Me miro en el espejo por décima vez. Llevo mi pelo castaño suelto y con algunas ondas en las puntas, por encima del hombro para acomodarlo. El bronceado de mi piel resalta con las mechas degradadas de rubio que me hice antes de venir. El vestido de corte princesa color azul cielo, realmente me favorece, resalta mis ojos azules y cada una de mis recién adquiridas curvas, ubicadas, a mi parecer, en los lugares correctos. Los zapatos son unas ligeras ballerinas blancas con brillantes, para darle un toque elegante a mi estilo casual de verano. No soy muy alta, solo mido metro sesenta y siete, pero unos zapatos altos no pegan con mis intenciones de hoy.
—¡Por Dios, que calor hace en este lugar! —hablo con mi reflejo, mientras me retoco el lápiz labial y la máscara de pestañas. No es que tenga que usar mucho maquillaje para lucirlos, mis pestañas son bien tupidas y mis labios son gruesos y de color rosa tenue; pero de igual forma quiero lucir espectacular el día de hoy.
Repaso nuevamente el conjunto y vuelvo la mirada a mi rostro.
—Bien, Maddie, ¡tú puedes! —Me transmito la mayor seguridad de la que soy capaz y doy media vuelta, tomo mi pequeño bolso y salgo de la habitación.
Hoy es mi cumpleaños número diecisiete y como siempre, estoy sola. Mis padres me regalaron una semana en este hotel de lujo aprovechando que visitarían la ciudad por trabajo y, para no romper la tradición, no son capaces de llegar a tiempo para desearme un feliz cumpleaños. Quedan exactamente treinta y cinco minutos para terminar mi día especial y aún no los he visto; supongo que creen que me basta con su exuberante regalo.
Como aun soy menor de edad, no puedo entrar a la discoteca del hotel y pedir una bebida en el bar, fuera de piñas coladas o refrescos. Hacerlo, solo provocaría fastidiar mi noche, si se dan cuenta. Eso no es lo que necesito.
Camino con decisión por el hotel y al ver el bar, me dirijo hacia allí. Tomo asiento en una de las sillas que se encuentran alrededor de la barra y señalo al barman para que me atienda.
—¿Qué desea tomar, señorita? —pregunta un joven, con actitud amable. Si repara en mi edad, no lo tiene en cuenta.
No tengo mucho conocimiento sobre bares y bebidas, pero tampoco pretendo beber alcohol, aunque se me dé la oportunidad, ya tendré tiempo para eso.
—Una piña colada, por favor —pido, con voz segura.
—Enseguida está su pedido. —Me ofrece una brillante sonrisa y me guiña un ojo, mientras comienza a prepararla. Cuando va a agregar el ron, me pregunta mediante gestos si lo deseo con o sin alcohol.
—Sin alcohol —respondo con una sonrisa.
B**e todos los ingredientes, mientras va preparando la copa. Vierte el contenido en ella y le coloca un removedor, un absorbente y un pedacito triangular de piña en el borde de la copa.
—Aquí tiene señorita, que lo disfrute —comenta sonriente, cuando la coloca frente a mí.
—Gracias —agradezco y la pruebo. No puedo evitar gemir de gusto al sentir su sabor—. Está deliciosa.
Le dejo una moneda de mis propios ahorros como propina y salgo rumbo a la playa.
El hotel es majestuoso, inmenso y moderno, pero todo este lujo me es indiferente, prefiero el olor a salitre y el sonido de las olas del mar, al olor dulce del incienso o el sonido ambiente de pájaros cantando. Tomo el camino que lleva a la playa privada a la vez que pienso en que estos dos días este lugar ha sido mi refugio, donde me he dedicado a planear mi futuro, donde me he permitido soñar. Mis planes básicamente se quedan en, ¿qué haré y dónde estaré en cinco años? o ¿estaré enamorada en cinco años?
«Sobre todo, esto último», pienso y ruedo los ojos interiormente.
