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Capítulo 3. Mi secreto.

»Ya firmé los documentos, eres libre otra vez.

Releo el mensaje y aún no logro distinguir qué es lo que siento. ¿Dolor por su engaño? ¿Nostalgia por su ausencia? ¿Rabia? Por su altanería al mandar ese mensaje, como si el culpable de todo fuera yo, como si existiera otra solución que no sea esa.

Ella nos trajo hasta aquí. No creo que espere otra cosa de mí.

Temprano en la mañana dejé los documentos en su casa, con una nota solicitando su firma y enumerando los siguientes pasos del proceso. Estoy seguro que ella los seguirá al pie de la letra, porque sabe que no habrá vuelta atrás.

En estos tres últimos meses, la espera de los documentos confirmando motivos accesibles para la nulidad del matrimonio, fue horrible y devastadora. Pensar en Mary como mi esposa y recordar su embarazo con otro hombre, me estaban provocando mil ganas de explotar, de ir a su encuentro y pedirle una explicación, de averiguar con quién me estaba viendo la cara y vengarme de ambos. Pero, por suerte y con mucha ayuda de Aiden, me aguanté. Nada gano haciendo alguna de esas cosas, solo estaría aumentando mi dolor y agrandando mi angustia.

Todavía no entiendo qué fue lo que la llevó a confesarme su secreto. Tampoco conocía a Mary como alguien manipulador, pero a veces la desesperación puede hacernos tomar malas decisiones. Ella lo hizo. Se convenció de que era buena idea engañarme, pero parece que al final se aconsejó y decidió que saldría mucho mejor evitando un mal a largo plazo, cuando yo supiera de su embarazo y atara cabos sueltos.

En mi sistema aún no soy capaz de digerir su falta de principios, su engañosa forma de proceder. De Mary siempre me gustó su sinceridad, su halo de dulzura y su capacidad de socializar. Es cierto que desde hacía pocos meses la veía medio retraída, mirando a todos lados como si buscara algo que en realidad no quería encontrar. Pero nunca pensé lo peor, no la creí capaz de semejante acto despreciable.

Está claro. Se acostó con otro hombre. Quedó embarazada.

Tan simple como eso.

Pero ese hombre no fui yo. Porque a pesar de haber estado juntos los últimos meses a escondidas, no volvimos a acostarnos. Yo siempre tuve claro que ella sería mi esposa y, cuando estuvimos juntos otra vez, juré que la haría mía nuevamente solo cuando me dijera el tan ansiado "sí".

«Qué ingenuo fui», pienso y niego con la cabeza. Yo pretendiendo hacer las cosas bien y ella viéndose con otro.

En un momento la rabia me llena y me levanto de la cama, donde aún seguía acostado. Tiro todo al suelo, mi celular, las almohadas, el cubrecamas. Todo. Necesito sacar todo esto de mi sistema.

«Fui un imbécil», me reclamo, porque todo este tiempo pensé que ella merecía cada uno de mis actos, cada uno de mis besos, cada centímetro del amor que aún, cuando el odio recorre mi sistema, siento por ella.

Voy al baño, para darme otra ducha. No quiero sentir las lágrimas correr. Esto solo es un símbolo de debilidad. Un recordatorio de mi estupidez.

Ella no merece que llore. Que extrañe todo lo que hace solo tres meses me hacía feliz, me hacía sentir completo.

(...)

Salgo del cuarto luego de devolver todo a su lugar y me encuentro con Maddie. Con mucho misterio le pido que me escuche; ella sabe que algo me pasa. Desde bien temprano, cuando ella y Aiden llegaron de la mano, le di a entender que estaba decepcionado del amor y de todas sus supuestas ventajas. A estas alturas, no he vivido ninguna de ellas; por el contrario, solo sufrimiento y decepción llenan mi corazón.

Me cuesta trabajo confesar una verdad que me avergüenza, pero mi prima es mi confidente y la única que puede aconsejarme. Mientras estaba recogiendo el cuarto me di cuenta que no puedo seguir aquí, ya debo materializar mi decisión de aceptar la oferta de trabajo.

Cuando le cuento a Maddie sobre mi casamiento ella no sabe cómo reaccionar, abre y cierra su boca, buscando algo que decir. Termina por felicitarme, a lo que yo respondo con una mueca de desagrado. Nada de esto es alegre; ni feliz. Solo es angustia y martirio. Le explico sobre la anulación, pero no le doy motivos. No me alcanzan las fuerzas y me desmorono, ahí, delante de ella. Maddie me abraza y me ayuda a recomponerme, me pide que hable con ella, que saque todo este dolor que tengo dentro.

