El resto de la velada fue tranquila, disfrutaron dos películas consecutivas que provocó en ambos que se acercaran más hasta que estaban abrazando al otro. Las caricias que él le había regalado provocaron deseo en ella, pero quiso reprimirlos porque tenía miedo que luego el arquitecto usara su debilidad en su contra.Milagros se entregó por completo cuando Alan besó su cuello y la hizo perder toda cordura. Él acostó a la joven sobre el sofá subiéndose encima para poder alcanzar su boca. Cuando él posaba sus labios sobre la piel de ella para besarla, sentía que se quebraría antes de tiempo. Intentó concentrarse en las caricias que le hacía en su espalda recorriéndola por encima de la ropa de arriba abajo y en dirección contraria, pero le resultaba difícil contenerse.Lo tomó del cuello y lo miró directamente a los ojos.—¡Te deseo! —susurró cerca de los labios del joven.—Yo también te deseo, Mili —acordó él.—¿Cuánto? —preguntó sugerente mientras bajaba su mano por el torso del arquite
Las siguiente cuarenta y ocho horas la pareja vivió una pequeña luna de miel donde todo era risas, diversión y seducirse hasta el punto que no podían escapar de la pasión que desataban. Sin duda recorrieron toda la casa amándose de forma amorosa y desenfrenada también. Solo estuvieron un par de horas separados el día jueves porque Alan tuvo una reunión que no podía postergar y ella se dedicó a terminar finalmente el cuadro que estaba pintando. El jueves por la noche luego de la cena y cine que se había hecho una costumbre, un ritual para ambos. Ella decidió acostarse a dormir, y él trasnocho trabajando en un proyecto. La joven quería retomar su rutina que había abandonado en los últimos días. Su cuerpo le pedía correr. A la mañana siguiente se levantó como siempre, super energica y preparada para gastar un poco de su energía en el ejercicio. Pero esta vez en
Alan subió hacia su habitación para tomar sus pertenencias lo que incluía las llaves del vehículo y se encontró con Milagros en la puerta de entrada. Caminaron hacia el auto uno al lado del otro hasta que se separaron y él rodeó el carro para subir del lado del acompañante. El arquitecto arrancó cuando ambos tenían los cinturones puestos. A los pocos segundos ella intentó colocar algo en la radio para que el silencio que había dentro no fuera tan denso. Varios minutos después, cuando un semáforo los demoró unos segundos, escuchó por primera vez la voz del joven. —¿Quieres conocer mi apartamento? —Volteó a verla. —¡Cómo! —Ella giró su vista hacia él asombrada. —Sí quieres conocer mi apartamento —repitió el joven. —Pero tú apartamento está en Madrid, ¿o hablas de otro? —Tengo uno en Alemania, pero hablo del que está en Madrid. ¿Quieres o no? —El auto arrancó. —¿Cómo iremos? —preguntó aturdida. —En auto —respondió decidido. —¿Y qué haremos con el almuerzo en el restaurante que res
Alan no podía dejar de besarla, realmente se sentía en el paraíso cuando lo hacía. El placer que le producía era adictivo. Ella estaba disfrutando del momento, pero recordó que en esa cama estaba durmiendo su primo y la desinspiró.—¿Qué sucede? —preguntó desconcertado.—Siento que no es correcto. —Se apartó de él, levantándose de la cama mientras arreglaba su cabello y ropa.—¿Qué es lo incorrecto? —interrogó curioso parándose también.—No deberíamos hacer algo en la cama donde está durmiendo tu primo.—¡Qué correcta! —Ca
—¿Tan mal beso? —inquirió interfiriendo entre el elevador y ella.—No, Alan —dijo enojada sin mirarlo, sabía que si lo hacía, caería en sus encantos nuevamente—. Sé que sonará a cliché. Pero no eres tú, soy yo. —Llamó al elevador.—¿Y qué hay de malo contigo? —Giró a verla—. Porque a mi me gusta cómo besas.—No tiene que ver con el beso, yo no… me siento… lista… para una relación a distancia —ingresó al elevador y él también apretando el piso del estacionamiento.—¿Quién habló de relación a distancia? —Lo sabías —vociferó él.—¡Qué lo dijeras una sola vez en medio de la excitación no significa que lo sintieras —expresó ella alterada.—¿No me creíste? —preguntó ofendido.—No puedes haber sido sincero.—¿Y qué te hace pensar que ahora sí?—Estamos en otro contexto —farfulló.—De todas maneras yo jamás te prometí no enamorarme —musitó Alan intentando acercarse a ella, pero la pintora dio unos pasos hacia atrás.—¿Por qué mCapítulo 37
—Averigüé el paradero del abogado del abuelo.—¿Lo dices en serio? —inquirió emocionado.—Sí, ya nuestros abogados se están encargando del proceso. Recuperaremos el dinero, y se lo podremos devolver a su dueña.—No, no lo haremos —dijo determinante.—¿Cómo?—Qué no lo haremos, ese dinero es nuestro.—¿Pero no querías la casa para poder montar el hotel?—Lamentablemente no pudo darse, me dijeron que no.—¡Demonios! —masculló el menor—. ¿Y ahora qué harás? Podemos buscar otros inversionistas.—Ya no quiero hacer nada en esta casa.—¿Te enamoraste? —inquirió su hermano.—Estoy loco y perdidamente enamorado de esa mujer —espetó avergonzado—. No sé que me hizo, pero no puedo dejar de pensarla —agregó mordiendo las palabras—. A veces es tan… desesperante —bufó, acción que hizo reír a su hermano—. Pero me encanta.—¡Vaya! No lo hubiese imaginado. —Su hermano se levantó para ir a la nevera—. ¿Y ella?—¿A qué te refieres?—¿Qué siente ella por ti? ¿O todavía no han hablado de eso?—Me ha dicho
—¡Qué sea rápido! —exclamó ella.—Solo quiero decirte que las cosas no deben ser como las estás planteando. —Resopló—. Déjame entrar, no me siento cómodo hablando con una puerta de por medio.—Está bien. Pasa, pero te quedas al lado de la puerta —espetó condicionando al joven.—¡Cómo gustes! —expresó rendido, mientras ingresaba y cerraba la puerta—. Lo importante es que pueda verte. —Apoyó la espalda sobre la pared.—Continúa —indicó haciendo un gesto con la mano.—¿Siempre eres tan complicada para todo?—Solo para lo que me lastima, no volveré a permitir que lo hagan.—¿Quieres decir que yo te lastimo?—Con tu actitud, sí —respondió sin mirarlo.—¿Cuál actitud?—Te conoces mejor que yo —respondió evasivamente—. Así que lo debes tener claro, no entiendo porque preguntas.—Porque tu percepción de la realidad es algo distorsionada. —Contuvo su risa.—¡Vete a la mierda, Alan! —Le arrojó con un almohadón.—Deja de ser combativa, Mili —espetó tomando el objeto del suelo.—Yo no soy combati