Me considero una romántica empedernida. Paso muchas horas fantaseando con príncipes azules y amores de novela, por lo que en realidad, más que planificar mi vida, solo he añorado un amor. Me encojo de hombros cuando termino con mis pensamientos y sigo caminando.
Al llegar al límite del camino con la arena, quito mis zapatos y sigo descalza hacia las tumbonas. Tomo una y voy arrastrándola hasta la orilla. A medio camino siento un gemido y luego una risita femenina. Giro sobre mis pies buscando en la oscuridad el lugar de donde proviene el ruido, pero no lo encuentro, por lo que sigo mi camino. Al llegar a la orilla me recuesto en la tumbona y admiro el mar en toda su abundancia, es todo negro, reflejo de la noche y su oscuridad. La luna creciente deja un haz de luz casi imperceptible sobre las pequeñas olas. El mar está tranquilo, por lo que transmite paz y soledad. Justo lo que yo necesito.
Llevo un buen rato sola con mis pensamientos cuando siento el crujir de unos zapatos contra la arena, muy cerca de mí. Me giro sobresaltada para encontrar, a pocos metros, a un hombre que se balancea mientras alumbra con su teléfono hacia la arena.
—Mierda, sabía que iba a ser imposible, a esta hora no voy a encontrar nada —dice, con una voz melodiosa y profunda.
El hombre todavía no me ha visto, parece que busca algo por lo que logré escuchar. Supongo que hablaba consigo mismo porque no veo a nadie más. Por un momento dudo si seguir sentada o irme para el hotel, estoy sola y, además, nadie sabe que estoy aquí. Pero al final decido quedarme, esta es una playa privada y el hotel requiere de un alto nivel adquisitivo para poder estar aquí, no creo que sea un delincuente dispuesto a hacerme daño. Enciendo mi teléfono para ver la hora, ya pasan de las dos de la madrugada y yo ni siquiera me había dado cuenta de todo el tiempo que llevo sentada aquí; no era mi intención estar fuera de la habitación a esta hora, sobre todo porque supongo que mis padres vayan a verme en cuanto termine el concierto que vinieron a supervisar.
Me levanto de un salto y doy un grito cuando me tuerzo el tobillo y caigo en la arena estrepitosamente. Mi caída sobresalta y alerta al hombre de mi presencia, que grita algo parecido a «¡Joder!».
Me quedo sentada en la arena al sentir un dolor punzante en el tobillo y levanto la vista al notar su presencia a mi lado, me ciega por un momento la luz de su teléfono y pongo la mano sobre mis ojos para cubrirlos, él aleja la luz de mi cara al ver mi incomodidad.
—Disculpa, ¿estás bien? —menciona, con esa voz profunda que antes me llamó la atención.
Extiende su mano para ayudarme a levantar. Me toma algunos segundos decidir si es buena idea aceptar la ayuda de alguien a quien ni siquiera le había visto el rostro, cuando él se agacha a mi lado y vuelve a hablarme.
—¿Me oyes? ¿Te encuentras bien? —El teléfono aún nos ilumina y yo levanto la vista hacia su rostro.
Me quedo sorprendida al ver que no es un hombre adulto, sino un joven con facciones bien delineadas y definidas. Desde esta posición no puedo detallarlo bien, pero se nota que es alto y que su piel está bronceada, aunque esto último no estoy segura pues la luz es escasa. Se notan los músculos de sus brazos al llevar una camiseta sin mangas y sus shorts deportivos cortos demuestran que su físico está bien equilibrado. En cuanto deslizo mi mirada hacia su cara, me topo con unos impresionantes ojos grises que me devuelven la intención y me reparan tal cual estoy haciendo yo.
—¿Te gusta lo que ves? —pregunta, de forma descarada, mientras vuelve a extender su mano para ayudarme.
—Podría decir lo mismo, pero no soy tan arrogante. —Cuando por fin hablo, no puedo evitar mi carácter irónico. Él levanta una ceja, sorprendido por mi contestación.
