La siguiente llamada de Elena no se hizo esperar demasiado. Dos días después, mientras estaba en su oficina, el teléfono comenzó a sonar. No respondió. De nuevo y de nuevo, con tanta insistencia como si ella no tuviera nada más que hacer que solo presionar el dedo sobre la pantalla.—¿Qué quieres? —respondió por fin, irritado.—Hola, mi amor. Sabes lo que quiero.—¿Qué, ahora?—Así es. Te dejarán subir sin problemas. Te espero.Eran casi las 5 de la tarde. Cortó la llamada y golpeó el aparato sobre su escritorio.La vida es muy laberíntica, uno nunca sabe por dónde va a terminar encontrando una salida o si lo hará. Owen estaba transitando un camino que conocía, pero a la inversa. Ese que lo llevaba a su piso y a sus citas de las 9. Ahora quien hacía “horas extras” era él, para terminar de saldar su deuda. Parecía un chiste de mal gusto.Maldijo al aire, hasta Greta lo escuchó desde afuera. Volvió a tomar el teléfono y llamó a su casa. Afortunadamente fue Raquel quien respondió. Llegar
Aunque se había quedado, no era lo mismo. El ambiente, las sensaciones, todo era denso y frío. La única que no se percataba era la niña, emocionada porque Anna se quedaría a dormir con ella. Por su parte, Owen batallaba con el asco y con los celos.Anna volvió a sentirse fuera de lugar, como si ese pedazo pequeño que ocupaba en sus vidas se hubiera perdido. De vez en cuando lo miraba de reojo. Se había dado un baño, cambiado de ropa y hasta perfumado, pero de todas maneras, ella sabía.Se retorció un par de veces en su silla, incómoda, y a él no se le escapó. Ya no podía reconstruir lo que alguna vez compartieron, pero si lograba retenerla al menos por lástima, expiaría los pensamientos aunque fuera por un rato.Eva por fin bostezó.—Vamos a la cama —dijo Anna, poniéndose de pie.A él los ojos se le fueron, sin disimular, detrás de sus caderas. ¿Alguna vez volvería a sostenerse de ellas? ¿A hundirle los dedos? Probablemente no, se fastidió. Y ese tipejo en la puerta de su casa, buscan
Él dejó de hablarle, no porque estuviera enojado, sino porque tenía miedo de volver a escuchar palabras que no quería oír. Ni siquiera sabía cómo disculparse o si debía hacerlo. Dormir con su exesposa había pasado a segundo plano; se estaba volviendo loco tratando de encontrar una solución.Y su locura interior se reflejaba en el exterior. Llegaba a la empresa con una cara de pocos amigos que asustaba a más de uno. Hasta Greta comenzó a mantenerse más alerta ante sus exigencias. El resto de los empleados lo esquivaban, si podían. En pocas horas, el rumor de que el Director General estaba de mal humor se corrió por todo el edificio.—¿Ahora qué hizo? —se preguntó Bob mientras uno de los gerentes de contabilidad le contaba cómo le gritó por casi 15 minutos por un error en los asientos contables. El pobre tipo temblaba de pies a cabeza. Luego escuchó a una de las asistentes de Software llorar en un pasillo porque Owen le señaló, no muy amablemente, que su vestuario no era el adecuado para
Lo primero que Elena sintió esa noche fue cómo la respiración se le dificultaba; tenía el rostro hundido en la almohada y la pesada mano de Owen empujándola sobre ella. Y le gustó. Lo siguiente fueron los dedos que se hundían en la piel de sus brazos hasta alcanzarle los huesos; creyó que iban a partirse. Y le gustó.Estaba viciada de todo aquello de lo que las personas huyen: del dolor, de la humillación, del desprecio. Gozaba con aquello que retuerce el alma y ennegrece el corazón. Él la oía, los jadeos, los gemidos, los gritos, pero no eran ellos quienes encendían su ritmo o sus ganas; sino el odio. En estado puro.Ella no se quejó cuando él le jaló el cabello haciendo que su cuello se doblara en un ángulo imposible, ni cuando todo su peso cayó sobre su espalda comprimiéndole el pecho. Ni siquiera cuando su boca se cerró sobre uno de sus senos estirándole la piel, a punto de arrancársela.—Eso quiero de ti… —le dijo con la voz entrecortada, mirando cómo los ojos de Owen se volvían
