Lo primero que Elena sintió esa noche fue cómo la respiración se le dificultaba; tenía el rostro hundido en la almohada y la pesada mano de Owen empujándola sobre ella. Y le gustó. Lo siguiente fueron los dedos que se hundían en la piel de sus brazos hasta alcanzarle los huesos; creyó que iban a partirse. Y le gustó.Estaba viciada de todo aquello de lo que las personas huyen: del dolor, de la humillación, del desprecio. Gozaba con aquello que retuerce el alma y ennegrece el corazón. Él la oía, los jadeos, los gemidos, los gritos, pero no eran ellos quienes encendían su ritmo o sus ganas; sino el odio. En estado puro.Ella no se quejó cuando él le jaló el cabello haciendo que su cuello se doblara en un ángulo imposible, ni cuando todo su peso cayó sobre su espalda comprimiéndole el pecho. Ni siquiera cuando su boca se cerró sobre uno de sus senos estirándole la piel, a punto de arrancársela.—Eso quiero de ti… —le dijo con la voz entrecortada, mirando cómo los ojos de Owen se volvían
Los encuentros con Elena se hicieron más espaciados. Cuando supo que Anna se había marchado, el sabor del triunfo que pensó sería dulce seguía sabiéndole metálico. Lograba que fuera a su llamado, estaba acorralado por la niña y abandonado por la jovencita; sin embargo, la advertencia que le había dado se volvía cada vez más latente.Su gusto por la agresión y la violencia no estaba a la altura de lo que Owen le entregaba, y es que descargaba en ella todo, como hizo alguna vez con sus secretarias, pero sin miramientos. Ella era una bolsa de carne y huesos, sin emociones, sin pensamientos. ¿Para qué ser considerado? ¿Para qué refrenar al monstruo?Una vez más Owen adoptó esa dualidad retorcida: seguía siendo el respetado hombre de negocios, el padre amoroso y el hijo perfecto, pero también era el otro, el manchado. A simple vista, no se lo podía reconocer, siquiera escrutándolo de cerca. Como lo estaba haciendo Bob esa tarde en el club.Se sentó a su lado, luego de semanas de ignorarlo
Anna lo extrañaba. Pasó varios días llorando en brazos de su madre, escondida de su padre, quien solo la observaba callado. Él sabía, no necesitaba demasiado para darse cuenta de que su Any tenía el corazón roto. Pero conocía a su hija, solo necesitaba tiempo.Hasta esa mañana que la encontró esperándolo en la cocina con el café listo y la ropa de trabajo, las botas altas y el cabello recogido. Y una sonrisa. Tampoco dijo nada, solo se acercó a ella y puso una de sus manos en la cabeza de Anna. El sol apenas despuntaba cuando abrieron el portón trasero y salieron al pequeño campo.Anna aspiró hondo. El aroma de la tierra y las plantas la regresaba a su niñez. Fue feliz allí y volvería a serlo, no tenía dudas.—¿Vas a dejar la universidad? —preguntó su padre mientras abría unos surcos en la tierra.—No, pero los últimos exámenes me retrasaron seis meses… lo siento, papá.—¿Qué sientes? Yo lo lamento por no haber podido hacer más por ti para ayudarte.—Hiciste demasiado y lo sabes.El ho
—¿Es broma? —preguntó Elena, sonriente. Sonaba a chiste.—No. —respondió Owen—. ¿No es suficiente? ¿Cuánto quieres? Dime, querida.Elena lanzó una carcajada estruendosa. Bob también estaba allí, por supuesto, y al oírla le corrió un escalofrío por la espalda. “Así suena el diablo”, pensó. En cambio, Gregory solo estaba sentado al otro lado del despacho y se mantenía en silencio, esperando el momento para hablar.Ella lo miró divertida, soberbia, pero de a poco su expresión fue menguando: la seguridad de Owen, su postura firme, los dedos que golpeteaban sobre el escritorio. ¿Eran en serio?—Déjame entender esto: ¿me ofreces dinero para que me vaya y antes de hacerlo quieres que firme todo este papelerío? ¿Es así?—No, firmarás todo el papelerío porque te pagaré para que lo hagas. Luego te irás.Volvió a reírse.—¿Por qué me haces perder el tiempo así, amor? Cuando me pediste que viniera, pensé que tendríamos una aventura sobre tu escritorio.—Ya no habrá más “aventuras”, Elena. Solo di
