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Capítulo 6. Más de lo mismo.

POV: Leo.

Mi vida continúa. Intento sobrevivir a un modo de vida que ya no deseaba, pero al que debo acostumbrarme nuevamente. Aunque no me guste el camino que tengo que seguir, debo hacerlo, mi bienestar depende de eso.

Mujeres, sexo, alcohol. Más mujeres. Más sexo.

Mi rutina se ha vuelto bastante repetitiva desde que llegué a esta ciudad. Además de que no hay noche que, por propia terapia, no visite un bar o una discoteca, la vida laboral está propiciando que las resacas y los arrepentimientos del día siguiente, pasen desapercibidos. Sencillamente porque no estoy trabajando.

Un pequeño problema logístico paralizó el funcionamiento del conjunto de clínicas especializadas, propiedades de mi nuevo jefe, a lo largo de todo el país. Por lo que me han ofertado unas vacaciones, incluso, sin haber comenzado del todo.

Por un lado, puedo aprovechar el tiempo y conseguir un lugar mejor para vivir. Mi vecino el baterista, es bien emprendedor y pretende llegar a ser alguien en la vida, pero sus metas entran en contradicción con mis horas de sueño. Por otro lado, la m*****a ansiedad me puede y termino, cada noche, en una cama diferente, con una mujer diferente. La mayoría de las veces, no recuerdo absolutamente nada, de tanto alcohol que necesita mi sistema para poder soportar esa ausencia permanente que estoy obligado a aceptar. Lo único que me reconforta, es que aún en estado de coma etílico, estoy lo suficientemente consciente para no volver a traer a ninguna mujer a mi casa, a mi cama.

Mi primera noche de andanzas, todo se sintió bien, por unas horas fui capaz de olvidar todo eso que arde todavía en mi pecho. Pero una vez la desconocida, de quién no recuerdo ni el nombre, salió por la puerta, mi burbuja reventó. El mundo, la realidad, me golpeó fuerte y volví a caer en la típica depresión. Donde me martirizo sin cansancio, por haber sido tan ciego, porque el arrepentimiento me llena y el amor obsesivo corre por mi sistema.

No puedo seguir fingiendo que disfruto lo que hago. Si soy capaz de liberar todas mis ansias, es porque en el momento exacto, pienso en ella. En el odio que me consume y la rabia que me permite enfocarme en dar placer y recibirlo a cambio, aunque nunca llegue a satisfacer mis propias necesidades.

«Necesito mejorar», pienso, sabiendo que debo poner un poco más de empeño.

No puedo seguir viviendo a consecuencia de una mala decisión. Me casé con Mary. Y anulamos el matrimonio. Hasta ahí llegamos.

«Nada nos une ya. Es como si nunca hubiera existido».

Acostado aún en la cama, luego de otra noche de fiesta, estoy tan cansado que la mañana avanza y yo todavía no tengo ganas de nada. Miro el techo, con los brazos cruzados por detrás de mi cabeza. Cuando comienzo a pensar demasiado las cosas, otra vez, me levanto. Así me evito males mayores.

Voy hacia el baño, para asearme. Tengo intenciones de dar una vuelta hoy y buscar otro apartamento. Mi sueño profundo se vio interrumpido bastante temprano, justo cuando la dichosa batería de al lado comenzó a sonar y yo me había acostado solo dos horas antes. 

Me visto sencillo, unos vaqueros claros, una camiseta negra, mis converse y una chaqueta azul de mezclilla. Tomo el celular, la billetera y mis gafas Ray Ban. Salgo del apartamento sin comer nada, pero pienso detenerme en la cafetería de la esquina y pedir mi habitual café fuerte.

Camino tranquilo, por las calles de esta ciudad que no me apasiona para nada. Sigo con la mirada a las personas que me rodean, algunos van demasiado rápido, otros caminan con mucha parsimonia. Pero todos, al igual que yo, van rumbo a continuar su vida.

Luego de un café bien cargado, pongo el mayor empeño en encontrar un apartamento para trasladarme. Visito varios lugares en oferta, pero, o no me gusta el lugar, la casa o no me conviene el precio. Cansado de caminar y no encontrar nada, decido visitar la clínica, para ver si la situación ya mejoró un poco y puedo comenzar a trabajar. Casi al llegar, me topo con un complejo de apartamentos. Es un edificio alto, elegante y a la vista, caro. Intento pasarlo de largo, pero un cartel anuncia una oferta tentadora y decido visitar el lugar. No pierdo nada.

Entro al complejo y un guardia me recibe. Es un hombre mayor, calvo y un poco pasado de peso, pero aparenta ser bonachón y agradable. Me atiende de muy buenas formas y es él mismo quien me enseña el apartamento. La oferta disponible es un sexto piso, con vista a la ciudad. Es amplio, consta de tres habitaciones con baño y vestidor cada una, cocina inmensa, comedor, sala de estudio, cuarto de lavado. La decoración es moderna, con tonos blancos y negros, cristalería y ambiente metalizado.

No tengo que pensar mucho la decisión. Es precisamente lo que andaba buscando. El guardia me pone en contacto con el gestor de ventas y quedamos en vernos mañana, para acordar el precio y tramitar la compra.