Alargo mi mano y la pongo sobre la de él. En el momento en que nos rozamos, una descarga me recorre todo el cuerpo, lo miro sorprendida y él también muestra su desconcierto, pero dura tan poco que pienso ha sido idea mía.
—¡Auch! —grito, en cuanto siento el palpitar de mi tobillo, vuelvo a mi posición sentada en la arena y acaricio el lugar donde me duele.
—¿Dónde te duele? —pregunta, un tanto preocupado.
—En el tobillo —digo y le muestro el lugar con mi dedo. Él acerca la luz para mirar mejor.
—Se está hinchando, ¿crees que puedes levantarte y apoyarte en mí? Yo te voy a ayudar a llegar al puesto de salud. —Se nota preocupado y eso me sorprende. Lo miro curiosa por unos segundos, hasta que creo debo responder para no parecer tonta.
—Bueno, supongo que no apoyarlo me ayudará. Pero no te conozco y no creo que sea buena idea ir contigo a ningún lado y menos, recostada a ti —digo, con seriedad, pero me divierte la cara que pone al rodar los ojos y como ríe ante mi comentario.
Por un momento me quedo absorta mirando sus labios, su risa ronca junto al movimiento de su boca, me toma desprevenida.
—Soy Aiden Reed, tengo veinte años y soy huésped de este hotel. Mi habitación es la 845, puedes comprobarlo —dice y me guiña un ojo.
Me da gracia su descaro y le respondo, presentándome.
—Soy Maddison Cadwell, pero todos me llaman Maddie, también me hospedo aquí. Y lo de tu habitación, estuvo de más, no me importa cuál sea —bufo y una sonrisa se me escapa.
—Bueno, ya nos conocemos, Maddison Cadwell a la que todos llaman Maddie. Ahora, ¿vas a dejar que te ayude? —pregunta y me tiende la mano, por tercera vez.
No me queda más remedio que sonreír a su comentario y tomar su mano.
—Al fin, es verdad que a la tercera va la vencida —dice risueño, mientras me ayuda a levantar.
—En realidad, te la acepté a la segunda, pero me dejaste caer —expreso y alzo los hombros con despreocupación.
—Chica fácil, entonces, ¿eh? —responde como si nada, pero lo acompaña con un gesto jocoso.
—Ya quisieras. —Es mi respuesta ante su insinuación, él hace un gesto de afirmación mientras recorre mi cuerpo con los ojos.
—La verdad es que sí. Me encantaría —responde, con una mirada lasciva, pero sus ojos brillan con diversión.
Yo ruedo los míos y disimulo con indignación, lo que esa mirada caliente me hizo sentir.
Vamos caminando lentamente hacia el hotel, yo dando saltitos y él cargando con casi todo mi peso. Nuestra cercanía me provoca un poco de calor, pero me digo que es del esfuerzo que estoy haciendo al saltar tanto rato.
—Por cierto, ¿qué buscabas? Antes de caerme, te escuché hablar solo —pregunto, un tanto intrigada.
—Ah, sí, verdad que eso fui a hacer a la playa. Estaba buscando la llave de mi habitación... uhm... la perdí hoy más temprano mientras...uhm...me daba un baño —responde un poco cortado y se rasca la cabeza, aturdido. Recuerdo el gemido que escuché al llegar a la playa y supongo que ese había sido su baño.
Entrecierro los ojos cuando lo miro, reflejando mis dudas.
—Ujum —digo y me hago la desentendida, porque la verdad, lo que haga con su vida sexual me da lo mismo. Luego quiero molestarlo un poco—: Pero podrías haber ido a Recepción, ahí te dan otra —digo y alzo una ceja.
—Sí, pero no lo pensé en el momento —comenta con soltura, esquivando mi mirada.
(…)
Nunca imaginé que aquel chico de hermosos y extraños ojos, llegaría a significar tanto para mí. Mientras recuerdo lo bonito de los inicios, no puedo evitar disfrutar de la experiencia; lo que fue y lo que sentí, no tiene comparación con absolutamente nada, desde entonces. Fue un principio digno de cuentos, la resolución de esos planes que no había dejado de pensar desde que llegué a ese lugar. Era mi sueño cumplido, el príncipe azul que tanto ansiaba.
