—La fiesta es en casa de Mary, sus padres no están e invitó a casi todo el pueblo. Sabes que su casa da a la playa, por lo que decidió hacer una fogata en la arena y así no tener que recoger toda la basura el día después. Muy inteligente, ¿no crees? Además, motivo de sobra para estar todos junticos alrededor del fuego con este frío que hace —comenta Andrea, dándome los detalles de la fiesta.
—¿Te refieres a Mary, la ex de tu hermano? —pregunto, con extrañeza.
—Pues sí, ellos lo dejaron, pero yo hice buenas relaciones con ella. La verdad me caía bien como cuñada, no es otra rubia tonta de las tantas que mi hermano trae a la casa. Así que, me invitó, pero como ya te dije, invitó a medio pueblo —responde Andie, animadamente.
Estoy cansada, pero eso no es problema para mí cuando hay una fiesta pendiente. Le pregunto a Andrea a qué hora comienza y, entonces, planificamos arreglarnos temprano, pero sin intención de inaugurar la actividad. Dicen por ahí que las reinas nunca llegan tarde y aunque es un poco egocéntrica esta afirmación, lo cierto es que nunca me ha gustado ser la primera en llegar, prefiero entrar cuando ya están todos. Seguimos conversando de temas sin importancia, poniéndome al corriente de los chismes más importantes, cuando nos da hambre y decidimos bajar a comer.
Llego al comedor y me siento famélica, no he comido nada en todo el día. Mientras me preparo un sándwich, pienso cómo me voy a vestir, tengo algunas prendas nuevas para estrenar que seguro a Andie le encantarán. De tanto pensar, no siento cuando Leo entra en la cocina y doy un brinco cuando me habla al oído.
—¡Ay, Leo! No empieces, me va a dar algo como sigas con tanto sigilo —grito y me pongo una mano en el corazón.
—¡Bah! No seas dramática, fue un sustito de nada. Nada comparado con la sorpresa que te espera —repite sus palabras de antes y el misterio en su voz es frustrante.
Cuando voy a preguntarle qué quiere decir, entran mi tía y mi abuela a la cocina, conversando de alguien que no alcanzo a escuchar quién es.
—Pues sí, mami. Terminó la carrera y pretende abrir una consulta en el pueblo. Espero que todo le vaya bien. —Escucho que dice mi tía.
—¡Oh, Maddie, Andie! No sabía que estaban aquí. Justo las iba a llamar para que bajaran a comer algo —interrumpe la abuela a mi tía y no puedo enterarme, una vez más, de quién hablan.
Por un momento pienso que lo hacen adrede, pero luego me digo que son imaginaciones mías, que nadie está conspirando en mi contra, pero el tema con Leo me pone de los nervios. Me río sola por la dirección que están tomando mis pensamientos.
—Maddie y yo vamos a la fiesta de Mary, Leo —menciona Andrea, para molestar a su hermano.
—¿Sí? Que bien. Yo también. Ahí nos vemos, entonces —exclama, un poco más emocionado de lo común en él, que sería cero emociones. Y se va, otra vez silbando y con las manos dentro de los bolsillos de los jeans.
Me resulta muy raro el comportamiento de Leo, siempre es muy sobreprotector con nosotras y hoy ni se ha inmutado. Me quedo viendo por dónde salió y pienso en qué será lo que tiene preparado esta vez. Además, no puedo evitar observar las reacciones de mi tía y la abuela, que intentan ocultar sus sonrisas. Frunzo el ceño, pero no digo nada.
Recuerdo lo que me dijo antes y me preocupo, creo que Leo está planeando algo que no me va a gustar. Y pues, eso no funciona así, porque la que le hace la vida un infierno a él soy yo. Al menos, sucede así desde que tengo once años. Excepto cuando tengo cerca a cierta persona non grata para mí y sucede mucho más a menudo de lo que yo quisiera. En esas ocasiones, me vuelvo una Maddie con baja autoestima y con un carácter poco habitual en mí.
De pronto, recuerdo los ojos grises de mi sueño y un escalofrío me recorre.
