La joven se encaprichó con seguir comiendo comida que le hacía mal, así que tomó un bol más grande y no solo colocó todas las papas de la bolsa, sino otras frituras más. Se encerró en su habitación y desde su notebook decidió ver la programación que ella deseara. A pesar de encontrarse entretenida, no pudo alejar las palabras que Alan le había dicho.
—Yo coquetear, ¡Ja! Claro que nunca —espetó en voz alta.
Su esfuerzo fue en vano, los pensamientos iban y venían como boomerangs dentro de su mente y solo para confundirla más de lo que estaba. Dejó su portátil sobre la cama con la serie corriendo y se levantó para recorrer toda la habita
Se dijo a sí misma.—Solo son dos semanas, y ya han pasado tres días. Puedes tolerarlo.Respiró profundo y salió de la ducha para colocarse ropa cómoda y preparar la cena. Cuando estuvo lista bajó las escaleras sujetándose el cabello e ingresó a la cocina sin darse cuenta que Alan ya estaba allí.El joven se encontraba detrás de la puerta de la heladera empinando una botella de agua, gesto que la hizo fantasear varios escenarios posibles en cuestión de minutos. Milagros siempre había sido una mujer que le gustaba tener todo bajo control para sortear cualquier imprevisto, pero con el arquitecto era todo lo contrario, ella no entendía como podía ser así sin estresarse.—Me asustaste —musitó tomando su pecho.—Tan feo soy —dijo dejando la botella sobre la mesada.—No es eso, es que no estoy acostumbrada a convivir con nadie.—¿Me dirás que nunca conviviste con un hombre? —Arqueó una ceja cruzándose de brazos—. Ni siquiera unas vacaciones.—En vacaciones es distinto porque son pocos días.
Cuatro horas más tarde el hombre se encontraba a mitad de camino y decidió hacer una parada para poder descansar su cuerpo de la posición que le exigía manejar. Al salir del vehículo en una estación de servicio, recordó que esa noche le debía una cena a Milagros. Lo había olvidado por completo. Estuvo unos minutos más en el lugar y luego aceleró a fondo para llegar al apartamento lo antes posible y poder regresar enseguida.Lamentablemente el tráfico aquel día no estaba de su lado y llegó a las cinco de la tarde a la ciudad. Sí regresar representaba la misma cantidad de hora, no llegaría aunque fuera a alta velocidad. Finalmente decidió tomar un vuelo de Madrid a Barcelona que le tomaría dos horas. Se relajó sobre el sofá de su sala e hizo una rápida llamada a s
Alan ya se encontraba en la sala con un nuevo atuendo, un traje azul y camisa blanca sin corbata, verlo de esa manera hizo que contuviera la respiración. No había sido adrede, pero estaban vestidos como esas parejas twinning que suelen vestir similar. Sonrió apenada cuando vio la mirada clavada de él. —Hubiese preferido que eligieras el otro —espetó el joven—. Apuesto que te hubiese quedado perfecto. —Sí quieres me lo cambió en unos minutos. —No, claro que no. —Negó con la cabeza—. Este vestido te queda hermoso también. —Debo reconocer que tienes muy buen gusto. —He tenido ayuda —acotó revoleando los ojos un tanto incómodo—. ¿Estás lis
Las horas de sueños pasaron demasiado rápido para Milagros que fue quien primero despertó, dispuesta a hacer su rutina. Antes de regresar y sabiendo que Alan tardaría en despertarse pasó a comprar unos víveres por el mercado. Ingresó por la puerta de servicio de la cocina con sus auriculares puestos, hizo unos pasos de baile mientras acomodaba las cosas, y al voltear se dio cuenta que una mujer extraña para ella la observaba con una sonrisa desde la puerta.Eso asustó a la pintora quien gritó sobresaltada llevándose una mano al pecho.—¿Quién es usted? —indagó agitada.—¡Buenos días, señorita! Mi nombre es Anne soy empleada del señor Alan. Imagino que usted es Milagros.
Alan permaneció con la mano apoyada en la pared pensando en lo que había sucedido y lo tan cerca que tuvo los labios de la joven. Se culpó por no aprovechar la oportunidad. Una sonrisa se escapó de sus labios cuando su mente se invadió de una fantasía junto a ella. Aún cuando ella estuviera jugando, él aprovecharía la oportunidad. Frotó palma contra palma mientras los pensamientos recorrían su mente. Caminó hacia la sala y el rocé de Anne lo sobresaltó provocando que la joven riera. —Lamento haberte asustado Alan —indicó la mujer mientras le quitaba su mano del brazo. —No me trates de tú, Anne —dijo entre dientes. —Estamos solos, ella está arriba —susurró. —No quiero que te escuche. Guarda el protocolo si quieres que te pague. —No me amenaces si no quieres que me vaya. —Da igual —dijo molesto por el comentario—. ¿Qué querías? —Avisarte que para lo que querías comer, no tienes nada. —Estiró su mano con la palma abierta—. Necesito dinero para ir al mercado. —¿Acaso no tienes tú?
—¿Dónde estás Mili? —preguntó sacudiendo la mano justo frente a ella.Cuando la joven escuchó su voz salió del ensimismamiento y elevó la mirada un tanto avergonzada. Tragó grueso y desvió sus ojos hacia la mesa.—Lo siento, no me di cuenta que habías vuelto —musitó.—No importan, pero dime ¿En qué pensabas tan concentradamente? —preguntó él, mientras caminaba a su asiento para sentarse.—No lo sé —mintió—. Quedé con mi mente en blanco.—¿Tienes pajaritos en la cabeza? —preguntó risueño. —¡Milagros! —exclamó animado levantándose, ella se quedó frisada sin voltear al pie de las escaleras—. Ven quiero presentarte a alguien. —Soltó la barandilla y se acercó a los dos hombres en la sala—. Él es David, mi chofer. Estará disponible para ti también si lo necesitas.—No hace falta, tengo auto propio. —Sonrió agradecida—. Me gusta manejar.—Es un gusto conocer a la joven que está desvelando por las noches al señor Alan.—¡Cierra la boca! —dijo entre dientes mientras sonreía nervioso.—El gusto es mío, lamento recibirlo con este look improvisado —respondió señal&aacuCapítulo 17
—¡Buenos días! ¿Puedo pasar? —preguntó Alan.—Sí. —Sonrió por la actitud del hombre—. ¿Qué sucede?—Venía a ver si estabas bien. —Ingresó a la habitación—. Anoche te pedí que me esperaras, pero supongo que estabas cansada. —Se encogió de hombros.—Sí, algo. —Se corrigió—. A decir verdad, ya no quiero estar a solas contigo. —Bajó apenada la mirada.—¿Por qué? —preguntó confundido.—Porque… porque… —titubeó la chica—. ¿Por qué golpeaste la puerta?