Siempre pueden surgir complicaciones en la vida, y hay que tener claro en parte hacia qué lado de la balanza te pondrías, en donde seríamos más felices, más nosotros mismos. Así que espero que el progreso de mi historia les esté llevando por el camino deseado en sus expectativas como lectores. Y bueno, saben que me encantan sus comentarios, estos me ayudan a progresar. Gracias por seguir leyendo.
Resoplé alertado por mi urgencia, temiendo volver a llegar con retraso a la oficina. Mi móvil sonó aumentando mi inquietud, pero advirtiendo con alivio que no se trataba de mi ayudante. — ¿Sí? —pregunté sin reconocer el número. —Hola Pet, mi rey ¿cómo estás? —saludó Richy con su inigualable deje amanerado, sin llegar a dudar de quién se trataba. —Hola Richy ¿qué tal? ¿ha pasado algo? —me preocupé al no entender su llamada a mi teléfono y no al de su mejor amiga. —No nene, no te asustes. Solo es que Oly tiene el móvil fuera de servicio y supuse que estarías cerca, por lo tanto, he decidido disculparme a través de ti, quizás seas más benevolente que mi querida Olympia. — ¿Disculparte? No entiendo... —contesté confuso. —Sí, por lo de la cena de anoche, Mark no podía acudir, mi pobre chico se ha lesionado el pie y quise quedarme a cuidarlo. Ya sabes, además no era plan de estar de carabina con ustedes, así que lo dejamos para otro día ¿Ok? — ¡Vale, vale! Espero que se rec
Llegamos a casa en un halo de extraña tensión, me mantuve alejado sopesando mis opciones. Quizá debería hablar, romper el hielo y atenerme a las consecuencias. Sí, eso haría, aunque el nerviosismo me comiera por dentro. Fingí revisar mis mensajes y correos como siempre hacía, pero tendría que dejarlo para otro momento. Ahora no estaba ni medianamente concentrado para ponerme con ello. Olympia, se encerró en la ducha sin intención de invitarme a compartirla con ella como siempre lo hacía ¡Uf, aquello no pintaba bien! maldije en mis adentros esperando su salida. —Creo que es hora de que hablemos de lo que ha pasado esta tarde —solté sin darle más vueltas, nada más verla tumbarse en el sofá y tomar el mando a distancia pareciendo absorta en sus pensamientos. — ¿Y qué ha pasado? —contestó fingiendo una voz neutral, imposible de interpretar. —Sé que escuchaste lo que tu amigo me dijo, por eso has estado como ausente desde que fuiste a por los helados. No contestó, pero su expresió
Una mañana más a la que debía enfrentarme. Otra en la que las tareas de un jefe debían ir por encima de mi vida privada y mi incapacidad de dejar de pensar en otra cosa que no fuera en estar con ella. Pasé las reuniones impuestas con sobresaliente, cerrando tratos con nuevos asociados en la isla y por supuesto, empleando todos los métodos de negociación aprendidos en el paso de los años de formación. Era, en parte, una buena manera de mantener mi mente ocupada y mi parte ociosa, ahora más alentada que de costumbre, en un rinconcito esperando la hora de apoderarse nuevamente de mi persona. Alejandro volvió a demostrar su empeño y valía durante toda la jornada, en cambio Mario, quien llegó de Londres demasiado avispado e insolente, solo consiguió decepcionar en sus escuetas obligaciones, esas que habían quedado reducidas tras mi llegada a la sucursal. Tenía que buscar una solución a este asunto, me dije convenciéndome de que había llegado el momento de hacer algunos cambios en su a
Abrí los ojos un segundo sumido en mis pensamientos más alegres. — ¿Qué te divierte tanto ahora? —Nada en concreto, solo esta rutina a la que me tienes sometido —confesé contagiándome de su fanfarronería. — ¡Sometido? —reía escandalizada por mi elección de palabras - Sí, estoy segura de que lo estás pasando fatal con estos momentos - alzó una ceja irónica pasando la mano por mi pecho -, debe ser muy sacrificado para ti seguirme el ritmo. ¡Ja! por supuesto que lo era, pero me consolaba el poder notar sus mismas ganas de besarme y tocarme a cada segundo. —Es solo que —continué explicándome manteniéndole la mirada —, no quiero que esto acabe nunca Olympia. No me imagino una vida mejor que la que estoy compartiendo a tu lado, ahora mismo. Me miró pensativa un largo tiempo, buscando seguramente las palabras adecuadas, unas que no la expusieran demasiado. ¿Qué iba a hacer? ¡Así era ella! —Mmm... —murmuró —. Sí, no está mal, estoy segura de que no puedes quejarte de la novi
