Bob cruzó la sala en dirección a Owen y Anna como un rayo, casi choca con su amigo por la espalda. Tenía que sacarlos.—¿Me lo prestas un minuto, Anna? —preguntó, sin poder disimular del todo su preocupación.—Claro…Lo llevó a una esquina, lejos de todos.—¿Ahora qué te pasa? ¿El esposo de Susan te asustó? —Owen parecía muy divertido con la situación embarazosa de su amigo.—¿Qué? No, Owen, tienes que irte con Anna ahora.—Así que ya quieres huir, ¿eh? No te llevaré a cenar con nosotros. Además, la reserva es para dentro de una hora…—No entiendes, tienen que irse —lo cortó bruscamente—. Elena cruzará esa puerta en cualquier momento.Su tiempo se paró. El espacio a su alrededor se cerró sobre él. Su rostro se endureció, como si se volviera de piedra de repente, y el brillo chispeante que tenía en los ojos esa noche se opacó por completo. Como si una oscuridad helada, muy vieja y poderosa, lo pintara por dentro de los pies a la cabeza.—¿Y qué? —respondió fríamente. Su voz no lo era,
Le sudaban las manos a Bob. Parado junto a Anna, intentaba tragarse toda la vergüenza que el comportamiento de su amigo le causaba, toda la vergüenza que él mismo sentía por haberla ido a buscar en un arrebato para pedirle que lo salvara.“¡Ojalá se queme en el infierno!”, pensó con rabia. En el infierno personal de Elena.—Intenté sacarlos cuando me enteré de que vendría… No pensé que haría esta estupidez —intentó disculparse. Tenía que disculparse con ella.Anna solo se volteó y le dio una sonrisa melancólica, una resignada. Parecía pintada.—Te llevaré a la casa…—No, iré a mi apartamento. ¿Qué sentido tiene volver?—¿Lo dejarás?—No me pidas que lo espere allí luego de lo que hará —casi le rogó.—No, por supuesto que no.Él no se movía, pensaba en cómo salir de ese lugar sin tener que exponerla también a todos esos cuervos ahí afuera, ávidos de sangre. Podía oír los murmullos constantes y adivinaba las expresiones de esos rostros: divertidos, asombrados, petulantes y juzgadores.—
A la misma hora que deberían haber estado en la playa desayunando, como tenía planeado, Owen estaba sentado en la sala observando la puerta. Ni siquiera se había quitado la ropa de la noche anterior.Estaba seguro de que no iba a cruzar por la entrada; sin embargo, la esperó. Y la esperó hasta que oyó que alguien entraba. El corazón se le aceleró tanto que le pegaba en las costillas. Se puso de pie; tenía un aspecto horrible.—¿Anna? —preguntó.—No, maldito infeliz —era Bob—. Te haces demasiadas ilusiones.Owen cayó sobre el sillón; ella no vendría.—¿La pasaste bien anoche, bastardo? Espero que te hayas divertido de lo lindo y espero que te sientas una basura.—Lo hago —respondió, agachando la cabeza.Era cuestión de tiempo para que su amigo apareciera a insultarlo y a decirle varias verdades que él ya conocía. Pero no dijo nada y se quedó callado oyendo la perorata de profanidades que Bob le disparaba furioso. Lo amenazó al menos cinco veces con romperle la cara, la cabeza, las pier
La siguiente llamada de Elena no se hizo esperar demasiado. Dos días después, mientras estaba en su oficina, el teléfono comenzó a sonar. No respondió. De nuevo y de nuevo, con tanta insistencia como si ella no tuviera nada más que hacer que solo presionar el dedo sobre la pantalla.—¿Qué quieres? —respondió por fin, irritado.—Hola, mi amor. Sabes lo que quiero.—¿Qué, ahora?—Así es. Te dejarán subir sin problemas. Te espero.Eran casi las 5 de la tarde. Cortó la llamada y golpeó el aparato sobre su escritorio.La vida es muy laberíntica, uno nunca sabe por dónde va a terminar encontrando una salida o si lo hará. Owen estaba transitando un camino que conocía, pero a la inversa. Ese que lo llevaba a su piso y a sus citas de las 9. Ahora quien hacía “horas extras” era él, para terminar de saldar su deuda. Parecía un chiste de mal gusto.Maldijo al aire, hasta Greta lo escuchó desde afuera. Volvió a tomar el teléfono y llamó a su casa. Afortunadamente fue Raquel quien respondió. Llegar