—Dios mío, ¡no! —ahogo un grito de estupor.
Ya recuerdo a quién pertenecen esos ojos tan extraños que pude ver antes de quedarme dormida hace un rato, pero no es posible, no puede pasarme esto otra vez. Esos ojos en mis sueños no pueden ser un augurio de mi futuro más cercano. El karma no puede ser tan jodido. No puede ser él, no otra vez.
Tan metida como estoy en mis pensamientos turbulentos, no me doy cuenta que tres pares de ojos igual de verdes me miran confusos; mi reacción ha llamado la atención de todos. Murmuro algo parecido a una disculpa y corro hacia mi habitación. En la soledad de mi cuarto me permito flaquear, abrirme a las emociones que se acumulan en mi pecho. Mis nervios se crispan; es frustrante aceptar lo que aún me provoca su recuerdo. Pensé que después del tiempo que ha pasado y las condiciones tan extremas en las que nos despedimos, no reaccionaría cómo lo estoy haciendo, pero una vez más, confirmo lo equivocada que estoy. El corazón se salta varios latidos cuando enumero las posibilidades de que mis pensamientos vayan bien encausados. Si finalmente estoy en lo correcto y él es el motivo por el que todos actúan tan raro, mis vacaciones acaban de volverse un infierno.
Cometer un error y luego repetirlo, ¿se considera como una falta aguda de sentido común? Porque no existe otra explicación para mis metidas de pata. Y no solo una, sino dos veces. Con la misma persona. Con el mismo resultado. Una promesa incumplida. Un corazón roto. Dos veces de creer en falsas promesas, en palabras endulzantes que muy en lo profundo están vacías de significado. O quizás yo, lo he creído así y siempre ha estado muy claro. Tal vez yo sea la ingenua, la soñadora o la imbécil.
«Que fácil fue tenerte entre mis brazos otra vez» Esa voz. Esa frase. Ese recuerdo que me persigue. Los recuerdos son tan nítidos en mi mente que lo siento más que lo escucho. El movimiento de sus labios, la cadencia de su voz, su aliento pegado a mi oreja, el tacto caliente de sus dedos contra mi piel.
Luego yo. Mi felicidad, mi tranquilidad, mis expectativas. Dolor. Decepción. Tristeza. Nuestros recuerdos son mis eternos fantasmas. Cuando logré convencerme a mí misma de regresar a este lugar, fue con la cruda convicción de dejar todo atrás; de olvidar todo aquello que tanto daño me hizo y pasar página. En esos momentos mi seguridad estaba en su nivel habitual y me veía capaz de afrontar las consecuencias de mis errores; no de huir como lo hice la última vez. Con la cabeza baja, con una maleta llena con los pedacitos de mi corazón y un cartel inmenso sobre mi cabeza que decía: Se acabó.
Esperaba ser fuerte esta vez y, aun cuando no lo he visto ni oído de él, su recuerdo es suficiente para echar abajo todas esas convicciones. Todos fueron testigos de mi dolor. Si bien no por conocimiento, sí por asociación. Mi ausencia, después de catorce años ininterrumpidos, fue notable y bastante obvia. Me duele aún mi muestra de debilidad, pero necesitaba curar mis heridas, necesitaba recuperar mi fuerza. Aunque hubiera sido a costa de lastimar a los míos.
Una promesa fue hecha. O debería decir: otra. De tantas. Y está a punto de romperse nuevamente.
Tanto pensar me ha provocado un horrible dolor de cabeza y, me temo, que será el primero de muchos. Porque si la realidad que se me viene encima, es la réplica de mi anterior visita a este lugar, no terminará nada bien.
«¡Lo prometiste! Cumple tu promesa al menos una vez en la vida», susurro, por lo bajo. Cierro los ojos como si estuviera pidiendo un deseo.
No los vuelvo a abrir. Decido quedarme así un rato, mientras intento dejar de darle vueltas a todo. Por ahora, que todavía todo está bien, es mejor olvidar que mi extraño chico de ojos grises, existe; todavía no hay necesidad de martirizar mi existencia. Me entrego a la tranquilidad de mi habitación y me quedo dormida y, por más que trato de evitarlo, no puedo dejar de invocar mis mejores recuerdos.
