Milagros se apoyó con ambas manos sobre la encimera de granito fría y afirmó todo el peso de su cuerpo rompiendo en llanto, sin importarle que entrase alguien y la viera en ese estado. La angustia invadió todo su cuerpo y los pensamientos que agolpaban su mente eran oscuros, creyó que el cuento de hadas había sido solo eso, un encanto de momento.
Suspiró con angustia y de pronto se vio enseñando nuevamente en el instituto. Sin duda, su vida sería mediocre, estaba destinada a ser una más del montón y no alguien que pudiera triunfar en la vida.
Las lágrimas quemaban su rostro, y se secó la cara de forma desprolija corriendo el resto del maquillaje. Decidió ir al baño cuidando que nadie la viera. Ingresó al baño y se paró delante del espejo
—Piensa Milagros, piensa.
Las ideas no aparecían, así que prefirió quitarse su maquillaje y fingir una sonrisa para regresar a la fiesta. Ensayó varias, pero ninguna le pareció verdaderamente sincera.
Regresó a la fiesta solo para encontrarse con él.
—Es una pena que se hayan ido los mozos, pero no importa la fiesta es hermosa, la gente es muy agradable. Nadie tiene problema de buscar bebida —musitó a su oído una de las invitadas.
La chica giró aturdida por no saber quién le hablaba.
—Gracias Carmen —agradeció ella con una sonrisa.
—Debo ir al baño, ¿me dices dónde es? —inquirió la mujer.
—La primera puerta cruzando la cocina hacia tu derecha.
—Muchas gracias —dijo la mujer—. ¡Ah! ese muchacho no para de verte, deberías hablarle —comentó.
—¿Cuál muchacho? —preguntó la chica.
—El rubio hermoso de ojos celestes. Es bien guapo. ¿De dónde lo conoces? —La chica intentó responder, pero las palabras no le salieron—. ¡Ah! entiendo. No te preocupes, tú secreto está a salvo conmigo.
Hizo una mueca de cierre sobre sus labios y dejó a la chica, pensativa y sola. Milagros no entendía porqué no podía dejar de verlo con tanta alevosía.
—El maldito le dijo al servicio de catering que se fuera —comentó alguien con bronca en su voz a espaldas de Milagros, ella giró y vio a su amiga con furia en los ojos.
—Imaginé que fue él. —acotó la chica abatida.
—Bueno, tú tranquila que del desastre me encargo yo. —Le sonrió y Milagros le devolvió la sonrisa—. ¿Cómo te sientes? ¿Mejor?
—No, a decir verdad me siento pésimo, quisiera encerrarme en mi habitación.
—¿Quieres que te cubra? Puedo decir que te sientes indispuesta.
—No, está bien. No quiero ser descortés con los invitados y menos dejarte sola con ese imbécil dando vuelta. —Suspiró ahogadamente.
—Estoy de acuerdo.
—¿Después de todo es mi casa… verdad? —inquirió con angustia.
—Obvio que lo es, todo está regulado —comentó su amiga.
—¡Ya veremos! —Giró la vista para volver a encontrarse con la mirada de Alan.
La fiesta continuó hasta medianoche como había solicitado el extraño, no porque ella quisiera, sino porque no quería quedar mal con sus invitados. Era gente que volvería a ver.
A pesar del repentino cambio de horario la gente se iba feliz con una réplica en miniatura de los cuadros que Milagros solía pintar, idea de su amiga para agasajar a los invitados. La pintora despidió a sus últimos invitados y el salón se vio de golpe vacío para ella. Solo quedaban los dos hombres.
—Ya se han ido todos. ¿Estás satisfecho? —inquirió con voz gutural.
—Faltan tú y tu amiga —respondió él.
—Yo no me iré a ninguna parte, todo el mobiliario que se encuentra aquí es mío.
—¡Me da igual!
—Tu hermano es abogado, él sabe bien que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo culpable.
—¿Qué intentas decirme?
—Que la casa es mía hasta que demuestres que eres el legítimo dueño.
—No hace falta mucho, puedo decirte anécdotas con mis abuelos y madre por toda la casa.
—Pruébalo.
—Por ejemplo la vez que me caí por las escaleras, por andar jugando y me partí una pierna con fractura expuesta. O los desayunos que preparaba mi abuela en la cocina donde estuvimos antes, cada vez que veníamos de vacaciones.
Ella revoleó los ojos.
—¿Quieres más?
—Eso no prueba nada.
—Los libros que leía mi abuelo hasta que nos quedábamos dormidos, sobre el sofá. —Miró a su alrededor—. Por cierto. ¿Dónde están los muebles de mi abuelo?
—En la pequeña casa que se encuentra atrás. Si son de tu abuelo, llevatelos. De cualquier forma lo íbamos a subastar.
