Durante los siguientes dos días en el hotel, tuve que andar con muletas y ponerme paños de fomento frío en el tobillo; solo fue una torcedura leve, pero me dolía un poco cuando lo apoyaba.
Aiden resultó ser una gran compañía. Después de nuestra visita al puesto de salud, me acompañó a la habitación y se portó como si fuéramos amigos de toda la vida; su ayuda me vino de perlas pues mis padres solo me dejaron una tarjeta de felicitación y una excusa por su ausencia. Mi cara al ver la tarjeta extrañó a Aiden, pero no dijo nada, sin embargo, supo que había sido mi cumpleaños y quiso celebrarlo. Estuvo con el tema dos días completos en los que no me dejó tranquila para nada, alegando que teníamos que hacer "cosas de cumpleaños".
Mientras paseábamos por el hotel, notaba las miradas femeninas encima de nosotros; era rara tanta atención por dónde quiera que íbamos, pero en realidad, no me extrañaba nada, porque Aiden estaba de muy buen ver. Realmente fue un shock total, cuando aquella primera noche, salimos de la oscuridad de la playa y pude verlo en todo su esplendor.
Su cuerpo alto y musculoso ya lo había sentido bien, puesto que había estado pegada a él, pero no me esperaba ver un rostro tan bien hecho, unos labios gruesos y tan suaves a la vista, sus pómulos marcados y su mandíbula cuadrada, cejas perfiladas y nariz ligeramente torcida, pero un poco respingona. Llevaba una barba de tres días que sombreaba su ya varonil rostro. Aiden, por sí mismo, destilaba una belleza masculina increíble. Pero lo más impresionante fue encontrarme con su mirada directamente, pude confirmar que sus ojos eran de un extraño color gris tormenta, que, en algunos momentos, según su estado de ánimo como pude constatar después, se volvían tan plateados como el mercurio.
Muchas veces me pregunté por qué Aiden pasaba el rato conmigo si podía tener a su lado a cualquier mujer, pero me sentía halagada de que así fuera. Él era mayor, tenía tres años más que yo, pero nos entendíamos bien, casi ni se notaba la diferencia de edad. Estuve a punto, en varios momentos, de decirle que solo tenía diecisiete años, pero tenía miedo de perder su compañía, por lo que fingía todo el tiempo tener una edad que no tenía y que, en verdad, él nunca había preguntado, ni siquiera cuando supo la fecha de mi cumpleaños.
Sin embargo, nada era eterno y, con diecisiete años, era bastante ingenua. De eso me di cuenta de la peor manera posible.
Mi quinto día en el hotel comenzó bien temprano. Mis padres podían hacer un receso en su agenda y decidieron acompañarme durante el desayuno. Me despertaron al amanecer y fuimos juntos al buffet. A pesar de que estaba muerta de sueño porque la noche anterior Aiden había insistido en jugar cartas hasta horas intempestivas, el desayuno transcurrió de forma favorable; no fuimos muy comunicativos, pero tampoco se sintió incómodo. La verdad, me vino bien compartir este momento con mis padres, lo necesitaba.
Luego de despedirme de ellos, quienes necesitaban regresar a sus respectivas labores, voy camino a mi habitación. Casi al llegar, se me ocurre una idea un tanto arriesgada, pero creo que valdrá la pena. Regreso al restaurant, tomo un plato y lo lleno con tostadas, mantequilla, dulces y algunos trocitos de fruta. Pienso darle los buenos días a Aiden de la misma forma que él ha hecho los días anteriores conmigo. Ya no estoy utilizando las muletas y puedo llevar, cómodamente, el plato y dos vasitos de yogurt del sabor que sé, prefiere Aiden.
Hasta ahora no he estado en su habitación, ni siquiera había visto esta zona del hotel. Según recuerdo, él mencionó la habitación ochocientos cuarenta y cinco, el día que nos conocimos. Sigo las indicaciones señaladas y me encuentro de frente con un bungaló de dos plantas, rodeado por una amplia piscina de fondo blanco, donde los saltos de agua se ven cada dos metros y simulan olas artificiales. Ambos lados se unen a través de un puente de madera, con barandas altas y torneadas, adornado con farolillos. Cruzo el puente y entro en la zona común del bungaló. Un cartel informa que la habitación que busco, queda en el segundo piso.
