El sol pegó justo en sus ojos horas después cuando las cortinas fueron corridas, se retorció en la cama y se cubrió la cara con el cobertor para que no le diera la luz. Segundos después se giró hacia el otro lado para poder seguir descansando.
Los pasos que daba la persona dentro de la habitación le molestaban, parecía que lo hacía a propósito, el golpe de la puerta del baño hizo que abriera sus ojos. Se quitó lentamente el edredón y vio que la chica estaba justo parada frente a él con los brazos cruzados, ya vestida con ropa de diario, mientras cepillaba el cabello y se sonreía de lado.
—¡Buenos días dormilón! —Saludó de forma irónica.
—Déjame dormir —espetó adormilado y volvió a taparse.
—No es hora de dormir, es hora de terminar con todo este dilema —le informó destapándolo.
—Pero qué demonios haces —chilló tapándose nuevamente.
—Quiero mostrarte los papeles, y que te vayas —informó finalmente destápandolo nuevamente—. Te doy cinco minutos para que salgas de la cama, o vengo con un vaso de agua para hacerlo.
—Anímate y serás mujer muerta —sentenció desde la cama.
—No me desafíes, porque no me conoces. Si en cuatro minutos no estás fuera de esa cama, vendré con el vaso.
—No te creo capaz —reafirmó emitiendo una sonrisa de lado, sin moverse de su posición, ni taparse.
—Te quedan tres minutos, chiquito.
—Sí me mojas, me quitó el boxer. —Redobló la apuesta.
—No lo harías —musitó la chica aunque por dentro dudó en mojarlo cómo lo había mencionado—. Dos minutos. —Se dirigió hacia el baño para buscar el agua.
—Te espero aquí. —La retó a hacerlo.
—Te queda solo un minuto. —Regresó a la habitación con el vaso lleno de agua.
—Hazlo y me verás completamente desnudo. —Elevó las cejas sonriendo ampliamente.
—Treinta segundos, Alan —mencionó la chica.
—Veinte, Milagros —Carcajeó. La chica se quedó justo parada frente a la cama dispuesta a todo.
—Diez segundos, ¿no piensas levantarte? —inquirió un tanto nerviosa.
—No —espetó risueño y se llevó las manos al comienzo del boxer—. Quedan cinco.
—Cuatro, tres… dos… ¿No te levantarás? —Él negó con su cabeza—. Uno.
La chica le arrojó desde la posición en dónde estaba el vaso de agua, mojando toda la cara del hombre, un poco las sábanas y el torso de él. Nunca había sido de buena puntería así que el agua quedó desparramada por todos lados. Alan no le dio tiempo a que ella reaccionara, se quitó el boxer arrojándoselo, quedando justo sobre uno de sus hombros.
Ella gritó molesta quitándoselo y tirándolo al suelo. El joven no paraba de carcajear y verla avergonzada.
—¡Oh vamos!, nunca viste a un hombre desnudo. —Se levantó para acercarse a ella quién tenía los ojos cubiertos con sus manos.
—Obvio que sí, pero jamás fueron extraños —dijo la chica.
—No sabía que eras tan clásica. —La tomó de los hombros desde atrás.
—No me toques —Gritó alejándose.
—Alan. —Su hermano abrió la puerta para llamarlo—. ¡Oh lo siento! —espetó disculpándose. Milagros aprovechó a salir de la habitación sin mirar a su alrededor—. No quise interrumpir —agregó su hermano.
—No interrumpiste nada —mencionó su hermano colocándose el boxer y el resto de la ropa.
—Pero estabas desnudo —espetó sin entender—. Creí que…
—Entre ella y yo no pasó nada, solo dormimos juntos porque la señorita no quería dejar su habitación.
—No entiendo —confesó su hermano.
—Anoche no podía dormir y entonces me fui a preparar un té con leche a la cocina, y me encontré con ella allí, cada uno se fue a su habitación y luego apareció aquí diciendo que dormiría en la cama, le dije que no me iría y dijo que le daba igual, cuándo le pregunté si estaba segura ya se había dormido. Cómo tenía sueño, me acosté y me dormí enseguida.
—¿Y por qué estabas desnudo?
—Porque la señorita me amenazó con mojarme. —Logan dio un vistazo a la cama y corroboró que era verdad—. Entonces le dije que si me mojaba, me iba a quitar toda la ropa.
—¡Eres un caso perdido, Alan! —dijo riendo.
—Por suerte hoy se terminará, luego del desayuno me mostrará el falso contrato, tú que eres abogado sabrás que es así, y se tendrá que ir.
—Sí, eso parece —musitó el joven, Alan terminó de colocarse las zapatillas—. ¿Vamos a desayunar?
—Sí, claro —musitó Logan.