—¡Eres una descarada! —espetó apretando los dientes.
—¡Me da igual!
—No te dará igual cuando llamé a la policía —Sacó su móvil último modelo y estaba apunto de marcar hasta que su hermano lo detuvo.
—¡Ya basta! —suplicó el menor.
—Si terminaste de montar tu teatro, te pido que se vayan y regresen el lunes cómo dijo tu hermano. —Le señaló la puerta de entrada.
—Sí claro, estaremos en contacto —comentó Logan tomando a su hermano para llevárselo.
—No me iré —agregó Alan zafándose del agarre.
—¿Disculpa? —exclamó la joven.
—Dije que me quedaré.
—En lo que a mi respecta, esta casa es mía. Y no tendré a dos extraños durante toda la noche.
—Yo no soy ningún extraño, he pasado veranos completos en la casa y soy el dueño legítimo. Así que, tengo más derecho que tú de estar en esta casa.
La tensión había llegado a su punto máximo.
—Sí no se van, llamaré a la policía —amenazó Milagros.
—Llamala —desafió el joven—. A ver a quién le creen.
—Es suficiente Alan —intervino su hermano tomándolo del brazo—. Has bebido demasiado y no te estás comportando como es habitual.
—Qué no me iré, joder —Se zafó del agarre.
—Bien, quédate en el patio si gustas, pero no te quedarás aquí dentro —informó ella.
—Hay suficientes habitaciones para que estemos los cuatro.
—Alan… —protestó su hermano.
—No digas nada, Logan —agregó molesto el hombre y comenzó a caminar hacia las escaleras.
—¿A dónde crees que vas? —inquirió ella interviniendo el paso del joven.
—Quiero descansar, el vuelo ha sido largo.
—Me importa un carajo si estás cansado. —Lo empujó—. Vete a descansar a un hotel.
—¿Qué haces? —exclamó molesto y la tomó fuerte del brazo.
—Suéltame animal. —Intentó zafarse, pero no pudo.
—Ya, sueltala Alan —ordenó su hermano menor.
El hombre bufó como toro embravecido y luego de unos segundos la soltó siendo brusco. La chica se tomó el brazo y lo sobó, le dolía.
—Sí me buscan estaré en la habitación de mi abuelo. ¿Dónde están los juegos de blancos?
—No te quedarás —declaró Milagros tajante.
—Sí lo haré, y es mi última palabra.
Se acercó a la joven y dijo esas palabras viéndola directamente a los ojos, lo que ella vio no le gustó demasiado, por lo que decidió ceder.
—¿Dónde están? —insistió en la pregunta.
—Sí te refieres a las sábanas, están en el armario que se encuentra en el corredor —respondió molesta.
Alan se retiró de la sala dejando perplejos a los presentes. Milagros estaba totalmente angustiada, y sintió que sus piernas la traicionarían por lo que se sentó en el sofá con la cabeza baja. —Lamento todo lo que está sucediendo. Se disculpó Logan, mientras Sara se sentaba al lado de la joven para contenerla. El silencio reinó por unos cuantos segundos hasta que fue insostenible y Sara lo quebró. —¿Siempre es así? —preguntó. —Cuando algo lo afecta sí. —¡Ya veo! —musitó. —Verán —relató Logan—. Mi madre era única hija y nos ha criado cómo madre soltera hasta que fuimos adolescentes, cuando conoció a su segundo esposo. Así que nuestro abuelo fue siempre una figura paterna. Ambos estamos muy afectados con su muerte, pero sobre todo Alan. —¡Lo lamento mucho! —musitó Milagros. —No lo lamentes, mi abuelo era un hombre grande y vivió su vida muy bien. —No sé qué decir más que ¡Lo siento! —No te preocupes, entiendo la falta de palabras. Sé lo importante de la propiedad para mi herman
Morfeo, tampoco estaba disponible para Milagros que no paraba de dar vueltas en la cama, la almohada estaba mojada por las lágrimas derramadas. Los ojos le ardían, la nariz se encontraba tapada y los labios irritados. Se levantó para ir al baño de la planta principal, había decidido dormir en la única habitación que se encontraba en el lugar. Se negaba a creer que había sido víctima de una e****a. Fue inutil todo lo que hacía para sentirse mejor. Se sintió en un pozo sin fondo en el cual caía cada vez más y más. Tardó unos minutos en salir, pero cuando lo hizo se encontró con el joven bajando las escaleras con un salto de cama negro. —¿Tampoco puedes dormir? —inquirió rudamente el joven. —No, no puedo —musitó ella parada en la puerta del baño con los brazos cruzados. —¿Tienes té o leche? —Ella asintió—. Tomar té con leche me relaja y me ayuda a dormir. Si quieres te preparo uno —sugirió. —No es necesario —confesó la chica. —Vamos, te hará bien —añadió el hombre. —¡De acuerdo! —