Hace cinco años, cuando recién comenzaba a entender las realidades de la vida, le confié mis sueños, mis miedos, todo de mí, a un extraño de ojos grises. Hace cinco jodidos años, dejé de ser la niña soñadora que deseaba amar con todas sus fuerzas. Hace cinco putos años, conocí al mayor sinvergüenza de todos.
Me miro en el espejo por décima vez. Llevo mi pelo castaño suelto y con algunas ondas en las puntas, por encima del hombro para acomodarlo. El bronceado de mi piel resalta con las mechas degradadas de rubio que me hice antes de venir. El vestido de corte princesa color azul cielo, realmente me favorece, resalta mis ojos azules y cada una de mis recién adquiridas curvas, ubicadas, a mi parecer, en los lugares correctos. Los zapatos son unas ligeras ballerinas blancas con brillantes, para darle un toque elegante a mi estilo casual de verano. No soy muy alta, solo mido metro sesenta y siete, pero unos zapatos altos no pegan con mis intenciones de hoy.—¡Por Dios, que calor hace en este lugar! —hablo con mi reflejo, mientras me retoco el lápiz labial y la máscara de pestañas. No es que tenga que usar mucho maquillaje para lucirlos, mis pestañas son bien tupidas y mis labios son gruesos y de color rosa
—¡Maddie, despierta! ¡¿Maddie!? —Doy un respingo cuando Andrea me sacude y casi me caigo de la cama. No recuerdo haberme quedado dormida.Miro por la ventana y noto que ya oscureció. Reprimo un bostezo y estiro mis brazos, parece que todo el rato estuve en una posición incómoda, porque me duele hasta el cuello.—¿Cuánto tiempo llevo durmiendo? —pregunto, extrañada.Cuando me permití ahondar en mis recuerdos no eran más de las seis de la tarde, así que debe haber pasado bastante tiempo.—Son casi las nueve. Esta es la tercera vez que vengo a ver si estabas despierta, ya casi tenemos que empezar a arreglarnos, por eso te desperté. No lo hice antes porque sé que necesitabas descansar un poco más —explica Andrea, mientras yo froto mis ojos para desperezarme.—Pfff, sí. Parece que después de todo,
Durante los siguientes dos días en el hotel, tuve que andar con muletas y ponerme paños de fomento frío en el tobillo; solo fue una torcedura leve, pero me dolía un poco cuando lo apoyaba.Aiden resultó ser una gran compañía. Después de nuestra visita al puesto de salud, me acompañó a la habitación y se portó como si fuéramos amigos de toda la vida; su ayuda me vino de perlas pues mis padres solo me dejaron una tarjeta de felicitación y una excusa por su ausencia. Mi cara al ver la tarjeta extrañó a Aiden, pero no dijo nada, sin embargo, supo que había sido mi cumpleaños y quiso celebrarlo. Estuvo con el tema dos días completos en los que no me dejó tranquila para nada, alegando que teníamos que hacer "cosas de cumpleaños".Mientras paseábamos por el hotel, notaba las miradas femeninas encima de nosotros; era r
Aiden se sienta a mi lado, tan cerca, que siento su perfume cosquillear en mi nariz. No me muevo, a pesar de que todo mi cuerpo se eriza ante su cercanía, no quiero darle motivos para creer que me afecta. Su mirada se mantiene fija en las olas del mar y me permito fantasear. Imagino el brillo de la luna reflejado en sus ojos. Sus espesas pestañas sombreando sus mejillas. Sus labios entreabiertos dejando escapar un aliento que se condensa por la temperatura que nos rodea. Sus manos fuertes entrelazadas y apoyadas en sus rodillas. Toda su imagen proyectando sensualidad y masculinidad a raudales. —Hola, Maddie —dice, devolviéndome a la realidad. Me vuelvo a mirarlo, me encuentro con su mirada y, efectivamente, sus ojos brillan con el resplandor de la luna. —Hola —respondo y me obligo a dejar de mirarlo, por un momento creo que no podré hacerlo. —¿Cómo estás? —pregunta, cohibido, al notar que no le hago caso. —Bien —farfullo y alzo los hombros, pe