Ambos salieron de la habitación y subieron hacia la planta principal para dirigirse hacia la cocina y preparar el desayuno. Cuando llegaron Sara y Milagros se encontraban en el lugar, hablando, pero cuando ingresaron ellos se callaron inmediatamente.
Alan se sentó en una de las banquetas que estaban adjuntas a la isla, mientras que Logan se acercó a la chica para ayudarla con el desayuno.
—No hace falta, eres mi invitado —comunicó la chica.
—No somos invitados —respondió Alan a sus espaldas—. Somos los dueños.
—No empieces desde la mañana temprano —intervinó Logan—. ¿Estás segura que no quieres que te ayude? —inquirió el joven.
—No, está bien. Siéntate tranquilo y déjate servir. Aunque debes estar acostumbrado.
—No soy Alan —comentó su hermano y se sentó en una de las banquetas.
—¡Oye! ¿Qué intentas decir? —se quejó el hombre arrojándole un pedacito de galleta.
—Es verdad, tú eres el millonario. No yo.
—Cómo sí alguna vez te hubiese hecho faltar algo.
—Tú no eres papá, ya te dije que no debes comportarte así. Yo estoy bien económicamente —contaba Logan a las chicas—. Pero no necesito más que eso.
—¿A qué te dedicas? —preguntó curiosa Sara.
—Soy abogado. Trabajo en la firma de mi hermano a tiempo parcial y tengo algunos clientes personales.
—¿Y tú Alan, a qué te dedicas?
—A molestar mujeres usurpadoras —bromeó irónico, Milagros se giró para verlo y arqueó una ceja molesta.
—¿Disculpa? —preguntó ofendida.
—Y por qué piensas que lo dije por ti —respondió sonriendo.
—Ya basta, Alan. Di la verdad —indicó su hermano.
—Soy arquitecto, tengo mi propia firma. Hacemos construcción y diseño.
—¡Qué bonita profesión! —exclamó la chica.
—Más que profesión, es un estilo de vida —aclaró el joven—. Si vieras mi casa hace siete meses y ahora, verías el gran cambió que ha hecho. Desde que me mudé no paro de hacerle reformas.
—Vaya —musitó sin saber qué decir.
—¿Y tú a qué te dedicas? —preguntó Alan.
—Soy organizadora de evento y protocolo, pero hace unos años solo me encargo de la carrera de Mili, soy su manager básicamente, quien organiza las presentaciones, hacer contactos y otras cosas más.
—Un trabajo agitado, espero este bien remunerado —Clavó su mirada en la chica que estaba colocando las tazas sobre la isla para servir el café.
—Sí, por supuesto. Igual no lo hago por el dinero, sino para poder verla triunfar. Ella es muy talentosa. —Sonrió.
—¿A qué te dedicas, Milagros? —interrogó Logan.
—Es artista, pintora de cuadros —respondió el hermano adelantándose a la chica que había abierto la boca para hacerlo—. Y ganó su primer dinero importante hace un mes, por eso compró esta casa. ¿No es así? —Busco confirmación en la chica.
—Sí, así es —afirmó ella.
—Lastima que te hayan estafado —añadió él.
—No, claro que no me estafaron —comentó terminando de servir el café.
—Eso está por verse —retrucó.
—¿Podemos desayunar en paz, hermano? —interrogó Logan un tanto molesto.
—Sí —Tomó un trago de su café caliente.
Milagros permaneció taciturna el resto del desayuno, no podía emitir una palabra más y no largarse a llorar. Así que decidió ser espectadora de la conversación entre Sara y Logan. En cambio Alan nop dejaba de ver a la pintora, mientras desayunaba. Intentaba ser disimulado, pero sus ojos lo traicionaron. La joven pintora no quería comenzar un nuevo pleito, por lo que no dijo nada.
—Con permiso —musitó ella al finalizar su café.
—¿Dónde vas? —preguntó Sara curiosa.
—Iré por esos papeles —respondió saliendo de la habitación.
No tardó mucho en encontrarlos, al cabo de pocos minutos regresó a la cocina con una carpeta azul que arrojó con descortesía sobre la isla donde estaba sentado Alan.
—¿Son los papeles? —preguntó el arquitecto.
—Sí —apenas se escuchó la voz de ella.
—Yo no entiendo nada —dijo abriendo la carpeta y entregándosela a su hermano.
—Puedes corroborar que todo es legal.
—Eso está…
—¡Cierra la boca! —Logan lo fulminó con la mirada.
—¡Wie auch immer! —masculló en su idioma paterno.
—¿Cómo han hecho la compra del inmueble? —preguntó Logan mientras veía los papeles.
Milagros vio a su amiga para que respondiera porque ella sentía que se quebraría en cualquier momento.
—La casa se encontraba a la venta por inmobiliaria, el día de la firma el abogado del dueño anterior estuvo presente al firmar.
—¿Cuál es su nombre? —inquirió Logan viendo a Sara.