Y al parecer, esas ganas de que lo fuera, nublaron mi juicio. Me dejé llevar y ese fue mi mayor error.
—¡Maddie, despierta! ¡¿Maddie!? —Doy un respingo cuando Andrea me sacude y casi me caigo de la cama. No recuerdo haberme quedado dormida.Miro por la ventana y noto que ya oscureció. Reprimo un bostezo y estiro mis brazos, parece que todo el rato estuve en una posición incómoda, porque me duele hasta el cuello.—¿Cuánto tiempo llevo durmiendo? —pregunto, extrañada.Cuando me permití ahondar en mis recuerdos no eran más de las seis de la tarde, así que debe haber pasado bastante tiempo.—Son casi las nueve. Esta es la tercera vez que vengo a ver si estabas despierta, ya casi tenemos que empezar a arreglarnos, por eso te desperté. No lo hice antes porque sé que necesitabas descansar un poco más —explica Andrea, mientras yo froto mis ojos para desperezarme.—Pfff, sí. Parece que después de todo,
Durante los siguientes dos días en el hotel, tuve que andar con muletas y ponerme paños de fomento frío en el tobillo; solo fue una torcedura leve, pero me dolía un poco cuando lo apoyaba.Aiden resultó ser una gran compañía. Después de nuestra visita al puesto de salud, me acompañó a la habitación y se portó como si fuéramos amigos de toda la vida; su ayuda me vino de perlas pues mis padres solo me dejaron una tarjeta de felicitación y una excusa por su ausencia. Mi cara al ver la tarjeta extrañó a Aiden, pero no dijo nada, sin embargo, supo que había sido mi cumpleaños y quiso celebrarlo. Estuvo con el tema dos días completos en los que no me dejó tranquila para nada, alegando que teníamos que hacer "cosas de cumpleaños".Mientras paseábamos por el hotel, notaba las miradas femeninas encima de nosotros; era r
Aiden se sienta a mi lado, tan cerca, que siento su perfume cosquillear en mi nariz. No me muevo, a pesar de que todo mi cuerpo se eriza ante su cercanía, no quiero darle motivos para creer que me afecta. Su mirada se mantiene fija en las olas del mar y me permito fantasear. Imagino el brillo de la luna reflejado en sus ojos. Sus espesas pestañas sombreando sus mejillas. Sus labios entreabiertos dejando escapar un aliento que se condensa por la temperatura que nos rodea. Sus manos fuertes entrelazadas y apoyadas en sus rodillas. Toda su imagen proyectando sensualidad y masculinidad a raudales. —Hola, Maddie —dice, devolviéndome a la realidad. Me vuelvo a mirarlo, me encuentro con su mirada y, efectivamente, sus ojos brillan con el resplandor de la luna. —Hola —respondo y me obligo a dejar de mirarlo, por un momento creo que no podré hacerlo. —¿Cómo estás? —pregunta, cohibido, al notar que no le hago caso. —Bien —farfullo y alzo los hombros, pe
Camino de vuelta a la fiesta, tan sumida en mis pensamientos, que no reparo en Leo hasta que lo tengo en frente.—Hey, Maddie, ¿dónde andabas? ¿Qué haces sola? ¿Dónde está Andrea?Leo me aturde con tantas preguntas, mientras mira a mi alrededor buscando a su hermana. Me mira ceñudo unos segundos, a la espera de mi respuesta.—Andie se fue con Christian, se antojó de un helado y yo no quise ir. Me había quedado con Abbi y Ellie, pero se me perdieron entre tanta gente, llevo horas buscándote. —Logro reaccionar a tiempo para salvar a Andrea de una regañina típica de Leo—. ¿Dónde estabas tú? —pregunto, pero no lo dejo responder—. Deja, deja, ni me digas. De seguro, enredándote con alguna furcia por ahí, ahora no me vengas con tu instinto sobre protector. —Entonces, le devuelvo mi mirada más arr
