Ep (72)

Lo primero que Elena sintió esa noche fue cómo la respiración se le dificultaba; tenía el rostro hundido en la almohada y la pesada mano de Owen empujándola sobre ella. Y le gustó. Lo siguiente fueron los dedos que se hundían en la piel de sus brazos hasta alcanzarle los huesos; creyó que iban a partirse. Y le gustó.

Estaba viciada de todo aquello de lo que las personas huyen: del dolor, de la humillación, del desprecio. Gozaba con aquello que retuerce el alma y ennegrece el corazón. Él la oía, los jadeos, los gemidos, los gritos, pero no eran ellos quienes encendían su ritmo o sus ganas; sino el odio. En estado puro.

Ella no se quejó cuando él le jaló el cabello haciendo que su cuello se doblara en un ángulo imposible, ni cuando todo su peso cayó sobre su espalda comprimiéndole el pecho. Ni siquiera cuando su boca se cerró sobre uno de sus senos estirándole la piel, a punto de arrancársela.

—Eso quiero de ti… —le dijo con la voz entrecortada, mirando cómo los ojos de Owen se volvían
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