Capítulo 2

Milagros se apoyó con ambas manos sobre la encimera de granito fría y afirmó todo el peso de su cuerpo rompiendo en llanto, sin importarle que entrase alguien y la viera en ese estado. La angustia invadió todo su cuerpo y los pensamientos que agolpaban su mente eran oscuros, creyó que el cuento de hadas había sido solo eso, un encanto de momento.

Suspiró con angustia y de pronto se vio enseñando nuevamente en el instituto. Sin duda, su vida sería mediocre, estaba destinada a ser una más del montón y no alguien que pudiera triunfar en la vida.

Las lágrimas quemaban su rostro, y se secó la cara de forma desprolija corriendo el resto del maquillaje. Decidió ir al baño cuidando que nadie la viera. Ingresó al baño y se paró delante del espejo

—Piensa Milagros, piensa.

Las ideas no aparecían, así que prefirió quitarse su maquillaje y fingir una sonrisa para regresar a la fiesta. Ensayó varias, pero ninguna le pareció verdaderamente sincera.

Regresó a la fiesta solo para encontrarse con él.

—Es una pena que se hayan ido los mozos, pero no importa la fiesta es hermosa, la gente es muy agradable. Nadie tiene problema de buscar bebida —musitó a su oído una de las invitadas.

La chica giró aturdida por no saber quién le hablaba.

—Gracias Carmen —agradeció ella con una sonrisa.

—Debo ir al baño, ¿me dices dónde es? —inquirió la mujer.

—La primera puerta cruzando la cocina hacia tu derecha.

—Muchas gracias —dijo la mujer—. ¡Ah! ese muchacho no para de verte, deberías hablarle —comentó.

—¿Cuál muchacho? —preguntó la chica.

—El rubio hermoso de ojos celestes. Es bien guapo. ¿De dónde lo conoces? —La chica intentó responder, pero las palabras no le salieron—. ¡Ah! entiendo. No te preocupes, tú secreto está a salvo conmigo.

Hizo una mueca de cierre sobre sus labios y dejó a la chica, pensativa y sola. Milagros no entendía porqué no podía dejar de verlo con tanta alevosía.

—El maldito le dijo al servicio de catering que se fuera —comentó alguien con bronca en su voz a espaldas de Milagros, ella giró y vio a su amiga con furia en los ojos.

—Imaginé que fue él. —acotó la chica abatida.

—Bueno, tú tranquila que del desastre me encargo yo. —Le sonrió y Milagros le devolvió la sonrisa—. ¿Cómo te sientes? ¿Mejor?

—No, a decir verdad me siento pésimo, quisiera encerrarme en mi habitación.

—¿Quieres que te cubra? Puedo decir que te sientes indispuesta.

—No, está bien. No quiero ser descortés con los invitados y menos dejarte sola con ese imbécil dando vuelta. —Suspiró ahogadamente.

—Estoy de acuerdo.

—¿Después de todo es mi casa… verdad? —inquirió con angustia.

—Obvio que lo es, todo está regulado —comentó su amiga.

—¡Ya veremos! —Giró la vista para volver a encontrarse con la mirada de Alan.

La fiesta continuó hasta medianoche como había solicitado el extraño, no porque ella quisiera, sino porque no quería quedar mal con sus invitados. Era gente que volvería a ver.

A pesar del repentino cambio de horario la gente se iba feliz con una réplica en miniatura de los cuadros que Milagros solía pintar, idea de su amiga para agasajar a los invitados. La pintora despidió a sus últimos invitados y el salón se vio de golpe vacío para ella. Solo quedaban los dos hombres.

—Ya se han ido todos. ¿Estás satisfecho? —inquirió con voz gutural.

—Faltan tú y tu amiga —respondió él.

—Yo no me iré a ninguna parte, todo el mobiliario que se encuentra aquí es mío.

—¡Me da igual!

—Tu hermano es abogado, él sabe bien que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo culpable.

—¿Qué intentas decirme?

—Que la casa es mía hasta que demuestres que eres el legítimo dueño.

—No hace falta mucho, puedo decirte anécdotas con mis abuelos y madre por toda la casa.

—Pruébalo.

—Por ejemplo la vez que me caí por las escaleras, por andar jugando y me partí una pierna con fractura expuesta. O los desayunos que preparaba mi abuela en la cocina donde estuvimos antes, cada vez que veníamos de vacaciones.

Ella revoleó los ojos.

—¿Quieres más?

—Eso no prueba nada.

—Los libros que leía mi abuelo hasta que nos quedábamos dormidos, sobre el sofá. —Miró a su alrededor—. Por cierto. ¿Dónde están los muebles de mi abuelo?

—En la pequeña casa que se encuentra atrás. Si son de tu abuelo, llevatelos. De cualquier forma lo íbamos a subastar.

—¡Eres una descarada! —espetó apretando los dientes.

—¡Me da igual!

—No te dará igual cuando llamé a la policía —Sacó su móvil último modelo y estaba apunto de marcar hasta que su hermano lo detuvo.

—¡Ya basta! —suplicó el menor.

—Si terminaste de montar tu teatro, te pido que se vayan y regresen el lunes cómo dijo tu hermano. —Le señaló la puerta de entrada.

—Sí claro, estaremos en contacto —comentó Logan tomando a su hermano para llevárselo.

—No me iré —agregó Alan zafándose del agarre.

—¿Disculpa? —exclamó la joven.

—Dije que me quedaré.

—En lo que a mi respecta, esta casa es mía. Y no tendré a dos extraños durante toda la noche.

—Yo no soy ningún extraño, he pasado veranos completos en la casa y soy el dueño legítimo. Así que, tengo más derecho que tú de estar en esta casa.

La tensión había llegado a su punto máximo.

—Sí no se van, llamaré a la policía —amenazó Milagros.

—Llamala —desafió el joven—. A ver a quién le creen.

—Es suficiente Alan —intervino su hermano tomándolo del brazo—. Has bebido demasiado y no te estás comportando como es habitual.

—Qué no me iré, joder —Se zafó del agarre.

—Bien, quédate en el patio si gustas, pero no te quedarás aquí dentro —informó ella.

—Hay suficientes habitaciones para que estemos los cuatro.

—Alan… —protestó su hermano.

—No digas nada, Logan —agregó molesto el hombre y comenzó a caminar hacia las escaleras.

—¿A dónde crees que vas? —inquirió ella interviniendo el paso del joven.

—Quiero descansar, el vuelo ha sido largo.

—Me importa un carajo si estás cansado. —Lo empujó—. Vete a descansar a un hotel.

—¿Qué haces? —exclamó molesto y la tomó fuerte del brazo.

—Suéltame animal. —Intentó zafarse, pero no pudo.

—Ya, sueltala Alan —ordenó su hermano menor.

El hombre bufó como toro embravecido y luego de unos segundos la soltó siendo brusco. La chica se tomó el brazo y lo sobó, le dolía.

—Sí me buscan estaré en la habitación de mi abuelo. ¿Dónde están los juegos de blancos?

—No te quedarás —declaró Milagros tajante.

—Sí lo haré, y es mi última palabra.

Se acercó a la joven y dijo esas palabras viéndola directamente a los ojos, lo que ella vio no le gustó demasiado, por lo que decidió ceder.

—¿Dónde están? —insistió en la pregunta.

—Sí te refieres a las sábanas, están en el armario que se encuentra en el corredor —respondió molesta.

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