Inicio / Romántica / Solo dos veces al año / Capítulo 1. Estoy de vuelta
Solo dos veces al año
Solo dos veces al año
Por: A. N. Cruz
Capítulo 1. Estoy de vuelta

«¡Estoy aburrida!».

Llevo tres horas sentada en este autobús y no veo la hora de llegar a mi destino. Estoy camino a casa de mi tía Aurora, para pasar con ella, como siempre, mis vacaciones de invierno. Y digo como siempre, porque ya casi se ha convertido en una tradición, que justo el día después de Navidad; yo emprenda un largo viaje al otro lado del país, para pasar Noche Vieja con otra parte de mi familia. La razón, mis padres cada año hacen una gira nacional por su empleo; ambos trabajan de representantes legales de numerosas productoras musicales y generalmente, tienen mucho trabajo en estas fechas. Están tan ocupados con sus asuntos laborales que ya olvidé la última vez que pasé un "Feliz año nuevo" con ellos. 

Miro mi reloj y suspiro, aún quedan tres horas de viaje y yo ya no siento mis piernas. Decido colocarme los audífonos y abro el reproductor de mi celular, un poco de ritmo vendría bien en estos momentos. Escojo el tema “Company” de Justin Bieber y cierro los ojos, con la intención de poder dormir algunas horas y parar con este aburrimiento.

Despierto de forma repentina y al mirar por la ventanilla, logro ver que estamos pasando el cartel que anuncia la llegada a mi destino. Este paisaje me es tan familiar, se siente mío. Y cómo no lo va a ser si desde hace catorce años, recorro el mismo camino, dos veces al año; cada invierno y cada verano. Y sí, en verano también me convierto en la hija prestada, esa de la que sus padres no se pueden ocupar por sus tan complicados trabajos. 

Veo como nos acercamos a la terminal de autobuses y, al llegar, todos se levantan a la vez. Es un comportamiento tan común que decido quedarme sentada hasta que todos los pasajeros estén abajo. Una vez que el pasillo del autobús se ha desocupado un poco, recojo las maletas y me dirijo hacia la puerta. Puedo ver desde allí a mi tía Aurora y a mi prima Andrea. Ambas llaman mucho la atención, tienen esa belleza delicada que te hace admirarlas; rubias, de piel bronceada y ojazos verdes. Y no sólo eso, desprenden un aura de calidez y amor que te mantiene enganchado desde el primer momento. 

Una vez que tengo los pies en el suelo, corro hacia ellas y me reciben como cada vez: una sonrisa enorme y un abrazo de oso. Yo puedo ser un poco seca y arisca, pero me reconforta mucho formar parte de esta familia que, año tras año, me recibe con los brazos abiertos. Puedo decir, que volver aquí, es volver a mi lugar en el mundo. Aun cuando eso suponga, también, la vuelta de constantes recuerdos. 

—Llevamos un buen rato esperando, creo que el autobús se atrasó más de lo normal —dice mi tía, cuando termina con los abrazos y los besos.

—Ya tenía ganas de que llegaras, hay tanto que hacer en estos días, que te necesito mucho más que años anteriores —interviene Andrea. Me coge del brazo para empezar a caminar y de paso, sin movilidad para arrastrar mis maletas. 

—Sí, tía, se atrasó un poco —explico, con un tono de queja evidente—. Fue un infierno de viaje, realmente, ya no hallaba cómo sentarme para aliviar el entumecimiento de las piernas. Además, qué aburrimiento, ¡por Dios!, creí que no llegaba.

—Bueno, lo importante es que llegaste y que todo fue bien. ¡Feliz Navidad, mi niña! —exclama tía Aurora con una expresión feliz; vuelve a abrazarme—. En la casa están todos esperándote, incluso, algunas sobras de la comidita de ayer. Este año hice la panetela que te gusta. Aunque tuve que esconderla de ciertas personitas.

Me divierte la cara que pone mi tía y cómo mira a Andrea con los ojos torcidos. Mi prima, a su vez, me mira con una disculpa en sus ojos y se ríe inocentemente.