Subo las escaleras con menos entusiasmo, ya no me parece tan buena idea sorprenderlo así, quizás no le guste que lo despierte tan temprano después de haber salido de mi habitación casi a las cuatro de la mañana. Respiro hondo cuando llego a su puerta, para tranquilizarme, inexplicablemente el corazón comienza a latirme bien fuerte en el pecho y no entiendo el porqué de tanto nerviosismo. Toco suavemente la puerta, casi ni se escucha, pero espero a ver si se sintió. Cuando me dispongo a tocar otra vez, convencida de que estoy siendo ridícula al estar tan apenada, se abre la puerta.
El pecho desnudo de Aiden aparece frente a mí, viste unos shorts cortos deportivos y lleva en la mano la camiseta que se pondrá. Su pelo, aún húmedo, gotea por su frente y cuello, hacia su pecho, ya de por sí mojado. Siento un fuerte olor a gel de baño y crema de afeitar, ligado con un perfume bastante masculino.
Aiden, al verme, abre tanto los ojos que pienso se le saldrán de las órbitas. No estoy segura si los motivos, buenos o malos, son por haber sido sorprendido. Ninguno de los dos, habla, solo nos miramos durante unos segundos, asimilando la presencia del otro.
Su mirada sigue la silueta de mi cuerpo de pies a cabeza. Parece aprobar mi atuendo, porque sus ojos experimentan un sutil cambio de color. Llevo un vestido playero, blanco, tejido y bien corto, por encima de mi bikini negro. De más está decir que mi piel se eriza con su exhaustivo repaso.
De pronto, me sobresalta la voz de una mujer, proveniente del cuarto de Aiden. Él cierra los ojos y baja la cabeza, avergonzado.
—Nene, no te demores, te estaré esperando en la bañera. Recuerda que el café me gusta descafeinado. —Y se escucha el ruido de una puerta cerrándose.
Me quedo sin aire de la impresión, de tantos escenarios que desarrollé en mi mente, este nunca se me ocurrió; un poco irónico si miro bien el físico de Aiden, no es de los que, precisamente, pasan trabajo para ligar. Noto un calor en mis mejillas y sé que me estoy poniendo colorada; o sea, que la situación puede ponerse más vergonzosa aún.
—Mads, yo... —comienza a explicar algo, pero se interrumpe. En su lugar, pregunta—: ¿Qué haces aquí?
Cuando repara en el plato y en los vasitos de yogurt, frunce el ceño, confundido.
Mi corazón da un salto cuando escucho su voz ronca llamarme por un diminutivo, pero me recompongo, me trago toda mi sorpresa, mi orgullo y finjo una indiferencia que en realidad no existe.
—Mis padres me despertaron temprano hoy y pensé en traerte el desayuno, supongo que quería devolverte, al menos, una parte de todo lo que has hecho por mí —respondo, con calma, alzando los hombros.
Me mira y finge una sonrisa, se le nota en su expresión y sus gestos corporales, que está incómodo y nervioso.
—Mads, yo... —Lo intenta de nuevo, pero no logra terminar la frase. Por un momento, pienso que es mejor aclarar las cosas antes que se pongan más bochornosas.
—¿Estás acompañado? Ya lo sé, la escuché. No te preocupes, que yo ya me voy —digo, forzando una sonrisa y dándome la vuelta, para caminar hacia las escaleras; pero vuelvo sobre mis pasos y le entrego el plato y los vasitos—. Tomé todo lo que he visto que has desayunado estos días, incluso, los yogurts son los que te gustan. Disfrútalos. Ya nos veremos por ahí —hablo tranquilamente y planto una sonrisa en mi cara.
No me siento bien, pero no quiero demostrar debilidad. Mucho menos cuando ni yo misma, comprendo qué me sucede.
—¡Adiós, Aiden! —me despido y esta vez, sí me voy.
Camino con paso apresurado para salir de ese lugar. Al cruzar el puente, vuelvo a respirar, no me había dado cuenta que estaba conteniendo la respiración; siento mi pecho oprimirse y mis ojos picar.
No sabía cuánto me gustaba Aiden, hasta que supe que sigue con sus andanzas, luego de pasar conmigo toda la noche. Entre nosotros no ha ocurrido nada, pero el hecho de que hemos pasado cada minuto de los días anteriores, juntos y él, no se había interesado en mí, golpea fuerte mi autoestima.
Si me pongo a pensar, Aiden no ha hecho ningún comentario fuera de tono desde que nos conocimos, pero no lo había notado porque cuando está a mi lado, se concentra solo en mí; eso lo he podido comprobar varias veces, porque siempre hay mujeres rodeándonos y por supuesto, mucho más maduras y bellas que yo. Pero parece que sus necesidades, las cubre después de dejarme.
