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Solo un: ¡Sí, acepto!
Solo un: ¡Sí, acepto!
Por: A. N. Cruz
Capítulo 1. El día que todo cambió.

5 años atrás...

El agua corre por mi cuerpo, caliente, demasiado caliente. Mi piel ya se volvió roja, pero sigo aquí, bajo la ducha, aguantando el intenso vapor. Necesito sentir este dolor. Necesito verificar que aún soy capaz de sentir algo.

Solo han pasado dos días y yo, que todavía no tengo claro qué fue lo que sucedió, sigo en shock, intentando mantenerme en pie. Recuerdo que ella estaba feliz. No creo que haya sido un sueño ver en sus ojos tanto amor, tanta devoción. Pero al parecer, fue un espejismo, porque bastó un día, solo un puto día, para que todo se fuera al diablo.

Escuchar de sus labios que todo era un error me rompió de mil formas diferentes. Siempre pensé que nunca llegaría el día en que me arrepintiera tanto de haber amado. Pero llegó. Hoy puedo asegurar, sin miedo a nada, que Mary logró decepcionarme tanto y a tal punto, que solo pensar en ella me hace odiarla.

Me destruyó. Confié en ella, le entregué mi vida y esperó hasta el último momento para hacerme caer con fuerza. Y se aseguró que no me quedaran ganas de volver a levantarme.

Cuatro días antes...

—Yo los declaro, marido y mujer —culmina la elegante mujer que oficia la boda, con una sonrisa presente en su expresión—. Ya pueden besarse.

Me volteo hacia Mary, la emoción que siento, a punto de hacerme explotar. Ella ya me espera, sus ojos brillan con adoración. Me acerco y suspiro sobre sus labios, quiero tomarme mi tiempo para saborearlos. Y cuando por fin hacemos contacto, ella jadea, satisfecha. Yo gimo en respuesta a su reacción.

Mi esposa, la única mujer que he amado en mi vida, por fin es mía.

Cuando le pedí matrimonio pensé que duraría meses en hacerlo formal, pero Mary creyó conveniente adelantarlo todo y pues, aquí estamos. De todas maneras, después de tomada la decisión, no importa el tiempo, sino que estemos juntos.

—Felicidades, hermano. Estoy muy orgulloso de ti —declara Aiden, mientras me abraza fuertemente

—Espero que tú seas el siguiente. Y pronto —aseguro y al separarnos, en su mirada veo anhelo. Yo mejor que nadie conozco su amor eterno por mi prima.

—Eso solo sucederá si Maddie me perdona, Leo. Y lo veo tan lejos —exclama, entristecido.

—Ella te perdonará, ya verás. Solo necesitas convencerla de que te escuche.

Lo veo sonreír esperanzado. De verdad me gustaría que lograran superar todas sus diferencias y al fin, darse la oportunidad de vivir su amor.

Aiden fue el único invitado a nuestra rápida boda. Mary no lleva muy bien la relación con sus padres y decidió no invitarlos. Por otro lado, yo quise mantener todo esto en secreto, aunque sé que nunca me faltará el apoyo de mi familia. Mis motivos no son nada relevantes, solo se me ocurrió que así estaría todo bien. Ya tendremos tiempo luego para hacer una boda a la altura.

Un tiempo después, entramos de la mano a donde pasaremos nuestra luna de miel. Justo en la entrada, la cargo y la sostengo entre mis brazos, siguiendo la tradición de los recién casados.

El lugar al que accedemos es una casa amplia, un poco alejada del centro del pueblo y ubicada solo a metros de la playa. Esta casa siempre me ha gustado, principalmente, por sus amplios ventanales totalmente acristalados, que producen la sensación de estar viviendo justo en medio de todo; la naturaleza y el mar.

Además, no es sólo que haya elegido uno de mis lugares favoritos para pasar nuestra luna de miel, sino que aquí, pretendo darle una importante sorpresa. Una que ella de seguro aceptará encantada, teniendo en cuenta cómo mira todo a su alrededor.

—Es hermoso, Leo —comenta, anonadada, mientras no pierde detalle alguno.

—Tú lo eres más. Y lo mereces todo —respondo, porque ahora mismo solo soy capaz de fijarme en su propia belleza. No tengo ojos para nada más.

La coloco en el piso y ella comienza a dar vueltas por todos lados. No sin antes haberme dado un pequeño beso que me sabe a poco. En lo que ella admira todo, yo la sigo con la mirada. Su impresionante cuerpo luce espectacular con ese sencillo vestido blanco. Su cabello cae suelto en ondas y a todo lo largo de su espalda. Sus ojos verdes, brillantes, resaltan aún más con el maquillaje y contrastan con el rojo de sus labios.