—Yo le dije que iba a dejar —declara y levanta los hombros, en un gesto despreocupado. Pero yo no le creo, en cuanto a dulces, puede llegar a ser muy golosa. 

—Sí, claro. No te conocemos ya —río y decido molestarla—. ¿O no te acuerdas de lo que pasó el año anterior, o el anterior a ese, o el...?

—Ya, ya, está bien —interrumpe y se ríe, mortificada.

Seguimos caminando y, de pronto, Andrea me mira seria y me abraza. Casi caemos al piso por la sorpresa de su gesto.

—Te extrañé mucho. —Tiene la voz compungida.

—Yo también —murmuro, casi sin voz, de la emoción. M semblante cambia por completo, porque la verdad, el resto del año en mi casa, me siento muy sola.

Miro a mi tía y tiene los ojos llorosos, pero trata de disimularlo mirando hacia otro lado.

—Ya, niñas, vamos. En la casa nos están esperando —farfulla, con un carraspeo—. Y, Maddie, este año creo que te vas a llevar una gran sorpresa.

Las palabras de mi tía, acompañadas de una risita pícara, me hacen voltearme para intentar entender a qué se refiere; su expresión complacida llama mi atención, pero no comprendo nada. Con la mirada despistada, le pregunto a Andrea, pero también se niega a adelantarme algo o al menos, darme una pista. No me gusta sentirme perdida.

—Ya lo verás, prima, creo que te va a gustar tu regalo de Navidad. —Es su respuesta, además de una despampanante sonrisa plantada en su rostro.

Desconfío, porque de ellas puedo esperar cualquier cosa. Sin embargo, cuando subimos al auto y nos encaminamos rumbo a la casa de la familia, me olvido por un instante de lo que sea que me espera y me concentro en los días que pasaré aquí. Llevaba todo un año sin pisar este lugar.

(…)

El barrio donde vive mi familia es muy tranquilo, no hay muchas casas. Es una zona residencial, los terrenos abarcan casi una manzana; es por eso que son pocos los vecinos que se encuentran en la misma calle. El estilo colonial es predominante, techos altos, portales por todos los alrededores, enormes jardines rodeados de cercas blancas. Es un ambiente limpio en todos los sentidos, muy raro de ver y sentir en la casa que "comparto" con mis padres, en la ciudad. Es por eso que me gusta tanto venir aquí, porque, aunque extraño a mis padres y añore su compañía, no hay nada como la tranquilidad y la paz que aquí se respira.

Llegamos a nuestra calle y, nada más doblar la esquina, veo la casa. Y, como siempre, mi abuela aguarda mi llegada sentada en su sillón, acompañada de su fiel gata, Lucy.

Sonrío dulcemente porque me lleno de felicidad al verla. Mi abuela Nora, es la mamá de mi padre y de mi tía Aurora. Los crio sola después que mi abuelo Máximo muriera cuando apenas mi tía tenía dos años y mi padre cuatro. Es una mujer fuerte e independiente que ha sabido salir adelante sola, es muy sincera, así como amorosa, es el pilar y la jefa de mi familia. Me bajo del auto corriendo para abrazarla, ella me recibe con su habitual cariño. Respiro su olor a jazmín, a amor, a paz. Cuando estoy entre sus brazos sé, con seguridad, que estoy en casa.

«Es mi persona favorita en todo el mundo».

—¡Mi niña! —exclama, mientras la achucho todo lo que puedo.

—Te quiero tanto, abuela, tenía muchas ganas de verte. —La abrazo más fuerte, si eso es posible.

—Como has crecido, mi niñita, ya eres toda una mujer —declara, orgullosa.

La verdad es que he cambiado mucho desde la última vez que vine. El verano pasado estuve en un campamento para jóvenes interesados en la redacción y edición de libros. Es mi pasión, por lo que no me pude negar. Además, tenía otros motivos más profundos para no dejar pasar esa oportunidad.

—Estás muy linda, vas a romper muchos corazones, mi Maddie. Ya verás —asegura y me guiña un ojo. Yo me sonrojo de pies a cabeza.

