¿Algo que decir? Espero que se animen a comentar, siempre espero que lo hagan. Deseando que estén disfrutando de la historia, les agradezco que sigan leyendo.
La respuesta de Olympia no se hizo esperar. — ¿¡Sorpresa!? —cuestionó cargada de ironía, pero sin negarse a que la rodeara con mis brazos. —Cómo me alegro de que estés aquí —aseguré mirándola de frente y rozando sus labios con un tímido beso —, ya te echaba de menos. No me pasó por alto cómo su ceja se levantaba interrogante. —Bueno, pensé en darte una sorpresa y pasar estos días en la ciudad contigo, pero... —pausó mirando directamente hacia la recepción, donde sabía, me esperaba Gisela —, quizá te viene mal mi presencia aquí. Pero ¿qué estaba diciendo? expresé abriendo los ojos con asombro y riéndome burlón por su arranque de celos. La acerqué posesivo a mi cuerpo, sin contener mi necesidad de aclararle que aquel arrebato no tenía sentido, pero ella no respondió a mi beso. Sospeché entonces que la existencia de aquel mail podría ser el detonante de sus desvelos, empujándome a llevarla hasta el lugar y aclarar la situación. Las presenté sin dejar de notar la tensión e
Un silencio se hizo tras aquellas palabras. Mis ojos, se abrieron con espanto centrándome en Olympia, quien dándome la espalda parecía querer echar a correr. —Olympia... —susurré como acto reflejo, sosteniéndola de su brazo —, no te vayas, por favor. Ella se giró, con la mirada desorientada, pero fingiendo una sonrisa amable. —Estoy bien, les dejaré a solas —dijo con voz neutra —. Yo iré avanzando hasta la terminal. Allí te espero. —No tardaré —prometí, recibiendo un suave beso que supo a presagio, poniéndome más difícil aún, encajar aquella situación. ¿Gisela? ¿¡embarazada de mí!? gritaba mi subconsciente sin poder aceptarlo, y con el escepticismo asociado a su silencio. Miré a la chica que disimulaba su llanto frente a mí, manteniendo una distancia prudente temiendo sin duda, una posible mala reacción por mi parte. — ¿Estas, segura? quiero decir... —pensé en voz alta —, ¿es mío? Gisela solo aceptó con un gesto afirmativo de su cabeza ¡Mierda! maldije en mi interio
Durante las siguientes semanas y por estricta restricción médica, fuimos prisioneros de la lluviosa ciudad de Londres. Allí, mi tarea consistía en la ardua tarea de hacer que mi novia siguiera las pautas básicas para su recuperación. Muy a su pesar me esforzaba a diario en buscar entretenimiento para ambos, consiguiendo sosegar en ocasiones su habitual mal humor naciente de la inactividad y mi patente reticencia a consentir sus deseos en el plano sexual. "Por favor" me suplicaba en muchas ocasiones llevada por el anhelo apasionado que ambos sentíamos y que una vez más me esforzaba por controlar por miedo a lastimarla. Y sí, podría parecer estúpido viéndola tan recuperada y enérgica, jurándome insistente que ya no sentía ningún malestar. — ¿Estas, segura? —susurré reticente junto a sus labios y a punto de sobrepasar esa barrera de autocontrol que yo mismo me había impuesto. —Sí, por favor —decía tentándome nuevamente — no me hagas soportarlo más. Necesito todo de ti ahora mismo
Tras escucharla finalizar, me atreví a contárselo. — ¿¡A qué te refieres con que no estarás en su boda!? —exclamaba Olympia sin controlar su genio, contestando a mi obligada negativa. —Pues, que estoy a tope y sabes que pronto debo viajar a Londres, son compromisos que no puedo trasladar de fecha o lugar —aclaré con desamparo, deseando poder evitar aquella eventualidad. Y entonces, Olympia desapareció de mi vista caminando precipitadamente hacia el balcón, haciéndome temer el estar sometiéndola a la peor prueba de fuego por mi amor. Sopesé un instante en silencio mis opciones: ¿sería capaz de apartarme de Gisela? ¿podría ser un padre en la sombra que la ayudara en la distancia, aportando tan solo, la pertinente manutención? Si Olympia me lo pidiera, lo haría, pues quizá, era la única opción que me quedaba para no perderla. No obstante, un sentimiento agridulce me contendría a actuar de ese modo con un inocente bebé, sangre de mi sangre. Suspiré agobiado, frotando mi frent