—Por Dios, que vergüenza —susurro, tapándome la cara mientras corro hacia mi sitio favorito, la playa.
Sentada en la arena, concentrada en mis pensamientos, sigo pensando que no entiendo mi reacción, Aiden es solo un amigo y, puede que ni siquiera sea eso, solo un conocido que se ha portado muy bien conmigo. Es un tanto chocante reconocer que quiero tener toda su atención por algo más que orgullo propio. Reconozco que Aiden me gusta, porque sentí algo de decepción en mi reacción, egoístamente quería creer que él, sentía lo mismo; fue duro convencerme de que no sería posible por muchas razones, la más importante de todas, yo era una niña a su lado.
(...)
Una presencia me saca de mis pensamientos. Lo siento incluso antes de que decida hablar. Mi cuerpo reacciona por instinto a su presencia. Me pongo en tensión cuando noto que el pelo de la nuca se me eriza y el corazón me palpita fuerte en el pecho. Estas sensaciones solo las he sentido junto a él, no entiendo qué conexión habrá quedado entre nosotros, pero sí tengo claro que sucede cada vez que estamos cerca.
Por eso estoy segura de que Aiden está aquí. Esta era mi sorpresa, ahora entiendo las palabras de Leo y las miradas de Andrea y los otros.
Él es mi "regalo de Navidad".
Aiden se sienta a mi lado, tan cerca, que siento su perfume cosquillear en mi nariz. No me muevo, a pesar de que todo mi cuerpo se eriza ante su cercanía, no quiero darle motivos para creer que me afecta. Su mirada se mantiene fija en las olas del mar y me permito fantasear. Imagino el brillo de la luna reflejado en sus ojos. Sus espesas pestañas sombreando sus mejillas. Sus labios entreabiertos dejando escapar un aliento que se condensa por la temperatura que nos rodea. Sus manos fuertes entrelazadas y apoyadas en sus rodillas. Toda su imagen proyectando sensualidad y masculinidad a raudales. —Hola, Maddie —dice, devolviéndome a la realidad. Me vuelvo a mirarlo, me encuentro con su mirada y, efectivamente, sus ojos brillan con el resplandor de la luna. —Hola —respondo y me obligo a dejar de mirarlo, por un momento creo que no podré hacerlo. —¿Cómo estás? —pregunta, cohibido, al notar que no le hago caso. —Bien —farfullo y alzo los hombros, pe
Camino de vuelta a la fiesta, tan sumida en mis pensamientos, que no reparo en Leo hasta que lo tengo en frente.—Hey, Maddie, ¿dónde andabas? ¿Qué haces sola? ¿Dónde está Andrea?Leo me aturde con tantas preguntas, mientras mira a mi alrededor buscando a su hermana. Me mira ceñudo unos segundos, a la espera de mi respuesta.—Andie se fue con Christian, se antojó de un helado y yo no quise ir. Me había quedado con Abbi y Ellie, pero se me perdieron entre tanta gente, llevo horas buscándote. —Logro reaccionar a tiempo para salvar a Andrea de una regañina típica de Leo—. ¿Dónde estabas tú? —pregunto, pero no lo dejo responder—. Deja, deja, ni me digas. De seguro, enredándote con alguna furcia por ahí, ahora no me vengas con tu instinto sobre protector. —Entonces, le devuelvo mi mirada más arr
Entro a la casa con una sensación ya conocida en la boca del estómago.Nervios. Incertidumbre. Miles de pensamientos y vivencias me vienen a la mente.No es la primera vez que Aiden me acompaña a casa, ya perdí la cuenta. Pero es inevitable, como siempre, recordar aquella primera vez, tan distinta en comodidad con las que le siguieron. Aquella vez fue simple, pero genial. Muy diferente a esta última, tan llena de amargo resentimiento y culpabilidad.Por más que intento, no dejo de revivir mis momentos junto a él; pero siempre son los buenos, aquellos que me recuerdan lo ingenua que fui. Me hacen querer arrepentirme de haber realizado aquel viaje; pero la realidad es que nunca lo hago. El motivo, aún está por verse; sin embargo, mientras los recuerdos vuelven a presentarse, intensos y tan nítidos como siempre, no parece que haya pasado el tiempo, no se siente real, que hayan transcurrido cinco