Los encuentros con Elena se hicieron más espaciados. Cuando supo que Anna se había marchado, el sabor del triunfo que pensó sería dulce seguía sabiéndole metálico. Lograba que fuera a su llamado, estaba acorralado por la niña y abandonado por la jovencita; sin embargo, la advertencia que le había dado se volvía cada vez más latente.Su gusto por la agresión y la violencia no estaba a la altura de lo que Owen le entregaba, y es que descargaba en ella todo, como hizo alguna vez con sus secretarias, pero sin miramientos. Ella era una bolsa de carne y huesos, sin emociones, sin pensamientos. ¿Para qué ser considerado? ¿Para qué refrenar al monstruo?Una vez más Owen adoptó esa dualidad retorcida: seguía siendo el respetado hombre de negocios, el padre amoroso y el hijo perfecto, pero también era el otro, el manchado. A simple vista, no se lo podía reconocer, siquiera escrutándolo de cerca. Como lo estaba haciendo Bob esa tarde en el club.Se sentó a su lado, luego de semanas de ignorarlo
Anna lo extrañaba. Pasó varios días llorando en brazos de su madre, escondida de su padre, quien solo la observaba callado. Él sabía, no necesitaba demasiado para darse cuenta de que su Any tenía el corazón roto. Pero conocía a su hija, solo necesitaba tiempo.Hasta esa mañana que la encontró esperándolo en la cocina con el café listo y la ropa de trabajo, las botas altas y el cabello recogido. Y una sonrisa. Tampoco dijo nada, solo se acercó a ella y puso una de sus manos en la cabeza de Anna. El sol apenas despuntaba cuando abrieron el portón trasero y salieron al pequeño campo.Anna aspiró hondo. El aroma de la tierra y las plantas la regresaba a su niñez. Fue feliz allí y volvería a serlo, no tenía dudas.—¿Vas a dejar la universidad? —preguntó su padre mientras abría unos surcos en la tierra.—No, pero los últimos exámenes me retrasaron seis meses… lo siento, papá.—¿Qué sientes? Yo lo lamento por no haber podido hacer más por ti para ayudarte.—Hiciste demasiado y lo sabes.El ho
—¿Es broma? —preguntó Elena, sonriente. Sonaba a chiste.—No. —respondió Owen—. ¿No es suficiente? ¿Cuánto quieres? Dime, querida.Elena lanzó una carcajada estruendosa. Bob también estaba allí, por supuesto, y al oírla le corrió un escalofrío por la espalda. “Así suena el diablo”, pensó. En cambio, Gregory solo estaba sentado al otro lado del despacho y se mantenía en silencio, esperando el momento para hablar.Ella lo miró divertida, soberbia, pero de a poco su expresión fue menguando: la seguridad de Owen, su postura firme, los dedos que golpeteaban sobre el escritorio. ¿Eran en serio?—Déjame entender esto: ¿me ofreces dinero para que me vaya y antes de hacerlo quieres que firme todo este papelerío? ¿Es así?—No, firmarás todo el papelerío porque te pagaré para que lo hagas. Luego te irás.Volvió a reírse.—¿Por qué me haces perder el tiempo así, amor? Cuando me pediste que viniera, pensé que tendríamos una aventura sobre tu escritorio.—Ya no habrá más “aventuras”, Elena. Solo di
Esa mañana fue para Elena muy… especial. Aún no podía despegarse la frustración por la humillación de Owen, claro que no podía. Caminaba por su elegante y lujoso piso, en ropa interior, descontrolada, no se detenía. El amanecer la había encontrado despierta, mirando a la nada a través de su ventanal y ahora pensaba cómo fastidiar a su exesposo para enseñarle las jerarquías.“Bien, si eso quieres, es lo que te daré”, dijo en voz alta. Tomó el teléfono y llamó a su abogado, a su número personal.—Señora Olivier.—Quiero que pacte las visitas a la niña, hoy mismo. —ordenó, furiosa.—Señora…—Ese estúpido piensa que va a salirle bien su intento de apartarme. ¡Quiero esas visitas hoy! —gritó.—Señora, cálmese. Antes de hacer nada, le recomiendo que mire el canal de noticias.—¿Qué?—Encienda su televisor, creo que necesita verlo.Elena miró el aparato. ¿Las noticias? ¿Para qué?La pantalla le devolvió la imagen de la entrada al edificio de Reed & Co. Periodistas y cámaras rodeaban al dueño