—Wow, amigo, de verdad que no me puedo creer lo que me estás contando... Reaccionaba Henry al terminar de desahogarme con los últimos acontecimientos de mi vida. Tomé un largo trago de cerveza mientras sopesaba en qué más me podría ayudar mi amigo, además de servirme de hombro en el que llorar. —Ahora, debo conocer todos los detalles —continué —, ¿acaso llegaste a verlos juntos mientras yo presidía esta sede? —pregunté curioso, viéndole fruncir el ceño mientras lo pensaba. —Quizá... —concluyó encogiéndose ligeramente de hombros —, sé que Mario no perdía la oportunidad de salir con el equipo de trabajo, es muy posible que Gisela estuviera entre ellos. Pero jamás los vi juntos en las oficinas, ella siempre me pareció reservada. Al menos con los demás —concretó —, pues supe desde el primer momento el interés que tú le provocabas. Resoplé incómodo al comprender, que la fijación de Gisela por mí, siempre había sido un secreto a voces. —Pero algo debió pasar —insistí sin poder
Después de dos semanas sin cambios, la desesperanza era notoria en cada paso que daba. Mi vida se desmoronaba y me sentía prisionero de mis propias decisiones. Olympia se impacientaba, haciéndome ver sus dudas sobre mis verdaderas intenciones y mis sentimientos hacia ella. —Ya no lo sé —contestaba bruscamente tras escuchar mis promesas de amor a distancia —. El saber que ella está ahí, contigo. Tiene a tu bebé y eso les unirá para siempre. Yo... solo siento que estoy de más en esta historia Peter —confesaba con voz de derrota —. Ya no puedo seguir destruyéndome así... Un mar de incertidumbre nos alejaba, llenándola de inseguridades, apagando su habitual alegría y volviéndola más fría y distante conmigo. El pánico me invadía, pues conocía bien lo capaz que era Olympia de apartarme de su vida si eso significaba, poder aliviar el dolor que mi abandono le causaba. —No prometas nada —me interrumpía —, ya has roto demasiadas promesas en estos días... Y eso me mataba. Me sentía como
Avisté cómo nos acercábamos al alto edificio de apartamentos, ya iluminado al anochecer, con los nervios gobernando cada una de mis habituales acciones. Mario se mantenía callado, absorto en sus pensamientos, pero con la agitación plasmada en los repetidos movimientos espasmódicos de su pierna. Al menos, podía consolarme al saber que éramos cómplices a favor de enfrentarnos al delicado encuentro con la culpable de nuestro dilema. Entré al hall con paso firme y sin titubear, en dirección al ascensor, con mi acompañante intentando seguir el ritmo de mis pasos. — ¡Señor! —exclamó el conserje en su inglés nativo, llamando mi atención —. ¡Señor Maillard, le han dejado un mensaje urgente! Cesé mi avance bruscamente alertado por aquellas palabras y con el gesto impaciente, tomando el extraño papel que me mostraba para observarlo sin sentirme capacitado a leer su contenido. — ¿Quién ha sido? —pregunté con el desbocado latido de mi corazón resonando en mis oídos, haciéndome temer sa
—A ver guapetón ¿acaso crees que mi reinita me darías detalles a mí? Ella me conoce como si me hubiera parido, y sabe de sobra que soy una enamorada de la idea del amor. A pesar de adorarla y que, yo mismo le aconsejé que mirara por su propio bienestar. Cariño —prosiguió con sus explicaciones a modo de monólogo — ¿quién esperaría este cambio repentino en los acontecimientos? Ahora no me queda otra opción que ser tu cómplice, y eso también es lo que temería mi amiga. — ¡Pues piensa Richy! —insistí sin disimular mi desespero —, tiene que haber algo que se nos esté pasando por alto... —Ay —murmuró como en una tragicomedia —, quien me iba a decir a mí que en plena luna de miel iba a estar en modo detective súper sexy, en el rescate de una novia a la fuga... — ¡Richy! por favor —dije haciendo notoria mi acortada paciencia —, necesito que te tomes esto en serio... —Sí, sí, perdona es que mi marido en bañador me distrae demasiado —bromeó dramáticamente, a pesar de que yo no tuviera