—Se llamaba… —Pensó—. Ricardo Meyer, dijo que estaba feliz de que la última voluntad de su querido difunto amigo, se hiciera realidad.
—¿Y cuál se supone que era esa voluntad? —masculló Alan molesto.
—Nos dijo que en el testamento pedía que se vendiera la casa para ser donado el dinero —respondió Sara.
—Es una buena causa —acotó Milagros, pero Alan la fulminó con la mirada.
—Como podrás ver, se encuentra la escritura de la casa —informó Sara.
—Logan me la pasas, quiero verla —espetó Alan estirando su brazo.
—Hemos hecho todo con un abogado, y él indicó que los papeles eran legales o como se diga —acotó Milagros con lágrimas en los ojos.
Alan revoleó los ojos antes de tomar el documento y eso provocó que Milagros lagrimeó. Cuando Sara la vio, se acercó a ella para abrazarla por un lado en señal de apoyo.
—Hermano no hay noticias esperanzadoras para ti. —Torció sus labios al verlo.
—¿Qué sucede Logan? —consultó preocupado.
—Los papeles que Milagros tiene son todos originales. —Elevó sus cejas—. Es evidente que el abogado del abuelo no obró de buena fé, pero no podemos desalojarla sin un juicio de por medio.
—¿Esta es la escritura de la casa? —Su hermano asintió. Mira como te quedas sin casa. —Comenzó a romperla.
—¡No, Alan! —exclamó alterado su hermano—. ¿Qué haces?
—Ahora ya no es más propietaria, no tiene cómo demostrarlo.
Sara comenzó a juntar los pedazos con la mirada horrorizada, y su hermano no salía del shock que le había causado el menor, cuando Milagros se levantó de la butaca y comenzó a reír desaforadamente hasta llegar a una carcajada que había contagiado a los presentes, aunque intentaban controlarse, menos a Alan que la veía con enfado.
—¿Dé qué te ríes, loca? —indagó enfadado—. Acabo de romper la única prueba que tenías.
—¿De verdad me crees tan estúpida? —Se detuvo cruzándose de brazos.
—Sï —espetó el joven sin reservas.
—Pues te equivocas. El original se encuentra en una caja fuerte de mi banco. —Esbozó una sonrisa ladina triunfal.
—Eres una…
Logan se levantó para abalanzarse sobre la joven y darle un bofetada, pero Logan se adelantó e interpuso entre los dos.
—¡Hey, calmate! No se le pega a las mujeres.
—Ella no es una mujer. Escupió molesto—. Es una zorra.
—Cuida tus modales, arquitecto —dijo Sara molesta.
—Se está burlando de mí —caprichoseó como niño pequeño alejándose hacia la puerta.
—Alan, las cosas no se solucionan así. Bien. —Suspiró abatido y volteó hacia Sara.
—Nos ha dicho que el abogado de mi abuelo estuvo el día de la firma
—Correcto. Junto al abogado de Milagros, un escribano, y dos testigos. Una era yo por parte de Mili y el otro era el gerente de la inmobiliaria.
—Tengo que contactarme urgente con Ricardo.
—Sí, hazlo. Para poder romperle la cara. —Golpeó con el puño el muro, provocando que las chicas se sobresaltaron.
—Calmate Alan, lo solucionaremos.
—Hazlo rápido —ordenó Alan.
—Ven conmigo a tomar aire.