Aunque se había quedado, no era lo mismo. El ambiente, las sensaciones, todo era denso y frío. La única que no se percataba era la niña, emocionada porque Anna se quedaría a dormir con ella. Por su parte, Owen batallaba con el asco y con los celos.Anna volvió a sentirse fuera de lugar, como si ese pedazo pequeño que ocupaba en sus vidas se hubiera perdido. De vez en cuando lo miraba de reojo. Se había dado un baño, cambiado de ropa y hasta perfumado, pero de todas maneras, ella sabía.Se retorció un par de veces en su silla, incómoda, y a él no se le escapó. Ya no podía reconstruir lo que alguna vez compartieron, pero si lograba retenerla al menos por lástima, expiaría los pensamientos aunque fuera por un rato.Eva por fin bostezó.—Vamos a la cama —dijo Anna, poniéndose de pie.A él los ojos se le fueron, sin disimular, detrás de sus caderas. ¿Alguna vez volvería a sostenerse de ellas? ¿A hundirle los dedos? Probablemente no, se fastidió. Y ese tipejo en la puerta de su casa, buscan
Él dejó de hablarle, no porque estuviera enojado, sino porque tenía miedo de volver a escuchar palabras que no quería oír. Ni siquiera sabía cómo disculparse o si debía hacerlo. Dormir con su exesposa había pasado a segundo plano; se estaba volviendo loco tratando de encontrar una solución.Y su locura interior se reflejaba en el exterior. Llegaba a la empresa con una cara de pocos amigos que asustaba a más de uno. Hasta Greta comenzó a mantenerse más alerta ante sus exigencias. El resto de los empleados lo esquivaban, si podían. En pocas horas, el rumor de que el Director General estaba de mal humor se corrió por todo el edificio.—¿Ahora qué hizo? —se preguntó Bob mientras uno de los gerentes de contabilidad le contaba cómo le gritó por casi 15 minutos por un error en los asientos contables. El pobre tipo temblaba de pies a cabeza. Luego escuchó a una de las asistentes de Software llorar en un pasillo porque Owen le señaló, no muy amablemente, que su vestuario no era el adecuado par
Seguía sin entenderlo. ¿Cómo podía ser que hubiera aceptado semejante propuesta?Anna se paró en una esquina a observar. No decía nada, no se movía, solo lo miraba. Ojalá pudiese dejar de pensar en eso, ojalá nunca hubiese pasado; entonces no se sentiría tan pequeña, tan poca cosa. Era una ilusa. Pero ya casi todo había terminado; solo debía aguantar un poco más.Ese día… ese beso… No, no debía pensarlo. Sacudió la cabeza como queriendo deshacerse del recuerdo, pero las sensaciones las tenía pegadas a la piel.Desvió la mirada y siguió la línea blanca de las mesas. Un hotel tan elegante, tan distinguido, con toda esa decoración costosa. Los cuadros milimétricamente colocados a la distancia justa los unos de los otros; las luminarias enormes que brillaban incandescentes en los techos, los muebles antiguos que salpicaban pequeños rincones o esquinas. Y en el fondo del salón, una orquesta muy bien afinada que le regalaba a todos los invitados melodías suaves e íntimas de jazz.Aun con su
El cinismo de Owen tenía fundamentos, o al menos, eso era lo que él creía.Sexy…De ojos grises…De cabello castaño salpicado de gris…Así era Owen Walker. A sus 43 años ya ocupaba el sillón de la Dirección General de Plaza & Milne I.T. una de las empresas más grande de servicios tecnológicos del país. Un hombre exitoso en los negocios, un guerrero incansable para las ideas revolucionarias y para generar dinero. Su tío lo puso al frente de ese monstruo mercantil sin dudarlo y no se equivocó: sobre la pared de su oficina colgaban todas las tapas de revistas especializadas que lo mostraban como “el artífice de la próxima era digital”.Brillante, aguerrido, con un temperamento volátil y extremadamente ambicioso siempre daba la impresión de estar enojado. Su cara impasible y la mirada fría, como si estuviese muerto, generaban respeto y miedo entre quienes lo rodeaban. Pero detrás de esa fachada dura y plagada de éxitos, se escondía un hombre profundamente herido.Una herida que lo marcó y