Una luz cegadora me hace despertar. Abro los ojos y los vuelvo a cerrar, cuando un dolor fuerte me atraviesa el cráneo. Anoche, como ya sabía, Andrea estaba tan emocionada que cada vez que me estaba quedando dormida, me despertaba para seguir contándome su noche especial. Yo solo reía por su excesiva emoción y la escuchaba parlotear sin parar. Tanto fue así, que nos dieron las ocho de la mañana y todavía seguíamos despiertas.Pruebo otra vez y logro abrirlos un poco más. Me fijo en el reloj de la mesilla y resoplo, cuando veo que solo son las 11:30 a.m. Noto, además, que las cortinas de las ventanas están corridas. Juro que pensaba haberlas cerrado anoche.—¿En serio? Ni dormir puedo.Me giro boca abajo y pongo la almohada sobre mi cabeza; solo para sentir un carraspeo justo a mi lado. Cuando trato de ver por debajo de la almohada, algo pesado y grande cae sobre noso
El ambiente es tenso por unos minutos. Nadie habla, hasta que Leo interrumpe el silencio haciendo una de las suyas.—Bueno, ya se vieron, ya se odiaron. Podemos irnos —dice, mirando de Aiden a mí.Sus palabras me confunden. ¿Sabrá algo? ¿Aiden le habrá dicho nuestro secreto?No puedo evitar desconfiar y lo miro a los ojos pidiendo explicaciones. Su ceño fruncido me muestra que está igual o más confundido. No logro leerlo bien. Los nervios me absorben ante la incertidumbre, necesito creer que Aiden mantuvo su palabra. Pero, al parecer, se fue de lengua; de lo contrario, no le veo sentido al comentario de Leo. Algo sabe y no puedo creer que tenga que lidiar con ello también.Andrea y la abuela nos miran extrañadas. Es tanta la incomodidad en el ambiente, que Aiden se recupera y murmura una disculpa, para luego irse. Y hace bien, no lo quiero aquí.Antes de salir,
Hace unos minutos que Andrea salió de mi habitación con su curiosidad saciada, al menos por el momento. Y espero que, en un buen tiempo, sea suficiente.Yo todavía estoy sentada en mi cama, rodeada de chuches que ni ganas tengo de probar. Hablarle a Andrea de mi tétrica relación con Aiden me agotó de muchas maneras. Ya suficiente tenía con aguantar mis propios pensamientos; ahora, además, tengo que lidiar con que aún siento cosas por él. No puedo evitar pensarlo después de la respuesta que le di a mi prima y de la gran declaración silenciosa que me hice yo misma.«Es que soy imbécil».Qué en el mundo me hará alguna vez pasar página, pasar de él. No hay año, no hay viaje, ya sea invierno o sea verano, que yo no descubra que él aún me afecta. Que aún me importa.Pero de verdad creía, esperaba,
No logro salir de mi estupor. Las preguntas se me atascan en la garganta y no logran salir.¿Qué hace él aquí? ¿Me está siguiendo?Me gustaría que lo hiciera, obvio. Pero esa no es la cuestión. Lo más importante aquí, es por qué se encuentra del lado contrario de la cerca ypor qué está dentro de la casona.Solo me he enfocado en Aiden y no he reparado en nada más. Y cuando lo hago, a su alrededor solo veo cajas, cajas y más cajas. Frunzo el ceño, totalmente desconcertada. Al parecer, es una mudanza; pero... ¿él se está mudando aquí? ¿A metros de mi lugar secreto?El lugar que nunca debí confiarle, ahora ya no es solo mío.Cómo es posible que Aiden esté mudándose a la casona, al lugar más misterioso que tiene Santa Marta. No es que sea misteriosa por nada pa
Llego a la casa y cuando entro, me alegra encontrar a mis tíos y a la abuela; después de mi encuentro con Aiden, necesito tener compañía para evitar pensar demasiado las cosas.—Hola, familia —saludo con voz alta, para llamar la atención de todos.Mi tía sonríe feliz al verme, mientras asoma su cabeza por la puerta de la cocina. Me acerco a ella y le doy un beso. Luego voy donde la abuela y la abrazo también.—¿Cómo pasaste el día, mi niña? —pregunta mi tía, mirándome con ternura.—Bien. Fui a dar una vuelta por el pueblo. Como hacía un año que no venía —farfullo, alzando los hombros.—Sí, lo supe. Varias personas te reconocieron y me lo dijeron. —La miro cariñosa. Mi tía es única.—Maddie, con tanto ajetreo que llevas no hemos tenido tiempo de