Los hermanos salieron de la cocina rumbo al parque, mientras que las chicas se quedaron en la cocina. Sara estaba molesta por la actitud de Alan y no se sentía capaz de poder contener a su amiga que estaba totalmente angustiada no solo por la actitud del joven, sino por tener que enfrentar un posible juicio. —¿Qué voy a hacer Sara? —musitó Milagros sentándose al lado de su amiga. —No lo sé, por lo pronto tú eres la dueña de la casa. —giró a ver a su amiga con una sonrisa en los labios—. Así que ellos deberán irse. —Me siento tan desgraciada —Apoyó sus brazos sobre la mesa y la cabeza sobre ellos. —No te enrolles, Mili. Seguramente ellos te ayudarán a recuperar el dinero, o terminan vendiéndote la casa. —¿Quién? —Se reincorporó—. El mismo que me quiere echar. —Solo te lo pidió porque no sabía que eras la dueña de la casa, ahora seguro que cambia de parecer. —¡Lo dudo! —exclamó la joven levantándose y comenzando a juntar los utensilios utilizados. —¡Oye Mili! —Se levantó para ayu
Los hermanos Müller pasado el mediodía dejaron la casa. El mayor estaba demasiado alterado y no quería compartir techo con la pintora, así que su hermano decidió sacarlo del lugar para dar una vuelta y que el arquitecto se tranquilizara.Milagros se encontraba en la mesa del comedor con un bol de ensalada colorida comiendo desanimada.—¿Qué te sucede? —inquirió mientras masticaba un trozo de pescado.—No puedo dejar de pensar —dijo angustiada.—Pero Milagros, ya te dije que no te enrolles más con eso, debes dejarte fluir. —La tomó de la mano.—No puedo Sara, simplemente no puedo. —Arrojó el tenedor sobre
La sala estaba en total silencio, solo se escuchaban algunos sonidos onomatopéyicos de los presentes, y el ruido que ingresaba desde el exterior hasta que fue Alan quien lo quebró.—Creo que debo acompañar a mi hermano al aeropuerto.—No hace falta. —Apareció Logan con su bolso—.—Sí, porque tengo que hablar contigo.—No podrás.—Disculpa —espetó ofendido.—Llevo a Sara, no podrás hablar mucho conmigo.—Está bien, vete. —Se sentó molesto en el sofá. Milagros abrió grandes los ojos cuando se enteró de que estaría en la casa sola, no sabía por cuánto tiempo. Pero era el suficiente para poder meditar una solución que la proclamara como ganadora en corto tiempo. Le dio una mirada al horizonte para recordar porque había elegido aquel lugar.Bajó al piso inferior para perderse en lo que más amaba, su pintura. Tenía sus auriculares puestos por lo que no escuchó cuando Alan ingresó.—¿Qué haces?El pincel de la joven salpicó la pintura por el movimiento brusco de su mano al sobresaltarse cuando él le quitó los auriculares. Manchando el suelo, parte de su ropa y la camisa que traía puesta Alan.Capítulo 9
La joven se encaprichó con seguir comiendo comida que le hacía mal, así que tomó un bol más grande y no solo colocó todas las papas de la bolsa, sino otras frituras más. Se encerró en su habitación y desde su notebook decidió ver la programación que ella deseara. A pesar de encontrarse entretenida, no pudo alejar las palabras que Alan le había dicho.—Yo coquetear, ¡Ja! Claro que nunca —espetó en voz alta.Su esfuerzo fue en vano, los pensamientos iban y venían como boomerangs dentro de su mente y solo para confundirla más de lo que estaba. Dejó su portátil sobre la cama con la serie corriendo y se levantó para recorrer toda la habita
Se dijo a sí misma.—Solo son dos semanas, y ya han pasado tres días. Puedes tolerarlo.Respiró profundo y salió de la ducha para colocarse ropa cómoda y preparar la cena. Cuando estuvo lista bajó las escaleras sujetándose el cabello e ingresó a la cocina sin darse cuenta que Alan ya estaba allí.El joven se encontraba detrás de la puerta de la heladera empinando una botella de agua, gesto que la hizo fantasear varios escenarios posibles en cuestión de minutos. Milagros siempre había sido una mujer que le gustaba tener todo bajo control para sortear cualquier imprevisto, pero con el arquitecto era todo lo contrario, ella no entendía como podía ser así sin estresarse.—Me asustaste —musitó tomando su pecho.—Tan feo soy —dijo dejando la botella sobre la mesada.—No es eso, es que no estoy acostumbrada a convivir con nadie.—¿Me dirás que nunca conviviste con un hombre? —Arqueó una ceja cruzándose de brazos—. Ni siquiera unas vacaciones.—En vacaciones es distinto porque son pocos días.
Cuatro horas más tarde el hombre se encontraba a mitad de camino y decidió hacer una parada para poder descansar su cuerpo de la posición que le exigía manejar. Al salir del vehículo en una estación de servicio, recordó que esa noche le debía una cena a Milagros. Lo había olvidado por completo. Estuvo unos minutos más en el lugar y luego aceleró a fondo para llegar al apartamento lo antes posible y poder regresar enseguida.Lamentablemente el tráfico aquel día no estaba de su lado y llegó a las cinco de la tarde a la ciudad. Sí regresar representaba la misma cantidad de hora, no llegaría aunque fuera a alta velocidad. Finalmente decidió tomar un vuelo de Madrid a Barcelona que le tomaría dos horas. Se relajó sobre el sofá de su sala e hizo una rápida llamada a s
Alan ya se encontraba en la sala con un nuevo atuendo, un traje azul y camisa blanca sin corbata, verlo de esa manera hizo que contuviera la respiración. No había sido adrede, pero estaban vestidos como esas parejas twinning que suelen vestir similar. Sonrió apenada cuando vio la mirada clavada de él. —Hubiese preferido que eligieras el otro —espetó el joven—. Apuesto que te hubiese quedado perfecto. —Sí quieres me lo cambió en unos minutos. —No, claro que no. —Negó con la cabeza—. Este vestido te queda hermoso también. —Debo reconocer que tienes muy buen gusto. —He tenido ayuda —acotó revoleando los ojos un tanto incómodo—. ¿Estás lis