Esa mañana fue para Elena muy… especial. Aún no podía despegarse la frustración por la humillación de Owen, claro que no podía. Caminaba por su elegante y lujoso piso, en ropa interior, descontrolada, no se detenía. El amanecer la había encontrado despierta, mirando a la nada a través de su ventanal y ahora pensaba cómo fastidiar a su exesposo para enseñarle las jerarquías.“Bien, si eso quieres, es lo que te daré”, dijo en voz alta. Tomó el teléfono y llamó a su abogado, a su número personal.—Señora Olivier.—Quiero que pacte las visitas a la niña, hoy mismo. —ordenó, furiosa.—Señora…—Ese estúpido piensa que va a salirle bien su intento de apartarme. ¡Quiero esas visitas hoy! —gritó.—Señora, cálmese. Antes de hacer nada, le recomiendo que mire el canal de noticias.—¿Qué?—Encienda su televisor, creo que necesita verlo.Elena miró el aparato. ¿Las noticias? ¿Para qué?La pantalla le devolvió la imagen de la entrada al edificio de Reed & Co. Periodistas y cámaras rodeaban al dueño
Si Bob estuviera con él en ese momento, estaría descostillándose de risa, con el celular en la mano tomándole 150 fotografías. Menos mal que estaba solo. El viaje había sido corto, así lo sintió a pesar del nudo que tenía en el estómago. Ni bien cruzó la calle principal, todas las cabezas se voltearon a mirar el coche que avanzaba a paso de hombre. No se veían ese tipo de vehículos por allí; por lo general eran utilitarios o algún modelo viejo, no uno de esa gama. Él miraba por las ventanillas a un lado y al otro; estaba atestado de gente. Había puestos de toda clase en las aceras, las personas caminaban por la calle, cruzaban de una acera a otra, despreocupados. Aunque la tarde estaba avanzada, aquello no terminaría hasta bien entrada la noche. Owen seguía la ruta que su GPS le marcaba, pero de a poco comenzaba a perder la paciencia. Quería llegar de una buena vez. Por fin, pudo girar por una esquina y tomar una calle lateral sin personas ni puestos. Aceleró un poco. El corazón le
—Anna no está.Owen no le creyó.—Permítame presentarme. Soy O…—Usted es quien lastimó a mi hija —lo cortó.El padre de Anna entrecerró los ojos, lo observaba con detenimiento.—Usted no es el hombre para mi hija, claramente —declaró, tajante—. ¿Cuántos años tiene?—43.—Mmm —respondió con desaprobación—. Es uno de esos viejos verdes que andan detrás de jovencitas.—¡Por supuesto que no! —dijo Owen, indignado—. Solo quiero hablar con Anna y reparar el daño que causé.—¿Quién llamó? —preguntó la madre de Anna, apareciendo detrás de su esposo.Pero se quedó muda cuando lo vio en la puerta. El ramo de rosas, la descripción que su hija le había dado de él: definitivamente era Owen.—¿Usted es Owen?—Sí, señora.—Soy la madre de Anna.—Mucho gusto.—¿Qué está haciendo aquí?—Quiero… Necesito hablar con ella.Tal vez por ser mujer, la madre de Anna podía ver un poco más que su esposo. Toda su estancia declaraba a viva voz que era un hombre desesperado, que tenía una urgencia que solo su hi
Terminó de retocarse las mangas del saco y se miró por última vez en el espejo. Se tocó la cara, desde hacía semanas solo se recortaba y emprolijaba la barba, que cada vez evidenciaba más las hebras plateadas. Pero ella se la halagaba, le gustaba, y nada le costaba ese pequeño trabajo extra por las mañanas para mantenerla.Faltaban dos horas, pero ya estaba vestida y revisaba cada pequeño detalle de su maquillaje mientras su madre la miraba desde la puerta. El cabello suelto, apenas recogido por detrás, el vestido sin hombros de color claro y los zapatos altos. Él se le quedaba viendo los hombros y a ella le encantaba eso.Una cita más, en la que Owen conducía esos kilómetros para ir a su encuentro. Y ella lo esperaba, ansiosa y emocionada.Anna no regresó a la ciudad; su apartamento ahora estaba ocupado por una familia de tres. Pero a él no lo detuvo eso, cada sábado dejaba a Eva con sus padres, armaba un bolso con una muda de ropa y partía después del mediodía para alojarse en la mi