La miraba de soslayo encantado de pasear a su lado, sujetando su mano con delicadeza y en silencio. — ¿Aceptaría mi bella novia que la invite, mínimamente, a un helado? —insistí, adivinando cual podría ser su respuesta. —Sí, está bien —¡genial! sonreí triunfante —, pero sigo sin entender qué celebramos. — ¿Me lo dices en serio? —dije haciéndome el afectado parando mis pasos, ella me miró con una pregunta en la mirada —. Mira que estas semanas han pasado rápido, pero olvidar que hoy hace tres meses que nos conocimos, eso es demasiado. Me encogí de hombros, esperando todo menos su reticente reacción. Su expresión se volvió seria y pensativa continuando con su camino como si no tuviera nada que añadir. — ¿Qué pasa Olympia? —la seguí acelerando para quedar a su altura —, ¿he dicho algo que te haya molestado? —No —suspiró —, solo es que no me he dado cuenta, y lo siento. Vale, ahora sí que no entendía nada, así que tomé su cintura y besé la punta de su nariz con ternura. —
Me despedí llevando en mi pecho, no solo el malestar por la separación sino además, un intrincado nudo por los motivos que me llevaban a viajar nuevamente a Londres. Quedaba un largo trayecto donde pensar en todos los factores que tendría que enfrentar, pero al menos esa preparación me tendría alerta ante cualquier contratiempo. En primer lugar, me instalaría en mi hotel habitual donde Henry traería los informes semestrales que debía revisar antes de acudir a la reunión en la central. Quizá, no tendría cabeza para ponerme a adelantar trabajo, pero al menos con su ayuda podría intentarlo. Tras la comida sería el momento en que me acompañaría a la sede para la reunión ejecutiva donde se debatiría el asunto primordial de aquella visita. La denuncia de Mario. Su sola mención en mis pensamientos me hacía sacar la frustración y la furia que sus acciones me llevaban a temer. Ahora, solo podía verle como al desgraciado que buscaba arruinarme la vida, sin quedar atisbo de cualquier camar
La respuesta de Olympia no se hizo esperar. — ¿¡Sorpresa!? —cuestionó cargada de ironía, pero sin negarse a que la rodeara con mis brazos. —Cómo me alegro de que estés aquí —aseguré mirándola de frente y rozando sus labios con un tímido beso —, ya te echaba de menos. No me pasó por alto cómo su ceja se levantaba interrogante. —Bueno, pensé en darte una sorpresa y pasar estos días en la ciudad contigo, pero... —pausó mirando directamente hacia la recepción, donde sabía, me esperaba Gisela —, quizá te viene mal mi presencia aquí. Pero ¿qué estaba diciendo? expresé abriendo los ojos con asombro y riéndome burlón por su arranque de celos. La acerqué posesivo a mi cuerpo, sin contener mi necesidad de aclararle que aquel arrebato no tenía sentido, pero ella no respondió a mi beso. Sospeché entonces que la existencia de aquel mail podría ser el detonante de sus desvelos, empujándome a llevarla hasta el lugar y aclarar la situación. Las presenté sin dejar de notar la tensión e
Un silencio se hizo tras aquellas palabras. Mis ojos, se abrieron con espanto centrándome en Olympia, quien dándome la espalda parecía querer echar a correr. —Olympia... —susurré como acto reflejo, sosteniéndola de su brazo —, no te vayas, por favor. Ella se giró, con la mirada desorientada, pero fingiendo una sonrisa amable. —Estoy bien, les dejaré a solas —dijo con voz neutra —. Yo iré avanzando hasta la terminal. Allí te espero. —No tardaré —prometí, recibiendo un suave beso que supo a presagio, poniéndome más difícil aún, encajar aquella situación. ¿Gisela? ¿¡embarazada de mí!? gritaba mi subconsciente sin poder aceptarlo, y con el escepticismo asociado a su silencio. Miré a la chica que disimulaba su llanto frente a mí, manteniendo una distancia prudente temiendo sin duda, una posible mala reacción por mi parte. — ¿Estas, segura? quiero decir... —pensé en voz alta —, ¿es mío? Gisela solo aceptó con un gesto afirmativo de su cabeza ¡Mierda! maldije en mi interio