Me quedo un rato más, solo, admirando las vistas de la ciudad. El constante sonar de los cláxones de los autos, el ir y venir de los peatones, los negocios abiertos, todo desde aquí arriba se siente diferente. Se ve irreal, como si yo no formara parte de nada.

«Este es mi lugar», decido, justo antes de salir del apartamento.

Me dirijo al ascensor, un poco entretenido y feliz con mi descubrimiento. Por fin podré salir de mi minúsculo apartamento. Antes de tocar el botón, siento el ruido del elevador, miro hacia la pantalla y veo que se detendrá en el mismo piso que estoy.

—Será el guardia que viene a buscarme —murmuro entre divertido e irritado.

El pitido de las puertas al abrirse, viene acompañado de un torbellino de bolsas, cabello largo castaño y un estrepitoso ruido de maletas al caer. Además de que necesito apoyarme en la pared para no caer junto a todo eso.

—Ay, por Dios. Lo último que faltaba —escucho que dice la chica castaña, mientras recoge todo el desorden provocado.

Reacciono y me agacho junto a ella. Cuando siente mi cercanía, levanta su cabeza y unos ojos increíblemente verdes me devuelven la mirada.

Me quedo en shock y me alejo. Esos ojos son demasiado parecidos. Ella me mira confundida, pero yo no atino a decirle nada. Veo que mueve sus labios, pero no escucho. Estoy metido en mis recuerdos, visualizando otra persona, alguien que me persigue hasta en los momentos menos esperados. Vuelvo a sentir esa desazón en el pecho, junto con el dolor ardiente de la decepción.

De pronto, la chica se acerca a mí, arrodillada. Toma mi rostro entre sus manos y me pide que respire. Inhala y exhala a la misma vez que yo, hasta que mi respiración se normaliza.

Aturdido, me levanto. Me alejo otra vez de ella. No puedo creer que haya tenido un ataque de pánico. Por ella. Por su culpa.

—Perdona, no quería parecer entrometida. Pero estabas al borde de un ataque de pánico —exclama, con voz dulce, pero a la vez audaz.

—Lo...lo siento. No sé qué me pasó —respondo, aun sintiendo una emoción rara al verla.

Ella asiente, mirándome con curiosidad. Carraspeo, porque me incomoda su exhaustivo repaso.

—Ya me voy —digo, con ganas de salir rápidamente de aquí. Presiono el botón para que las puertas del elevador se abran.

Me despido con un gesto de la mano y entro en el ascensor. Antes de que se cierren las puertas, veo como ella sigue mirándome. Miro a su alrededor y todas sus pertenencias están esparcidas en el suelo. Me arrepiento de mi salida, pero ya es tarde cuando reacciono. Las puertas se cierran en mis propias narices.

—Vaya, acabo de meter bien la pata —digo en voz baja, hablando conmigo mismo. De seguro es una vecina del edificio y ya empecé con mal pie.

Espero poder encontrarla otra vez y poder pedirle disculpas.

Salgo del complejo un tanto desconcertado. Hasta hoy no era consciente del verdadero daño que me hizo todo lo que pasé con Mary. Un ataque de pánico, con solo ver unos ojos verdes como los de ella, no debería ser algo que me suceda. Soy un adulto, capaz de entender que a veces las cosas no resultan como creemos, que personas en las que confiamos pueden traicionarnos. Me creo lo suficientemente maduro, como para soportar la situación. Y aunque la rutina que estoy llevando no es muestra de madurez, es mi forma de lidiar con el dolor. La única manera en la que siento que soy dueño de lo que puede llegar a pasar.

Llego a mi actual apartamento y al sacar el celular de mi bolsillo, veo que tengo más de diez llamadas perdidas de mi hermana. Me extraña no haber sentido absolutamente nada incluso teniendo el teléfono en el bolsillo. Reviso y me doy cuenta que aún lo mantengo en modo silencio. Enseguida le devuelvo la llamada a Andrea, me preocupa mucho que haya sucedido algo en mi ausencia.

—Leo... —El tono de voz de Andie no me gusta nada. Su entonación es más una pregunta nerviosa que una simple mención de mi nombre.

—¿Qué pasó? —pregunto, entre preocupado y asustado.

—Hay algo que debes saber —dice y hace una pausa, supongo que esperando una confirmación de mi parte.

—Suéltalo ya —gruño, porque algo me dice que no tiene nada que ver con mi familia. Lo que ella debe decirme es algo que no me gustará.

—Mary está embarazada de cinco meses. Se casó hoy, con el padre del niño que espera. Salió en la sección de noticias de sociedad. Te llamo, para que no te sorprenda.

La línea se corta. O la corto yo. No sé realmente lo que hago. A pesar de saber que ya no puedo esperar nada de ella, me duele horrores su nueva situación. Saberlo me arrastra, otra vez, a ese estado en el que no soy yo. En el que sufro y me culpo por ser tan tonto de mantener un amor sin medidas por alguien que no merece nada. Por alguien que siguió su vida.

«Sin mí».

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