Camino de vuelta a la fiesta, tan sumida en mis pensamientos, que no reparo en Leo hasta que lo tengo en frente.—Hey, Maddie, ¿dónde andabas? ¿Qué haces sola? ¿Dónde está Andrea?Leo me aturde con tantas preguntas, mientras mira a mi alrededor buscando a su hermana. Me mira ceñudo unos segundos, a la espera de mi respuesta.—Andie se fue con Christian, se antojó de un helado y yo no quise ir. Me había quedado con Abbi y Ellie, pero se me perdieron entre tanta gente, llevo horas buscándote. —Logro reaccionar a tiempo para salvar a Andrea de una regañina típica de Leo—. ¿Dónde estabas tú? —pregunto, pero no lo dejo responder—. Deja, deja, ni me digas. De seguro, enredándote con alguna furcia por ahí, ahora no me vengas con tu instinto sobre protector. —Entonces, le devuelvo mi mirada más arr
Entro a la casa con una sensación ya conocida en la boca del estómago.Nervios. Incertidumbre. Miles de pensamientos y vivencias me vienen a la mente.No es la primera vez que Aiden me acompaña a casa, ya perdí la cuenta. Pero es inevitable, como siempre, recordar aquella primera vez, tan distinta en comodidad con las que le siguieron. Aquella vez fue simple, pero genial. Muy diferente a esta última, tan llena de amargo resentimiento y culpabilidad.Por más que intento, no dejo de revivir mis momentos junto a él; pero siempre son los buenos, aquellos que me recuerdan lo ingenua que fui. Me hacen querer arrepentirme de haber realizado aquel viaje; pero la realidad es que nunca lo hago. El motivo, aún está por verse; sin embargo, mientras los recuerdos vuelven a presentarse, intensos y tan nítidos como siempre, no parece que haya pasado el tiempo, no se siente real, que hayan transcurrido cinco
Una luz cegadora me hace despertar. Abro los ojos y los vuelvo a cerrar, cuando un dolor fuerte me atraviesa el cráneo. Anoche, como ya sabía, Andrea estaba tan emocionada que cada vez que me estaba quedando dormida, me despertaba para seguir contándome su noche especial. Yo solo reía por su excesiva emoción y la escuchaba parlotear sin parar. Tanto fue así, que nos dieron las ocho de la mañana y todavía seguíamos despiertas.Pruebo otra vez y logro abrirlos un poco más. Me fijo en el reloj de la mesilla y resoplo, cuando veo que solo son las 11:30 a.m. Noto, además, que las cortinas de las ventanas están corridas. Juro que pensaba haberlas cerrado anoche.—¿En serio? Ni dormir puedo.Me giro boca abajo y pongo la almohada sobre mi cabeza; solo para sentir un carraspeo justo a mi lado. Cuando trato de ver por debajo de la almohada, algo pesado y grande cae sobre noso
El ambiente es tenso por unos minutos. Nadie habla, hasta que Leo interrumpe el silencio haciendo una de las suyas.—Bueno, ya se vieron, ya se odiaron. Podemos irnos —dice, mirando de Aiden a mí.Sus palabras me confunden. ¿Sabrá algo? ¿Aiden le habrá dicho nuestro secreto?No puedo evitar desconfiar y lo miro a los ojos pidiendo explicaciones. Su ceño fruncido me muestra que está igual o más confundido. No logro leerlo bien. Los nervios me absorben ante la incertidumbre, necesito creer que Aiden mantuvo su palabra. Pero, al parecer, se fue de lengua; de lo contrario, no le veo sentido al comentario de Leo. Algo sabe y no puedo creer que tenga que lidiar con ello también.Andrea y la abuela nos miran extrañadas. Es tanta la incomodidad en el ambiente, que Aiden se recupera y murmura una disculpa, para luego irse. Y hace bien, no lo quiero aquí.Antes de salir,