Está hermosa. «Y yo no puedo negar que me muero por ella».

Mary termina de revisarlo todo y regresa a mi lado. Se sienta en mis piernas y nos quedamos así, abrazados, sintiendo nuestros corazones latir a la misma vez. Respiro en su cuello, rozando con mis labios en las partes más delicadas. Ella suspira y acerca su boca a la mía, las unimos en un beso profundo, sensual y caliente. Sus labios se sienten suaves, como la seda; y dulces, como saborear un caramelo.

Comienza así, oficialmente, nuestra luna de miel. Con la ropa cayendo a nuestros pies, con mi boca besando cada centímetro de su piel. Mis manos tocando ahí, donde su placer explota más.

Sentirla otra vez, es como despertar algo mucho tiempo dormido. Mi cuerpo la extrañaba demasiado después de un tiempo de no sentirla, pero, aun así, no olvidé lo bien que se siente tenerla entre mis brazos.

Su sudor se compacta con el mío cuando caemos en la cama totalmente desnudos. Su pelo se pega a su sien, su boca entreabierta me respira cerca, sus dedos resbalan en mi abdomen, mientras delinea con ellos, cada músculo esculpido. Toma mi virilidad entre sus manos, en un acto de ansiosa valentía y yo, respiro entre dientes, intentando aguantar.

Cuando por fin entro en ella, siento como si el elixir de la vida eterna me hubiese sido ofrecido. Sus paredes me aprietan, me absorben en un constante ir y venir de sensaciones. Cada vez más profundo. Cada vez más rápido. Hasta que ambos explotamos juntos, jadeando, encontrando la liberación que los dos necesitábamos.

—Te amo —confirmo, cuando recupero la respiración. La miro a los ojos y lágrimas silenciosas caen de ellos—. Shhh, amor, no llores —pido, mientras seco sus mejillas.

—Lo si...siento —expresa con dificultad. Intenta cambiar su triste expresión, pero no obtiene resultados.

No sé si es la emoción del momento o tiene otros motivos para sentirse así, pero sea lo que sea, me preocupa su reacción; algo no me deja pensar lo contrario. Ella suspira, toma una profunda inhalación y sonríe, supuestamente mejorada.

—Todo está bien —dice, con una sonrisa tímida y con su dedo pulgar, deshace el ceño que se había establecido entre mis cejas.

—¿Necesitas decirme algo? —pregunto, no puedo evitarlo.

Ella toma mi rostro entre sus manos y deposita un pequeño beso en mis labios.

—No es nada —aclara. Pasea su lengua por la comisura de mi boca y yo, que aún estoy dentro de ella, despierto nuevamente—. Hazme tuya otra vez. Te necesito —ruega, con sus ojos cerrados y la cabeza hacia atrás, en un gesto involuntario al sentir mi dureza nuevamente.

—Te amo, Mary. Te amo.

Lo próximo que siento, mientras la hago mía por segunda vez, son sus lágrimas correr, pero no logro determinar qué las causa.

Nuestra primera noche de casados la pasamos haciendo el amor en cada rincón de la casa y, cuando esta no nos alcanza, lo hacemos en la arena, en la playa, moviéndonos al compás de las olas. El siguiente día llega y no creo que exista algo más impactante que verla amanecer junto a mí. Admirar sus ojos soñolientos, lejos de darme pena, me exacerba aún más; todo el rato parezco un hombre de las cavernas, detrás de la hembra que le dará la descendencia, pero no puedo evitarlo.

A mediodía, estamos preparando el almuerzo cuando Mary recibe un mensaje de texto en su teléfono. Y a partir de ahí, todo cambia.

Se retrae, a tal punto, que mientras hablamos la siento lejos de aquí, de nuestro hogar, de mí. Sus pensamientos vagan y su indiferencia, hace acto de presencia.

De estar todo el día, pegados, tocándonos, pasamos a solo mantener un mínimo contacto. Intento cambiar la situación, volver a ese punto de felicidad en el que nos encontrábamos, pero no lo logro. Le pido explicaciones y ella niega todo, me ignora o me culpa de ver cosas donde no las hay. A cada rato, la siento llorar o la veo intentando mantener el tipo, cuando su cuerpo muestra todas las señales de querer derrumbarse. Aguanto callado, por su bienestar, por nuestra comodidad, pero llega un punto en el que la angustia me consume y no puedo más.

—Mary —llamo, ella se encuentra de espaldas a mí, cortando los vegetales para preparar la ensalada. Sorbe por la nariz, antes de responder.

—Dime, amor.