Entro a la casa con una sensación ya conocida en la boca del estómago.Nervios. Incertidumbre. Miles de pensamientos y vivencias me vienen a la mente.No es la primera vez que Aiden me acompaña a casa, ya perdí la cuenta. Pero es inevitable, como siempre, recordar aquella primera vez, tan distinta en comodidad con las que le siguieron. Aquella vez fue simple, pero genial. Muy diferente a esta última, tan llena de amargo resentimiento y culpabilidad.Por más que intento, no dejo de revivir mis momentos junto a él; pero siempre son los buenos, aquellos que me recuerdan lo ingenua que fui. Me hacen querer arrepentirme de haber realizado aquel viaje; pero la realidad es que nunca lo hago. El motivo, aún está por verse; sin embargo, mientras los recuerdos vuelven a presentarse, intensos y tan nítidos como siempre, no parece que haya pasado el tiempo, no se siente real, que hayan transcurrido cinco
Una luz cegadora me hace despertar. Abro los ojos y los vuelvo a cerrar, cuando un dolor fuerte me atraviesa el cráneo. Anoche, como ya sabía, Andrea estaba tan emocionada que cada vez que me estaba quedando dormida, me despertaba para seguir contándome su noche especial. Yo solo reía por su excesiva emoción y la escuchaba parlotear sin parar. Tanto fue así, que nos dieron las ocho de la mañana y todavía seguíamos despiertas.Pruebo otra vez y logro abrirlos un poco más. Me fijo en el reloj de la mesilla y resoplo, cuando veo que solo son las 11:30 a.m. Noto, además, que las cortinas de las ventanas están corridas. Juro que pensaba haberlas cerrado anoche.—¿En serio? Ni dormir puedo.Me giro boca abajo y pongo la almohada sobre mi cabeza; solo para sentir un carraspeo justo a mi lado. Cuando trato de ver por debajo de la almohada, algo pesado y grande cae sobre noso
El ambiente es tenso por unos minutos. Nadie habla, hasta que Leo interrumpe el silencio haciendo una de las suyas.—Bueno, ya se vieron, ya se odiaron. Podemos irnos —dice, mirando de Aiden a mí.Sus palabras me confunden. ¿Sabrá algo? ¿Aiden le habrá dicho nuestro secreto?No puedo evitar desconfiar y lo miro a los ojos pidiendo explicaciones. Su ceño fruncido me muestra que está igual o más confundido. No logro leerlo bien. Los nervios me absorben ante la incertidumbre, necesito creer que Aiden mantuvo su palabra. Pero, al parecer, se fue de lengua; de lo contrario, no le veo sentido al comentario de Leo. Algo sabe y no puedo creer que tenga que lidiar con ello también.Andrea y la abuela nos miran extrañadas. Es tanta la incomodidad en el ambiente, que Aiden se recupera y murmura una disculpa, para luego irse. Y hace bien, no lo quiero aquí.Antes de salir,
Hace unos minutos que Andrea salió de mi habitación con su curiosidad saciada, al menos por el momento. Y espero que, en un buen tiempo, sea suficiente.Yo todavía estoy sentada en mi cama, rodeada de chuches que ni ganas tengo de probar. Hablarle a Andrea de mi tétrica relación con Aiden me agotó de muchas maneras. Ya suficiente tenía con aguantar mis propios pensamientos; ahora, además, tengo que lidiar con que aún siento cosas por él. No puedo evitar pensarlo después de la respuesta que le di a mi prima y de la gran declaración silenciosa que me hice yo misma.«Es que soy imbécil».Qué en el mundo me hará alguna vez pasar página, pasar de él. No hay año, no hay viaje, ya sea invierno o sea verano, que yo no descubra que él aún me afecta. Que aún me importa.Pero de verdad creía, esperaba,