A duras penas logro contarle parte de lo sucedido. Nunca llego a profundizar sobre los verdaderos motivos para solicitar la anulación. Pero, al menos, le cuento mis reservas, esas que estaban ahí y yo no supe ver. Le cuento mi sentir, la sorpresa de saber que la persona en la que más confiaba, me traicionó de una forma horrible.

Por último, le menciono mis planes. Con una seguridad absoluta, determino que es la única solución.

«No quiero volver a verla. La odio y tengo que alejarme». Me repito una y otra vez esa frase en mi cabeza. Ya hace rato que Maddie se fue y yo todavía sigo cavilando. Estoy cansado de soportar este martirio. Cansado de pensar y repensar. Pero no puedo evitarlo.

Lo intento. Pero no puedo.

«Y eso me mata».

(...)

Dos días me toma prepararlo todo, pero ya estoy listo. Mis maletas esperan por mí en el auto, mientras me despido de todos.

Fue difícil dar la noticia a mi familia. En primer lugar, porque ellos siempre pensaron que mi vida estaría aquí o, por lo menos, eso era lo que yo acostumbraba a decir. A pesar del dolor que les ocasiona mi partida, lo toman bien. Mi familia es muy unida, nos apoyamos los unos a los otros. Si mi deseo es trabajar en otra ciudad, a millas de distancia, ellos estarán de acuerdo conmigo; porque con eso yo seré feliz.

Aprovecho la rápida visita de mis tíos para irme con ellos. No creo que sea un viaje agradable, teniendo en cuenta que la tía Maritza no es muy amable que digamos, pero tío Mario, a pesar de sus enormes defectos, siempre ha tenido mucha afinidad conmigo.

—Mario, ¿nos vamos? —Escucho que dice tía Maritza. Su voz es una mezcla de irritación con berrinche.

Mi tío no le hace mucho caso, porque sigue despidiéndose de la abuela. Sonrío ante su pequeña muestra de rebeldía y continúo abrazando a mi mamá, que no ha dejado de llorar desde que le di la noticia.

—Ya, madre, por favor. No me lo pongas peor —ruego por su entendimiento. No me gusta irme y dejarla así de devastada.

Quisiera darle mis motivos. Quisiera ser sincero con ella. Pero todavía mantengo esta fase inútil de duelo, donde con solo recordar su nombre, me hace querer romper todo a mi alrededor.

—Mi niño... —solloza. Sorbe por la nariz y seca sus lágrimas, recomponiéndose—, espero que...todo te vaya bien. No entiendo qué fue lo que te hizo cambiar de opinión, pero quiero que seas feliz —concluye y me abraza fuertemente, mis ojos se aguan acompañando su emoción.

Me duele verla así, pero no fui capaz de decirle a nadie. Solo Maddie y Aiden conocen mi secreto. Y serán los únicos. Esta situación me avergüenza tanto que quisiera borrar todos mis recuerdos con tal de evitarme este malestar.

Me despido de mi padre, quien con mucho amor también me pide y ruega por mi bienestar. A la abuela la apapacho más que a todos, ella es mi vida, el alma de mi familia y sé que la voy a extrañar un montón.

Me extraña no ver a mi hermana, ni a Maddie. Aiden tampoco vino a despedirse. Pero con él hablé ayer y le comuniqué mi decisión, se puso muy contento y me deseó la mejor de las suertes.

Cuando casi estoy por subir al auto llega mi hermana, corriendo y sofocada. Busco a Maddie, pero no vienen juntas. Frunzo el ceño, pero Andrea acapara mis sentidos cuando se presenta con expresión triste.

—Pensé que no llegaba —jadea, en lo que llega a mi lado y me abraza con fuerza—. Te amo, mi hermanito. No te olvides de mí.

Su confesión me saca una sonrisa, mi hermana y yo nos amamos con locura, pero no somos de compartirlo de esta forma. Pero bueno, esto es un caso excepcional. Cuando nos separamos, ella seca sus lágrimas y sonríe perezosa.

—No te acostumbres —pide, rodando los ojos, cuando ve cómo la miro—. Esto es una excepción.

Reímos juntos y volvemos a abrazarnos, justo antes de subir definitivamente al auto con mis tíos y despedirme de todos con un gesto de la mano.

Diez minutos después, vamos pasando el cartel que anuncia el límite del pueblo.

«Ya no hay vuelta atrás. Comienza mi nueva vida».

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