—Gracias, abue —respondo a su halago, sonriente—. Tenía muchas ganas de llegar y verlos a todos, hace un año que no venía. —Y aunque fue por algo que me apasiona, extrañé mi hogar.

—Ay, sí, Maddie. Recuérdame, por qué fue que no quisiste venir —pregunta mi abuela, con el ceño fruncido.

—Mami, ya te he dicho mil veces, que Maddie estuvo en un campamento para aprender de lo que más le gusta, ¡escribir! —interrumpe tía Aurora, quien llega hasta nosotras. Andrea la sigue, con mis maletas a cuestas.

—Vamos, ayúdame a subirlas a tu habitación, que yo no puedo sola.

Resoplo y corro a ayudarla. —Sí que están un poco pesadas.

Cojo una de las maletas, le doy un beso a la abuela y me dispongo a entrar a la casa.

—Por cierto, Maddie. ¡Feliz Navidad! —dice la abuela antes de que abra la puerta y entre. Le agradezco con una sonrisa y le lanzo un beso.

En la sala me reciben tío Alfredo y mi primo Leo. Ambos estaban sentados en el inmenso sofá, viendo un juego de futbol. Se levantan en cuanto me ven entrar.

—Hola, Maddie, bienvenida, ¡Feliz Navidad! —saluda tío, mientras me abraza torpemente.

Tío Alfredo es un amor de persona, amigo de la infancia de mi padre y enamorado locamente de mi tía desde siempre. Es un hombre humilde que vive y se desvive por su familia, alto, trigueño y con unos ojos increíblemente azules, para su edad se mantiene bien y se nota que, en su juventud, debe haber sido muy apuesto. Mis tíos llevan casados veintiséis años y profesan su amor como unos recién enamorados.

—¡Hola, primita! ¿Cómo has estado? —pregunta Leo, mientras me abraza fuertemente y me besa en cada mejilla.

Él es la copia de mi tío Alfredo, alto, musculoso y súper apuesto, lo único que heredó de mi tía fueron sus ojos de color verde claro, los que combinan perfectamente con su piel trigueña y su pelo castaño oscuro. Yo adoro a mi primo, es el hermano que no tuve y, para mayor satisfacción, lleva esa labor de hermano mayor conmigo de la misma forma que lo hace con Andrea, ahuyentando a cuanto muchacho se nos acerca. Resulta gracioso ver cómo amenaza a los moscones babosos que nos llegan a rodear en alguna fiesta, pero no lo es tanto cuando los blancos de su sobreprotección, son los chicos que nos interesan a Andrea y a mí. Llega a ser muy frustrante.

—Muy bien, Leo, ya llegué y estoy lista para hacer un infierno tus últimos días del año —aseguro, con una sonrisa torcida.

Leo frunce los labios, pero luego, su gesto cambia y comienza a reír tan fuerte, que creo que se volvió loco. Entrecierro los ojos cuando veo a Andrea poner los ojos en blanco y a mis tíos dirigirse una mirada cómplice.

«Aquí hay gato encerrado», pienso y lo confirmo, cuando Leo vuelve a hablar.

—Puede ser, pero en este viaje no voy a estar solo, mi compañía está en camino. —Y se va, con las manos metidas en los bolsillos de sus jeans y silbando alegremente.

«¿Qué se traerá entre manos esta vez?».

Subo las escaleras dándole vueltas a lo que dijo Leo, pero por más que lo pienso, no le hallo sentido. Andrea tampoco es de mucha ayuda, ella solo me mira y se ríe, me está sacando de quicio.

—Andie, porfa, dime qué quiso decir tu hermano —ruego, con un puchero que no cumple función alguna.

—No, ya pronto sabrás —exclama ella, sonriendo aún más, mientras abre la puerta de mi habitación. Murmura unas palabras que por los pelos logro entender—. Van a ser unas vacaciones muy divertidas.

Lo dejo estar, para no volverme loca, cuando entramos en la habitación que ocupo desde que tengo ocho años. Todo está exactamente igual a la última vez que estuve aquí.