El sol pegó justo en sus ojos horas después cuando las cortinas fueron corridas, se retorció en la cama y se cubrió la cara con el cobertor para que no le diera la luz. Segundos después se giró hacia el otro lado para poder seguir descansando.Los pasos que daba la persona dentro de la habitación le molestaban, parecía que lo hacía a propósito, el golpe de la puerta del baño hizo que abriera sus ojos. Se quitó lentamente el edredón y vio que la chica estaba justo parada frente a él con los brazos cruzados, ya vestida con ropa de diario, mientras cepillaba el cabello y se sonreía de lado.—¡Buenos días dormilón! —Saludó de forma irónica.—Déjame dormir —espetó adormilado y volvió a taparse.—No es hora de dormir, es hora de terminar con todo este dilema —le informó destapándolo.—Pero qué demonios haces —chilló tapándose nuevamente.—Quiero mostrarte los papeles, y que te vayas —informó finalmente destápandolo nuevamente—. Te doy cinco minutos para que salgas de la cama, o vengo con un
Los hermanos salieron de la cocina rumbo al parque, mientras que las chicas se quedaron en la cocina. Sara estaba molesta por la actitud de Alan y no se sentía capaz de poder contener a su amiga que estaba totalmente angustiada no solo por la actitud del joven, sino por tener que enfrentar un posible juicio. —¿Qué voy a hacer Sara? —musitó Milagros sentándose al lado de su amiga. —No lo sé, por lo pronto tú eres la dueña de la casa. —giró a ver a su amiga con una sonrisa en los labios—. Así que ellos deberán irse. —Me siento tan desgraciada —Apoyó sus brazos sobre la mesa y la cabeza sobre ellos. —No te enrolles, Mili. Seguramente ellos te ayudarán a recuperar el dinero, o terminan vendiéndote la casa. —¿Quién? —Se reincorporó—. El mismo que me quiere echar. —Solo te lo pidió porque no sabía que eras la dueña de la casa, ahora seguro que cambia de parecer. —¡Lo dudo! —exclamó la joven levantándose y comenzando a juntar los utensilios utilizados. —¡Oye Mili! —Se levantó para ayu
Los hermanos Müller pasado el mediodía dejaron la casa. El mayor estaba demasiado alterado y no quería compartir techo con la pintora, así que su hermano decidió sacarlo del lugar para dar una vuelta y que el arquitecto se tranquilizara.Milagros se encontraba en la mesa del comedor con un bol de ensalada colorida comiendo desanimada.—¿Qué te sucede? —inquirió mientras masticaba un trozo de pescado.—No puedo dejar de pensar —dijo angustiada.—Pero Milagros, ya te dije que no te enrolles más con eso, debes dejarte fluir. —La tomó de la mano.—No puedo Sara, simplemente no puedo. —Arrojó el tenedor sobre
La sala estaba en total silencio, solo se escuchaban algunos sonidos onomatopéyicos de los presentes, y el ruido que ingresaba desde el exterior hasta que fue Alan quien lo quebró.—Creo que debo acompañar a mi hermano al aeropuerto.—No hace falta. —Apareció Logan con su bolso—.—Sí, porque tengo que hablar contigo.—No podrás.—Disculpa —espetó ofendido.—Llevo a Sara, no podrás hablar mucho conmigo.—Está bien, vete. —Se sentó molesto en el sofá. Milagros abrió grandes los ojos cuando se enteró de que estaría en la casa sola, no sabía por cuánto tiempo. Pero era el suficiente para poder meditar una solución que la proclamara como ganadora en corto tiempo. Le dio una mirada al horizonte para recordar porque había elegido aquel lugar.Bajó al piso inferior para perderse en lo que más amaba, su pintura. Tenía sus auriculares puestos por lo que no escuchó cuando Alan ingresó.—¿Qué haces?El pincel de la joven salpicó la pintura por el movimiento brusco de su mano al sobresaltarse cuando él le quitó los auriculares. Manchando el suelo, parte de su ropa y la camisa que traía puesta Alan.Capítulo 9
La joven se encaprichó con seguir comiendo comida que le hacía mal, así que tomó un bol más grande y no solo colocó todas las papas de la bolsa, sino otras frituras más. Se encerró en su habitación y desde su notebook decidió ver la programación que ella deseara. A pesar de encontrarse entretenida, no pudo alejar las palabras que Alan le había dicho.—Yo coquetear, ¡Ja! Claro que nunca —espetó en voz alta.Su esfuerzo fue en vano, los pensamientos iban y venían como boomerangs dentro de su mente y solo para confundirla más de lo que estaba. Dejó su portátil sobre la cama con la serie corriendo y se levantó para recorrer toda la habita