Solo son dos semanas, y ya han pasado tres días. Puedes tolerarlo.Respiró profundo y salió de la ducha para colocarse ropa cómoda y preparar la cena. Cuando estuvo lista bajó las escaleras sujetándose el cabello e ingresó a la cocina sin darse cuenta que Alan ya estaba allí.El joven se encontraba detrás de la puerta de la heladera empinando una botella de agua, gesto que la hizo fantasear varios escenarios posibles en cuestión de minutos. Milagros siempre había sido una mujer que le gustaba tener todo bajo control para sortear cualquier imprevisto, pero con el arquitecto era todo lo contrario, ella no entendía como podía ser así sin estresarse.—Me asustaste —musitó tomando su pecho.—Tan feo soy —dijo dejando la botella sobre la mesada.—No es eso, es que no estoy acostumbrada a convivir con nadie.—¿Me dirás que nunca conviviste con un hombre? —Arqueó una ceja cruzándose de brazos—. Ni siquiera unas vacaciones.—En vacaciones es distinto porque son pocos días.
Cuatro horas más tarde el hombre se encontraba a mitad de camino y decidió hacer una parada para poder descansar su cuerpo de la posición que le exigía manejar. Al salir del vehículo en una estación de servicio, recordó que esa noche le debía una cena a Milagros. Lo había olvidado por completo. Estuvo unos minutos más en el lugar y luego aceleró a fondo para llegar al apartamento lo antes posible y poder regresar enseguida.Lamentablemente el tráfico aquel día no estaba de su lado y llegó a las cinco de la tarde a la ciudad. Sí regresar representaba la misma cantidad de hora, no llegaría aunque fuera a alta velocidad. Finalmente decidió tomar un vuelo de Madrid a Barcelona que le tomaría dos horas. Se relajó sobre el sofá de su sala e hizo una rápida llamada a s