El juego de habitación es de color blanco contemporáneo e incluye una cama personal, un gavetero mediano con un espejo en la parte superior y dos mesillas de noche a cada lado de la cama, con sus lámparas de cristal estilo industrial. Las paredes, de tonos azul y verde pastel, combinados con los almohadones, cubrecamas y cortinas, le dan un toque de color increíble.   Este lugar siempre ha sido mi refugio y guardo tantos recuerdos, que me resulta acogedor solo admirarlo.

La habitación también tiene un cuarto vestidor y un baño personal. El vestidor está a tope de ropa que he ido acumulando al cabo de los años, puesto que paso largas temporadas aquí y no es cómodo viajar en autobús con tantas maletas. Andie lo utiliza muy a menudo, dice que es muy cool tener una provisión de armario doble. El cuarto de baño es mi lugar de relax preferido, donde puedo tomar baños relajantes por horas sin que nadie me esté apurando. En él, también he ido creando una colección de sales de baño, cremas y maquillajes exquisita, que otra vez, Andie utiliza de forma frecuente alegando que van a caducar de no usarse y que sería una verdadera lástima. Ruedo los ojos al pensar en mi prima y sus cosas.

Dejo las maletas a un lado de la cama y me tiro de espaldas sobre ella.

—Andie, estoy súper cansada. —Suspiro y cierro los ojos.

—Me imagino, Maddie, es un viaje muy largo. —Siento el peso de Andrea cuando se acomoda a mi lado en la cama.

—Demasiado. —Resoplo.

Se hace el silencio por unos minutos y me provoca abrir los ojos para ver qué está haciendo Andrea. Ella me observa, divertida, antes de hacerme una pregunta.

—Entonces, ¿no vas a querer salir esta noche?

—Yo no he dicho eso —exclamo, con una nueva actitud y una media sonrisa—. Puedo estar cansada, pero mi cuerpo siempre pide fiesta.

Me levanto de un salto de la cama y hago un pequeño movimiento de caderas. Andrea se ríe con mis locuras.

—¡Ja! Estás loca. Yo me paso seis horas de viaje sentada en un incómodo asiento de un autobús y, por lo menos, duermo un día entero.

Sus palabras me hacen reír, pero a la vez, me hacen ser consciente de algo.

—Supongo que lo llevo en la sangre, ¿no? —pregunto, irónicamente, recordando desde cuándo estoy haciendo estos viajes.

—Sí, supongo —responde y alza los hombros—. Por cierto, ¿cómo están mis tíos preferidos?

—Por favor, Andie, que son los únicos que tienes —digo, entre risas.

—Pues por eso —devuelve ella, riendo también.

—Nah, están bien, o eso creo —farfullo, con tono desinteresado—. La verdad, no he hablado con ellos.

Andie se acerca y me abraza, me conoce tan bien que sabe cuándo necesito de su apoyo y cariño. Es duro que tus padres no se preocupen en absoluto por tu bienestar, pero ya estoy curada, duro era cuando tenía solo ocho años. Creo recordar, que el primer viaje lo hicimos en el auto y mi papá conducía. Fue un viaje aburrido, pero vamos, que eso no era nada nuevo. Pero al siguiente año, fue mi primera vez en un autobús, tenía solo nueve años; incluso, una persona de la agencia de viajes tenía que velar por mí. Fue muy triste y, a día de hoy, lo sigue siendo. Pero como ya dije antes, estoy curada. O eso, es lo que quiero creer.

Sacudo la cabeza para despejar mi mente de pensamientos desagradables, no es el momento ni el lugar. Ahora ya estoy en casa, mi verdadera casa.

Andrea sale del cuarto pidiéndome que descanse para esta noche. La verdad, no entiendo qué quiere decir y me entretengo pensando en eso.

«¿Qué les pasará a todos hoy? Están muy extraños», pienso, mientras recuerdo la respuesta de Leo, la risa de Andie y las miradas conocedoras de mis tíos y la abuela. Profundizo tanto en mis cavilaciones, que me quedo dormida y sueño algo muy extraño, algo relacionado con unos ojos grises que me confunden y me tranquilizan a la vez, pero lo olvido en cuanto caigo en un sueño profundo.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo