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Capítulo 2. Aceptando mi realidad.

El agua aún cae sobre mí, pero tan metido en mis recuerdos, no soy consciente de nada. Me duele el alma con solo volver a revivir la sensación de pérdida que me llenó.

Por más que lo pienso, no comprendo, todo estaba bien. Entre nosotros hubo muchos vacíos luego de haber dejado la relación formal, pero supimos obviarlos mientras nos veíamos a escondidas. De ingenuo creí que ella no se veía con alguien más, pensé que la separación era resultado de sus miedos. Yo era un picaflor, un casanova sin remedio, hasta que ella llegó. Pensé que su inseguridad la había llevado a tomar la drástica decisión, pero no fue así. Ella se veía con otro, a la vez que yo creía que ella era la ideal. La única.

La decisión de anular el matrimonio fue instantánea. No es que tuviera razones para dudar, ella lo dejó muy claro. Estaba embarazada de otro y pretendía hacerme pasar por bobo, haciéndome creer que podía ser mío. Me dolió horrores asumir que fuera capaz de hacer eso; tal vez si hubiera sido sincera, pero me utilizó, me defraudó. Y la odio por ello.

Justo ayer me llegaron los documentos oficiales para solicitar la anulación. Aún siguen dónde mismo, en la mesilla de noche al lado de mi cama. Cada poco tiempo miro el sobre color manila para verificar que nada es un mal sueño. Todavía no me animo a firmar nada, incluso con el malestar que siento al imaginar lo que hubiera sido de mi vida de ella no haberme dicho la verdad.

Tal vez ahora estuviera feliz en mi ignorancia, disfrutando de nuestra luna de miel, totalmente ajeno a sus planes. Por momentos, mi dignidad se tambalea y me veo pensando en que la m*****a sinceridad de Mary hubiera estado bien de no importunar; pero reacciono a tiempo y recupero mi orgullo. Nada justifica que me engañara y, a la larga, hubiera sido un problema mayor.

Salgo de la ducha con el cuerpo entumecido, los brazos y las piernas me tiemblan de mantener mi peso, todo el rato de pie, recostado a la pared. Me envuelvo con la toalla sin secar del todo mi cuerpo y salgo del baño. Me espera un cuarto oscuro. Miro por la ventana y me sorprendo al ver que ya se hizo de noche. Casi tres horas estuve bajo esa ducha.

Al momento, me molesto conmigo mismo, con mi poco autocontrol. No se supone que mi vida siga girando a su alrededor, que siga perdiendo mi tiempo pensando en quien no lo merece.

Me siento en la cama, por el lado de la mesilla que sostiene el tan importante documento. Lo tomo entre mis manos y dudo, otra vez. No tengo claro por qué me cuesta tanto asumir que esto es lo único que me une a ella. Cuando firme, seré libre. Libre de ella y de sus mentiras.

Y eso lo que quiero, ¿verdad?

«Claro que sí», tengo que convencerme que es el único camino a seguir.

Abro el sobre y leo su contenido; las manos me tiemblan, pero me mantengo firme, solo necesito firmar. Busco una pluma y sin más dilación, plasmo mi firma en cada uno de los espacios requeridos.

Ahora solo falta que sea ella quien termine el trámite.

(...)

Tres meses después...

—Pues, si lo desea, es bienvenido a trabajar con nosotros. Será todo un placer contar con tan excelente especialista en nuestro team —comenta el hombre junto a mí.

Estoy en un restaurante, almorzando junto a un colega de profesión, que me está haciendo una increíble oferta de trabajo.

—Solo déjeme pensarlo. Es una importante decisión —respondo, con sinceridad. Y, aunque sé que debería estar gritando de emoción, mis ánimos no son los mejores.

—Entiendo, esperaremos su decisión. Solo quiero que sepa que es una grandiosa oportunidad, pero tiene límite de tiempo. Hay varios especialistas que están interesados. No pierda la posibilidad —dice y, aunque parece chantaje emocional, sé que no lo hace con esa intención.

El Special Medical Center, es de los mejores del país. Trabajar ahí sería un salto inmenso en mi carrera. No se espera que dude, pero me cuesta.

—Lo sé. Es la oportunidad que he estado esperando desde que me especialicé, pero son motivos personales los que me hacen dudar —respondo e intento justificarme—. En cuanto tenga una respuesta, se la hago llegar.

El hombre, que resulta ser el director de la clínica, asiente con comprensión, nos despedimos con un apretón de manos y la promesa de que lo pensaré muy bien. Me quedo un rato más y pido una cerveza, para aliviar mis penas como lo he estado haciendo últimamente.

—Es muy temprano para beber —reclama Aiden mientras toma asiento a mi lado.

—En algún lugar ya pasan de las cinco —devuelvo, en lo que me doy otro trago largo y levanto mis hombros, despreocupado.

—Pff, no me jodas, Leo. Ya basta —continúa Aiden, insistente.

—Si viniste a hacerme compañía, eres bienvenido. Si no, puedes irte al diablo —sigo, testarudo, en lo que termino la cerveza y pido otra.

Cuando la camarera se acerca Aiden le hace una señal para que desestime mi pedido. Ruedo los ojos, irritado con su presencia.

—No soy un niño, Aiden...

—Pues no actúes como tal —interrumpe y en su expresión se le nota la molestia que siente por mis actos—. Sé lo que estás pasando, Leo, pero no vale la pena que pierdas tu tiempo así. No lo merece. Ya han pasado tres meses. Por favor, es hora que aprendas a vivir con esto.

—Y lo dices tú, que llevas media vida enamorado de mi prima. No molestes, Aiden. Tú mejor que nadie sabes que no es tan simple. —Frustrado, apoyo mis codos en la mesa y tapo mis ojos.

Es asfixiante vivir así. Con el recuerdo de todo lo que fue, de lo que pudo haber sido, pero que nunca resultará. Ya no.

«Y duele».

Ahogo un suspiro, no quiero parecer débil delante de nadie; pero Aiden me conoce y me mira con ojos comprensivos.

—Vete de aquí, Leo. Vete lejos —murmura y yo levanto la mirada, confundido—. Fui yo el que te propuso para ese programa. Aprovecha la oportunidad. Vete y no mires atrás, por un buen tiempo.

Me quedo pensando en sus palabras. Durante unos segundos me molesta que piensen y decidan por mí, pero luego rectifico y acepto que es lo mejor. Y le agradezco en el alma que me ayude de esta forma.

En un segundo, tomo la decisión, aceptaré la propuesta y me iré lejos; a la ciudad. Mi familia entenderá mi decisión, aunque nunca conozcan mis verdaderos motivos, apoyarán lo que sea que yo decida. Al fin y al cabo, es mi superación profesional la que se verá favorecida.

—Gracias, Aiden —exclamo, con voz baja. Él responde golpeando mi hombro, en un gesto varonil de comprensión. Intento cambiar de tema, para mejorar mis ánimos—. ¿Cómo te va con mi prima? Por fin ayer se dignó a decirle a todos. Era un secreto cantado a voces.

Al hablar de Maddie, Aiden sonríe; como si el Sol entero se viera reflejado en su mirada, o en la de Maddie, para el caso. Pasamos el rato hablando de su relación, sonreímos y nos emocionamos con cada palabra dicha. Disfrutamos de nuestra amistad, como siempre hemos hecho.

Cuando salimos del restaurante llevo conmigo la fiel convicción de que tomé la mejor decisión posible.

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