—¿Qué te sucede? —pregunto, primero, pero luego reacciono y le exijo la explicación que merezco—. Y por favor, no me digas que nada. Me estás ocultando algo,

Mary suspira, otra vez. Pienso que obviará el tema, pero en contra de todo pronóstico, me tira a la cara una verdad que nunca esperé saliera de sus labios.

—Pasa, que esto fue un error —dice, como si estuviera hablando del tiempo, mientras se voltea y camina, hasta que se detiene frente a mí.

Lo único que me indica que lo que dice, le duele, son las lágrimas que vuelven a aparecer.

—¿Cómo que un error? ¿A qué te refieres, Mary? —pregunto, otra vez, con el ceño fruncido; no salgo del shock en el que me encuentro.

Me fijo en sus manos, cuando intenta ponerlas sobre mí, pero se aconseja y las devuelve a su lugar. Están temblando.

—Leo, yo... —comienza, pero algo le impide seguir—. Yo...

—Tú, ¿qué, Mary? —reclamo, molesto con su indecisión.

—Yo quería decirte esto antes, pero no lo habrías entendido —confiesa, con voz lastimosa. Su labio inferior tiembla justo antes de soltar una bomba. Una que me perseguiría mucho tiempo después—. Yo estoy embarazada. Tengo casi dos meses.

Me quedo en blanco. Abro la boca, pero nada sale. Embarazada. Casi dos meses.

«No puede ser», reclamo en mi interior. Debe ser una mentira. Debe estar equivocada.

—Leo, por favor, di algo —suplica.

Cuando intenta tomar mis manos, las alejo. Ella cierra los ojos, dolida, pero ahora mismo no me importa su dolor.

—Eres una...una... —No encuentro palabra que justifique lo que estoy sintiendo y lo que ahora mismo pienso de ella—. Manipuladora.

Sollozos salen de ella, pero se mantiene firme. Aun sabiendo que la estoy ofendiendo, no hace nada por defenderse, lo que me demuestra que tengo la razón.

—Eres una mentirosa. —Vuelvo a la carga, porque dentro de mí está creciendo un odio profundo—. ¿Cuándo?

Necesito saber. Me duele preguntarle, pero lo necesito.

—¿Quién? —continúo, insistente. Pero ella solo niega con la cabeza.

—Lo siento —ruega por un perdón que sabe no obtendrá de mí.

—No lo creo —niego, ante su disculpa—. Pensabas utilizarme. Pensabas engañarme con un hijo que no es mío, ¿verdad? —A estas alturas, la rabia que me llena se puede sentir en el ambiente. Pero ya no puedo parar—. Pensaste que sería tan imbécil de aceptar algo así. Tal parece que no me conoces.

Hago una pausa, para respirar. Estoy sintiendo una fuerte opresión en el pecho y necesito calmarme.

—Por eso, todo este "corre corre" —pienso, en voz alta, reflexionando sobre sus verdaderos motivos—. Qué bien lo disimulaste, diciendo que era porque querías ser mi esposa ya. Pero tenías motivos. ¿No es así?

La ironía que expulso con cada palabra se siente como veneno. Ella solo escucha, no me desmiente, no habla siquiera. Lo único que se siente, es su respiración un poco más fuerte.

—Nunca entendí cómo fue que, de ser novios, pasamos a vernos a escondidas. Hasta ahora no pensé que podrías tener otros motivos, pero ya veo cómo funciona esto para ti. —Ella levanta la mirada y la cruza con la mía. En sus ojos veo un reto, pero no me intimida—. Alguien más te usó, sabes que no te responderá y viste en mi propuesta, una salida.

Sus ojos se aguan otra vez, mis palabras surten efecto en ella.

—¿Estoy en lo cierto? —pregunto con ironía, a modo de retórica, por lo que no espero una respuesta.  Pero ella me sorprende.

—Ya tú decidiste lo que es cierto o no. No creo que necesites mi aprobación.

Se voltea con la intención de irse, pero yo la detengo, tomándola de un brazo. Ella se sobresalta con el gesto, pero no se asusta. Al contrario, mira su brazo, luego a mí, en un silencioso gesto de interrogante. La suelto y alzo los brazos, pidiendo perdón por mi arrebato.

—Te vas así, sin decir nada. —No es una pregunta, pero suena como si lo fuera.

Ella se detiene, pero no se voltea.

—Antes de que me pidas que abandone todo, mejor me voy —expresa, su voz se rompe a mitad de frase.

Trago en seco. Porque todo esto se salió demasiado rápido de mis manos. No puedo evitar sentirme mal.

—Solo dime por qué —pido, casi rogando.

—No lo entenderías —dice y vuelve a romperme el corazón.

Lo último que supe de ella, es que se fue, dejándome ahí, con el corazón en la mano y roto en mil pedazos.

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